10 de mayo de 2022

Arte mueble: elementos míticos y narrativos


Imagen. Tema de la cierva y el orificio en bastones perforados. El Pendo, El Valle y Abrigo Mége. Evocación de algún concepto sobre el mito del sol naciente, simbolizando la cierva el planeta Venus.

El arte de la prehistoria está abierto a diversas interpretaciones factibles en cuanto a su sentido, significado y función. Debemos tener en cuanta, a la hora de profundizar en una de estas posibles interpretaciones que existe un salto al vacío conceptual muy amplio entre las sociedades cazadoras y recolectoras del Paleolítico Superior y las sociedades contemporáneas que pretenden llevar a cabo una hermenéutica sobre sus manifestaciones “artísticas” 

En cualquier caso, no resulta inverosímil pensar que en aquellas pequeñas comunidades de cazadores-recolectores del Pleistoceno, de modo análogo a lo que sucede en las culturas ágrafas, estuviese presente y activo un poderoso componente de tradición oral. Solamente de esta manera tal vez algunos cuentos, leyendas o mitos más elaborados, puedan estar encerrados en los soportes del arte mueble, aunque sea siempre muy imprecisa cualquier interpretación en este sentido.

En esta línea argumental, lo ciertos es que hay constancia arqueológica de determinadas piezas muebles que presentan decoraciones con cierta “escenografía” realmente complicadas y, además, recurrente. En ocasiones, incluso, con la presencia de lo que se atisba como personajes fantásticos, un factor que harían entrever que nos encontramos delante de la expresión sintética de un posible mito. En este orden de cosas, en consecuencia, la funcionalidad del objeto podría ser aquella de materializar una fórmula narrativa o mitográfica, probablemente de carácter ritual, tal vez de orden iniciático.

Si bien la posibilidad es cierta, no deja de ser problemático alcanzar un conocimiento pleno y certero, en tanto que se ignoran los significados de la conjugación, asociación o vinculación de los motivos que formarían parte del universo ideológico y de las creencias de sus creadores. Ello no es óbice, no obstante, para no llevar a cabo un meticuloso acercamiento a un tema de tales características, no exento, naturalmente de críticas o de muy posibles cambios interpretativos asociados a la aparición de ejemplos en los registros arqueológicos. .

Algunos ejemplos pueden ser de utilidad para intentar este acercamiento. Un artefacto óptimo que sirve para ilustrar esto que se comenta es el llamado candil de cérvido de La Vache, popularmente conocido como “El espectro”.  De muy escaso tamaño, procede del período señalado como Magdaleniense Superior. En el objeto se observan esculpidas cinco cabezas acopladas pertenecientes a distintos animales. La extremidad distal muestra un ave, de cuyo cuello sale, por una cara, un prótomo de ciervo (o tal vez de uro) que remata en un pez (se ha identificado como un salmón), con dos signos formando un aspa en el dorso; de la otra cara, partiendo al tiempo del ave, la cabeza de un oso (quizás un caballo) seguida de la testa de un felino.

Algunos investigadores llevaron a cabo una interpretación del objeto, de carácter simbólico, ya en los años setenta del pasado siglo XX. El pájaro simbolizaría el aire, el agua estaría representada por el pez, mientras que el probable caballo y uro o cérvido serían los herbívoros terrestres (de carácter benéfico), en tanto que el felino u oso, como carnívoros terrestres, reflejarían los aspectos maléficos. Una combinación análoga de elementos estaría asimismo presente en un tubo del propio yacimiento en donde fue hallada la pieza. En él se aprecia la serie ciervo frontal, pez, caballo-oso frontal y, hacia la izquierda una hilera de seres extraños seres, tal vez humanos o quizá pájaros.

Nuevos ejemplos que reiteran temas animalísticos semejantes, igualmente en soportes óseos parecidos, manifiestan la conjugación de un carnívoro (en versión silueta o prótomo) atacando, en la mayoría de los casos, a un cérvido con la cabeza en una visión frontal. La reiterativa constancia del tema, así como lo parecido de su composición han llevado a algunos investigadores (especialmente Sieveking, en 1978), a interpretar la escena como una plasmación de un determinado acontecimiento mítico o narrativo, aunque se desconozcan sus claves y códigos. Otros investigadores más recientemente, caso de Barandiarán, en 1993, retomaron el asunto. Haciendo una disección de cada uno de los ejemplares, concluye criticando las determinaciones previas que veían aquí escenas de ciertas asociaciones temáticas semejantes, sobre todo porque es necesario hacer revisiones más profundas de las piezas.

