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1 de julio de 2021

Instrucción y consejo. Hombre, moral, política y Estado en la antigua China


Imágenes, arriba, edición del Hanfeizi de la Hongwen Book Company (Guangxu), de época Qing. Museo Provincial de Hunan; abajo, retrato anónimo de Mencio, National Palace Museum, Taibei, Taiwán.

Entre el diverso conjunto de corrientes de pensamiento chino de la antigüedad, deseamos destacar, y en esta oportunidad analizar brevemente, el ideal de la bondad humana en Mencio, contrapuesta a la maldad en Xunzi, la teoría estatal de Mozi y, finalmente, la practicidad de legalismo de Han Feizi. Todo ello en un marco cronológico que abarca desde el siglo V al III a.e.c.

Al igual que creía Confucio, Mencio (Mengzi, 孟子 372-288 a.e.c.) pensaba que el hombre superior, verdadero sabio, debía cultivar la benevolencia, virtud suprema, y debía también anteponer la rectitud, el deber, al interés provechoso. Mencio establecía que la naturaleza humana estaba conformada por un conjunto heterogéneo de deseos, apetitos y tendencias espontáneas, lo cual nos asemeja a los animales.

No obstante, existe una diferencia esencial respecto al mundo animal, que es el corazón (xin), justamente lo que el hombre superior cultiva y el común ignora. El corazón, que piensa y delibera, puesto que es el órgano del pensamiento, contiene cuatro sentimientos naturales, raíces de las virtudes y de las tendencias morales que son el fundamento de la bondad innata del hombre: la compasión, que espontáneamente nos conduce hacia la benevolencia; la vergüenza, que nos lleva hacia la rectitud; el respeto y la modestia, que es el camino hacia la urbanidad, las formas, la etiqueta y el cumplimiento ritual; y el sentir lo que está bien o mal, inicio del camino de la sabiduría. Estos sentimientos, raíz de las virtudes innatas en el hombre pueden, sin embargo, agotarse y llegar a desaparecer, lo que implica, necesariamente, su continuado cultivo.

Las virtudes morales son congénitas a la naturaleza humana. El mal procede de la ofuscación del entendimiento, de ahí la imperiosa necesidad, dice Mencio, de practicar la autodisciplina. El fundamento naturalista en Mencio se convertirá, finalmente, en una especie de utilitarismo.

Para Xun Kuang (Xunzi, 荀子 312-238 a.e.c.) el hombre es malvado por naturaleza, incontrolado, egoísta, y por eso debe, utilizando un mecanismo artificial, educarse con esfuerzo consciente y dedicación, así como disciplinarse en el seno del marco social para adquirir la bondad. En este sentido, se hace necesaria la influencia civilizadora de la legislación, de los ritos y de la virtud de la rectitud.

No obstante, aunque el ser humano no es bueno por naturaleza, si es, en cambio, inteligente, y posee un corazón que piensa, mecanismo que le puede servir para sobreponerse a sus impulsos naturales innatos y así alcanzar la bondad. Esta evidente negación de la filosofía de la naturaleza humana es una filosofía positiva de la cultura, puesto que todo aquello valioso, bueno y útil en el hombre es resultado directo del propio esfuerzo humano, un producto, por tanto, cultural. La bondad reside en el ordenamiento cultural que logramos imponer sobre el caos de nuestras tendencias espontáneas naturales.

En general, el hombre es un ser que desea todo de manera espontánea, al igual que los animales, factor por el cual tendemos a la pelea, la disputa, el conflicto. Es a través de la moralidad, las costumbres y las ceremonias, que establecen límites definidos, así como mediante la repartición de rangos, derechos y obligaciones, como podemos frenar nuestros impulsos naturales. Adquiridos estos buenos principios, y asimilados por el corazón humano, se convierten en una suerte de segunda naturaleza, de modo que aunque no podemos evitar los deseos naturales intrínsecos al ser humano, si podemos, por lo menos, evitar seguirlos en el futuro.

