3 de enero de 2017

La formación del Mito de la Bella-Idealidad del arte clásico grecorromano


Durante los siglos XVIII y XIX, el discurso humanista e idealista trataba la belleza clásica como el medio para alcanzar las verdades interiores. Lo antiguo, desde la óptica de una era emancipatoria, es renegociado como la ausencia de lo superfluo, lo banal. Por el contrario, encarna la belleza pura liberada de la autoridad y revela la armonía interna. Representaba la simplicidad y lo puro (a través del Neoclasicismo) frente al recargamiento ornamental rococó. Es la retórica del impersonal mármol blanco y la negación del color.
Para el idealismo neoclásico, entonces, la esencia del arte es la esencia de la humanidad misma que ha alcanzado su apogeo a mediados del siglo V a.e.c., en el llamado período ateniense de Pericles. Los siglos XVI y XVII habían sido de curiosidad y experimentación sobre lo clásico; el siglo XVIII, sin embargo, lo fue del conocimiento y la habilidad de argumentar acerca de la belleza y el gusto, dando lugar a la definición del arte ideal, entendido como superior a los demás. La sistematización de objetos de anticuario en un sistema lógicamente clasificado, sobre la base del estilo, ha sido una de las grandes aportaciones de J.J. Winckelmann. Fue el generador de una sistematización del estilo bajo la extendida esfera del idealismo, factor que creó un nuevo, y perdurable, lenguaje de recepción del arte clásico. 
La perfección de la Atenas de la época de Pericles se pudo medir a través de dos estilos distintivos, el elevado y el bello. El primero, resumido en el trabajo de un Fidias o de un Policleto, surge encima de la naturaleza y la humanidad para traducir lo sublime, lo inmaterial y la esencia escondida de la humanidad, que maravilla y deja sin aliento; el estilo bello, por su parte, en segunda parte del siglo V a.e.c., y que se puede observar en los trabajos de Praxíteles y Lisipo, ejemplifica la carne, la sensualidad, el aspecto material de la belleza que existe en la realidad externa y que puede ser disfrutada por el ojo entrenado o descrita en pulcros y rigurosos escritos.
Ambos estilos no habrían podido tener el mismo impacto de haber sido tratados como fenómenos singulares en la Atenas del siglo V a.e.c. Winckelmann, de hecho, los conceptualizó dentro de un esquema de surgimiento y declive, que incluía cuatro fases características, una primera, fuente de inspiración de la posterior producción artística (la arcaica); otra, austera (la clásica antigua de Fidias); la clásica tardía de Praxíteles y; finalmente, una fase de imitación y declive (asociada al Helenismo y a la Roma imperial.
Por otra parte, desde fines del siglo XVIII en adelante, la entrada de la  cronología en los espacios museísticos se convierte en un factor ordenador de los estilos, las escuelas, los artistas o las eras, estableciendo unas líneas que van desde el pasado al futuro. Los museos harán de la idea de la progresión histórica un uso didáctico capital. Una concepción lineal del tiempo en movimiento, así como la creencia ilustrada de que la vida, la historia y la producción artística evolucionó desde formas primitivas a otras refinadas, hará posible que los museos puedan ser espacios apropiados para “narrar” culturas, formalizando la cultura europea como la guardiana de lo “antiguo”.
En tal sentido, el establecimiento de grandes museos europeos o americanos (el Británico, el Louvre, el Metropolitan, o el Arqueológico Nacional de Atenas, sintetizan la idea de la antigüedad sobre el fundamento de la relación en contrapunto entre el arte y la arqueología, entre la belleza y el sistema.
En algunos grandes museos, el Británico por ejemplo,  las tensiones entre el ideal de un sistema (de aproximación histórica) y la tradición de la belleza-ideal, no histórica, fueron evidentes durante el siglo XIX[1] y hasta bien entrado el siglo XX. Los arqueólogos profesionales veían en las distintas colecciones de arte clásico la posibilidad de reconstruir la progresión lineal de la civilización (de acuerdo a los principios darwinianos),  así como de elaborar un contexto geográfico, cultural y cronológico, mientras que los estetas, inspirados por los valores intemporales del idealismo de Winckelmann, gustaban del aprecio puro y esencial de las piezas. Se trataba, entonces, de la pugna entre arqueología o arte idealista, contexto visual o evocación de las formas.
Vence, finalmente el didacticismo basado en el contexto sobre la pura contemplación. Así, en general, las inscripciones formales se combinan con las descripciones de las localizaciones de los objetos, y con los contextos (mitológico, histórico). Sin embargo, cierto residuo del espíritu de lo ideal se manifiesta, en ocasiones, en las referencias propias del lenguaje descriptivo. Algunos toques de lo ideal-bello sobrevivieron en las concepciones más positivistas de la arqueología. Así, en algunos casos, en el montaje de algunas exposiciones se ha seguido valorando la claridad y armonía decorativas apropiadas para observar la simplicidad idealista.
Y es que la belleza tiene también un aspecto educativo. Por tanto, un balance entre la historicidad del arte y el cultivo del sentido de la belleza, en cuanto a la percepción del orden, la simetría y la proporción de las partes, no solamente es posible, sino necesario. Una contemplación inteligente de las grandes galerías en las que se confinan los objetos de arte clásico es una lección de historia, y también de estética, pues parte de nuestro conocimiento de los modos y costumbres de la vida de los antiguos griegos y romanos deriva de los restos del arte antiguo. Al margen, claro está, de que ni la noción de progreso como un constante refinamiento del arte, ni el esquema de Winckelmann sobre surgimiento y declinar, prevalecen en la actualidad. 
El idealismo en relación al arte clásico nunca ha cesado, sobre todo en el marco del concepto de que ese arte forma parte de nuestra herencia universal. La simplicidad idealista y la elevación espiritual han marcado a las piezas-icono de los museos, adscribiendo al arte griego, en particular, un toque de veneración cercano a la naturaleza de la religión secular.


Prof. Dr. Julio López Saco
UCV-UCAB. FEIAP-Ugr. Enero, 2017

[1] El clasicismo decimonónico transformó el poder, la fuerza del arte clásico, en una representación nostálgica. No debería olvidarse que el clasicismo constituyó una categoría histórica que emergió en el seno de un horizonte socio-histórico concreto, ese del siglo XIX, y, por consiguiente, no debería tomarse como eterno. Sin embargo, la belleza de las esculturas, por ejemplo, dicen algunos, nunca cesará de sorprendernos.

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