24 de junio de 2019

Evolución religiosa: del vedismo al hinduismo




Imágenes: representación decorativa del ave mítica Garuda; y Pashupati-Shiva, con diez brazos de pie sobre su montura, el toro Nandi.

La transformación interna del vedismo al hinduismo se fundamenta en la sustitución del concepto de rta, el cosmos ordenado, el ordenamiento sacrificial en el contexto humano, por el de dharma, la ley cósmica y moral que subyace al Universo. Tal cambio sigue la evolución socio-política y responde al reto de las religiones salvíficas. El monarca protege ahora a su reino y al mundo a través de su buena conducta más que por mediación de una exactitud ritual a la hora de llevar a cabo los sacrificios.
En términos genéricos, la religión se individualiza y se interioriza. Los ritos solemnes, excepto la consagración real o rajasuya, son remplazados por los familiares y domésticos. Además, los sacrificios de animales son ahora sustituidos, por la innegable influencia de la noción de ahimsa (no violencia absoluta), por ofrendas vegetales. El continuado ascenso de la moral se asocia con la difusión de los ritos expiatorios, como plegarias o lustraciones en ayuno y continencia. Las donaciones a los brahmanes, así como las peregrinaciones a lugares sagrados se convierten en habituales, surgiendo de paso la figura del renunciante que, rompiendo con la sociedad, mendigando itinerante su sustento y  retirándose a los bosques fuera de la civilización mundana, busca afanosamente la liberación.
La impermanencia afecta ahora a los dioses por efecto del samsara, lo cual da pie a la modificación del panteón y a la introducción de una nueva jerarquía divina. Indra acaba perdiendo su preeminencia y el resto de deidades se someten a la trimurti que configuran Brahma, el creador, Visnú el estabilizador y el ambiguo Siva. Brahma paulatinamente pierde su condición creadora y se acaba confundiendo con el Brahmán, de carácter intemporal y absoluto, propio de las especulaciones filosóficas y teosóficas. Siva, es tanto destructor, asociado a lo oscuro, las tinieblas y los sitios de cremación, como Yogesvara o asceta primordial, que mora en el legendario monte Kailasa en las montañas del Himalaya.
Además de esta tríada hinduista, impuesta desde la épica del Ramayana y Mahabharata, existirán otras deidades que recibirán culto habitual, si bien como subordinadas de divinidades superiores o bien tutelares de grupos o individuos. Vayu será considerado como monarca de los Apsaras y  Gandharvas; Surya decae; Agni pasará del Veda a los altares domésticos privados y la poesía, Kubera y Yama seguirán siendo dioses de las riquezas y los infiernos, respectivamente, en tanto que Kama, dios del amor, tras desaparecer por obra de Siva, será rehabilitado y renacerá como vástago de Rukmini y Krishna. Deidades y seres mitológicos empezarán a poblar el panteón, caso del ave Garuda, la serpiente de la inmortalidad Ananta, el célebre rey de los monos Hanumán, del Ramayana, o el toro Nandi, la regia montura de Siva. Otros animales empezarán a recibir culto con el hinduismo. El ejemplo más paradigmático es el de la vaca. Además de los animales, también serán veneradas las plantas y las piedras. La exclusividad, en fin, de las distintas divinidades, acabará dependiendo de las diferentes sectas que se empezarán a constituir hacia el siglo IV, sobre todo aquellas vinculadas con Visnú y Siva.
La identificación de los reyes Kushana[1] con ciertos dioses hindúes ayudará a la consolidación de esta evolución religiosa. La legitimación religiosa fue relevante para estos monarcas extranjeros, pues les serviría como un poderoso mecanismo ideológico de sustentación, al modo de la deificación de los soberanos helenísticos, iranios y hasta del bajo imperio romano. El contexto político, exento de estados centralizados, como los imperios Shaka y Kushana, agregaciones a escala mayor de gobiernos locales, explica también esta tendencia evolutiva religiosa.


Prof. Dr. Julio López Saco
UM-FEIAP, Junio, 2019.