El hombre necesita imperiosamente organizarse para sobreponerse a las demás especies animales, para domeñarlas y someterlas a su servicio. El ordenamiento social es el que, compensando la debilidad física frente a animales más fuertes o rápidos, nos hace gobernar sobre el resto de seres vivos. En definitiva, la superación humana de los deseos individuales se produce a través de la disciplina que impone la organización social a partir de la moralidad compartida; el hombre, una tormenta de tendencias anárquicas, debe someterse al imperio de la sociedad, la cual, mediante la represión, educa, domestica y canaliza, las tendencias humanas al desorden hacia una dirección que beneficie a todos, un beneficio general o colectivo, que es el verdadero bien. Así pues, la sociedad educa, las instituciones forman y la cultura triunfa sobre la naturaleza.

La manifestación, desde el nacimiento, de conductas  antisociales y egoístas solamente puede corregirse, en fin, a través de la influencia beneficiosa que ejerce el orden social. La sabiduría verdadera implica, por consiguiente, un entrenamiento moral, obtenido mediante la observancia de las normas rituales y las convenciones sociales. Estamos, así, ante una filosofía pragmática.

Mozi (Mo Di, 墨子 468-391 a.e.c.), por su parte, desarrolló una teoría del origen del Estado, según la cual éste surge de una suerte de pacto social que supera un previo y primigenio estado de anarquía y caos. Su razón de ser radicará en su utilidad, pues es el mecanismo esencial que contribuye al bienestar de la población, factor éste que supone entender al Estado al servicio de la moralidad (la política es, en el seno del pensamiento antiguo chino, una rama de la moral, aquella que se ocupa de las relaciones humanas esenciales, las del súbdito y el soberano).

En el principio de los tiempos, los seres humanos vivían en un Estado natural, caótico, anárquico, desordenado. El pueblo entendió la necesidad de un Estado para poder salir del caos, que se configura a partir de la presencia y acción de un primer soberano salvador, nombrado por el Cielo. El Estado creará el orden unificando los diferentes estándares individuales, lo que supone la existencia de una única opinión, la del monarca, que pone su absoluta moralidad al servicio del bienestar del conjunto poblacional, propiciando y patrocinando la humanidad, esto es, el amor universal y el provecho mutuo.

El jefe del Estado debe ser un líder moral, dar ejemplo de benevolencia y rectitud. En virtud de ello, únicamente el hombre superior o sabio puede ser un monarca apropiado, auténtico rey (wang). Se trata, en consecuencia, de un Estado totalitario y unificado al servicio de un ideal humanitario, que reconoce la habilidad, la virtud, el mérito y el talento para elegir a los funcionarios, obviando los privilegios aristocráticos previos.

El gobierno político debe estar centralizado, en tanto que los funcionarios tienen que ascender según sus méritos. De esta forma se beneficiaba a todos los grupos sociales, en función de un principio de amor universal. El pensamiento de Mozi, por lo tanto, enfatiza el racionalismo con una poderosa orientación lógica.

Los denominados “hombres de métodos”, caracterizados por su realismo y por su practicidad política, asesoraban a los príncipes en una época en la que el feudalismo de interrelaciones familiares Zhou se desmoronaba y China estaba inmersa en una lucha sin cuartel entre varios Estados. Estos hombres ofrecían métodos adecuados para la correcta dirección estatal, señalando que el éxito del soberano no estaba vinculado con su expresa virtud moral, sino con su sapiencia a la hora de aplicar un mecanismo adecuado. Esto suponía el desprecio de la anquilosada ritualidad anterior, el abandono de la tradición y su sustitución por leyes promulgadas de modo público, que todo el mundo debía obedecer aunque fuesen impuestas por el soberano.

La justificación filosófica de este método y doctrina, que cimienta una filosofía política, fue llevada a cabo por Han Feizi (韩非子 280-233 a.e.c.). Los problemas de esta época convulsa, denominada Reinos Combatientes (484-221 a.e.c.) debían afrontarse, en consecuencia, mediante una vuelta a las reglas conductuales pasadas, sin emplear ningún tipo de moralismo utópico. Tres son los factores que debían tenerse en cuenta: fa, las leyes por las que el Estado puede ser regulado; shi, el poder del soberano, que respalda y asegura la vigencia y aplicación de la legislación; y shu, la habilidosa manipulación sobre la población para lograr imponer las leyes. Tal manipulación se alcanza al dosificar premios y castigos; nobles y señores feudales eran regulados por el li, las buenas costumbres, ceremonias y el comportamiento caballeroso, mientras que la gente común lo era por los xing, castigos, penas. El mundo sólo es gobernable de acuerdo a la naturaleza humana, en la cual hay sentimientos buenos y malos, de placer y de disgusto, de modo que los premios y castigos son efectivos en igual relación, motivando que órdenes y prohibiciones se cumplan a rajatabla.

