9 de noviembre de 2018

La invasión y consolidación goda: tervingios y greutungos


La primera de las grandes oleadas invasoras sería la protagonizada, esencialmente, por poblaciones germánicas de los llamados ósticos (orientales) godos, vándalos, burgundios,  aunque con frecuencia se les unirían en su migración fracciones más o menos numerosas de nómadas sarmáticos o iranios (sobre todo alanos) de las regiones llanas del sur de Rusia y del Danubio centro-oriental. Esta primera oleada se caracterizó por la notable amplitud de los movimientos migratorios, desde las orillas del mar Negro hasta la península Ibérica y el norte de África, así como por haber dado lugar a la aparición de los que serían los primeros reinos bárbaros en el solar imperial.
La primera gran oleada se centra alrededor de dos grandes hitos militares; por un lado,  la batalla de Adrianópolis, en 378, y por el otro en el traspaso del Rin en 406. Ambas fueron protagonizadas en lo esencial por los germanos orientales, visigodos, ostrogodos, burgundios y vándalos, además de diversos grupos occidentales agrupados bajo la denominación de suevos, y los iranios alanos arriba mencionados.
Tras una dura y dilatada emigración desde territorios ribereños del mar Báltico, los pueblos góticos se encontraban, hacia 230, asentados al norte del mar Negro. Al margen de los elementos populares agregados durante su migración, en su nueva sede asumieron significativos contingentes de nómadas iranios, esto es, de sármatas, adoptando de los mismos algunas de sus tradiciones, en especial los godos ubicados más al este, llamados greutungos. Éstos habían constituido un reino parcialmente centralizado y extenso, mientras que en las regiones boscosas más occidentales moraban los godos tervingios, que contaban con una menor centralización política.
A lo largo del siglo IV ambos grupos, en particular los tervingios, sufrieron la influencia de Roma, penetrando el cristianismo en su famosa variante arriana. Este último aspecto les confirió una mayor conciencia étnica, gracias además a la creación por parte del obispo misionero Ulfila de un alfabeto con el que traducir la Biblia al gótico. Tal situación se desmoronó cuando el Reino de los greutungos, dominado por el linaje de los Amalos, fue derrotado en 375 por unos nómadas llegados a las estepas pónticas, los célebres jinetes hunos. Tras la derrota y muerte trágica del rey godo Ermanerico, el pánico se apoderó de ambos grupos godos. Mientras una porción muy relevante, compuesta básicamente de tervingios, pidió y obtuvo del Imperio asilo en la región de Tracia, otros se asentaron en la región de los Cárpatos y en Moldavia, bajo el protectorado huno. Sería entonces en ese momento cuando ambos grupos góticos iniciasen un nuevo proceso de etnogénesis que llevaría al grueso de los tervingios a transfigurarse en los históricos visigodos, mientras que el sector principal de los greutungos, bajo predominio huno, a convertirse en los ostrogodos.
No mucho tiempo después de su entrada a cargo del Imperio, el emperador Valente (364-378) intentó aniquilar a los grupos godos, en virtud de la suposición del peligro que podrían representar para la vecina Constantinopla la continua rebelión de algunos godos. Sin embargo, en esta intentona resultó derrotado y muerto en la batalla de Adrianópolis, en agosto de 378, donde se perdió una parte significativa del ejército de maniobras romano-oriental. El nuevo emperador oriental Teodosio el Grande (379-395) consiguió apaciguarlos, beneficiándose de paso de los conflictos internos entre diversos nobles y linajes godos, establecerlos en la provincia de Mesia y utilizarlos, finalmente, como tropas federadas para la reconstrucción del deteriorado ejército imperial.
La muerte del emperador Teodosio, que siempre disfrutó de prestigio y renombre entre los jefes godos, así como las desavenencias entre el gobierno de Constantinopla y el de Roma, este último dirigido por Estilicón, serían empleadas por el Balto Alarico para configurar una  suerte de monarquía militar visigoda alrededor de su persona. A partir de entonces, Alarico y sus godos comenzaron una ambigua política que combinaba con cierta sagacidad los saqueos en las provincias romanas con ofrecimientos de sus servicios como tropas federadas a cambio, eso sí, de subsidios alimenticios, con el objetivo final de conseguir un alto cargo militar imperial para el rey godo y un territorio en donde poder asentar a su pueblo en condiciones de una cierta autonomía.
