Imágenes, de arriba hacia abajo: vasija que muestra a Medea huyendo en un carruaje después de haber asesinado a sus hijos con Jasón. Datada en 400 a.e.c. y atribuida al Pintor Policoro, se encuentra en el Museo de Arte de Cleveland; ánfora del Pintor Ixión que muestra a Medea matando a uno de sus hijos. Sobre 330 a.e.c. Museo del Louvre, París y; Medea debatiéndose internamente sobre asesinar o no a sus hijos. Pintura mural pompeyana de la Casa de Discorii, siglo I a.e.c.
Aunque Homero no menciona a Medea, la tradición acerca de esta hechicera de la Cólquide, hermana de Circe y de Hécate, es tan arcaica como la leyenda de los Argonautas. En el mito, Jasón es enviado a la Cólquide para hurtar el Vellocino dorado, guardado por el rey Eetes. Medea, hija de este soberano, se enamora de Jasón y traiciona a su padre para ayudarlo. Pone sus artes mágicas al servicio del argonauta, que roba el vellocino, llevándose con él a Medea de vuelta a Grecia.
En la tragedia de Eurípides (Medea), Jasón, aunque ya tiene hijos con Medea, quiere abandonarla para casarse con una joven princesa de Corinto. En Corinto, había una tradición que señalaba que unos hijos de Medea recibían culto en el Acrocorinto. Estos vástagos, no obstante, fallecen por intervención de los dioses, no porque Medea les mate. Había antecedentes, por otro lado, de una venganza de Medea, pero sobre Jasón. En tal sentido, Eurípides no hereda una tradición en la que Medea sea una asesina, de forma que configura una trama, con una Medea hechicera y enamorada, que se siente engañada y traicionada, y por ello decide tomar venganza a través de sus hijos.
En la trama euripídea se presenta a Medea odiando a sus hijos y poseyendo un carácter violento. Medea no es un personaje griego, es una maga bárbara, una mujer peligrosa, primitiva y no civilizada. Eurípides hace de Medea un referente de la especial situación de la mujer. Pensando su venganza, obtiene apoyo del rey ateniense Egeo, quien cree que Jasón actúa mal abandonando a su esposa para irse con otra y desterrándola. Medea le pide al rey que la reciba en Atenas al irse de Corinto.
La maga decide usar a sus hijos como instrumento de su venganza haciendo que le lleven a la nueva novia de su esposo dos regalos, un peplo y una diadema de oro. Con tales presentes Medea falsea su aceptación de la nueva situación. Con ambos regalos, se simbolizan el par de razones, la belleza y la realeza, por las que Jasón prefiere a su nueva amante, abandonando a Medea. Medea sabe que la joven novia no es más inteligente que ella y no va a desconfiar; entiende que es coqueta y no se resistirá a recibir los presentes. Como maga, conocedora de poderosos venenos, impregnará con ellos sus obsequios.
Medea va a asesinar a sus hijos. Aun sabiendo que su acción es impía y dolorosa, se impone su deseo de venganza por lo que considera un ultraje. Sin embargo, una asesina fría y sin entrañas no agrada al público de las tragedia, y por ello el dramaturgo la hace dudar del crimen que va a cometer. Empieza a vacilar y tener remordimientos pero enseguida entiende que si se arrepiente lo será por cobardía.
A través de los regalos Medea da muerte a la novia-princesa de Jasón y, también a su padre Creonte. Finalmente acaba con la vida de sus hijos. De este modo, la hechicera Medea huye de Corinto, refugiándose en Atenas donde será protegida por Egeo.
Las mujeres que matan sin haber perdido previamente la razón, son para Homero un ejemplo de maldad, la antítesis de la mujer considerada perfecta, pero en la tragedia esas mujeres asesinas son presentadas con gran profundidad psicológica, poseyendo, a pesar de sus acciones, algunos aspectos positivos. Estas perversas mujeres tienen siempre un determinado motivo: llevan a cabo sus acciones guiadas por la pasión, la de madre herida (Clitemnestra) o aquella de la mujer enamorada que es engañada (Medea). Así pues, las dos poseen razones, al haber sido humilladas por sus esposos.
Nunca son malvadas integrales, ya que manifiestan sentimientos humanos, cierta nobleza, a pesar de sus criminales actos, que siendo malvados son también inteligentes. Saben emplear las armas de mujer (frente a las que el hombre no sabe responder), fingiendo amabilidad y sumisión antes de actuar, para así sorprender a sus enemigos y tomarlos desprevenidos. Aunque la Clitemnestra de Esquilo obtiene un espantoso castigo al morir a manos de su hijo, pena además sancionada por los dioses, Medea logra escapar indemne y, se podría decir, triunfa en su empeño.
Semejantes paradigmas de maldad justifican la genérica opinión negativa sobre las mujeres en la Grecia de la antigüedad. Los poetas griegos se ciñen a la idea de la mujer sometida a las pasiones, exponente de peligrosidad, en contraste al mayor control y raciocinio, aunque no exento de ingenuidad, de los hombres. No obstante, estas mujeres asesinas representan un prototipo que no debe imitarse. Los rasgos de tal prototipo, ese de las mujeres asesinas (engaño, venganza, maldad razonada, astucia) conforman una contrafigura, suerte de negativo, de lo que la sociedad entiende que deben ser los roles de una mujer ideal; esto es, sinceridad, abnegación, sumisión, ingenuidad, bondad sin limitaciones. Esta especie de lado oscuro femenino atrae a los poetas mucho más que los insípidos correlatos de la idealidad, aquella que señala al ama de casa y a la abnegada esposa.
En fin, la perversidad al igual que el heroísmo son aspectos presentes en nuestro propio ser.
Prof. Dr. Julio López Saco
UM-AEEAO-UFM, junio, 2023.
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