17 de enero de 2024

Imaginación, escatología y mito en el arte de Etruria (I)








Imágenes, de arriba hacia abajo: estatua El Arringatore; la Quimera de Arezzo en bronce; un saliente de techo decorativo en forma de ménade en el Templo de Portonaccio en Veyes, datado hacia 510 a.e.c.; antefija con la cabeza de Gorgona (siglos VI-V a.e.c.); el llamado Marte de Todi, escultura en bronce, datada en 400 a.e.c.; una reconstrucción de un templo etrusco, según fue descrito por Vitrubio; escultura en terracota que representa al Apolo de Veyes (Aplu). También del Templo de Portonaccio en Veyes; y figura en terracota de una mujer joven, datada entre los siglos IV-III a.e.c.

El arte de los etruscos, catalogado con cierta desconsideración como un arte periférico y de carácter artesanal, desarrolló en su evolución diferentes etapas o periodos, además de numerosas escuelas y tendencias locales, cuya valoración varía en función de los especialistas en la materia.

A una inicial etapa de formación, que comenzó sin tradiciones propias y con elementos arcaicos, es decir, villanovianos, siguió una fase orientalizante (entre 700 y 535 a.e.c.), cuya estética se establece principalmente en bienes suntuarios o de lujo, como marfiles, joyas o cerámicas de importación, en el origen de la escultura y también en las tumbas principescas. Con posterioridad se encuentra una etapa arcaica (535-475 a.e.c.), considerada la edad de oro artística, testigo de una notable actividad coroplástica, centrada en la escultura religiosa y funeraria, la pintura mural y en el trabajo en bronce. Es una etapa influida por artistas griegos, tanto jónicos como áticos, asentados en Etruria. En esta fase, que suele subdividirse en tres sub fases, el arte etrusco alcanza su apogeo, personalizado en el escultor Vulca de Veyes. Posteriormente, el periodo clásico (475-310 a.e.c.), época de crisis, se vio influido en Etruria por los cánones de la gran escultura helena. Se originan producciones de cierto provincialismo en virtud de las derrotas militares sufridas por los etruscos. Ya a fines del siglo IV a.e.c., la influencia del helenismo se impondrá en las líneas artísticas etruscas, propiciando una etapa decadente, de 310 a 265 a.e.c., con abundancia de producciones, si bien no siempre de alta calidad. Con la conquista romana el arte etrusco queda reducido a escuelas específicas sin personalidad autónoma.

Las ciudades etruscas fueron construidas con materiales sencillos, como adobes, ladrillos y maderas. Sobresalen las espléndidas murallas de piedra que las protegieron así como las puertas, que presentan arcos de medio punto y suelen estar coronadas con un complejo ático, como la Puerta de Augusto de Perugia.

Loa templos fueron descritos por el tratadista Vitrubio. Consistían en un alto podio sobre el que se levantaba la sacra construcción. Entablamentos y frontón, sobre columnas de orden toscano, fueron realzados con terracotas pintadas de colores, en forma de acróteras, antefijas, placas o estatuas. La ornamentación con terracotas policromadas se tomó de las ciudades griegas del Asia Menor con anterioridad a 600 a.e.c.

Por su parte, la arquitectura funeraria evolucionó, según los sitios y las épocas, desde las tumbas de simple pozo, que contenían urnas con las cenizas del difunto, hasta las tumbas de fosa, desplazadas por el sepulcro de cámara, de carácter monumental, acondicionado para la inhumación de los difuntos y cubierto con un túmulo circular. Bien aisladas o bien agrupadas a lo largo de calles, formaban grandes necrópolis. Al interior de las tumbas se accedía por un pasillo (drómos). A tales tumbas les sucedieron las tumbas hipogeo, complejos de cámaras subterráneas que reproducían el interior de las viviendas de las personas vivas, tal y como se observa en el hipogeo de los Volumni, en Perugia.

Únicamente se conoce un edificio teatral de piedra, en Castelsecco (Arezzo), de la segunda mitad del siglo II a.e.c. Sobrevivieron los basamentos de la orchestra y unas pocas hileras de la cávea. Otros teatros pudieron ser construidos de madera, en forma de teatros desmontables. Ciertas representaciones pictóricas testimonian la presencia de teatros, como las que decoran la Tomba delle Bighe, en Tarquinia.