Han Feizi propone, en esencia, un conductismo político por el que la población es condicionada a portarse adecuadamente, según las leyes estatales, y mediante la amenaza de sanciones castigadoras. La población, en su totalidad, debe ser obligada a hacer lo que al Estado le conviene; para los que no lo hagan habrá severas penas y castigos, pues de otro modo no se asegura un Estado en perfecto orden. En este sentido, por tanto, el Estado que así se propugna es totalitario, y con dos orientaciones cruciales, la agricultura y la guerra.

Al margen de la milicia, la administración estatal y la agricultura ennoblecedora, únicamente restan comerciantes, artesanos, parásitos sociales (muchos de ellos filósofos y letrados confucianos), así como vagabundos, destinados todos ellos, en el fondo, a ser arrinconados y despreciados, cuando no a ser simplemente aniquilados.

Aboga Han Feizi, por consiguiente y en resumen, por una suerte de dictadura regulada por leyes impersonales que fortalezcan el Estado, sobre todo para la guerra. Un gobernante debe utilizar estrategias que le permitan mantener el control sobre las funciones legislativas, así como tomar las acciones necesarias para impedir la usurpación del poder por parte de los funcionarios, debiendo en todo momento mantener la autoridad suprema.

Se puede afirmar que desde la propia perspectiva de todos estos pensadores y filósofos arriba reseñados, la clave radicaba en hallar a un noble o a un gobernante valioso y digno a quien poder aconsejar. Se les ofrecía esencialmente instrucción y consejo.

Prof. Dr. Julio López Saco

UM-FEIAP-UFM, julio, 2021.

Bibliografía básica

Chan, A.K.L., Mencius: Contexts and Interpretations, University of Hawaii Press, Honolulu, 2002

Cheng, A., Historia del pensamiento chino, edic. Bellaterra, Barcelona, 2002

Fraser, Ch., Mozi. The Essential Mozi. Ethical, Political, and Dialectical Writings, Oxford University Press, Oxford, 2020

Goldin, P.R., Rituals of the Way: The Philosophy of Xunzi, edic. Open Court, Chicago, 1999

Graham, A.C., El dao en disputa. La argumentación filosófica en la China antigua, edic. FCE, México, D.F., 2013

Mosterín J., Historia de la filosofía. La filosofía oriental antigua, Alianza edit. Madrid, 1983

Shun, Kwong-loi, Mencius and Early Chinese Thought, Stanford University Press, Stanford, 1997

Wade, D., Breve Historia de la Filosofía Oriental. Las principales disciplinas y sus fundamentos, edit. Andrómeda, Buenos Aires, 2007

Wang Tianhai, Xunzi jiaoshi, 2 vols., ed. Guji, Shanghai, 2005 

 

15 de junio de 2021

Personalidades de la antigüedad en China e India




Imágenes (de arriba hacia abajo): ilustración de Qinshihuang en un álbum coreano del siglo XIX, hoy en la British Library; rollo colgante pintado sobre papel de Zhang Lu, de época Ming, que muestra a Laozi montado sobre un búfalo de agua. Museo del Palacio Nacional, Taibei y; relieve de Amravati, del siglo I, que probablemente representa al rey Asoka. Museo Guimet de París.

A pesar de una numerosa presencia de personalidades relevantes en ambos ámbitos geo históricos, se hará énfasis en algunos de los más conocidos, estudiados y sobre los que hay mayor documentación histórica. Es así tanto en el ámbito de la política como en el de la sociedad y la cultura. En el caso de China, fijaremos la mirada en el Primer Emperador, Confucio, Laozi y el emperador Han Wu Di, en tanto que en el de India, se tratarán prestigiosas personalidades de la historia antigua, concretamente los referentes de las dinastías Maurya y Gupta, Asoka, Chandragupta y Samudragupta, respectivamente. 