[1] Unos nómadas desplazados de las estepas de Asia por los xiongnu en el siglo II a.e.c., se sedentarizan y se organizan en cinco circunscripciones tribales en Bactria. De estas jefaturas o yabgu saldría el reino Kushana. Su probudista rey Kadphises conquista la región de Kabul y Cachemira, mientras que su hijo, devoto de Siva, entra en India hasta Mathura. Será otro rey, kanishka, el que extienda la autoridad kushana hasta Gujarat y Varanasi. Fue uno de los grandes benefactores del budismo, aunque también fue un gran devoto de Mitra, de ahí el gran sincretismo cultural de la época. El último de estos soberanos kushana fue Vasudeva. El poder kushan se mantendrá en Afganistán y el Asia central hasta la llegada de los sasánidas a comienzos de la tercera centuria de nuestra era. Los Shaka, por su parte, se establecen en Afganistán meridional hacia el siglo I a.e.c. Allí algunos se mezclan con los escitas y otros entran en India. Formaron una confederación de jefes tribales que portaban un título persa (shahi). A mediados del siglo I a.e.c. fueron desplazados por la fuerza de un indoparto de nombre Gondopharnes. Se trata del rey que aparece en las actas de Santo Tomás y que posteriormente sería transformado, por influencia armenia, en Kaspar, uno de los magi de la tradición cristiana.

15 de junio de 2019

Fundación de la República Romana: ¿un proceso revolucionario?


¿Fue la fundación de la República romana un proceso “revolucionario” (en sentido amplio del término)?. Sí y no. Dionisio de Halicarnaso (en Antigüedades Romanas) y el omnipresente T. Livio son nuestras fuentes principales para reconstruir tal proceso. Cuentan algo parecido, pero no igual. Semejante semejanza no obsta, de hecho, para que las interpretaciones historiográficas difieran un tanto.
Se destrona a Tarquinio el Soberbio, rey de origen etrusco, aboliéndose el régimen monárquico a través de dos máximos magistrados con poderes ejecutivos, los cónsules. El proceso ¿revolucionario?, fue inspirado, según la tradición analística romana (en especial la Historia de Fabio Píctor, de fines del siglo III a.e.c.), por Lucio Junio Bruto, apoyado por el Senado. En este caso, la proposición de la destitución del rey y su familia va seguida de la institución de las magistraturas consulares. En Livio, Bruto actuaría en armas desde su puesto de tribuno de los celeres. Lo cierto es que, se podría decir, el carácter “revolucionario” de la nueva institución es relativo (o, al menos, dudoso), pues la elección de los primeros cónsules se produjo bajo la dirección de un cargo monárquico (praefectus urbis), y únicamente con “presuntos” deseos republicanos, a decir de Livio.
En otro aspecto, sin embargo, si existe un proceso revolucionario; el de la concepción de un poder nuevo (Res publica frente a Regnum), aunque la magistratura consular tuvo un proceso formativo previo. La analística romana afirma la presencia de dos magistrados anuales supremos (cónsules y pretores) así como un magistrado único, praetor maximus, encargado de fijar un clavo en el templo de Júpiter Capitolino para iniciar el cómputo anual. En este punto se otean variantes a la hora de concretar el relevante proceso.
Es posible que el anual y primigenio praetor maximus (en la monarquía al frente del colegio de praetores minores), fuese luego sustituido por dos praetores maiores, de nombre “cónsules” para recalcar su igualdad; esto es, los que se sientan juntos. Tal posibilidad fue defendida en su momento por todo un A. Momigliano. Pero también el rey pudo haber sido sustituido inicialmente por un magister populi, limitado de poderes en el siglo V a.e.c. por los movimientos de secesión de la plebe que llevarían a la creación de los tribunos de la plebe. Así, ese magister populi se convertiría en magistratura extraordinaria para emergencias. Esta posibilidad, muy a tener en cuenta, la sostuvo el reconocido estudioso De Martino.
Ahora bien, lo que resulta clarividente (más que propiamente revolucionario), es que la revuelta contra Tarquinio y la realeza se produjo de parte de la nobleza ecuestre, guardia de los reyes etruscos, con la intención de monopolizar el poder como un patriciado con total control del Senado (formado por ellos, que también controlaban el ejército).

