19 de diciembre de 2018

Hallazgos arqueológicos (VII): Tumba de los Toros



El mundo funerario etrusco entre los siglos VII y VI a.e.c., esto es, de época orientalizante y arcaica, presenta, como se sabe, una riqueza iconográfica muy notable. Su relevancia mítica es de gran interés. Es el caso de la presente foto-imagen, concretamente de la Tumba de los Toros (550-530 a.e.c.), en Tarquinia. En esta antecámara se representa, en contra de lo habitual, que son escenas de banquete o juegos funerarios, un pasaje mitológico, aquel que refiere la muerte del príncipe troyano Troilo a manos de Aquiles. En el centro, el héroe griego está próximo a un pozo-fuente, parecido a un altar y situado en medio de variada vegetación, lo cual aludiría, tal vez, a una muerte ritual. Por encima, un friso con dos escenas sexuales (trío y pareja homosexual), y dos toros en diferente actitud, uno en reposo y el otro (con el antropomorfo rostro del famoso dios-río Aqueloo) en lo que parece una embestida. Es difícil discernir el sentido de estas escenas, aunque no se podría descartar alguna función apotropaica. La inscripción alude al dueño de la tumba, un tal Arath Spuriana, al parecer plausiblemente relacionado con otra figura aparecida en una tésera de hospitalidad del santuario de Mater Matura en el Foro Boario romano. En la suerte de frontón de la parte superior, aparecen figuras que pueden guardar alguna relación con el mito de la quimera y Belerofonte. Dicho sea de paso, en las dos cámaras del fondo se aprecia con cierta claridad, los bancos en los que se depositaban los cadáveres y el ajuar funerario.

Prof. Dr. Julio López Saco
UCV-UCAB. FEIAP-UM. Diciembre, 2018.

10 de diciembre de 2018

Hallazgos arqueológicos (VI): Arnés de Hazael



Arreo en bronce del caballo de Hazael, Heraion de Samos. Arnés de caballo que procede de Siria.

En la imagen, un magnífico arreo (arnés) en bronce perteneciente al caballo de Hazael. Fue hallado en el famoso Heraion de Samos, si bien su procedencia bien pudiera ser siria. El Heraion de Samos destaca sobremanera entre los santuarios de Jonia gracias a sus monumentales kouroi. En la inscripción se indica que el dios Hadad le hace entrega al señor Hazael de Umqi de dicha tabla. La plancha fue fabricada en el siglo IX a.e.c., aunque se halló en un contexto de finales del siglo VI. Existe una pieza compañera de ésta en el santuario de Apolo en Eretria. La inscripción parece indicar que ambas piezas formaban, en origen, parte de un botín capturado por Hazael. Sin embargo, también se ha sugerido la hipótesis de que posteriormente hubieran sido objeto de un saqueo por parte de los griegos. Incluso se ha querido imaginar a un emprendedor funcionario de algún santuario oriental que hubiera deseado congraciarse con los griegos deshaciéndose de varias viejas ofrendas.  Al margen de tanta hipótesis, estos curiosos objetos parecen a todas luces el fruto de alguna transacción, digamos, oportunista. De hecho, la célebre historia de Coleo sugiere que tal actitud oportunista se atribuía en especial a los samios.

Prof. Dr. Julio López Saco
UCV-UCAB. FEIAP-UM. Diciembre, 2018. 

27 de noviembre de 2018

Percepción popular y visión intelectual pagana del cristianismo en la antigua Roma de los siglos I y II