Qin shi Huangdi es el nombre del primer emperador de China, primer gobernante de la dinastía Qin (221-210 a.e.c). Durante el período de los Estados Combatientes, a fines de la dinastía Zhou Oriental, el reino de Qin fue el que alcanzó el poder derrotando a otros seis reinos, gracias a su superior desarrollo militar y a su organización socio-política. El rey Ying Zheng (nombre verdadero del emperador), después de la unificación, en 221 a.e.c, se proclamó emperador (huang di, "augusto emperador”. Considerado un déspota, estableció un estado unificado, centralizado y burocrático. Aconsejado por un ministro de nombre Li Si e inspirado en la filosofía legalista creada en el siglo III a.e.c. por Han Fei, organizó un sistema centralista cuyo eje fue la aplicación de la ley mediante un código de premios y castigos. Su intolerancia originó la persecución de los seguidores de Confucio y la quema de libros confucianos. Unificó también los diferentes sistemas de escritura existentes en un único estilo. Estandarizó pesos y medidas y estableció la unidad monetaria. Dividió el imperio en treinta y seis comandancias, gobernadas por un gobernador civil, otro militar y un inspector imperial (delegado del gobierno). A su vez, estas comandancias se subdividían en condados, gobernados por magistrados que dependían del delegado del gobierno. Ningún cargo era hereditario.

Construyó una red viaria que convergía en la capital, Xian. Mandó construir la Gran Muralla para reforzar la frontera norte y defenderla de los ataques de poblaciones nómadas. El historiador Sima Qian cuenta en sus Memorias históricas, la obsesión de Qin Shi Huang Di por la inmortalidad. Se hizo rodear de alquimistas, astrónomos y médicos con la pretensión de que le ayudasen en ese propósito. Su obsesión, unida al gusto por lo monumental y la magnificencia imperial, dio como resultado la construcción de una enorme tumba cerca de Xian, la que hoy se conoce por los guerreros de terracota.

Confucio, nombre dado por los jesuitas al llamado Kong Fu zi (maestro Kong); fue un letrado y pesador chino nacido en el Estado de Lu, en Shandong y que vivió entre 551 y 479 a.e.c. De familia noble, alternaría periodos en los que ejerció de maestro de otros con etapas en las que sirvió como funcionario. Sus preocupaciones principales fueron de orden moral, tanto en lo que respecta a la orientación de las conductas privadas como a las normas del buen gobierno. La moral se basaba en el altruismo, la tolerancia, el respeto mutuo, la armonía social y el cumplimiento del deber y el ritual, sobre todo la piedad filial. Su filosofía moral contribuyó a modelar la sociedad y la política chinas sobre una base común. Entendía que el pueblo debía someterse a las autoridades, si bien rechazando las actitudes tiránicas. Los súbditos debían obediencia al soberano, pues el Estado existía para buscar el bien de los gobernados; pero los gobernantes debían gobernar también según los rectos principios éticos, aplicando el ejemplo moral y no la fuerza bruta. Estos pensamientos conforman la base del confucianismo (escuela de los letrados o Ru Jia), que es más una ética que una religiosidad. El confucianismo se convertirá en la filosofía oficial del Estado con los dinastas Han. Desde esa época el sistema para seleccionar el personal funcionarial del Estado se haría mediante oposiciones en las que se seguía el estudio del pensamiento de Confucio. Fue, así, un pilar de la formación del hombre culto, al que se abrían las puertas de la burocracia y la promoción social.

Laozi es la denominación de un pensador chino que presuntamente vivió entre los siglos VI y IV a.e.c. Se duda, no obstante, de su existencia real, pues incluso su nombre, Laozi, responde únicamente a un título que significa viejo maestro, además de ser la denominación de un tratado a él atribuido. Por otra parte, se contaba su mítico nacimiento, ya siendo mayor en el seno de su madre. Una tradición le hace contemporáneo de Confucio, mientras que otras indican que trabajó como bibliotecario en Luoyang, la capital de la dinastía Zhou durante el periodo de los Reinos Combatientes (siglos V y IV a.e.c.). En cualquier caso, su relevancia radica en haber sido el autor del Daodejing, Libro sobre el camino y la virtud, desde el que arranca la filosofía taoísta. Aquí propone una filosofía laica y una moral individual que se centra en seguir el camino de la naturaleza (el Tao); en tal sentido, recomienda las virtudes de la sencillez y la naturalidad, censurando la ambición de poder y riqueza. Por ello, advierte a las autoridades que intervengan lo menos posible en la vida de sus gobernados. Con posterioridad, esta filosofía laica se transformaría en una religiosidad, a partir de otras influencias populares.