Prof. Dr. Julio López Saco
UM-FEIAP, junio, 2019.

9 de junio de 2019

Arte romano: mosaicos de la Villa de Noheda (Cuenca)




La Villa de Noheda, en Cuenca, está a punto de consolidar y abrir al público, una villa romana del siglo IV, un enorme complejo residencial  propiedad de un gran dominus, en lo que es un magnífico ejemplo de urbes in rure (esto es, ciudades en el campo) de la romanidad tardía. Contiene una espectacular, y casi única, muestra de mosaicos, además de varios ejemplos de estatuaria en mármol. Entre los mosaicos, estos dos que se muestran en las imágenes pueden ser ilustrativos. Por un lado, un cortejo dionisíaco en el triclinium en el que se observan varios personajes, entre los que destacan músicos, sátiros y Sileno en forma de un anciano montado sobre un asno; en el otro, tres cabezas cortadas, todavía sangrientas y colgadas de unos ganchos, de tres de los pretendientes de la mano de Hipodamia, hija del rey Énomao. Casi parecen de uso decorativo. El mito griego nos cuenta que será Pélope el que consiga vencer al rey, si bien con trampas, pues soborna al auriga del soberano, de manera que logra una victoria que nadie conseguía, obteniendo en recompensa a la princesa como esposa.

Prof. Dr. Julio López Saco
UM-FEIAP, junio, 2019

4 de junio de 2019

La entrada del budismo en el Tíbet imperial: el rol de China e India





Imágenes (de arriba hacia abajo): panorámica del Palacio de Yumbulakhang, en el valle del Yarlung, en Tsedang; vista de la estupa del Monasterio de Pelkhor Chode, en Gyantse y; Tonpa Shenrab sobre los discos de la luna y el sol, en una flor de loto.

