Imágenes, de arriba hacia abajo: Áyax, Perséfone y Sísifo en el Inframundo, en un ánfora ática de figuras negras, datada aproximadamente en torno a 530 a.e.c.; Staatliche Antikensammlungen, Berlín; pintura de Peter Paul Rubens, titulada Aquiles siendo sumergido en la laguna Estigia, realizada entre 1630 y 1635 y; una crátera de cáliz de figuras rojas, con Odiseo convocando a las sombras del inframundo; hallada en Pisticci, Lucania, y datada entre 390 y 380 a.e.c.; atribuida al pintor Dolón.
Existen tres conceptos clave a lo largo de la Antigüedad referidos al futuro post mortem de los seres humanos. Se trata del culto a los muertos, la gloria imperecedera y la idea de que el fallecimiento es un viaje. El culto a los fallecidos, culto a los antepasados (rasgo primordial de la religión romana), se centra en su poder de afectar a las personas vivas con su presencia eventual, no en el destino que les espera al morir. Los muertos que no completan el proceso, por fallecer antes de tiempo o por no ser inhumados, suelen presentarse ante los vivos en sueños o en apariciones que provocan intranquilidad y temor. Habitualmente, se presentan entre los familiares más cercanos o entre las personas socialmente afines. Debe recordarse que en el mundo romano el muerto se unía a los manes, deidades menores protectoras de las familias o incluso de toda la comunidad.
En Roma como en la antigua Grecia, el culto a los ancestros se preservaba porque lo llevaban a cabo grupos (tribus, fratrías, familias o polis), que lograban cohesionarse a través de este tipo de prácticas rituales. En tal sentido, los antepasados se honraban de modo conjunto, en tanto que el culto a los héroes, aunque se podía practicar colectivamente, acostumbraba a llevarse a cabo de forma individual, siendo clave en la deificación post mortem de los soberanos helenísticos. La vertiente pública del culto a los muertos se basaba en aceptar de manera natural el culto privado a los antepasados perecidos.
La gloria imperecedera, kleos aphthiton en su formulación épica, como gloria que no se marchita, es un concepto característico de la poesía indoeuropea que se hizo tópico en los epitafios, la oratoria y la poesía grecorromana. La memoria o el recuerdo que los fallecidos dejan en las siguientes generaciones garantiza una determinada posteridad. Fue precisamente la poesía épica, que difunde la idea de la gloria inmortal de los relevantes personajes del pasado heroico, la responsable de fomentar en Grecia, en la época del surgimiento de la polis, el culto a los héroes como protectores de esas ciudades-estado. La inmortalidad heroica, gloria imperecedera que se plasma en un solemne duelo, en un memorable funeral y en una hermosa tumba, claramente visible, se solapará así con el concepto de una pervivencia después de la muerte.
El deceso se concibe en su espacialidad como un viaje en dirección a un lugar concreto, la región de los muertos. El ir, descender o trasladarse al Hades, se configura como una imagen que surge del universo físico y perceptible, siendo un desplazamiento espacial por el cual una cultura, expresada en su lengua, concibe una realidad “otra” inaprensible por los sentidos, intangible, caso de la muerte y la ultratumba. Este Hades es variable, en tanto que no es el mismo el homérico que el neoplatónico, si bien mantienen la concepción de que la muerte implica la marcha hacia otro lugar o espacio. Mientras la gloria inmortal y el culto a los muertos se orientaban a la presencia de los fallecidos entre los vivos, influyendo en este mundo de modo maléfico o benéfico y siendo objeto de relatos y poemas, el viaje del muerto hasta las regiones inframundanas se centra en el destino del fallecido tras la muerte, independientemente del mundo de los vivos. Culto a los muertos y gloria imperecedera poseen una dimensión pública y colectiva, mientras que la especulación escatológica es eminentemente individualista. El culto a reyes, héroes o muertos en general posee una evidente función cohesionadora política y social; además, la gloria poética de los héroes se mantiene activa en la memoria colectiva de una comunidad (por medio de un héroe local), o en todo el ámbito griego (con los héroes panhelénicos).
Las glorias locales o patrias, así como los recitales públicos y el culto heroico, mantendrán un sentido de interés para el grupo, con la finalidad de preservar la inmortalidad de la glorificación heroica en la memoria colectiva de la población. En cualquier caso, la formulación y difusión de los conceptos de ultratumba fueron los poetas y los filósofos, no las ciudades ni sus reyes, lo cual señala su relevancia en la imaginación artística y personal. Y es que las ideas escatológicas suelen referirse a individuos (excepcionalmente a grupos, como la heroización colectiva de Platea, o los cultos mistéricos, por ejemplo) un factor destacable en el marco de la religión griega o romana, ambas orientada hacia una dimensión colectiva y cívica. Así pues, el individualismo del viaje personal hacia el reino de la muerte coincide y se vincula con las visiones colectivas del mundo de los seres vivientes. En tal sentido, el Más Allá delimita y configura al Aquende.
Desde los poemas homéricos y durante toda la Grecia arcaica, las almas de los muertos iban a un Hades oscuro, penoso, sin actividad física ni mental, pero desde el siglo VI a.e.c. comienzan a verse una serie de ideas sobre un destino diferenciado en el Más Allá, en donde se compensarán las injusticias mundanas. La revalorización del alma, en manos de presocráticos como Empédocles o entre los pitagóricos, se vislumbra a través de un ciclo de reencarnaciones destinado a purificar el alma. Estas ideas influyeron la escatología platónica y ayudó a la expansión de los cultos mistéricos tradicionales, orientados en destacar la esperanza en una felicidad ultramundana.