Wudi, o emperador Wu de la dinastía Han (206 a.e.c. a 220), vivió a caballo de los siglos II y I a.e.c. Bajo el reinado del “Emperador Guerrero” (140-87 a.e.c.) alcanzó la dinastía su máximo esplendor. Su política exterior facilitó la expansión de los territorios imperiales. Esta expansión territorial propició la conquista de Corea a fines del siglo II a.e.c., de las zonas de Annam (parte de Vietnam), de Xinjiang y de la Fergana (hoy en Uzbekistán). En 133 a.e.c., Wudi inicia una campaña contra los nómadas xiongnu, cuyas incursiones amenazaban el poder Han. Los derrota logrando de este modo el dominio de la denominada Ruta de la Seda. Convirtió la filosofía política de Confucio en una suerte de ideología social estatal dentro de la administración imperial.

Asoka, hijo del rey Bindusara, es el nombre del tercer emperador de la dinastía Maurya, que unificó y gobernó casi toda India, parte de Afganistán y Pakistán entre los siglos IV y II a.e.c. Con capital en Pataliputra (hoy Patna), el reino se fue expandiendo gracias al poderío militar, hasta que Asoka logró unificar todo el territorio de la India por primera vez en la historia. Las crónicas de la época recogen episodios, probablemente legendarios, sobre el rey, al que apodaron Chanda Ashoka o Asoka el cruel. El peregrino budista chino Fa Xian menciona la tradición de que Asoka había hecho construir un jardín amurallado, en el que torturaba a la gente. No obstante, el relato principal en estas crónicas es el que alude a la conversión al budismo de Asoka después de finalizar las conquistas maurya. La conquista militar del reino de Kalinga, en el actual estado de Orissa, hacia 262 a.e.c., que supuso la muerte de miles de personas y la deportación de una gran cantidad de enemigos se convirtió en la causa de su conversión religiosa, al entender que la conquista de un reino significaba muerte, destrucción y desventura. El rey y su séquito peregrinaron a Sarnath, en las afueras de Varanasi (Benarés), lugar en donde Buda había ofrecido su primer sermón. Desde ese momento se le conoció como Dharma Asoka o Asoka el piadoso.

El rey mandó grabar sus edictos, con las doctrinas del dharma y, sobre todo, con los preceptos morales budistas, en pilares en piedra que ubicó en los lugares santos del budismo, en los pasos de montaña y en las regiones fronterizas. Fundó monasterios, santuarios y hospitales propiciando que los súbditos peregrinasen a los lugares santos de India. Incluso envió misiones proselitistas a Sri Lanka además de embajadores hasta las cortes de Occidente, como la de Ptolomeo II Filadelfo en Alejandría. Encarnó, por tanto, el ideal budista del monarca universal, chakravartin, aunque a su muerte se debilitó el Estado, decayendo el imperio.

Chandragupta, fue un monarca de India (entre 320 y 298 a.e.c.), fundador de la dinastía Maurya y gobernante del reino de Magadha, tras destronar a la dinastía Nanda. Conocido por los griegos como Sandrocottos creó, desde el norte de India, el primer gran imperio indio, posteriormente extendido por su hijo Bindusara y su nieto Asoka. Pudo haber combatido a Alejandro Magno, aunque luchó con seguridad contra Seleuco I Nicátor (305 a.e.c.), logrando el control de Beluchistán y Afganistán. Al margen de la victoria Chandragupta contrajo matrimonio con una hija de Seleuco, quien enviaría a la corte de Pataliputra como embajador a Megástenes, autor de una obra, Indika, que nos ha permitido conocer la corte Maurya. La dinastía Maurya configuró un imperio centralista. Estaba dividido en cinco virreinatos, y cada uno de ellos en distritos, contando con un cuerpo de funcionarios encargados de la administración y la justicia. Además existía un cuerpo diplomático, a través del cual se enviaron embajadores a Occidente, al sur de India y a Sri Lanka, un hecho que favoreció el desarrollo del arte, con influencias persas, las tradiciones populares y el establecimiento del budismo. Según una leyenda el rey se haría monje exiliándose en el sur de India, donde moriría.