No resulta fácil saber son seguridad el momento en que los tibetanos entraron en contacto con el budismo. La tradición y el marco legendario afirman que ocurrió en la época de Lha Totori, un gobernante de Yarlung en el sureste del Tíbet, en algún momento del siglo IV. Con independencia de la realidad de tal aseveración, no es implausible que ciertos elementos del budismo hubieran llegado a lo largo de este período de la prehistoria tibetana, puesto que la región estuvo siempre rodeada, desde antiguo, por territorios en los que el budismo, como sistema religioso y cultural, se había establecido desde una larga data; esto es, China al este, India y Nepal al sur; el mundo iranio preislámico en el occidente y los pequeños estados-oasis de la Ruta de la Seda al norte.
La historia tibetana inicia con el Tsempo (emperador), Songtsen Gampo, cuyo reinado se desarrolló entre 617 y 649, comenzando así la denominada por la tradición Dinastía de los Treinta Reyes. Fue el que unificó, política y militarmente, el entorno geográfico tibetano, conquistando incluso algunos territorios adyacentes. Además, fue el encargado de desarrollar el sistema de escritura, fundamentado en modelos indios. Contrajo matrimonio con una princesa china de nombre Wencheng, con la que se relaciona la instalación de una imagen de Śākyamuni Buddha, traída desde China, en Lhasa como parte de su dote. Se decía de esta escultura, conocida como Jowo (Señor), que había sido fabricada en India como un retrato auténtico del mismísimo Buda. Se convertiría en el objeto más sagrado del Tíbet, objeto de peregrinación. Algunas fuentes también comentan que el monarca se casó posteriormente con una princesa budista nepalesa, llamada Bhṛkuṭī. Una y otra habrían inspirado al emperador para que la corte abrazara esta religión india.
De este modo, Songtsen Gampo pudo llegar a ser relacionado, eventualmente, como una regia emanación tibetana del bodhisattva de la compasión universal (Avalokiteśvara-Chenrezi), a quien el Buda Śākyamuni habría confiado la ardua tarea de convertir Tíbet al budismo. A pesar de todo, sin embargo, parece bastante improbable que una fe extranjera progresar debidamente antes de que hubiera transcurrido, por lo menos, otro medio siglo más.
Fue bajo el reinado del soberano Tri Düsong, fallecido a comienzos del siglo VIII, el momento en el que se fundó un templo en la región de Ling, en la zona del Tíbet oriental, tal vez en conexión con las campañas militares que se llevaron a cabo en la región sureste del imperio tibetano contra el célebre reino budista de Nanzhao (en el actual Yunnan). Durante el reinado de su sucesor, Tri Detsuktsen (de 704 a 755), se constata una clara evidencia de renovados avances del budismo en la región de Tíbet central. En este caso, de nuevo como antaño, sería una princesa china la que jugaría un instrumental y decisivo papel en lo tocante al mantenimiento de la fe búdica.
Esta princesa, de nombre Jincheng, llegó a Tíbet hacia 710. Aparentemente entristecida por la ausencia de los ritos funerarios budistas en honor de los nobles fallecidos, se habría encargado de introducir en la región la costumbre china budista de recordar al muerto durante siete semanas de duelo. Tales prácticas promoverían las creencias inframundanas, ulteriormente elaboradas en el Libro Tibetano de los Muertos (Bardo Thodol) en el que se relata el tránsito entre la muerte y el renacimiento en un lapso de cuarenta y nueve días. La mencionada princesa habría invitado, asimismo, a una serie de monjes de Khotan al Tíbet central, que acabarían formando la primera comunidad monástica (saṅgha) en la región. No obstante, a la muerte de Jincheng en 739, se produjo una reacción anti budista que provocó la expulsión de los monjes extranjeros.   
Los últimos años del reinado de Tri Detsuktsen estuvieron signados por un delicado conflicto entre facciones nobiliarias que culminó en el asesinato del soberano. En el momento en que su hijo, apenas un niño, fue ubicado en el trono, en 755, las facciones hostiles al budismo se hicieron las dominantes en el ámbito cortesano. El tsempo Tri Songdetsen (742 a 802), llegaría a ser, sin embargo, el más relevante gobernante tibetano y un benefactor sin igual de la religiosidad budista. En algunos de sus edictos se recoge que durante su mandato la región sufrió diversas y muy severas epidemias que afectaron gravemente tanto a las personas como al ganado. Sin soluciones a tan graves males el rey decidió levantar la prohibición de la práctica de ritos budistas que se había proclamado desde el destronamiento de su padre. La situación empezó a mejorar con celeridad, lo cual propició que el monarca adoptase la fe búdica y emprendiese el estudio de sus enseñanzas. Fue así como se oficializó la conversión del soberano, hacia el año 762.
Precisamente sería Tri Songdetsen quien fundaría el primer monasterio budista (Samyé) en Tíbet, hacia el año 779, invitando al enseñante indio Śāntarakṣita para que ordenase, oficialmente, a los primeros monjes budistas tibetanos. En consecuencia, la comunidad monástica tibetana podría seguir el Vinaya de la orden india denominada Mūlasarvāstivāda, a la que el maestro Śāntarakṣita estaba fielmente adherido. Por otra parte, esto facilitó la traducción (por medio de específicos comités de traducción) de las escrituras canónicas budistas, una labor patrocinada en gran escala por la corte. Estos profesionales, en estrecha colaboración con eruditos budistas centro-asiáticos e indios, crearían un riguroso léxico sánscrito-tibetano como guía imprescindible de su trabajo. Como óptimo resultado de tan minucioso trabajo surgió un vocabulario filosófico y doctrinal en tibetano. Se compusieron manuales que introdujeron el novedoso vocabulario recientemente acuñado al lado de elementos del pensamiento budista. La paulatina configuración de la literatura canónica budista tibetana no se interrumpió con los sucesores de Tri Songdetsen, al menos hasta el colapso dinástico a mediados del siglo IX. Cientos de escritos religiosos y filosóficos budistas indios serían traducidos en ese período de tiempo.
