Aunque
los griegos de la antigüedad consideraron su cultura superior a otras, muchos
de sus habitantes admiraron culturas foráneas, particularmente la persa.
Heródoto, sin ir más lejos, demuestra en sus escritos una atracción por lo
persa, hasta el punto de acuñar el término philobarbaros,
es decir, amigo de lo extraño. La actitud griega hacia los persas fue, muy
probablemente, una compleja mezcla de fascinación y envidia. En Homero nunca
aparece la palabra bárbaro, ni como adjetivo ni como sustantivo. Solamente el
término barbarophônoi, que
significa de dicción bárbara, foránea, aparece, y en una única ocasión, en la
Ilíada, en concreto en referencia al contingente de los carios, que
luchan del lado griego.
No
fue sino hasta Los Persas de Esquilo,
escrita para las Dionisias urbanas de 472 a.e.c., cuando los bárbaros fueron
representados como un grupo estereotipado con una cultura homogénea. Este
cambio fue el resultado, muy probablemente, de la invasión persa a Grecia, un
evento que debió sembrar el pánico entre la población helena. El estereotipo
pronto empezó a difuminarse a través de las artes plásticas, notablemente en
las representaciones escultóricas que muestran las batallas entre Lapitas y
centauros. Los inocentes y oprimidos Lapitas simbolizarían a los griegos, en
tanto que los lascivos y agresivos, además de híbridos, centauros,
representarían a los persas. Es, en resumidas cuentas, el triunfo de lo
correcto sobre lo erróneo.
En
sentido genérico, los bárbaros eran aquellas gentes que no hablaban griego,
sino lenguas incomprensibles, al modo de los balbuceos ininteligibles. Los no
hablantes de griego eran excluidos de participar en los Juegos Olímpicos, y de
otras ceremonias panhelénicas, como el caso de los misterios de Eleusis. Únicamente
más tarde, con el paso del tiempo, bárbaro también adquirió el peyorativo
significado de bruto, salvaje e ignorante. El típico comportamiento bárbaro
incluía beber cerveza, vino y leche, llevar ropas afeminadas y practicar la
circuncisión. El propio Tucídides compara a los barbaros con los antiguos
habitantes de la Hélade por llevar armas con ellos e ir vestidos cuando se
ejercitan. Sin embargo, el mayor elemento portador, o generador, de barbarie es
la subyugante degradación que reside en el sometimiento de la población a un
solo hombre.
A
pesar de estas convenciones, no hay evidencia que pueda sugerir que los
bárbaros no fueron bienvenidos a cualquier polis, o que eran sometidos a
maltrato si viajaban por el mundo griego. De hecho, muchos bárbaros figuraron
prominentemente entre la población meteca
(extranjera) ateniense durante el siglo IV a.e.c.
Prof. Dr. Julio López Saco
UCV-UCAB. FEIAP-UGR. Junio del 2016.
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