Imagen. Tema del enfrentamiento del oso y el ser humano. Péchialet, Dordoña y Mas d'Azil, Ariége. Héroe solar que enfrenta a guardián del Más Allá en la figura del plantígrado. Su arcaica formulación sería, tal vez, el mito del hurto del fuego.
Los
recónditos espacios de las cuevas paleolíticas con presencia de actividad
estética humana pudieron ser los marcos expresivos de ceremonias y rituales,
así como de posibles escenificaciones de ideas y sucesos míticos. Hoy se sabe
que las figuras y los conjuntos con presencia de animales, humanos y símbolos
abstractos responden a patrones, y no fueron pintadas de manera aleatoria La
yuxtaposición temática sería el fundamento de un sistema dual.
El
mitograma, en la terminología de A. Leroi-Gourhan, aludiría
a hechos o presuntas narraciones míticas muy esquematizadas. Los conjuntos de la
figuración, zoomorfa y antropomorfa, añadida a signos de carácter simbólico en
las cuevas entrarían en esta categoría de mitogramas, al mostrarse conformados
por figuras agrupadas, por temáticas simbólicas que el especialista debe
concatenar. El modo de expresión pictográfico establece entre las distintas figuras
una trama, evocando con ello acciones que se adherirían a una dimensión
temporal. El mitograma sería algo semejante a un enunciado simbólico, si bien
no articulado narrativamente, y de ahí la dificultad intepretativa.
En
el intento de ofrecer un acercamiento hermenéutico a estas arcaicas imágenes y
útiles del Paleolitico se ha empleado la mitología lunar y solar como marco
clave. El tema mítico solar y lunar se ha tomado, por tanto, como referencia
simbólica, lo cual significa sostener que las sociedades de cazadores y recolectores
reconocían e invocaban divinidades y entidades sobrenaturales, entre las cuales
estarían los astros visibles más destacados, el sol o la luna. Estas deidades
serían plasmadas con forma animal. Los animales del repertorio temático del
arte paleolítico serían usados como emblemas de ambos astros. No se debe
olvidar que animales como el toro se asociaron a la luna en el ámbito del Mediterráneo
de la antigüedad, en tanto que el ciervo suele representarse en el arte de
finales del Paleolítico de la Península Ibérica al lado de símbolos solares. Del
mismo modo, otros animales, como el oso se ha relacionado directamente con la
luna, el invierno y la nocturnidad en las tradiciones ártico-siberianas,
mientras que el caballo se asoció al sol en poblaciones nórdicas, griegas o
hindúes.
Es
muy probable que las formas del mundo de la caza de estas épocas tan remotas
podrían emplearse como mecanismos transmisores de conocimientos trascendentes,
míticos o religiosos. Si se entiende que
la concepción del mensaje paleolítico expresado en el arte es diferente
a la realidad material, física, se puede pensar que los elementos que conforman
las manifestaciones de arte paleolítico
trabajan como ideogramas, como imágenes y símbolos que refieren otro concepto o
bien otra entidad distinto del evocado
directamente. El arte paleolítico, por tanto, no tendría una finalidad únicamente
estética, sino que haría las veces de medio de codificación conceptual y de
acontecimientos estrechamente vinculados con el mundo ceremonial y mítico. Por
mediación de detalles y acciones de los elementos figurativos se transmitirían contenidos
alegóricos.
En las antiguas
mitologías, la luna es
vista como un ser andrógino debido a lo variable de sus fases, mostrando
aspectos masculinos y femeninos. El aspecto menguante se relacionado con lo masculino,
y el aspecto circular con la gravidez femenina. Una unión de ambos principios
opuestos estaría presente en el formado por el cuerno y ojo del bisonte (el ojo
simbolizaría el órgano sexual femenino y el cuerno el falo). Aquí, la metáfora
de la unión genital evoca la unicidad de principios de la deidad lunar. Los bastones
perforados, por su parte, adoptan una morfología masculina, aunque destacando
en ellos un orificio. En los bastones destaca la morfología alargada,
combinada con el orificio, algo análogo al tema del cuerno-ojo. El orificio del
objeto desempeñaría una función en el mensaje que se quiso transmitir. Así, en
el bastón del abrigo de La Madeleine (Dordoña), se colocaron cuatro caballos en
fila, y entre ellos el orificio. La otra cara se decoró con otros tres équidos
en fila. Estaríamos delante del tema solar en su recorrido de varias etapas.