En la década del 780 los ejércitos de Tri Songdetsen conquistaron Dunhuang, el centro más relevante del budismo chino, desde donde los maestros del Chan (Zen) introducirían a los tibetanos la idea de un inmediato e intuitivo despertar individual, sin necesidad de transitar innumerables vidas de reencarnación, tal y como defendía el budismo indio. Uno de esos enseñantes fue el maestro chino Moheyan, quien sería invitado al Tíbet central, en donde lograría gran predicamento y sería muy seguido, incluso por parte de los miembros de la familia real. La popularidad de sus enseñanzas propició una dilatada disputa entre aquellos partidarios de un repentino despertar (iluminación radical por mediación de la intuición mística) frente a una iluminación gradual (a través de un metódico análisis razonado).
Las fuentes más tradicionales cuentan que el primer debate sobre tales consideraciones se llevó a cabo en el monasterio de Samyé a fines del siglo VIII. Los que disputaron fueron Moheyan y un discípulo de Śāntarakṣita, el filósofo indio Kamalaśīla. Lo que sobrevive de las fuentes señala la clara tendencia a ridiculizar la perspectiva Chan. Si bien pudo haber muchos elementos inciertos, la tradición posterior revela que Moheyan fue tratado como un representante de una doctrina irracional (esa de la iluminación instantánea), en tanto que se saludó con agrado el énfasis de Kamalaśīla sobre el cultivo gradual y paulatino de las virtudes intelectuales así como de la moral del bodhisattva, aspectos que tendrían que configurar el paradigma que debía ser emulado por los budistas tibetanos. A pesar de ello, algunos elementos de las enseñanzas Chan permanecieron en Tíbet, manteniéndose el linaje chan en la región oriental hasta, por lo menos, el siglo XI.
Con los sucesores de Tri Songdetsen, Tri Desongtsen (804-815) y Tri Relpachen (815 a 838), los monasterios y escuelas budistas florecieron bajo el patrocinio real.  Sin embargo, en el reinado de Üdumtsen (entre 838 y 842), gobernante conocido como Lang Darma (joven buey o buey-dharma), el patrocinio real de los monasterios se redujo, muy probablemente debido al declive de las rentas estatales y no a una pérdida de prestigio del budismo. 
Historias posteriores contaban que este monarca era, en realidad, un devoto de la religión Bön[1] y que, en consecuencia, habría perseguido el budismo hasta que fue asesinado en 842 por un monje budista de nombre Lhalung Pelgyi Dorjé. Este Dorjé fue una figura histórica, si bien llegó a encarnar la personalidad de un héroe en una colorida leyenda que celebraba, justificándolo, el regicidio. Distinguido como un sacerdote Bönpo que, vestido con una túnica negra, buscaba bendecir al gobernante, se acercó al mandatario y le disparó una flecha con su arco ceremonial para, a continuación, escapar montado sobre un gran semental negro. Después de cometido el magnicidio, sus perseguidores no fueron capaces de encontrar jinete Bönpo alguno sobre una montura negra, sino que únicamente lograron ver a un monje budista sobre un caballo blanco. Lhalung Pelgi Dorjé había, astutamente, pintado su vestimenta, llevando su túnica del revés.
Se ha dicho que la fundación del monasterio de Samyé tuvo la decisiva participación de  Padmasambhava, un renombrado y muy reputado adepto tántrico de Oḍḍiyāna, en la región noroeste de India, quien habría sido requerido para sosegar las divinidades, demonios y espíritus hostiles del Tíbet con la intención de su lealtad al budismo.  
Con independencia del papel que haya podido desempeñar en esa época, Padmasambhava llegaría a ser específico objeto de devoción, hasta el punto de ser deificado con la denominación de Precioso Gurú (Guru Rinpoché) del pueblo tibetano. En conjunción, el rey Tri Songdetsen, el monje Śāntarakṣita y el célebre adepto budista Padmasambhava, serían reverenciados como la trinidad de la conversión tibetana. En tal sentido, representarían los tres elementos constitutivos principales del mundo budista tibetano; esto es, el regio patrón laico, el adepto tántrico y el monje ordenado.
El colapso final del imperio tibetano siguió muy pronto tras el fallecimiento del mencionado Üdumtsen. Los dominios de sus sucesores se fueron reduciendo gradualmente a un grupo de pequeños reinos. Tíbet permaneció, de esta manera, sin una autoridad central durante la siguiente centuria. Si bien mucha de la actividad institucional budista se detuvo al finalizar el patrocinio imperial, ciertas tradiciones de estudio y de prácticas rituales lograron sobrevivir. Algunas tradiciones esotéricas tántricas parece ser que florecieron tras la caída del imperio, especialmente en el entorno de Dunhuang en el siglo X. Bien es cierto que el budismo monástico prácticamente desapareció del Tíbet central, conservándose únicamente en las regiones orientales, en las actuales provincias chinas de Gansu y Qinghai. De hecho, fue aquí donde (desde mediado el siglo X), un joven Bönpo  conocido como Lachen Gongpa Rapsel (Gran Lama de Espíritu Claro) se convirtió al budismo y recibió su ordenación. Tanto él como algunos de sus discípulos ordenarían posteriormente a muchas personas del Tíbet central y occidental, propiciando un movimiento renacentista monástico que recibiría la denominación de “tardía promulgación de la enseñanza” o tenpa chidar.  
Se podría decir que hubo dos desarrollos contemporáneos con el declinar del monasticismo budista que adquirieron gran relevancia. Por un lado, la emergencia de la religión Bön; por la otra, y de modo simultáneo, la aparición y consolidación de una distintiva forma de budismo esotérico, ulteriormente conocido como Nyingmapa; es decir, la tradición antigua.
El budismo, en general, proveyó al imperio tibetano con los medios simbólicos con los que simbolizarse a sí mismo  como la encarnación mundana de un ordenamiento espiritual y político universal,  una suerte de cosmocracia en la cual el Tsempo sería comprendido (y así asumido), como la propia representación terrenal del Buda. Tal íntima asociación se haría tangible a través de la identificación del Tsempo con el Buda Cósmico de la Luminosidad Radiante, Vairocana, cuyo icono se reproducirían extensamente a lo largo y ancho de los dominios imperiales.

