1 de julio de 2022

La maldición en la mitología griega: el caso de Tántalo



Imágenes: arriba, Tántalo, un aguafuerte de Francisco de Goya, siglo XVIII. Museo del Prado; abajo, Tántalo, un óleo sobre lienzo, anónimo. Siglo XVII, Museo del Prado. Cortesía del Museo del Prado, Madrid.

Tántalo es el nombre de un rey de Lidia, un no muy extenso reino asiático en el que se encontraban las montañas de Sípilo. Era el padre de Níobe, y también el progenitor de Broteas quien, según parece desprenderse de su nombre, habría sido el primer antepasado de los mortales (brotoí), así como del conocido Pélope, que otorga su nombre a la península del Peloponeso. Los dos hijos de Pélope, Atreo y Tiestes, serían los encargados de fundar la segunda dinastía de Micenas, cuyo renombre como estirpe regia no tendría nada que envidiar a la primera, la familia del héroe Perseo.

Se decía que en los montes Sípilo se hallaba la tumba de Tántalo, aunque no fue el único sitio en donde se le rendirían honores de gran héroe. Así, en Argos creían que poseían sus huesos; del mismo modo, en Polión, ciudad de la isla de Lesbos se le había consagrado un heróon y un monte lleva su nombre. En este mismo monte habría fundado, en compañía de su hijo Pélope, la primera ciudad de toda la región.

Se estimaba que era hijo de Zeus, aunque también se menciona el propio monte Tmolo, en Lidia, como su padre, en tanto que su madre era Pluto, a su vez hija de Crono. Desde épocas remotas Lidia era célebre por el oro de sus territorios, especialmente ubicado en las montañas, sobre todo en el Tmolo, pero también hallado en las arenas de los cursos fluviales. La esposa de Tántalo recibía diferentes nombres, entre los cuales se encuentra Dione, una Pléyade, hija de Atlas, que portaba el mismo nombre que una de las consortes extramaritales de Zeus. De hecho, es por mediación de Dione que los antiguos mitógrafos relacionaban a Atlas, arcaica deidad de la raza de los titanes, con el rey de Lidia.

El reino del rey Tántalo se extendía incluiría también Frigia, la llanura de la ciudadela de Troya y hasta la cordillera del monte Ida. Su riqueza se convirtió en legendaria, hasta el punto que algunos poetas crearon juegos de palabras a partir de la semejanza de su nombre con la denominación de una pesada y valiosa moneda de oro, el talento (de ahí los talentos de Tántalo).

Tántalo tenía trato con las deidades, y hasta a su mesa se sentaba. Aunque se le consideraba humano, en realidad no era mortal, como conlleva la idea de su eterno castigo. En una ocasión, ascendió al cielo para asistir al banquete de los dioses y, en correspondencia, los invitó a un banquete sacrificial análogo pero en su ciudad en el monte Sípilo.

En esa reunión gastronómica, Tántalo, queriendo mostrar audacia y osadía, estuvo insolente y sacrílego. Casi como una rememoración de lo que le aconteció a Dioniso siendo niño, al que trocearon, Tántalo se atrevió a hacer algo tremendamente transgresor: sacrificar a su hijo (en lugar del habitual animal) y ofrecérselo troceado y cocinado como manjar a las deidades. De este modo, descuartizó al pequeño Pélope, cortándolo en pequeño pedazos y cociendo su carne en un gran caldero. Una acción, en definitiva, mucho más transgresora que el engaño de Prometeo, origen del ritual sacrificial heleno.  

Probablemente pretendía con tamaño despropósito poner a prueba la omnisciencia de sus divinos invitados, pero los dioses, que todo lo ven y todo saben, se dieron cuenta y se abstuvieron de probar bocado.

Rea, quien previamente había reconstruido los miembros del Dioniso infante, se abocó a reconstruir los pedazos, logrando que el  muchacho saliese indemne del caldero. Hermes lo retornó a la vida, aunque bien pudo ser la Moira Cloto. Así pues, Pélope resucita. No obstante, una diosa, tal vez una Deméter entristecida por la pérdida de su hija Perséfone, había probado la carne. Por tal motivo, a Pélope le relucía uno de sus hombros, pues hubo de ser reconstruido con marfil.

Esa marca acabaría siendo un distintivo, pues sus descendientes llevaban una señal de nacimiento, llevaban una estrella o poseían un hombro muy blanco. Lo cierto es que Posidón se enamoró de Pélope y lo raptó, llevándolo hasta el palacio de Zeus, aunque los dioses decidieron que Pélope fuese de regreso entre los humanos ya que como sucesor del sacrílego Tántalo debía convertirse en rey, portando consigo una terrible mácula. La espantosa acción del rey y héroe habrá de repetirse entre sus descendientes.

No fue este, no obstante, el único desliz de Tántalo. Siendo huésped de los dioses reveló a los mortales los secretos de los Inmortales. Una versión del mito contaba que incluso había ofrecido a sus amigos probar el específico alimento de los dioses, la ambrosía y el néctar. Semejante acción aparece como si fuese un innoble hurto, parecido al que Prometeo lleva a cabo con el fuego.

Estuvo Tántalo también implicado en negativas acciones de otros héroes. Es el caso de Pandáreo. En Creta se relataba cómo el perro de oro de Zeus fue robado por Pandáreo, hijo de Mérope (uno de los antepasados de la humanidad), llevándolo a Sípilo. Allí se lo entrega a Tántalo para que lo custodie. Cuando le reclaman a Tántalo el dorado can niega que lo tenga, llegando a perjurar. En consecuencia, Zeus castiga a los dos: sepulta al rey de Lidia bajo el monte Sípilo y a Pandáreo lo metamorfosea en piedra.

En algunas versiones se afirma que el autor del secuestro del copero Ganímedes fue Tántalo, no Zeus, si bien nunca recibió reprimenda por ello. En las Suplicantes de Eurípides se cuenta que en el momento en que Zeus accedió a satisfacer cualquier deseo que tuviese su huésped, Tántalo solicitó sin vergüenza alguna poder llevar el mismo tipo de vida que los dioses. El padre de los dioses, irritado por la insolente petición, le concedió su deseo, pero provocando que una enorme roca pendiese sobre la cabeza del rey con la intención de que no pudiese disfrutar de lo que tenía a su disposición. En tales condiciones, tal y como fue entendido por el propio Eurípides, el Sol pendía sobre su cabeza como una piedra de fuego. Era, por tanto, un castigo eterno.

Muchos pintores y poetas describen la suerte de Tántalo al simbolizar el Hades. Homero comenta que se encuentra en un lago, con el agua a la altura del mentón. La sed le atormenta pero es incapaz de beber, ya que si se inclina para hacerlo, el agua desaparece. También, sobre su cabeza penden frutos de árboles, pero cuando desea asirlos con su mano, el viento se los lleva volando hacia las nubes. Parece que Polignoto pudo añadir la amenaza de un enorme roca.

El mundo subterráneo del Hades que puede observarse en algún ejemplo de la pintura vascular muestra al rey Tántalo vestido con una larga túnica huyendo despavorido de la piedra. Castigos ejemplares, en fin, para quienes, como Tántalo, son excesivamente osados o desean en demasía lo que no les corresponde.

Prof. Dr. Julio López Saco

UM-AEEAO-UFM, julio, 2022. 

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