En
este sentido, los cuatro caballos aludirían a las cuatro direcciones solares y
también a las cuatro estaciones, mientras que los otros tres simbolizarían el
recorrido solar diario (nacimiento, cenit y ocaso). En bastones de las cuevas
de El Pendo y Valle se disponen cabezas de ciervas delante del agujero. Este
tema, el de la cierva que antecede a un caballo y al orificio se aprecia
también en el bastón perforado sobre asta de ciervo del abrigo Mège, Teyjat,
datado en el período Magdaleniense. El
orificio, aparte de funcional, transmite un significado al ser colocado tras
las cabezas de las ciervas, pues puede aludir al círculo y al Sol. La lectura
podría ser variada: tanto referir el diario nacimiento del sol, como aludir a
la anualidad estacional, en especial a la aparición del calor al llegar la
primavera. También podría significar la idea de la renovación, algo implícito en
el emblema con forma de sierpe. Todos estos conceptos pueden expresarse por
medio de una forma mítica, lo cual implicaría la presunta codificación de un
mito, un mitograma. No es casual que el relato maya de la primera aurora mencione
a los primeros humanos creados, fundadores de los cuatro linajes maya-quichés, espías
de Venus, pues emergió antes que el Sol. Tras quemar copal hacia el este, en
dirección al sol naciente, con el humo subiendo hacia el cielo, esperaron al amanecer.
Con el sol ya en lo alto, los animales se congregaron en las cimas de las
montañas y miraron al oriente.
En
los casos en los que la cierva precede
al círculo, al ciervo macho o al caballo, podríamos encontrarnos ante la evocación de un concepto, o tal vez de un
mito, referente al sol naciente. En este caso, la cierva, como Venus, anunciaría
el astro diurno. El bastón perforado evocaría una simbología doble, tanto la
lunar del soporte como la solar de la decoración del mismo. El humano del Paleolítico
aludiría, por consiguiente, a mitos y conceptos referentes a la oposición y
sucesión del día y la noche, verano e invierno, además del ciclo lunar. Esta
temática vendría reflejada en la asociación o yuxtaposición de caballos y
bóvidos, o por un caballo rodeado de bóvidos, cabras o mamuts.
Algunos
ejemplos de la cultura material paleolítica pueden entenderse como escenas que describen
acciones o aluden a ciertos rituales. Las mitologías antiguas señalan al toro o
al bisonte como el principio masculino, ser primigenio creado por la Diosa, a
la que fecunda. Este elemento masculino da origen, con la Diosa, a todo. Este referente,
que pudo estar presente en el
Paleolítico Superior explicaría
tradiciones posteriores, la del
perro en las mitologías americanas, la
del toro en el Mediterráneo (Zeus metamorfoseado en toro para seducir a Europa),
o la del oso en los relatos de zonas árticas. Sería el tema de la unión sacra
entre la Diosa y su hijo y esposo a la vez, el toro lunar.
En
la cueva de Los Casares se documentan escenas relativas a ceremonias de
purificación acuáticos, evidencia de prácticas chamánicas, de modo similar a
las efectuadas por chamanes siberianos en el marco de ritos de consagración. Si
la caverna se identificaba simbólicamente como la manifestación de la Gran
Madre, el ritual sería una bajada al ámbito de la Diosa, al útero femenino. En todo caso, no se puede afirmar que hubiese
una plasmación explícita de hechos míticos, puesto que los contenidos son
claramente simbólicos.