Las relaciones entre los cristianos y los conciudadanos con los que vivían, trajo consigo formas de asimilación, de aculturación y también de disimilación, así como un encuentro, habitualmente pacífico, entre la sociedad helenista y el cristianismo. Algunos cristianos rechazaban ciertos aspectos de los valores, las convenciones, los símbolos y hasta las instituciones de la cultura y la sociedad grecorromana, pero otros optaban por aceptar (y adaptar) otros elementos propios de esa sociedad. La distinción primordial de la minoría cristiana sería, sin duda, el monoteísmo, un rasgo singular en el marco de una sociedad esencialmente politeísta.
En un ámbito urbano helenístico, el cristianismo estuvo integrado en la sociedad. Hubo una asimilación estructural informal, puesto que  los cristianos interactuaban con personas de otros grupos culturales por medio de las conexiones sociales personales (afiliaciones, interrelación institucional, vecindarios, asociaciones). Por otra parte, fueron fundamentales las conexiones llevadas a cabo en las ocupaciones profesionales, laborales, que propiciaban identificaciones y aculturaciones.
Era en la casa doméstica el lugar en donde principalmente se llevaban a cabo las reuniones, que solían ser abiertas a cualquier simpatizante, no cerradas o exclusivas. Tal apertura responde a motivos propagandísticos. Las redes sociales al uso, los matrimonios mixtos, la casa, la familia, el vecindario, los compañeros de trabajo y, en fin, los amigos, fueron un factor crucial en la difusión y popularización del cristianismo. De modo muy inconveniente, sin embargo, esta imagen pacífica de la vida cotidiana no dejó impacto en las fuentes literarias, más proclives a describir los conflictos.
La opinión pública consideró a los cristianos, genéricamente, como seres extraños que fracturaban los moldes sociales acostumbrados, en especial debido a sus reuniones y a sus creencias y prácticas. Por si fuera poco, el cristianismo se proclamó única religión verdadera, lo cual implicaba la falsedad del resto, un hecho que supuso la crítica de la población pagana, que les tildaba de fanáticos e intolerantes. Es en este contexto socio-cultural en el que se les acusará de ateos, pero no en sentido filosófico, sino por su empeño en rechazar las divinidades tradicionales. En tal sentido, se les atribuían conductas inmorales y crímenes atroces. Así, los rituales de iniciación en el cristianismo fueron muy criticados por los paganos. Se acusaba a los cristianos de antropofagia, libertinaje sexual (incesto) en reuniones secretas y clandestinas, además de infanticidio. La postura de sufrida resignación ante el martirio y su actitud impasible ante la muerte eran, además, motivo de chanzas entre los paganos.
Los cristianos provocaron resentimientos populares y desconfianza entre sus conciudadanos. En algunos lugares (Listra, Tesalónica, Corinto, por ejemplo), padecieron oposición popular, abusos, calumnias, confiscaciones, persecuciones y algunas  actitudes xenófobas de parte de la multitud y de las propias autoridades locales. En ciertos casos, los paganos aseguraban que el cristianismo amenazaba las costumbres paganas, provocando enfrentamientos y disturbios que daban lugar a la participación de las autoridades locales, que tomaban medidas punitivas contra los cristianos. Además, el rechazo frontal al culto imperial suscitaba muchas dudas al respecto de su lealtad al emperador y a la ciudad misma.
En ciertas ocasiones concretas, los cristianos eran hostigados por los vecinos porque eran conceptualizados como antisociales. No participaban en los cultos tradicionales urbanos, de gran trascendencia política, religiosa y socio-económica, ni en las asociaciones (collegia). No ser partícipe de los sacrificios, festividades o asociaciones era un claro signo de rehuir a sus vecinos. Se entendía que los cristianos ofendían la sensibilidad religiosa grecorromana, resquebrajando la pax deorum. Si se tiene en consideración que los dioses romanos protegían a las ciudades y a sus moradores, el comportamiento cristiano se entendía como amenazante[1], tanto para la seguridad como para el progreso de la urbe. Esta amenaza, convertida en intolerable provocación, conllevó sentimientos de aversión, hostilidad y cólera, que suscitaban denuncias ante las autoridades locales[2]. Incluso la actitud cristiana y su proselitista predicación impactaban negativamente en la economía local, orientada en torno a los cultos. En definitiva, la oposición local, en muchos casos, era el preludio de la de los factores de gobierno.
En el  siglo I y principios del II, la plebe romana era en cierto grado hostil hacia los cristianos. Y era así porque entendían que eran responsables directos de ciertos vicios antisociales. El rechazo a adorar los dioses tradicionales fue el fundamento de una de las principales acusaciones contra los cristianos, de ahí que algunos autores (Luciano, Justino, Apuleyo, Marco Frontón[3]), comenten que se les llamaba ateos.
Se aducía que los misioneros cristianos corrompían a las mujeres y, en consecuencia, hacían peligrar la unidad de la vida familiar. Por otra parte,  se aseguraba que promovían relaciones adúlteras y promiscuas. Algunas prácticas rituales cristianas pudieron ser medianamente conocidas por los paganos y ser interpretadas como ritos mágicos (la magia se asociaba directamente con la superstición).
Los resentimientos populares hacia los cristianos parecen derivar, en consecuencia, de sus tendencias “separatistas” y antisociales. Además, por su negativa a participar en el culto tradicional de las deidades constituían una amenaza para la sociedad, en virtud de que destruían las familias y debilitaban el entramado social.
Los cristianos fueron vistos como personajes contraculturales. Tal contraculturalismo y las antipatías consiguientes operarían en conjunto al lado de cuestiones étnicas y xenófobas. Las etiquetas de ateísmo, canibalismo (Justino) e incesto (Atenágoras) parece que fueron comunes en el marco de la tendencia caricaturesca popular sobre el cristianismo. Incluso se les veía como rebeldes. Su estigma de antisociales se podría haber debido a su habitual retiro de las actividades socio-religiosas y al afán de congregarse en reuniones nocturnas secretas, mientras que su impiedad a que no adoraban a los dioses o a que sus actividades eran ilícitas e inmorales.
En todo caso, el rechazo del cristianismo fue el resultado de la tensión que se genera en el seno de las agrupaciones sociales entre la consideración de su propio grupo y la del otro. La hostilidad anticristiana se ajustaría, de tal modo, al típico movimiento de reacción contra un colectivo que (se siente) amenaza valores y estructuras identitarias del núcleo urbano. La reacción en contra del cristianismo tomó diversas formas, desde aquellas simples de burla popular hasta las más severas de abierta persecución, a veces espontánea y en otras ocasiones institucionalmente organizada.
En último caso, la percepción popular del cristianismo no deja de  ser una visión estereotipada, una respuesta en modo de etiqueta. Del tal modo, las diversas acusaciones contra los cristianos, desde su impiedad o su inmoralidad, hasta su actividad incestuosa y canibalismo, no implican, necesariamente, un fundamento real. Son las habituales acusaciones dirigidas hacia los grupos marginales, a los que se consideraban una amenaza para la sociedad en virtud de su carácter de grupo extraño.
El fenómeno de las persecuciones implicaba la manera de concretar, de modo violento, el sentimiento de antipatía y rechazo respecto a un grupo (la comunidad cristiana), que se entendía desmembrado del grupo referencial, que era el urbano.
Una suerte de aversión popular y de sesgada desconfianza fueron dos factores cruciales en el rechazo del cristianismo. Los prejuicios fueron claramente determinantes. En síntesis, el grupo social reaccionó contra el subgrupo cristiano porque no se reconocía en su expresión religiosa (minoría religiosa novedosa, de origen bárbaro, y con un monoteísmo extremo), y porque se sentía amenazado por la misma (incisiva evangelización y proselitismo agresivo), lo que se creía atentaba contra los intereses religiosos y económicos y contra aquellos referentes sociales tradicionales, clásicos, en esencia, los banquetes públicos, la familia, los sacrificios y, sobre todo, el culto imperial. La rumorología funcionaba como un factor desculpabilizador, proyectando en el sector rechazado los errores, pecados y fantasmas del grupo referencial. En la sociedad romana, muy sacralizada, la persecución hizo las veces de un rito colectivo purificatorio.
En el último tercio del siglo II, sin embargo, tanto paganos como cristianos otean la posibilidad, amén de la necesidad, de dialogar (combatirse en el terreno dialéctico) de la mano de la argumentación y la especulación. La Iglesia entendió la pertinencia de elaborar una reflexión cristiana y de expresarse siguiendo los propios modos de la contemporánea tradición grecorromana.
Si bien una gran mayoría de las objeciones al cristianismo fueron de tenor social, y no filosófico, en el seno de ese ambiente de hostilidad se desplegó un singular tipo de oposición, comandada por los filósofos, y que fue plasmada en debates o en lecciones formales en las escuelas filosóficas o, incluso, publicadas en sus obras. En ellas se vituperaban creencias y prácticas cristianas.
La finalidad primordial de esas obras era establecer argumentos críticos razonados contra las más relevantes doctrinas cristianas, como la resurrección, el monoteísmo, la revelación o la encarnación, e intentar probar, de modo sistemático, la superioridad del politeísmo y de la paideia griega, fundamento de la cultura grecorromana.
A través de la indagación filológica de las Escrituras se pretenden denunciar contradicciones históricas, lógicas y textuales, con el firme propósito de desacreditarlas racionalmente. El conflicto dialéctico se haría, de este modo,  realmente apasionante.
El estoico Epicteto parece reconocer coraje (ante sus perseguidores) y valor (por la costumbre de su ausencia de miedo ante la muerte) en los cristianos. Sin embargo, el filósofo apunta que no toda costumbre es virtuosa, sino únicamente la que deriva de la razón (la filosófica). Los que no temen la muerte irracionalmente contemplan actitudes maniáticas e insensatas. Por su parte, el también estoico Marco Aurelio, contrapone en sus Meditaciones (mediado el siglo II) la teatralidad del mártir cristiano a la compostura y serenidad del filósofo ante la muerte. La actitud del mártir es una oposición contradictoria, un posicionamiento exhibicionista, una simple postura fanática sin valor moral alguno. Se trata, en resumen, de un posicionamiento despreciable, penoso y de engañoso trampantojo.
Galeno de Pérgamo, por su parte, muestra cierta simpatía por los cristianos. Considera que manifiestan coraje y buscan la justicia y, en consecuencia, intenta comprender su moralidad.  Si bien la enseñanza cristiana por medio de parábolas y milagros no contiene lógica, lo que supone una actitud fideísta, Galeno entiende que es una herramienta útil en la educación. Sería una especie de filosofía elemental popular. El cristianismo, entonces, no es una filosofía pero contiene moral[4]. La observación comprensiva de Galeno influyó en la perspectiva que señalaba que los cristianos ya no se verán como conspiradores o antropófagos aberrantes. Sin ser una filosofía, la rigurosidad cristiana (por otra vía) no es menor, en cualquier caso, que la de los filósofos.
La ironía y la sátira acompañan las referencias a los cristianos en la obra de Luciano de Samosata, cuyas actitudes se tildan de no racionales y su fe se fundamenta en una enseñanza sin demostración. La ausencia de juicio racional convierte la solidaridad cristiana en fanática. El cristiano es, así, para Luciano, torpe, estúpido, simple y sin intelectualidad. El cristiano no es un loco, sino un pobre tonto iluso.
Frontón es uno de los eruditos que critican con mayor acidez al cristianismo. Sus miembros son humildes, ignorantes y crédulos Su desprecio de la muerte es una idea estúpida y soberbia, carente de razón y, por tanto, su fe es una supersticiosa falacia, maliciosa, fanática y perversa. Critica su autoexclusión en las actividades tradicionales (juegos, banquetes). En resumen, en Frontón encontramos lo que pareciera ser la recopilación de vicios que la plebe romana atribuía a todo cristiano.
Celso, a través de las citas halladas en Orígenes, se empeña en refutar las doctrinas cristianas (en El discurso verdadero, último tercio del siglo II). Entiende que la doctrina es débil y sin credibilidad, especialmente en comparación con la cultura grecorromana. Eso sí, no entra a valorar los rumores populares sobre los cristianos y la serie de aberraciones a las que se les vinculaba. No obstante, señala que sus fieles se nutren de las capas inferiores de la sociedad (ignorantes e incultos, necios, plebeyos y estúpidos, esclavos y niños)[5].
Desde una perspectiva política, el cristianismo contravenía las leyes imperiales en virtud de su carácter sedicioso y secreto; en consecuencia  era subversivo y peligroso para el Estado. Desde una óptica religiosa, sus fieles miembros son intolerantes con otros cultos y, además, aspiran a llegar a ser la religión única.
La actitud del mundo pagano frente al cristianismo fue modificándose poco a poco con el paso del tiempo. La crítica, de cierto carácter malévolo, revela la irracionalidad, la brutalidad y el fanatismo de los cristianos. Esto significaba, básicamente, que conformaban un cuerpo extraño en el marco de la paideia tradicional, en la que el ejercicio de la racionalidad era un elemento fundamental.
Los romanos percibieron a los cristianos como miembros de una secta judía y al cristianismo como una superstición oriental que conllevaba como rasgo primordial la práctica de la magia (religión mistérica oriental para Luciano de Samosata). Además también lo consideraron un elemento conspirador y subversivo; un collegium o asociación cívica de carácter ilegal y; una singular escuela filosófica. Esta imagen fue iniciada avanzado el siglo II y promovida por Justino. El vínculo del cristianismo con la filosofía puede verse en la percepción de Galeno (la filosofía como un estilo de vida que conduce a la piedad), si bien  se trataría de una filosofía de segunda clase, inferior.
Desde finales de la segunda centuria de nuestra Era la visión pagana del cristianismo fue transformándose. Las críticas contra el cristianismo se modificaron desde las múltiples acusaciones populares hacia posiciones académicas e intelectuales. Dicha crítica se centrará en esa fe ciega cristiana frente al raciocinio de los sistemas y escuelas filosóficos, y en la sistemática práctica del retiro de la vida socio-política (con sus implicaciones en la vida familiar). Esta apreciación convertía al cristianismo en una especie de fuerza de separación y de destrucción en el seno del Imperio romano.  En último caso, hay que decir, que las opiniones y juicios, en muchas ocasiones, respondían más a temores, rumores y sospechas, que a fundamentos reales.