Hay constancia de objetos con sujetos de apariencia humana o antropomórfica que tienden a perseguir, acosar  y hasta  rodear a animales. La ambigüedad en relación a los individuos se debe a que la mayoría de las veces resulta extremadamente complicado saber con seguridad si son realmente antropomorfos o, por ejemplo, pájaros. No obstante, a pesar que unos cuantos se observan bestializados, se muestran con diáfano bipedismo y, además, con carácter itifálico.

A pesar de todas estas razonables dudas, autores como Duhard, en los años noventa del pasado siglo se aventuró a utilizar las piezas como argumentos para establecer una división sexual del trabajo, así como los roles sociales paleolíticos. Todo ellos en función de unas supuestas actitudes y actividades asociadas a los géneros en obras mobiliares, en las cuales las mujeres procederían de manera pacífica, mientras que los varones lo harían de una forma vehemente.

Con la peculiar denominación de mito de los cazadores de bovinos se estaría desarrollando una narración consonante en un conjunto de piezas en las que destaca la figura de un bisonte o un uro vinculado con siluetas humanoides o meramente antropomorfas, esquematizas y simples, que en ocasiones llevarían al hombro una suerte de instrumento o herramienta alargada.

En la placa ósea de Raymonden es visible un bisonte desmenbrado, con dos de sus patas cortadas puestas delante de la cabeza. Partiendo de ésta, hay un trazado ramiforme que pudiera hace creer que estamos en presencia de la columna vertebral del propio animal. En ambos lados del diseño previo emergen dos series de figuras identificables como perfiles humanos. En el denominado hueso del Abrigo del Château des Eyzies, parece probable que se hubiera concretado una idea análoga, ya que junto al gran herbívoro fueron emplazados unos seres en hilera que recuerdan en buena medida los perfiles de la placa anterior. Sin embargo, no deja de haber especialistas que prefieren visionar aquí elementos vegetales propios de un paisaje circundante.

Los personajes, tres en concreto, aparecen dispuestos en fila en Bruniquel, si bien en este caso se sustituyó la cabeza del bisonte por la de un uro. Por otra parte, en la decoración en bajorrelieve de un bastón hallado en La Vache, el uro se muestra completo, aunque nuevamente se repite la presencia, a su derecha, de los tres individuos reseñados, uno de ellos brindando el venablo.

Si se fuerza un tanto las comparaciones, en la pieza ósea de Laugerie-Basse aparece un individuo, que parece claramente humano, que está siguiendo, vigilando o tal vez reptando, detrás de un gran bisonte. Al igual que en el hueso de Isturitz, se perciben dos bisontes en una cara y dos mujeres tumbadas en la otra. Además, tanto los humanos como los animales, presentan idénticos signos ramiformes sobre sus cuerpos.

En el marco del espléndido arte parietal de la cueva de Lascaux, se puede contemplar la única, y a la par muy célebre, composición donde un bisonte, probablemente herido por la acción de una azagaya, embiste a un antropomorfo masculino, de una forma un tanto similar a un bajorrelieve de Roc-de-Sers. En ciertas ocasiones, el llamado mito de los cazadores adquiere otra nueva variante cuando la presa son équidos y no bisontes ni uros. Esta modalidad puede aparecer reflejada en tres objetos de igual temática. El tubo óseo con decoración peri circular de La Vache, contiene un pez, un caballo, y varias siluetas de forma semi humana. En un ejemplar de La Madeleine, los équidos se reducen a prótomos, aunque se muestra de una manera especialmente nítida el personaje con el correspondiente instrumento (arma) al hombro, cercano a un diseño que tiene forma de ofidio. Del mismo modo, en el bastón de Teyjat sobresale el dibujo de un caballo, además de un signo serpentiforme y una suerte de entes bípedos bastante bestializados, hasta el punto que son nombrados popularmente como los pequeños diablos.

En algunos otros pocos ejemplos, como en un rodete de Mas-d'Azil o en la plaqueta de Péchialet, se puede comprobar una nueva versión que refiere las escenas de cazadores, en tanto que en esta ocasión aparecen las figuras intentando abatir nada menos que a un gran plantígrado; es decir, un oso.

Prof. Dr. Julio López Saco

UM-AEEAO-UFM, mayo, 2022.

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