Un
probable encuentro mítico entre el ser humano y animales como el toro o el oso
es reconocible en ciertos paneles y objetos mobiliares, en los que se aprecian
escenas que tratan del enfrentamiento de un ser antropomorfo con uno de estos
animales. Escenas que muestran a un antropomorfo y a un oso se pueden ver en la
cueva de Péchialet (Dordoña), en la que dos humanos se oponen a un plantígrado,
así como en un rodete de hueso de Mas d ́Azil (Ariège), con un personaje
masculino en pugna con un oso. Conviene recordar que el oso se concibe como un
espíritu superior o una entidad sobrenatural que se asocia al chamán. En Péchialet las siluetas antropomorfas pueden
sugerir aves. La repetición de tales escenas indicaría que podría tratarse de
algún mito o de una ceremonia especial. En
la mitología aparece el mito del
héroe o pájaro solar que combate al guardián del Más Allá y de la noche, habitualmente
un oso o un toro. En ciertas ocasiones es conocido por mediación de su formulación
primitiva, la del mito del robo del fuego. En ciertos mitos se cuenta que un
oso es quien oculta el fuego al sol, o que provoca el frío (como entre los
Kaska de las Rocosas).
La
misión del chamán consiste en recuperar el fuego del sol. En un contexto
chamánico, se trata de un rito iniciático para buscar la luz, oculta en el inframundo, en la oscuridad
primigenia. El chamán, con forma de pájaro, debe robar la luz del sol perdida y
escondida en las profundidades inframundanas por la deidad de la noche. Así
pues, se aprecia una interrelación de hechos míticos, en tanto que el motivo
del pájaro se relaciona con recuperar el fuego y la luz. Serían mitos referidos a la pugna dialéctica
de luz y oscuridad, en el un oso o un bisonte haría las veces de espíritu nocturno
y de la luna. En el mundo del Paleolítico parece factible la presencia de tal interconexión
entre el pájaro, el bisonte o el oso. Las representaciones que muestran antropomorfos o
antropomorfos-ave (bisontes, osos, toros), podrían haber poseído, por lo tanto,
un carácter mítico-ritualístico. Estas situaciones tal vez se escenificaban
ritualmente en las cuevas, reproduciendo conceptos míticos.
Con
las acciones de esta índole se relacionan escenas en las que se distinguen un
par de rostros antropomorfos afrontados, uno de los cuales es siempre de mayor
tamaño y con un aspecto grotesco. Tal
vez sea la representación de un encuentro iniciático. Puede sr el antecedente
de escenas como la del sepulcro megalítico de Gavrinis, en
Bretaña, en donde se aprecia un toro junto a un hacha y la forma espiral-laberinto,
expresión de un rito de tránsito al más allá, lugar de la batalla entre el sol
y la deidad de la noche. En estos contextos arqueológicos, aquellos enterrados
en los dólmenes debían enfrentarse, de un modo ritual, al guardián para renacer
como cuerpo celeste, lo cual explica la abundancia de motivos con forma de sol
y motivos astrales en la decoración de tales sepulturas en dólmenes, todo ello al lado de antropomorfos que
actuarían como símbolos de heroización, asociando al muerto con los astros.
Derivaciones
de mitos de tales consideraciones como los que se han comentado previamente se
encuentran en la ritualidad mitraica (Mitra vence al toro en la caverna), en la
figura de héroes fundadores (Teseo, vencedor del Minotauro en el laberinto, el
lugar de la doble hacha), en Gilgamés, vencedor
del Toro celestial,
o en el gran Hércules capturando al toro de Creta, en forma de uno de
sus célebres doce trabajos. Un mito cuya
evocación se observó por primera vez en el arte del Paleolítico.
Prof. Dr. Julio López Saco
UM-AEEAO-UFM, junio, 2022.
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