Prof. Dr. Julio López Saco
UCV-UCAB. FEIAP-UM. Noviembre, 2018.

Bibliografía esencial

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Benko, S., “Pagan Criticism of Christianity during the First Two Centuries A.D.”, ANRW II 32.2, 1980, pp. 34-49.
Cameron, A., Christianity and the Rhetoric of Empire. The Development of Christian Discourse, University of California Press, Berkeley, 1991.
Colwell, E.C., “Popular Reactions Against Christianity in the Roman Empire”, en McNeill, J.T. & Spinka, M. & Willoughby, H.R., Environmental Factors in Christian History, University of Chicago Press, Chicago, 1939, pp. 65-79.
Craig de Vos, E., “Popular Graeco-Roman responses to Christianity”, en Esler, P.F., (Edit.), The Early Christian World, vol. II, Routledge edit., Londres & Nueva York, 2000,  pp. 881-885.
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Hargis, J.W., Against the Christians. The Rise of Early Anti-Christian Polemic, Peter Lang, Nueva York, 1999.
Levieils, X., Contra Christianos. La critique sociale et religieuse du christianisme des origines au concile de Nicée (45-325) (BZNW 146), Walter de Gruyter, Berlín, 2007.
McGowan, A., “Eating People: Accusations of Cannibalism against Christians in the Second Century”, Journal of Early Christian Studies, 2, 1994, pp. 413-442.
Rodríguez López, R., ““Superstitio” y “magia”: atentados a la observancia religiosa de la “res publica””, Rivista di Diritto Romano V, 2005, pp. 323-331.
Simon, M., Le Christianisme antique et son contexte religieux. Scripta Varia II (WUNT 23), Tubinga, 1981.
Walsh, J.J., “On Christian Atheism”, VigChr 45, 1991, pp. 255-277.
Wilken, R.L., The Christians as the Romans saw them, Yale University Press, New Haven & Londres, 1984.
Wypustek, A., “Un aspect ignoré des persécutions des chrétiens dans l’Antiquité: les accusations de magie érotique imputées aux chrétiens aux IIe et IIIe siècles”, Jahrbuch für Antike und Christentum 42, 1999, pp. 50-71.