En Etruria se desarrollaron tres tipos de escultura. La funeraria, en piedra y en terracota; aquella religiosa, hecha en terracota y bronce y algo menos en piedra, y la de uso doméstico, generalmente esculturas en bronce que solían ubicarse finalmente en las tumbas. La característica general fue la imitación de modelos orientalizantes y griegos, sobresaliendo en su primera etapa de formación Tarquinia, Vulci, Caere y Veyes.

La escultura, trabajada en esencia en bronce y barro cocido, evolucionó desde la etapa arcaica en su temática y en los postulados estéticos, alejándose tanto de la plástica oriental, sobre todo siria, como de la griega, a pesar de las influencias. El artista etrusco alcanzó su mayor expresividad con el bronce, martilleado o fundido, en obras de gran tamaño y en otras más pequeñas. Se deben mencionar la Loba Capitolina, la Quimera de Arezzo, el Marte de Todi y el Orador o Arringatore.

La loba, del siglo V a.e.c., agresiva pero asimismo recelosa, tal vez estuvo destinada a vigilar una tumba principesca o a presidir un recinto funerario ejerciendo el rol de elemento apotropaico. En tal sentido, los expertos hablan del ficus Ruminalis, higuera consagrada a Júpiter, junto a la cual fueron expuestos Rómulo y Remo, amamantados allí por una loba, según narra la conocida leyenda. La estatua se perdió y fue recuperada en la etapa final de la Edad Media, momento en el que se expuso al público con el añadido de dos pequeñas figuras de niños obra del artista del Renacimiento Antonio del Pollaiuolo, que representan a los míticos Remo y Rómulo. De carácter naturalista y arcaizante a la vez, esta obra se convirtió en un símbolo de Roma.

La conocida Quimera de Arezzo, del siglo IV a.e.c., presenta una influencia griega que llegó a través de Sicilia. Es la representación mítica de un híbrido, formado por un león rugiendo, un prótomo de cabra que brota de su lomo, y una sierpe, que forma su cola, un elemento añadido a finales del siglo XVIII en sustitución de la originaria que estaba sin finalizar.

Amenazante, tal vez espera el ataque de un agresor que, según el mito, podría ser Belerofonte, el hijo de Glauco, rey del Epiro, un mito muy difundido en Etruria en el período orientalizante que formó parte del repertorio decorativo etrusco. Se trata de una obra votiva, tal y como se deduce de la inscripción que luce en su pata diestra, que se lee don para Tinia.

La denominada estatua de Marte, hallada en Monte Santo, cerca de Todi, en Umbría, es una obra tardía, de principios del siglo IV a.e.c., aunque con influencias áticas, siguiendo los modos de Fídias. Más que al dios Marte como deidad oferente, representa a un joven y pensativo soldado, cuyo cuerpo reposa sobre la pierna derecha en una postura habitual de estatua honorífica. Este guerrero con coraza debió llevar puesto un yelmo, así como parece que portaba una lanza en su mano izquierda. Con la derecha muestra el típico gesto de la libación. Su dedicante fue Ahal Trutitis, tal vez un jefe celta o umbro, según se deduce de la inscripción sobre la coraza.

El orador, obra de gran naturalismo, fechada a fines del siglo II a.e.c. o principios del I, hallada en un santuario cerca de Perugia, representa a Aules Metelís, según indica la inscripción etrusca incisa en el borde inferior de la toga. El personaje lleva una toga exigua praetexta y una túnica con un angustus clavus, además de un calzado a la romana (calceus patricius). No está, como se creía, en acto de saludar o de dirigir la palabra a sus conciudadanos (adlocutio), sino probablemente en el de oración o de ruego; es decir, en el acto del silentium manu facere, con el brazo levantado que acompaña al silencio previo al momento de efectuar la promesa o petición. La dignidad del representado queda patente en el anillo que lleva en el dedo anular de su mano derecha. Fue una estatua depositada como exvoto, en tanto que el texto de la inscripción evoca una ofrenda a la divinidad o numen de nombre Tece Sans.

Otras obras escultóricas relevantes son el Busto Capitolino, probablemente del siglo III a.e.c., el hombre recostado, del siglo IV a.e.c., o el hoplita de Falterona, un exvoto en bronce, guerrero con yelmo ático y escudo redondo.

Prof. Dr. Julio López Saco

UM-AEEAO-UFM, enero, 2024.

 

No hay comentarios: