1 de octubre de 2021

Mito e historia. Asia en el contexto de Oriente


Imagen: Mapa de Asia. Mediados del siglo XVIII.

Los conceptos de Oriente y Occidente aparecieron en el ámbito de la cosmología griega arcaica, inicialmente asociados a una referencia geográfica y a la salida y puesta del sol. Oriente se mostraba definido como el país de la Aurora y el astro solar, en consecuencia, de la luminosidad y la fertilidad opulenta, en tanto que su contrapartida (Occidente), en cambio, aparecía vinculado a las tinieblas y la oscuridad, y por ello, a la muerte. Dentro del contexto “oriental” la configuración de Asia como el espacio oriental por antonomasia en el seno de la imaginación griega debió iniciarse desde tiempos pretéritos, aunque la aplicación del término para calificar la extensión geográfica completa de las tierras hacia oriente tuvo su establecimiento muy probablemente durante el desarrollo del periodo arcaico.

La denominación Asia no figura en los poemas homéricos, aunque hay una excepción, la del adjetivo “asiático” (asíos), aplicado a la pradera ubicada al lado del cauce del río Caístro, en Asia Menor, dentro de un pasaje de la Ilíada en el que se ilustra con imágenes cotidianas el avance indetenible de las tropas aqueas hacia la ansiada Troya. Esta asociación  de tal nombre con esta región aparece en ciertos fragmentos de algunos poetas líricos griegos, como Mimnermo, quien exalta la “hermosa Asia” en un poema sobre Esmirna al recordar una emigración desde Pilos; la poetisa Safo, que menciona “el resto de Asia” dentro de un pasaje cuyo contexto narrativo parece aludir a la llegada del héroe Héctor y su esposa Andrómaca a Troya; y Arquíloco, que alude a un personaje al que señala como “dueño de Asia y criador de rebaños”, lo cual podría interpretarse como una referencia al célebre rey lidio Giges.

Es probable que el origen del término Asia sea hitita (Asuwa, en concreto), que habría sido empleado para describir cierta área occidental de Anatolia. Esta posibilidad, sumada a las menciones de los poetas líricos griegos de época arcaica, podría avalar la idea de que, en sus comienzos, la denominación se aplicaría específicamente al territorio de Lidia. Tal premisa quedaría confirmada por la noticia que ofrece Heródoto sobre la reivindicación del nombre por parte de los lidios, quienes lo atribuían a Asies, un vástago de Cotis y nieto de Manes, uno de sus más famosos míticos reyes, además de por la existencia, en la ciudad de Sardes, de una tribu que portaba dicho nombre, Asíade. Por otro lado, la expansión lidia hacia oriente, un hecho que motivó el establecimiento de relaciones con los babilonios pero también un enfrentamiento con los medos y los persas, propició que los griegos tomasen conciencia de la magnitud del continente, con unas dimensiones que sobrepasaban con mucho los dominios lidios.

Sería la conquista persa de todos estos territorios el factor decisivo que llevaría a la identificación de un nombre con connotaciones de carácter regional a otra de escala más continental, estableciendo así una asociación específica entre el nombre Asia y la extensión  total de los dominios imperiales persas en época aqueménida. Esta relación se contempla ya en la tragedia Los Persas de Esquilo, en donde tal vocablo equivale casi siempre a las tierras imperiales persas, así como en Píndaro, quien menciona  la “espaciosa Asia” o en Heródoto, que hace pivotar su descripción del orbe en función expresa de la expansión imperial persa. La identificación de Asia con los dominios persas continuó después en otros autores (en varios pasajes de Jenofonte y en ciertos discursos de Isócrates).

La idea subyacente de Asia como un dominio territorial específicamente persa fue un concepto griego, hasta el punto que un título como el de rey de Asia no aparece reflejado en la muy variada titulatura real aqueménida que enfatiza, por lo contrario, su dominio sobre todas las regiones del mundo, refiriendo de esta manera el ideal de imperio universal, algo bien conocido en el contexto de una tradición mesopotámica. Será únicamente tras la conquista de Alejandro Magno cuando se comience a deshacer el antiguo binomio que había hecho del continente asiático el dominio aqueménida, naturalmente sancionado por las deidades correspondientes.

Asia se había convertido, por consiguiente, en la tierra del rey, dominio asignado por la divinidad al Imperio persa tras su conquista de los medos. La misma mitología refiere que algunos asuntos de cierta envergadura, como la guerra de Troya o el aventurero viaje de Jasón y sus argonautas hasta la Cólquide, se concebían como un ataque griegos hacia un territorio considerado inequívocamente asiático. Un problema añadido estribaba en la existencia de poleis griegas en el seno del ámbito asiático, una circunstancia que era necesario justificar de alguna forma si se quería formar parte del concreto y aislado conjunto helénico.

La existencia de dos continentes diferentes, Asia y Europa, sectores territoriales que estructuraban el mundo habitado, se remonta a la geografía jonia, en función de las acotaciones herodoteas. El historiador de Halicarnaso plantea en su obra la historia del enfrentamiento de ambos continentes, siendo las primeras acciones hostiles entre unos y otros aquellas que el mito ubica en remotas épocas, especialmente, el rapto de la argiva Io de parte de los fenicios, el de la princesa fenicia Europa, obra de los cretenses; aquel de Medea de mano de los valientes expedicionarios de la nave Argo y, en fin, el célebre rapto de Helena por la acción del troyano Paris. Este último desencadenó la conocidísima guerra troyana, conformándose como la primera irrupción violenta de poblaciones griegas en terrenos asiáticos, con antelación a que los asiáticos devolvieran la visita e hicieran lo propio en Europa.

También el tratado hipocrático titulado Aires, aguas y lugares, expresa las diferencias existentes entre ambos continentes. En dicho tratado Europa y Asia constituyen dos categorías diferentes, entidades separadas y claramente separables, cuyos elementos diferenciales proceden de las condiciones ambientales; esto es, de las aguas, el clima, los vientos y, por supuesto, de las costumbres que tales factores ambientales propician en sus respectivos habitantes.

De forma general, por lo tanto, existía una diáfana oposición “europea” frente a Asia en un terreno ideológico e imaginario, entendiéndose que el inmenso territorio asiático podía acoger en su seno poblaciones tan dispares como los paflagonios, los misios, los fenicios, los colcos, los frigios, los troyanos, los carios, los licios o los meonios, entre otras varias.

Asia constituía un vasto conjunto de lejanas tierras bárbaras, imaginadas y conceptualizadas desde la perspectiva helena como una suerte de antítesis, desde el propio entorno ambiental y geográfico, hasta el capítulo de sus costumbres y especiales formas de vida. La tradición haría énfasis en la visión de un mundo oriental caracterizado esencialmente por la extraordinaria riqueza de sus reyes y gobernadores, además de la grandeza y el esplendor de sus ciudades capitales.

Prof. Dr. Julio López Saco

UM-FEIAP-UFM, octubre, 2021

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