[1] Se ha señalado que la motivación primordial que anima la resistencia y la oposición al cristianismo fue la percepción de que sus miembros eran, realmente, impíos.
[2] Los propios emperadores Claudio y Nerón, dictaron medidas represivas locales contra los cristianos de Roma.  Fueron considerados principales causantes de problemas y se les etiquetó como desestabilizadores sociales. No obstante, no se pensaba  que formaran una nueva religión.
[3] Existió, de hecho, una imagen humorística, caricaturesca y satírica (Apul., De magia 56-57 y 90) del fiel cristiano que fue muy difundida entre los gentiles, en los ambientes cultos y entre la gente corriente.
[4] El conocimiento genuino y la búsqueda de la verdad es una labor que corresponde al filósofo, el único capacitado para obtener independencia de juicio y pensamiento por medio del empleo de la lógica. El filósofo no puede aceptar ninguna filosofía que renuncie a la razón en nombre de la piedad popular.
[5] La serie de apelativos y calificativos referidos a los cristianos son muy abundantes. En sentido genérico, sirva decir que para el filósofo cínico Crescencio, los cristianos eran magos (irracionales) impíos y ateos.

16 de noviembre de 2018

La serpiente en el mito japonés



En Japón, desde la antigüedad, la serpiente ha sido venerada como deidad de montañas y ríos, de ahí que sea el espíritu de lagunas y pantanos. Al tiempo, se la ha respetado, hasta tiempos actuales, como protectora de los hogares. En los mitos del Kojiki un reptil gigantesco de ocho cabezas y el mismo número de colas fue derrotado por el héroe Susanoo (un encuentro que pareciera tener cierto eco con el de Heracles y la hidra de Lerna). Susanoo descendió a la tierra y allí encontró a un par de desolados ancianos que se lamentaban porque una sierpe se comía una tras otra a sus hijas, hasta que de ocho solamente les quedaba una. El héroe hizo que la serpiente bebiera gran cantidad de sake y luego la mató cuando estaba completamente ebria. Pero también este reptil se empleaba como representación del rencor, los celos, la avaricia y al obstinación. En el grabado de la imagen (Obstinación. Cien historias ilustradas, Katsushika Hokusai, en donde se aprecia a Hebi, la serpiente Yokai) se ve una serpiente, que simboliza un alma carcomida por los celos. Tras su muerte, no abandona el mundo y, en consecuencia, no alcanza el Paraíso a pesar de que, como se aprecia en la tablilla mortuoria, recibió un nombre póstumo budista y los monjes celebraban oficios para propiciar su descanso en paz. No en vano, la iconografía de la diosa de la fortuna Benzaiten (análoga a la Saraswati india) la muestra acompañada de una sierpe, sinónimo de “celos”. En un ámbito popular es muy famoso un reptil semi legendario llamado tsuchinoko, que chilla como un ratoncillo. Para terminar, no se puede dejar de mencionar la leyenda del monje Anchin y de Kiyohime, en el templo Dojoji de Wakayama. Anchin era un bonzo que estaba de peregrinación al templo de Kumano. Por el camino fue asaltado por la joven Kiyohime. Tuvo que prometerle que se casaría con ella a su regreso. Sin embargo, al final quiso escapar del compromiso. La joven, convertida en serpiente, lo persiguió sin descanso. Alcanzó al monje en el Dojoji, en donde se había escondido en el interior de una campana. Kiyohime, en realidad un espíritu del río, rodeó la campana con su cuerpo y lo quemó vivo en su interior.

Prof. Dr. Julio López Saco
UCV-UCAB. FEIAP-UM. Noviembre, 2018.