El rito principal asociado con la muerte es la inhumación y el funeral del fallecido, lo cual supone la visión del deceso como un proceso de acompañamiento a una morada o vivienda subterránea. En tal sentido, la falta del entierro es algo perjudicial tanto para el difunto, pues sin la inhumación no puede descansar, como para los vivos, en tanto que el alma sin reposo de ese fallecido se dedicará a perturbar a las personas vivas. Este ritual funerario es, en realidad, un rito de paso, ya que se produce con la muerte un cambio total de estatus, una metamorfosis verificable en un cambio temporal, espacial e incluso de identidad. Este viaje post mortem al inframundo es una suerte de descenso ritual al subsuelo (una caverna, una cámara, una sala).
Desde una perspectiva mitológica, el espacio que ocupa el Más Allá suele ser contemplado como un lugar al que ni las personas vivas ni la luz solar pueden acceder. Este sitio, normalmente subterráneo, llegaría a ser en la época clásica, una espacio celeste separado del resto por agua: lagunas, como la Estigia; ríos caso del Pirigefletonte, Aqueronte o Cócito e, incluso, el Océano. Lugar absolutamente distinto al de los vivos, es una otredad enfatizable por medio de la inversión o la exageración de las normales categorías imperantes en la esfera vital. La invisibilidad de este lugar, también denominado Tártaro o Arverno, característica presente en la propia palabra Hades, coincide con sonidos y olores propios de ese ámbito. El dirigente del Hades es una deidad que gobierna de modo absoluto, gestionando el espacio al repartir a los difuntos en sus respectiva residencias. Pero también habitan allí, al margen de los difuntos humanos, criaturas y monstruos encargadas de mantener aislado este Allende del mundo de los vivos. Son centinelas que no dejan ningún resquicio a los muertos para una posible vuelta e impiden la llegada de los vivos. En los juicios escatológicos estas entidades terroríficas suelen desempeñar el rol de ejecutoras de castigos y sanciones imponentes.
En los poemas homéricos los difuntos comparten destino, salvo Menelao, pero posteriormente se considerarán destinos diferenciados, lo cual supone privilegios para aquellos que han tenido determinadas conductas o seguido específicos rituales durante su vida. Precisamente, el juicio en el Hades es la imagen de la diferenciación paulatina de los destinos de las almas a partir del comportamiento que el vivo haya tenido en vida. En la Odisea es el cretense rey Minos el juez de los muertos, mientras que ya en Platón (Gorgias), es el juez supremo de las almas pero acompañado de otros dos jueces, Ëaco y Radamantis.
En el mundo antiguo ha existido una escatología locativa y otra utópica. La primera implica el mantenimiento del mundo de los muertos apartado del de los vivos para evitar cualquier tipo de contaminación, mientas que la segunda supone concebir una victoria sobre la muerte. Ambas concepciones se encuentran proyectadas en los mitos. Así, la escatología locativa necesita sustituir un fallecido por otro como condición para su liberación (por ejemplo, Inanna por Dumuzi), siendo una tipología predominante en la Grecia arcaica y en Mesopotamia; mientras que la utópica se observa en las historias en las que se rescata a alguien del mundo de los muertos sin que exista compensación alguna. Esta última es característica del antiguo Egipto, aunque en Grecia acabó por tener presencia gracias a corrientes filosóficas y religiosas como el pitagorismo o el orfismo, así como por determinados cultos mistéricos. El mito de Alcestis representa en Grecia la transición entre la escatología locativa y la utópica. La idea escatológica utópica será definitiva en el cristianismo, en el momento en que Cristo conquista, para siempre, el mundo de los difuntos, si que quede espacio para la muerte.
La imagen característica del Hades se configura por medio de historias de descensos en ciertos momentos específicos ubicados en un pasado tiempo mítico, en el momento en que un héroe debe bajar como requisito para cumplir alguna misión, como encontrar un objeto, rescatar a alguna persona (una amada, como Sémele o Eurídice) o sacar a alguno de los moradores habituales del Hades (como hace Heracles con Cerbero). Pero también ese bajada al inframundo puede deberse a la búsqueda de una especial conocimiento que solamente los fallecidos poseen, puesto que los muertos se consideran conocedores del tiempo futuro y del pasado, en tanto que carecen de las imitaciones temporales de los vivos. En estas catábasis, algunos elementos propios de esta geografía del Hades son la Rosa Blanca, que brilla en un paisaje oscuro y lóbrego, las Puertas del Sol, que implican un ocaso vital y geográfico, y el País de los Sueños, que asocia íntimamente el mundo onírico con el de los fallecidos.
La consulta a los difuntos, mediante necromancias o de sueños por parte de las personas corrientes o a través de catábasis por los grandes héroes, se convierten en relevantes. Incluso podría existir un objetivo mayor: conquistar el Allende, como tal vez quiere llevar a cabo la mencionada Inanna sobre el reino que domina con puño de hierro la diosa Ereshkigal.
No obstante, conocer el Hades, cuya sociedad es la inversa a la del mundo de los vivos, también pude lograrse por medio de relevaciones sobrenaturales o a través de muy breves contactos con los fallecidos. En cualquier caso, el héroe que desciende en su fabuloso viaje al inframundo representa un anticipo de aquello que los seres humanos hallarán al morir. En este sentido, la muerte es un descenso del alma, en un viaje hasta el Hades en el que hay que superar dificultades y que, posteriormente, será concebido como el recorrido necesario tras el deceso que conduce a un feliz destino. Además, en contra de la muerte como aniquilación absoluta se puede solicitar el favor divino a través de la inmortalización, aunque no sea un recurso generalizable para todo el mundo.
Bibliografía básica
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Prof. Dr. Julio López Saco
UM-AEEAO-UFM, diciembre, 2024.
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