Esta fue una política seguida inicialmente con el gobierno de Constantinopla y posteriormente, desde 401, con el de Ravena. Alarico presionaría fuertemente al gobierno de Ravena, jugando (aunque también a la vez sería utilizado), con la oposición entre Estilicón y otros círculos cortesanos romanos. Después de la caída y asesinato de Estilicón  en 408, Alarico no tuvo más remedio que abocarse a una política más agresiva, que culminaría con el golpe de efecto que supuso el famoso saco de Roma en 410. Desaparecido poco tiempo después Alarico, su política sería seguida por su sucesor Ataúlfo (410-415). Tras el fracaso de Ataúlfo al respecto de su deseo de entroncar con la familia imperial a través de su matrimonio con la princesa Gala Placidia, así como de consolidar una posición fuerte en el sur de las Galia, los visigodos serían finalmente estabilizados en función del pacto de alianza (foedus) firmado entre el rey godo Valia (415-418) y el general romano Constancio, el nuevo hombre fuerte del gobierno romano occidental, en 416[1].
En virtud de este pacto los visigodos se comprometían a servir como tropas federadas al Imperio occidental. A cambio, en lugar de obtener los ya tradicionales subsidios alimenticios el Imperio permitía a los godos su  total asentamiento en la Aquitania,  entregándoles a tal efecto un conjunto de terrenos que serían repartidos entre los distintos agrupamientos nobiliarios godos y el del rey con sus séquitos. El soberano godo recibía, además, tan amplias atribuciones que de hecho supondrían el establecimiento de un embrión de Estado visigodo en pleno territorio imperial, con una corte y un núcleo administrativo central siguiendo el ejemplo imperial, en la ciudad francesa de Tolosa.
La prematura muerte de Constancio, en 421, así como la de Honorio dos años después, trajo consigo la elección como emperador de un todavía infante Valentiniano III (425-454), hijo de Constancio y Gala Placidia. A partir de este instante, el gobierno de Occidente se convertiría en presa más o menos fácil de ambiciones e intrigas. En tal situación, y aprovechándose de las diferentes disputas, los visigodos de Tolosa, al mando del rey Teodorico I (418-451) tratarían de extender su dominio territorial hacia la estratégica región de Provenza.
Por su parte, el nuevo monarca vándalo Genserico (428-477) optaba en 429 por evacuar definitivamente la península Ibérica y pasar con todo su pueblo, al norte de África, trasvase que implicaba una real amenaza sobre una región vital para el aprovisionamiento de grano y de aceite de Italia y la mismísima Roma. La recuperación imperial únicamente se produciría a partir de 432. En la península Ibérica el dominio imperial se concentró especialmente en las regiones mediterráneas, confiando tal vez en demasía en la lealtad de tropas federadas visigodas, un factor que permitió la consolidación sueva en sus bases territoriales galaicas y del norte de Portugal, amén del inicio de una serie de acciones de pillaje en la Bética y Lusitania por su parte.
Los reyes visigodos, concretamente Teodorico II (453-466) y su sucesor Eurico (466-484) lograron extender su efectiva área de control a la Provenza y hasta el Loira en la Galia, en tanto que en la península Ibérica lograrían conformar, desde 456, un eje estratégico de poder que comprendía Barcelona, Toledo Mérida y Sevilla, así como la submeseta norte. Este efectivo control obligaba a la monarquía sueva a reconocer su superioridad, impidiéndole la expansión hacia el este y el sur peninsular.

Prof. Dr. Julio López Saco
UCV-UCAB. FEIAP-UM. Noviembre, 2018.

[1] Como consecuencia del foedus de 416, el gobierno imperial se propuso seguidamente restablecer la situación creada en las provincias hispánicas, usando para ello la fuerza militar aliada de los visigodos de Valia. A lo largo de los dos años siguientes, Valia conseguiría destruir las monarquías militares de los alanos y los vándalos silingos, cuyos restos de población acudirían a engrosar las filas de sus hermanos vándalos hasdingos.

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