9 de noviembre de 2018

La invasión y consolidación goda: tervingios y greutungos


La primera de las grandes oleadas invasoras sería la protagonizada, esencialmente, por poblaciones germánicas de los llamados ósticos (orientales) godos, vándalos, burgundios,  aunque con frecuencia se les unirían en su migración fracciones más o menos numerosas de nómadas sarmáticos o iranios (sobre todo alanos) de las regiones llanas del sur de Rusia y del Danubio centro-oriental. Esta primera oleada se caracterizó por la notable amplitud de los movimientos migratorios, desde las orillas del mar Negro hasta la península Ibérica y el norte de África, así como por haber dado lugar a la aparición de los que serían los primeros reinos bárbaros en el solar imperial.
La primera gran oleada se centra alrededor de dos grandes hitos militares; por un lado,  la batalla de Adrianópolis, en 378, y por el otro en el traspaso del Rin en 406. Ambas fueron protagonizadas en lo esencial por los germanos orientales, visigodos, ostrogodos, burgundios y vándalos, además de diversos grupos occidentales agrupados bajo la denominación de suevos, y los iranios alanos arriba mencionados.
Tras una dura y dilatada emigración desde territorios ribereños del mar Báltico, los pueblos góticos se encontraban, hacia 230, asentados al norte del mar Negro. Al margen de los elementos populares agregados durante su migración, en su nueva sede asumieron significativos contingentes de nómadas iranios, esto es, de sármatas, adoptando de los mismos algunas de sus tradiciones, en especial los godos ubicados más al este, llamados greutungos. Éstos habían constituido un reino parcialmente centralizado y extenso, mientras que en las regiones boscosas más occidentales moraban los godos tervingios, que contaban con una menor centralización política.
A lo largo del siglo IV ambos grupos, en particular los tervingios, sufrieron la influencia de Roma, penetrando el cristianismo en su famosa variante arriana. Este último aspecto les confirió una mayor conciencia étnica, gracias además a la creación por parte del obispo misionero Ulfila de un alfabeto con el que traducir la Biblia al gótico. Tal situación se desmoronó cuando el Reino de los greutungos, dominado por el linaje de los Amalos, fue derrotado en 375 por unos nómadas llegados a las estepas pónticas, los célebres jinetes hunos. Tras la derrota y muerte trágica del rey godo Ermanerico, el pánico se apoderó de ambos grupos godos. Mientras una porción muy relevante, compuesta básicamente de tervingios, pidió y obtuvo del Imperio asilo en la región de Tracia, otros se asentaron en la región de los Cárpatos y en Moldavia, bajo el protectorado huno. Sería entonces en ese momento cuando ambos grupos góticos iniciasen un nuevo proceso de etnogénesis que llevaría al grueso de los tervingios a transfigurarse en los históricos visigodos, mientras que el sector principal de los greutungos, bajo predominio huno, a convertirse en los ostrogodos.
No mucho tiempo después de su entrada a cargo del Imperio, el emperador Valente (364-378) intentó aniquilar a los grupos godos, en virtud de la suposición del peligro que podrían representar para la vecina Constantinopla la continua rebelión de algunos godos. Sin embargo, en esta intentona resultó derrotado y muerto en la batalla de Adrianópolis, en agosto de 378, donde se perdió una parte significativa del ejército de maniobras romano-oriental. El nuevo emperador oriental Teodosio el Grande (379-395) consiguió apaciguarlos, beneficiándose de paso de los conflictos internos entre diversos nobles y linajes godos, establecerlos en la provincia de Mesia y utilizarlos, finalmente, como tropas federadas para la reconstrucción del deteriorado ejército imperial.
La muerte del emperador Teodosio, que siempre disfrutó de prestigio y renombre entre los jefes godos, así como las desavenencias entre el gobierno de Constantinopla y el de Roma, este último dirigido por Estilicón, serían empleadas por el Balto Alarico para configurar una  suerte de monarquía militar visigoda alrededor de su persona. A partir de entonces, Alarico y sus godos comenzaron una ambigua política que combinaba con cierta sagacidad los saqueos en las provincias romanas con ofrecimientos de sus servicios como tropas federadas a cambio, eso sí, de subsidios alimenticios, con el objetivo final de conseguir un alto cargo militar imperial para el rey godo y un territorio en donde poder asentar a su pueblo en condiciones de una cierta autonomía.
Esta fue una política seguida inicialmente con el gobierno de Constantinopla y posteriormente, desde 401, con el de Ravena. Alarico presionaría fuertemente al gobierno de Ravena, jugando (aunque también a la vez sería utilizado), con la oposición entre Estilicón y otros círculos cortesanos romanos. Después de la caída y asesinato de Estilicón  en 408, Alarico no tuvo más remedio que abocarse a una política más agresiva, que culminaría con el golpe de efecto que supuso el famoso saco de Roma en 410. Desaparecido poco tiempo después Alarico, su política sería seguida por su sucesor Ataúlfo (410-415). Tras el fracaso de Ataúlfo al respecto de su deseo de entroncar con la familia imperial a través de su matrimonio con la princesa Gala Placidia, así como de consolidar una posición fuerte en el sur de las Galia, los visigodos serían finalmente estabilizados en función del pacto de alianza (foedus) firmado entre el rey godo Valia (415-418) y el general romano Constancio, el nuevo hombre fuerte del gobierno romano occidental, en 416[1].
En virtud de este pacto los visigodos se comprometían a servir como tropas federadas al Imperio occidental. A cambio, en lugar de obtener los ya tradicionales subsidios alimenticios el Imperio permitía a los godos su  total asentamiento en la Aquitania,  entregándoles a tal efecto un conjunto de terrenos que serían repartidos entre los distintos agrupamientos nobiliarios godos y el del rey con sus séquitos. El soberano godo recibía, además, tan amplias atribuciones que de hecho supondrían el establecimiento de un embrión de Estado visigodo en pleno territorio imperial, con una corte y un núcleo administrativo central siguiendo el ejemplo imperial, en la ciudad francesa de Tolosa.
La prematura muerte de Constancio, en 421, así como la de Honorio dos años después, trajo consigo la elección como emperador de un todavía infante Valentiniano III (425-454), hijo de Constancio y Gala Placidia. A partir de este instante, el gobierno de Occidente se convertiría en presa más o menos fácil de ambiciones e intrigas. En tal situación, y aprovechándose de las diferentes disputas, los visigodos de Tolosa, al mando del rey Teodorico I (418-451) tratarían de extender su dominio territorial hacia la estratégica región de Provenza.
Por su parte, el nuevo monarca vándalo Genserico (428-477) optaba en 429 por evacuar definitivamente la península Ibérica y pasar con todo su pueblo, al norte de África, trasvase que implicaba una real amenaza sobre una región vital para el aprovisionamiento de grano y de aceite de Italia y la mismísima Roma. La recuperación imperial únicamente se produciría a partir de 432. En la península Ibérica el dominio imperial se concentró especialmente en las regiones mediterráneas, confiando tal vez en demasía en la lealtad de tropas federadas visigodas, un factor que permitió la consolidación sueva en sus bases territoriales galaicas y del norte de Portugal, amén del inicio de una serie de acciones de pillaje en la Bética y Lusitania por su parte.
Los reyes visigodos, concretamente Teodorico II (453-466) y su sucesor Eurico (466-484) lograron extender su efectiva área de control a la Provenza y hasta el Loira en la Galia, en tanto que en la península Ibérica lograrían conformar, desde 456, un eje estratégico de poder que comprendía Barcelona, Toledo Mérida y Sevilla, así como la submeseta norte. Este efectivo control obligaba a la monarquía sueva a reconocer su superioridad, impidiéndole la expansión hacia el este y el sur peninsular.

Prof. Dr. Julio López Saco
UCV-UCAB. FEIAP-UM. Noviembre, 2018.

[1] Como consecuencia del foedus de 416, el gobierno imperial se propuso seguidamente restablecer la situación creada en las provincias hispánicas, usando para ello la fuerza militar aliada de los visigodos de Valia. A lo largo de los dos años siguientes, Valia conseguiría destruir las monarquías militares de los alanos y los vándalos silingos, cuyos restos de población acudirían a engrosar las filas de sus hermanos vándalos hasdingos.

31 de octubre de 2018

Fresco Naval de Akrotiri (isla de Tera)



En la imagen, un fresco con escena naval de la Casa Occidental del yacimiento de Akrotiri (Tera), datado hacia 1600 a.e.c. En esta magnífica obra se muestra figuración humana en un ambiente natural. Se trata de una suerte de paisaje nilótico en el que se observan diversos animales. Es más que probablemente que conformara un programa iconográfico. La presencia en el fresco de ciudades y de barcos decorados, acompañados de delfines, llevando guerreros como pasajeros, se puede considerar la manifestación visual más antigua del concepto de un viaje en el marco de un entorno de paisaje. Las diferentes perspectivas empleadas (visiones oblicuas y planas, elevaciones), permiten considerar la escena como una arcaica forma de mapa topográfico, que ayuda a retratar sitios sólo más o menos específicos. Uno de los más grandes inconvenientes en relación a la significación del fresco radica en la dificultad de garantizar la conexión con la cultura griega y en establecer si es aquí en donde comenzaron a formularse los fundamentos de la imaginación mítica que posteriormente los griegos manipularon. Estoy entre aquellos que apuntan la posibilidad de que la iconografía marina del fresco de Tera haya actuado como una escena heroica, tal vez épica (aunque sea difícilmente demostrable una vinculación con un género épico), y con probables conexiones poéticas. Si pudiera descartarse, por otra parte, que se deba ver aquí una referencia a la vida cotidiana o el reflejo de un acontecimiento histórico concreto. Si bien los lugares y las personas no son identificables, se manifiestan desde una visión mítica, poblada de héroes y comunicada por medio de convenciones pictóricas. Todo el conjunto, en consecuencia, pudo contener narrativas vinculadas entre sí, actuando como una especie de viaje por el Mediterráneo oriental, de un modo análogo al más tardío (y muy conocido) fresco romano denominado Paisajes Odiseicos, hallado en una morada del Esquilino de Roma. Los vínculos míticos parecieran encontrarse fuera de toda duda, sobre todo si se compara con los mitos asociados con los hiperbóreos.