Prof. Dr. Julio López Saco
UM-FEIAP, junio, 2019.



[1] La tradición Bön afirma que en un pasado ancestral existieron tres hermanos, llamados Salba, Dagpa y Shepa, quienes estudiaron las doctrinas en el cielo (Sirdpa Yesang). A finalizar sus estudios empezaron a actuar como guías de la humanidad en tres edades sucesivas, en el pasado, en el presente y el futuro. Salba cambió su nombre por el de Tonpa Shenrab, convirtiéndose en el maestro y guía de la edad presente del mundo. Descendió de los reinos celestiales y se manifestó en el monte Meru con dos discípulos, Mal y Yulo. En ese instante, nació como príncipe (hijo del rey Gyal Tokar y la reina Zanga Ringum), en el palacio al sur del monte Yungdrung Gutseg, en el octavo día del primer mes del primer año del ratón de madera macho (correspondería a 1857 a.e.c.). La leyenda Bön, por otra parte, señala la presencia de la tierra de Olmo Lungring, que contiene un tercio del mundo existente. Se ubica en el occidente de Tibet. En su centro se levanta el monte Yungdrung Gutseg, “pirámide de nueve esvásticas“, que simboliza los nueve caminos de Bön. De la base de la montaña fluyen cuatro ríos en dirección a los cuatro orientes. La montaña está rodeada de templos, bosques y ciudades. Este conjunto de palacios, ríos y zonas boscosas, junto con el Monte Yungdrung Gutseg en el centro, conforma la región interna de Olmo Lungring. La intermedia presenta doce ciudades, cuatro de las cuales se sitúan en las cuatro direcciones cardinales. Las regiones están rodeadas por un océano y una cordillera.