Harmodio y Aristogitón, copia romana a partir del original griego de Kritios y Nesiotes. hacia 477 a.C. Museo Archeologico Nazionale de Nápoles.
El
legislador Solón había remediado ciertas injusticias cuando eliminó las
hipotecas sobre la tierra y abolió la esclavitud por deudas, pero la
consolidación de las estructuras sociales y económicas de la polis, así como la
imposición de la autoridad del Estado fue obra del tirano. La forma de gobierno
denominada tiranía aparece a mediados del siglo VII a.C. en muchas polis como
un mecanismo para solventar una serie de necesidades. En el marco de la stasis el tirano se presenta como un
auténtico caudillo popular que se hace con el poder por la fuerza,
ejerciéndolo, inicialmente, contra la aristocracia. En una mayoría de casos, el
tirano surge de entre la aristocracia, imponiéndose sobre sus pares gracias a
grupos de leales y mercenarios y con la anuencia del pueblo.
Algunos
de estos personajes, y hasta dinastías de tiranos, fueron comunes durante esta
época. El rey Fidón en Argos instaura un gobierno autocrático y, muy
probablemente, impulsa una reforma hoplítica; los Cipsélidas (Cipselo y
Periandro), quienes expulsan al clan de los Baquíadas, dominaron Corinto con
mano férrea; en Sición fueron determinantes los Ortagóridas, esto es, Ortágoras
y Clístenes, mientras que en Megara, Teágenes se hizo muy popular y en el
Ática, en donde el regionalismo de las facciones y la poca operatividad de la
Constitución política soloniana se hicieron célebres, Pisístrato arrinconó a
los Eupátridas. Además, tanto en las islas del Egeo como en la costa de Asia
menor, el tirano demagogo también tuvo preponderancia, como el caso de Pítaco
de Mitilene, Lígdamis de Naxos o Trasíbulo de Mileto.
La
tiranía supuso una consolidación de las estructuras socio-económicas y culturales
de las polis en donde tuvo vigencia. Para paliar la crisis agraria, los tiranos
repartieron tierras confiscadas a sus enemigos políticos, prestaron aperos de
labranza para trabajar la tierra y promovieron la fundación de colonias con sus
familiares o allegados. Con ellos se instaura una paz social que estabiliza al
campesinado como clase, grupo social que será eje fundamental en los regímenes
isonómicos de las democracias y las oligarquías que se construirán
posteriormente. El régimen tiránico se instaló en lugares en los que la
economía urbana, sobre todo el comercio, se había consolidado. Bajo su
patrocinio, se crearon y consolidaron barrios de artesanos y de mercaderes. En
este sentido, por ejemplo, Periandro organiza los puertos de Corinto, Teágenes
erige un acueducto, Polícrates de Samos hace construir un túnel para trasladar
el agua al centro del caso urbano y los Pisistrátidas hacen de Atenas una
ciudad en toda su amplitud, al reorganizar el espacio sacro de la Acrópolis, al
ampliar el ágora y al construir el famoso barrio de artesanos del Cerámico,
entre otros logros. Así pues, con los tiranos se engrandecía el centro político
de la comunidad, con sus instituciones comunes para todos, y se reforzaba la
idea de Estado, marginando a los poderes o facciones locales.
Por
si fuera poco, surgió una ligera concepción financiera del Estado a través de
la recaudación de impuestos, las tasas aduaneras y la acuñación de moneda
oficial. Además, en el ámbito cultural los tiranos se prestigiaron al
convertirse en mecenas de artistas de todo tipo. Son los grandes animadores de
los cultos y fiestas de las polis y los verdaderos creadores de un hogar
espiritual para la población de la comunidad.
Los
tiranos cayeron en desgracia porque todo poder autocrático depende de las
cualidades, prestigio y carisma de su titular. Más allá de su inicial, e
indudable, popularidad, los tiranos se extremaron en sus comportamientos, sobre
todo en las tendencias represivas frente a amenazas individuales o de grupos,
lo que provocó que su dominación acabase por ser vista como odiosa,
despreciable. Además, con el tiempo se volvieron superfluos, banales, a ojos de
los ciudadanos, una vez que controlaron a la vieja aristocracia, quedando para
la posteridad como los precursores de una atrofia política.
En
Atenas, como en otras polis, fue un certero golpe de mano el que le puso fin a
la tiranía de Hipias, hijo de Pisístrato. La caída definitiva de los tiranos
pisistrátidas no fue obra del pueblo ateniense, sino de un clan, los
Alcmeónidas, apoyado en Esparta (que invade el Ática en 510 a.C.) y en el
prestigioso oráculo délfico. La vida política retomó el sendero de la
constitución timocrática de Solón (es decir, oligárquico), pero se
oficializaron también las luchas de las facciones por el cargo del arcontado
epónimo, ya que el demos estaba excluido de las magistraturas.
La
rivalidad se estableció entre Clístenes, cabecilla de los Alcmeónidas, e
Iságoras, quizá un Eupátrida, que había alcanzado el arcontado y tenía el apoyo
espartano. Clístenes, según Heródoto, incluyó al pueblo en su facción y con
ello en la ekklesía pudo imponer
ciertas leyes, que incluyeron la democracia. Ante este logro de Clístenes,
Esparta envió un contingente al mando de Cleómenes para auxiliar a Iságoras,
pero la población ateniense se movilizó para defender a Clístenes y lo que
representaba: la isonomía y la independencia. Libre de su oponente, Clístenes
pudo llevar a cabo reformas constitucionales, que trastocaron la praxis
política y establecieron un nuevo concepto de Estado. El Alcmeónida estableció
una nueva organización administrativa con nuevas magistraturas. El territorio
del Ática se dividió en tres zonas, costa, ciudad de Atenas e interior, treinta
circunscripciones (tritias) y un
número determinado de demoi o
ayuntamientos. Los ciudadanos se distribuyeron en tribus, cada una con tres tritia. Se mantuvo, por su prestigio y
tradición, el Consejo del Areópago, como garante de las leyes. Sin embargo,
para contrarrestar su conservadurismo, conformó dos instituciones: la boulé o Consejo de los Quinientos, y la ekklesía o Asamblea popular, (con poder
legislativo), para posibilitar la soberana participación ciudadana, al menos en
teoría. Para regularizar y hacer efectiva la ekklesía, antes las facciones organizadas o el absentismo, se hizo
menester la creación de la boulé, un
órgano auxiliar con criterios democráticos. La vida militar también fue
regulada siguiendo los mismos principios, pues cada tribu reclutaba una de las
diez unidades tácticas del ejército ateniense.
La
reforma de Clístenes emergió a partir de un espíritu isonómico, racional y
secularizado. El territorio ateniense se concibió como un abstracto geométrico
carente de regionalismos y se configuró en virtud de criterios de unidad e
igualdad política. Los ciudadanos conformaron también una abstracción
idealizada en la que votar, hacer la guerra y gobernar se convertía en un todo
unitario, con lo que las influencias, las clientelas y las tradicionales
presiones quedaban diluidas en el nuevo entramado administrativo. El ciudadano
se politizaba de modo continuado y se institucionalizaba el civismo en la polis
de Atenas.
Prof. Dr. Julio López Saco
Doctorado en Historia, UCV-Caracas
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