Nota: se puede agrandar la imagen al abrirla y descargarla.

Prof. Dr. Julio López Saco
UCV-UCAB. FEIAP-UM. 

24 de octubre de 2018

Evolución del concepto de realeza en Mesopotamia


La idea del rey como buen administrador, gobernante justo y constructor de templos y obras de irrigación en las ciudades sumerias del Dinástico Arcaico se vio superada posteriormente por el concepto acadio del rey héroe-conquistador contrastado, sin ir más lejos, en Sargón y Naramsin. Se trata de reyes heroicos cuyas acciones se convirtieron en leyenda debido a sus grandes conquistas. Ahora, la ideología del dominio universal, fundamentada en el principio de que el reino propio constituye el centro del mundo y el resto es una periferia inferior, bárbara e inculta que puede y debe ser sometida, se abría paso mediante guerras de frontera, aunque no existían todavía los medios para articular de modo adecuado un estado territorial amplio y, por tal motivo, se preservaban las monarquías conquistadas.
Con la tercera dinastía de Ur se produjo una suerte de mescolanza sui géneris. Los reyes de Ur heredaron de los acadios la ampliación geográfica del horizonte político, además de la deificación ante los sometidos, pero el carácter heroico no fue asimilado, siendo sustituido por las “antiguas” tradiciones sumerias relativas a la justicia y la buena administración. El rey justo se encarnó de nuevo en Ur-Namu, o en Shulgi. Se trataba de grandes constructores de templos, como algo antes lo había sido Gudea. No obstante, los reyes de Ur mantuvieron el determinativo divino delante de sus nombres favoreciendo con ello sus aspiraciones de control político sobre las ciudades sometidas. Al igual que los grandes soberanos acadios utilizaron los títulos de rey de Sumer y Acad o el de rey de las Cuatro Regiones para expresar esa ideología del dominio universal.
Los soberanos posteriores (Isin, Larsa), en su mayoría amoritas, ejercieron una estricta continuidad respecto a sus predecesores neosumerios. Los procedimientos burocráticos y diplomáticos en el entorno de la realeza adquirieron especial protagonismo. Pero ello no significó, ni mucho menos, la renuncia a los procedimientos militares ni a las aspiraciones de un dominio universal (véase el asirio Shamshi Adad y su ostentoso título Rey de la Totalidad), sino la combinación de medios diplomáticos y políticos, junto a los militares, a gran escala. La situación política (fragmentación hasta el triunfo de Hammurabi) imponía un nuevo equilibrio y otra forma de hacer las cosas. Además, en el contexto social aumentaron las desigualdades y la presión sobre los más humildes, situando la figura del rey otra vez en primer plano como dispensador de justicia. Por la influencia amorita, que introdujo en Mesopotamia los ideales de la igualdad tribal, redefinidos en el ambiente cortesano urbano, el rey justo se asimila a la imagen del rey pastor que cuida de un “rebaño” humano al que vigila y protege. El rey es, por otra parte, esforzado y sabio (Hammurabi que, en cualquier caso, no renunció al carácter universal de su dominio).
En los inicios del segundo milenio una nueva transformación en la realeza afectó al “modelo” de rey en el Próximo Oriente Antiguo. El cambio fue consecuencia de la confluencia de dos factores. Uno de ellos propio de la política regional del período: división en grandes imperios y pequeños reinos y principados, con grandes cortes con relevantes reyes frente a pequeños palacios y soberanos vasallos, mientras que el otro procedente del ámbito social y palatino, caracterizado por un auge de una aristocracia militar, convertida en crucial soporte del poder real. El rey pasó, entonces, de ser jefe y representante de la comunidad ante las deidades, a configurarse en líder de una restringida élite poderosa, de protector de súbditos débiles y oprimidos a cómplice de los poderosos y los opresores, con los que convivía en su corte y combatía en su ejército. Se transfigura en el principal opresor.
En un contexto histórico de guerras sin fin (ahora especializadas) en las que se inmiscuyen grandes imperios como Egipto, Mitanni, Asiria y los Hititas, así como los pequeños reinos y principados tributarios suyos, otra vez obtiene primacía el carácter heroico regio, asociado con dotes de valentía, agresividad y fuerza. En un ambiente semejante el elemento principal será el de la fidelidad. Bien sea la fidelidad de un rey a otro, o bien aquella de funcionarios y militares hacia su soberano. La fidelidad, expresada por medio de un juramento ante los dioses, se nutría del proceder del monarca, cuyo súbditos eran ahora más reyes y príncipes sometidos y vasallos, que los habitantes de su propio país, convertidos en auténticos siervos.
El final de la Edad del Bronce conllevó una crisis del Estado palatino. Se destruyeron palacios, desaparecieron imperios y se produjo el resurgimiento de un elemento nómada pastoril, el de los arameos. En semejante ambiente emergió un novedoso modelo de rey, con fuerte influencia de procedencia tribal. Hablamos del rey juez, a la vez símbolo de la unidad nacional (nuevo ideal de procedencia tribal) y jefe del pueblo en armas, un modelo que contrasta con el tipo de reyes de períodos previos. Este tipo de realeza Igualitaria, con las reservas propias del término, se transforma finalmente, como en Israel, en una realeza (acorde con las tradiciones histórico-políticas del Próximo Oriente Antiguo), más jerarquizante. En cualquier caso, ciertos rasgos de arbitrariedad y opresión, típicos de la época precedente, desaparecieron, lo que produjo un rebrote de la imagen del rey justo y recto, preocupado por el bienestar de su pueblo, de sus súbditos.
El concepto de la realeza fenicia aparece ilustrado en ciertas inscripciones en las que el monarca es caracterizado como justo y virtuoso. En este caso, es muy probable que la reina no estuviese desprovista de facultades, pues podía actuar como regente y compartir las principales funciones sacerdotales. Con la expansión mediterránea, la realeza se vio en la obligación de ejercer sus funciones en un ambiente urbano en el que debía compartir su poder con una oligarquía, desapegada de los palacios y que obtenía su riqueza y gran influencia del comercio ultramarino. Esta oligarquía reemplazará a la realeza como forma de gobierno en las colonias fenicias por el Mediterráneo.
Entre los asirios, la autoridad real emanaba de la esfera divina. No obstante, siempre estuvo al amparo del poder de la nobleza palaciega y de las diferentes camarillas y sus intrigas. La realeza asiría, encarnada en el monarca absoluto, dirigía la producción agrícola e industrial, controlaba los negocios comerciales y llevaba a cabo obras públicas. Al inicial carácter nacionalista de la monarquía asiria se sumaría una babilonización del clero y de varios sectores de las clases dirigentes, así como la arameización de un importante sector de la población. El soberano asirio llega a ser un rey inaccesible que transmite terror a sus enemigos y rivales.
Aunque con un gran poder y con evidentes rasgos despóticos, el rey persa no era una divinidad, aunque por su mediación operaban los designios y poderes de Ahura Mazda para mantener el orden. Inaccesibles como los monarcas asirios, los reyes persas (aqueménidas) casi no eran visibles y estaban sometidos a un ceremonial complejo, rígido y fastuoso. Su gran misión era que la verdad se impusiese por doquier a lo largo y ancho de los territorios imperiales.

