19 de enero de 2021

¿Quiénes son los Celtas?. Nuevos paradigmas en la investigación


 Mapa en el que se observa la distribución de las lenguas célticas de la antigüedad.

Desde hace unos cuantos años viene dándose un continuo cuestionamiento de aquello que es, o entendemos que es, “celta”. Ha existido, desde siempre, tanto una celtofobia como una celtofilia, que parece mantenerse en el debate historiográfico actual. Desde una determinada perspectiva, o desde un cierto nivel, “celtas” no es más que una creencia, comprendida apenas nebulosamente. En su concepto se reúne un sentido de herencia de conciencia y hasta de pertenencia.

En la actualidad el concepto está sometido a una constante reevaluación, en virtud de su continua evolución. De hecho, “celta” es un concepto equívoco, con un significado que no es único, pues ha sido asimilado tanto a Asterix como a la música celta. En el seno de los estudios académicos y en el marco de la investigación, el acercamiento a lo celta debe orientarse en la lingüística histórica y en la arqueología moderna, pero sin desdeñar la genética, que ha tomado cuerpo apenas hace una década.

La idea de lo celta comienza en las fuentes y referencias clásicas. Luego el concepto se amplía con la denominación de una familia lingüística cuya denominación surge a partir de (cómo no) las noticias clásicas. El reconocido Colin Renfrew ha argumentado, no sin razones de peso, que celtas son los Galli, Galatae y Keltoi clásicos; el etnónimo celtici; las lenguas célticas, por supuesto; los grupos arqueológicos de La Téne y Hallstatt; el arte lateniense y su “espíritu celta”; la “herencia” celta (música, por ejemplo), y hasta el arte irlandés del siglo I, aunque nada tenga que ver con los celtas de la Edad del Hierro. El modelo tradicional, como bien saben muchos, decía que la cuna del celtismo estaba en La Téne, desde donde se extendían por todas partes; una expansión por migración.

Sin embargo, en los años noventa del pasado siglo XX, los arqueólogos británicos empezaron a cambiar el paradigma, configurando una idea (“Celtic from the west”), que ha sido vertida en varios libros desde hace menos de diez años. Los responsables máximos son los profesores de la Universidad de Oxford John Koch y Barry Cunliffe, para quienes el hogar tradicional y original de los celtas en Centroeuropa no es ya el paradigma válido.

No obstante, ha habido también otras propuestas en este mismo derrotero, concretamente el denominado Paradigma de la Continuidad Paleolítica (constancia de lenguas y poblaciones en Europa desde el Paleolítico, con la supuesta presencia de una lengua protoindoeuropea durante el Paleolítico Superior que estaría relacionada con la llegada africana de Homo sapiens a Europa). La teoría ha sido defendida, desde 2005, por lingüistas como Mauro Alinei, A. Häusler, F. Benozzo, el español Xavier Ballester, Marcel Otte, o el antropólogo H. Harpening y el genetista italiano Cavalli-Sforza.

Según los investigadores británicos, la idea principal que manifiestan es que la arqueología, la lingüística y la genética parecen probar que el hogar ancestral de los celtas y, por tanto, su lugar de origen, se encuentra realmente en los finisterres atlánticos, desde las Islas Británicas hasta el sur de la Península Ibérica.

Desde el 2012 en adelante, se atienen también a un relevante y definitivo cambio cronológico, señalando que la génesis atlántica, sobre todo de las lenguas, se adecua a un tiempo más largo, por lo menos hasta el III milenio a.e.c., relacionándose con las gentes del fenómeno del vaso campaniforme, que se extendieron por toda Europa (dirección oeste-este). Este revolucionario idea se fundamenta en la distribución de la toponimia celta en Europa, con una diáfana mayor densidad en las áreas atlánticas. Esta nueva celticización desde el occidente llegaría a expandirse hasta Centroeuropa, Anatolia y la región de los Balcanes durante la II Edad del Hierro. Esta expansión del celtismo sería, probablemente, la expansión, de modo diferente, de varios aspectos: las lenguas, las tradiciones druídicas y, desde el centro de Europa, la expansión de La Téne.

Es probable que los estudios de arqueogenética (Jean Manco, por ejemplo), tengan algo que decir al respecto en un tiempo prudencial, aunque sus presupuestos todavía resultan muy discutibles para la mayoría de especialistas. Así, en este nuevo contexto, ¿podríamos acabar por aceptar al tartésico como una lengua céltica?. A día de hoy parece ya un planteamiento cada vez más probable. De hecho, véase como en el mapa que abre esta reflexión se enumera como céltico el tartésico del sureste peninsular, aunque no hay consenso al respecto ni mucho menos sobre tal catalogación.

Prof. Dr. Julio López Saco

UM-FEIAP, enero, 2021.


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