Samudragupta, fue el primer gobernante de la dinastía Gupta en India (entre 320 y 510), gobernando entre 330 y 380. Hijo de Chandragupta I y de Kumaradevi, una princesa Licchavi, fue considerado el rey ideal y el guerrero heroico que además cultivaba las artes, como la poesía o la música. El reino, que abarcaría desde Uttar Pradesh hasta los límites de Bengala,  fue expansionado por él en una serie de campañas militares. Tras derrotar a los Pallava y a otros reinos meridionales, restituye sus gobernantes aunque con la obligación de pagarle tributo. Recibiría homenaje también de regiones como Assam, Nepal, de diversas tribus de Rajastán y de la sección oriental del Punjab. Las inscripciones en monedas y en los pilares de Asoka en la localidad de Allahabad nos muestran a un Samudragupta devoto del dios hindú Visnú. Se podría decir, en tal sentido, que tanto él como sus sucesores serían los responsables de la consolidación del brahmanismo como código de comportamiento social y como un sistema teológico que todavía es imperante en la India actual.

Prof. Dr. Julio López Saco

UM-FEIAP-UFM, junio, 2021.

1 de octubre de 2019

Sentimiento en la poesía china de los Siete Sabios del Bosque de Bambú


A diferencia de las concepciones románticas de los sentimientos internos, muchos poemas chinos tienden a presentar los sentimientos como algo vivo, manifestados  a través de los intercambios interpersonales en situaciones específicas. Un tema frecuente será el de los placeres de la buena compañía, sobre todo entre los grupúsculos sociales, como el muy conocido de los Siete Sabios del Bosque (Huerto) de Bambú. Este grupo de excéntricos literati se reunía para beber, disfrutar del paisaje, escribir poesía y, naturalmente, engranarse en aquello que se llamó la conversación pura. Con un evidente deseo de escapar de los engorrosos enredos políticos, celebraban sin pudor la simple vida rústica y los placeres más hedonistas.
El poeta más significativo del grupo fue Ruan Ji (primera mitad del siglo III), cuya obra (Cantando mis Sentimientos), privilegiaba la emoción emparejándola con la reflexión filosófica. En unos pocos de estos ochenta y dos poemas, Ruan celebra la decisión de un antiguo conde de época Qin, quien dedicó el resto de su vida a plantar y recolectar melones. Esta poesía bucólica y contemplativa sirvió, también, como mecanismo de protesta política. La tradición confuciana llegó a aplaudir la crítica contra los gobernantes como un esfuerzo real para mejorar el Estado, si bien, en la realidad, los oficiales que osaban vociferar sus críticas solían ser exiliados a lugares distantes e inhóspitos. Si la persuasión o la protesta no obtenían apoyos, el virtuoso podía “retirarse” a la naturaleza.
De este modo, un buen oficial confuciano podría llegar a ser una suerte de “recluso” (erudito escondido), retirándose de la persecución de la fama, el poder y la riqueza del ambiente mundano. Estos deseos conflictivos, entre participar en la sociedad y recluirse en la naturaleza, marcan numerosos poemas de Tao Qian (siglos IV-V, poeta más conocido por el nombre Tao Yuanming). Fue el más célebre de estos caballeros escondidos, y el que inventó eso que se denominó “poesía de los jardines y los campos” (esto es, la poesía bucólica).
La serie de tres poemas de Tao, Sustancia, Sombra, Espíritu, presenta el conflicto entre la ambición mundana y los simples placeres. Lo presenta como un debate entre las diferentes partes del yo. En primer término, (la Sustancia se dirige hacia la Sombra), la sustancia lamenta la inevitabilidad de la muerte, ante la cual propone una respuesta hedonística: nunca rechazar un vino; en segundo lugar (la Sombra respondiendo a la Sustancia), la sombra concede que el vino destila confort, pero que no debe ponerse a la altura de la realización de buenas obras (artífices, al final, de que el nombre perdure tras la muerte en la posteridad); finalmente, en la Exposición del Espíritu, éste intenta resolver el conflicto. ¿Cómo?. Argumentando del siguiente modo. El vino puede acortar la vida humana, cierto (si se consume en exceso, claro), pero al preguntarse quién recordará la muerte de uno mismo señala que no queda más que aceptar el destino sin preocupaciones, degustando un buen vino en condiciones. Diría que se destila aquí sabiduría pura.

Prof. Dr. Julio López Saco
UM-FEIAP, octubre, 2019