Prof. Dr. Julio López Saco
UCV-UCAB. FEIAP-UM, octubre 2018.

15 de octubre de 2018

Hallazgos arqueológicos (V): Hombre-león de Stadel y hombre con cabeza de pájaro de Lascaux




En las siguientes líneas nos referiremos a dos notables hallazgos arqueológicos de extrema relevancia y de complicada interpretación. En una de las imágenes se observa la figura del hombre-león (o mujer), tallada en un colmillo de mamut, hallada en la cueva de Stadel, en Alemania. Pertenece al período Auriñaciense, del Paleolítico Superior, y se ha datado en torno a 32000 años antes del presente. El cuerpo es humano (al menos las extremidades inferiores) pero la cabeza es leonina. ¿Este es uno de los primeros vestigios casi indiscutibles de arte, y probablemente de religiosidad, así como de la capacidad de la mente humana de imaginar cosas que no existen realmente?. El aspecto híbrido zoomorfo, “totémico” o “animista”, en el vocabulario de cierta antropología, no se volverá a ver hasta los muy célebres ejemplares del antiguo Egipto. En la otra, una conocida pintura en Lascaux, datada entre 14000 y 15000 años antes del presente. ¿Qué es lo que se ve, exactamente, y cuál es su significado?. Un bisonte, herido de muerte por una lanza que lo atraviesa, parece estar perdiendo sus intestinos. El hombre con la cabeza de un pájaro y un pene erecto, a su izquierda, cayéndose ¿es abatido por el bisonte?; ¿es un cazador o un chamán, o ambas cosas?. Bajo el hombre hay otro pájaro. ¿Podría simbolizar el alma, liberada del cuerpo en el momento de la muerte?. Si eso fuese así, ¿la pintura no representaría algo más que un prosaico accidente de caza, tal vez el paso de este mundo al otro?. No tenemos manera de saber si alguna de tales especulaciones es cierta. Se asemeja a una suerte de test de Rorschach, que revela mucho acerca de las pre concepciones de los “eruditos” modernos, y realmente poco, o muy poco, acerca de las creencias de los antiguos cazadores de tiempos muy lejanos.

Prof. Dr. Julio López Saco
UCV-FEIAP-UM. Octubre 2018.


3 de octubre de 2018

El mundo antiguo de las Islas Británicas: celtas, romanos y anglosajones


Después que las tropas del imperio romano abandonasen las islas acompañando a Constantino III en 407, el territorio padeció acometidas y penetraciones constantes por parte de los pictos, desde Escocia, así como de los irlandeses. Como protección, es factible que los habitantes celta-romanos intentasen conseguir el apoyo como foederati de algunos grupos armados de germanos, sobre todo sajones, además de pequeños grupos de anglos y jutos. Todos ellos ya tendrían alguna presencia en las costas a través de periódicas razias desde las costas del mar del Norte. De tal situación resultaría el asentamiento de grupos germánicos, organizados a partir del ámbito de la soberanía señorial germánica, en ciertas localidades del noreste.
El hecho fundamental que marca indeleblemente la historia de la antigua Britania romana hasta mediados del siglo VI no es tanto el conflicto entre celto-romanos y sajones, sino la desaparición del poder centralizado. En lugar del mismo surgirían múltiples y pequeños reinos o principados, relacionados con un lugar fortificado y fundamentados en un grupo militar asociado a un linaje nobiliario. Un ejemplo representativo del estilo de vida y del poder de estos régulos (de origen germánico) es el célebre tesoro de Sutton Hoo (Suffolk), correspondiente a un enterramiento de un príncipe de Estanglia del siglo VI, que todavía era pagano. Gildas da a conocer el nombre de algunos de tales régulos, todos con nombre romano o céltico.
Así pues, se extendió en el centro y el oriente de la isla, una fragmentaria estructura política a base de pequeños reinos tribales que, por otra parte, siempre habían estado presentes al norte del muro de Adriano. En su seno vivirían gentes de habla céltica o germánica, pudiéndose dar alianzas militares entre unos y otros. En las tierras bajas de la isla, por su parte, continuarían viviendo grupos de la anterior población celto-romana, a pesar de su germanización lingüística desde mediado el siglo VI. De tal modo, grupos de hablantes celtas, de britones, habrían habitado en Devon, Cornualles y Gales. La continuidad de estos pequeños reinos dependía de la fortuna guerrera de sus mandatarios. Uno de esos reinos que acabó consolidado en tiempos posteriores, fue el de Wessex.
En consecuencia, las Islas Británicas de fines del siglo VI conformaban un mosaico de pequeños reinos contralados por una nobleza de señores de la guerra. En la más rica y sajonizada región meridional se consolidaría una primacía del Reino de Wessex, en tiempos de su rey Ceawlin, hacia 556-593.
A comienzos del siglo VII se pueden señalar dos unidades políticas poderosas, en principio sajonizadas, si bien en ambas con elementos poblacionales britano-romanos. Por un lado, el Reino de Kent, en el sudeste, con el rey Etelberto (565-616), y por el otro, el de Nortumbria, al norte, con el soberano Etelfrido (hacia 593-617), fruto de la fusión de los anteriores y más pequeños reinos de Bernicia y Deira. El de Kent protagonizaría un hecho crucial, como remarca la Historia eclesiástica de Beda el Venerable, la conversión al Catolicismo romano gracias a la misión enviada por el papa Gregorio el Grande en 597 y conducida por Agustín. La misión cristiana de Agustín debe explicarse por la más que probable continuidad de grupos cristianos celto-romanos en antiguos centros urbanos tardorromanos. Así, los diversos concilios de la Iglesia gala de los siglos V y VI (Tours Vannes, Orleans y París), atestiguan la existencia de obispados britones. En la corte de Kent ya debían existir previamente creyentes. Además de la acción de la misión romana, el cristianismo se impondría en las pequeñas cortes reales merced a misioneros irlandeses.
Tales influjos dominarían en Nortumbria desde el reinado de Oswaldo (633-642). Después del Sínodo de Whitby, en 664 se impondría en Nortumbria el influjo romano. En cualquier caso, básico para la difusión del cristianismo, en concreto en su vertiente romana, basada en fundar sedes episcopales, sería la continuidad de ciertos antiguos centros urbanos tardorromanos (en ese instante centros ceremoniales y administrativos), caso de York, Canterbury, Cirencester, Wroxeter y Carlisle. La cristianización de origen irlandés se orientó a la fundación de centros monásticos, como por ejemplo el de Lindisfarne en la Nortumbria de mediados del siglo VII.
Una vez que el poder de Kent se fue desvaneciendo, se estableció la hegemonía de Mercia e, incluso, la del Reino de Wessex. El reino de Mercia había sido el producto de la unión de principados de menor extensión. La primacía de Mercia sería en buena medida la obra del rey pagano Penda (626-655), que logró aliarse con príncipes galeses cristianos contra la amenaza que representaba la expansión meridional del soberano Edwin de Nortumbria (617-632). La cristianización de Mercia se produjo a mediados del siglo VII, gracias a los influjos irlandés y nortumbrio, estableciéndose en 653 un único obispado para todo el reino, fijado en Lichfild de la mano del obispo Chad. Desde ese momento, los lazos entre la Iglesia anglosajona y Roma se fortalecerían con la tradición de soberanos que renunciaban al trono para ingresar en un monasterio y peregrinar hasta la sede del Papa.
Los sucesores del rey Penda (Wulfhere y Etelredo), lograron consolidar y extender el poder de Mercia sobre los sajones y los anglos orientales, frente a Nortumbria, con la recuperación de Lindsey (Lincolnshire), y también frente al Reino de Kent, que fue saqueado en 676. La expansión de Mercia obligó a los reyes de Nortumbria a intentar expansionarse hacia el norte, sobre los pictos que hacían vida entre el muro de Adriano y el Firth of Forth. Esta aventura culminó trágicamente en la catástrofe de Nechtansmere, con la derrota y muerte del rey Ecgfrith. De esta manera, en las Islas Británicas el siglo VIII se abría con la superioridad del Reino de Mercia en toda la zona sur, oriental y central de la Gran Bretaña.
La isla de Irlanda, por su parte, no había sido conquistada por Roma, viviendo así con las mismas estructuras socio-políticas célticas de tiempos previos a los romanos. En tal sentido, la unidad política básica era el pueblo-tribu (túath), una pequeña comunidad de valle a cuyo frente se hallaba un rey, con funciones religiosas y militares, pues conducía a la guerra a los hombres libres y a los nobles con sus clientes.
Como consecuencia, el número de régulos era muy elevado, si bien con el paso del tiempo se llevaría a cabo una cierta concentración de poder que conllevaría el surgimiento de realezas regionales (ríruirego o rey de los altos nobles), asociadas a las que serían las clásicas provincias de la Irlanda medieval, Connacht, Ulster, Leinster y Munster. Este proceso de concentración de poder se incrementó en el siglo V, gracias a la propaganda de los reyes provinciales, que asociaban su hegemonía con unos supuestos orígenes míticos de sus dinastías. En cualquier caso, los pequeños régulos tribales subsistieron hasta bien entrado el siglo XI. Entre las monarquías provinciales destacó, desde mediados del siglo V la de los Uí Néill en el Ulster (centro ceremonial en Tara), mientras que en el sur sobresalió la dinastía de los Eóganachta.
El cristianismo, que penetró desde el sur, integraría a Irlanda en la comunidad de la Europa Occidental. En las zonas meridionales serían fundadas, desde 431, las primeras iglesias irlandesas por parte del misionero Paladio, tal vez procedente de Auxerre[1]. En cualquier caso, la decisiva cristianización irlandesa seria posterior, esencialmente a partir de principios del siglo VI, gracias a la fundación de monasterios desde el este al oeste, lo cual indica un origen gales. Sin duda, parte del éxito de tales monasterios residió en el patrocinio de los miembros de la nobleza. El prototipo sería Columbano el Viejo (Colum Cille), emparentado con los Uí Néill y con los soberanos de Leinster, quien fue el fundador del monasterio de Durrow y del de la isla de lona, este último base de la cristianización de los pictos.
Las fuentes escritas sobre los pictos y acerca de quienes le sustituirían en los territorios más septentrionales de las Islas Británicas, los escotos, provienen de los Anales irlandeses,  de mediados del siglo VIII, así como de la llamada Lista real picta, más tardía, de la décima centuria.
Los pictos, gentes que habitaban al norte del muro de Adriano, empezaron a ser mencionados en las fuentes romanas desde comienzos del siglo IV, debido a sus frecuentes incursiones de pillaje en la Britania romana, en ocasiones aliados con los escotos de Irlanda. Entre los pictos se dio un leve proceso de concentración del poder, tal y como se aprecia en la figura de un soberano de  mediado el siglo VI,  Bridei MacMaelcon, quien derrotó a los escotos y que probablemente favoreció la evangelización de su pueblo, recibiendo al monje irlandés San Columbano.
Ya desde principios del siglo VII, los pictos tuvieron que enfrentarse al expansionismo del reino sajón de Nortumbria. En 685 Ecgfrith, rey de Nortumbria, sufrió una derrota que permitió la reunificación e independencia del territorio picto bajo el rey Bridei MacBili. A partir de aquí, apenas nada más se sabe de los pictos hasta que fueron conquistados por Kenneth MacAlpin, rey de los escoceses, a mediados del siglo IX.
Las relaciones entre Irlanda y Escocia tuvieron profundas raíces, ya desde el lejano siglo III. A comienzos del siglo VI se testimonia el establecimiento de una dinastía irlandesa en lo que habría de ser la escocesa Dalriada. En este antiguo reino escoto, el cristianismo se constituyó en un elemento esencial, pues fue centro irradiador del monaquismo irlandés. La estructura aristocrática de tradición céltica instaurada, con la presencia de grupos tribales bajo el predominio de una familia con sus clientes asentada en un sitio fortificado o dun, explica el surgimiento de una fragmentación política ya en el siglo VII. Un nuevo impulso unificador corrió a cargo de Ferchar el Largo, aunque desde mediado el siglo VIII, y hasta el IX, Dalriada viviría bajo el control picto.

Prof. Dr. Julio López Saco
UCV-UCAB, Caracas. FEIAP. UMH, Braga. Octubre, 2018.


[1] El tradicional y célebre patrono de la Iglesia irlandesa, San Patricio, habría realizado su misión en el norte, en el Ulster, con anterioridad a 460. Patricio, un britón nacido en una familia romanizada y que experimentó el cautiverio, actuaría inicialmente entre los inmigrantes britones en la isla, para ganarse después el apoyo incondicional de los reyes de Ulaid (el Ulster oriental), constituyéndose de esta forma en el primer obispo de Armagh.