28 de abril de 2020

Metáfora y mito en la Biblia


La Biblia se puede interpretar como una inmensa y complicada metáfora, siendo en tal sentido, un soberbio paradigma de pensamiento mítico-poético. La metáfora principal, con mucha diferencia, es la constante imagen de descenso y ascenso. Se percibe distinta de aquella de renovación cíclica, si bien en el fondo la misma imagen mítica conforma ambos tipos de relato.
El pueblo de Israel está esclavizado en un inframundo (Egipto) y, en consecuencia,  pide auxilio a Yahvé para que le socorra. Son liberados por un emisario que el dios envía, pero vuelven a ser esclavizados, ahora en Babilonia. Otra vez son liberados. El tema se repite en el Nuevo Testamento, ya que el mito de la caída y el descenso del Génesis se completa con aquel del ascenso y la resurrección. Si bien la sociedad israelí es el “centro” del mito, en el Nuevo Testamento es un individuo quien experimenta ese mito en su propia vida. Ahora el ciclo de anteriores mitologías se transforma en un gran ciclo y, lo más relevante es que esta experiencia hebrea se escenifica como prototipo aplicable a la humanidad entera, como si la historia se iniciara con Adán.
El Génesis introduce el Pentateuco y el libro de Josué, que narran a su manera la historia de la liberación del pueblo de Israel de manos egipcias además del asentamiento (agresivo) hebreo en Canaán, que acabaría transformando un grupo disparejo de nómadas clanes semíticos en una “nación”. El Génesis es fundamental porque proporciona el trasfondo mitológico al tema heroico de la conquista que luego se detalla. Dota al pueblo de unos ancestros que le otorgan un rol histórico además de una identidad como tribu. La conquista de Canaán se asume como una necesaria destrucción de la cultura cananea, entendida como una obra de divina purificación (una suerte de arcaica guerra santa).
En el trasfondo de los dos hermanos enfrentados del Génesis se puede vislumbrar esta conquista hebrea de Canaán, que supondría la dominación del agricultor por el pastor de ganados (Yahvé acepta la ofrenda de un cordero por Abel, no el ofrecido por Caín). Ambos, agricultores cananeos y hebreos nómadas pastores, eran semitas; una “hermandad” considerada en términos de uno mayor y otro menor. Una de las formas en la que se plantea el relato de la conquista es a través de una encarnizada lucha, la que enfrenta al dios hebreo y a la diosa cananea, nombrada Anat, Astoret, Aserá; en definitiva, Astarté.
Y no es para menos. La iconografía de buena parte de los relatos de Génesis es sumeria y babilónica. En Sumer tenemos además el relato del mítico lugar en donde los animales salvajes no mataban, no destruían, eran pacíficos; donde no se concebía ni enfermedad, ni vejez, ni mucho menos la muerte. Tal paraíso sumerio es Dilmun. Por otra parte, Yahvé asume la iconografía de Ptah, y de Ninhursag y Enki sumerios; funciones como la de la diosa Aruru, que insufla vida en la creación; y hasta su carácter a partir de la imagen de Enlil. En la mitología hebrea todas las divinidades masculinas de las culturas anteriores, además de los citados, también Marduk y El (Elohim es el plural de El, dios cananeo), se funden acrisoladamente en una única imagen, un deus pater,  que en el escenario bíblico se hace ver como primera y única deidad.

Prof. Dr. Julio López Saco
UM-FEIAP, abril, 2020

19 de abril de 2020

Prehistoria e historia antigua de Escandinavia




Imágenes: arriba, serie de grabados rupestres de Tanum; abajo, una vista general del cuerpo momificado del Hombre de Tollund (siglos IV-III a.e.c.).

Se considera que los primeros pobladores, de cazadores, recolectores y pescadores, de Escandinavia se remontan a unos 13000 años, una época en la que hubo un cambio climático que provocó la suavización del clima y un aumento de la vegetación en toda la región. A su vez, aparecieron animales que podían ser cazados y consumidos, un motivo de atracción de gentes que, con su llegada, inician una cultura. La metalurgia de metales como el bronce y el hierro pondrían los fundamentos de una cultura escandinava, cuyo origen, denominado Edad del Bronce Nórdica, se sitúa hacia 1800-1500 a.e.c.
Las primeras ocupaciones humanas se produjeron en la península Jutlandia, y solamente hacia 8000 a.e.c. en la propia península escandinava. Los cazadores-recolectores se asentaron inicialmente en pequeños campamentos estacionales cercanos a las costas, lagos o ríos. Ya en el IV milenio[1], algunas de tales comunidades se asentarían en pequeñas aldeas permanentes en las que practicarían las actividades agropecuarias. Las tierras más septentrionales se verían pobladas por migrantes procedentes desde el sur. Ya desde la zona de Uppland (costa este de Suecia) se desplazarían hasta el fiordo de Oslo, en donde se fusionarían con otras poblaciones allí establecidas.
Estos suelos norteños eran bastante pobres para la agricultura, exceptuando los cereales (avena, centeno, cebada), y unas pocas legumbres como los guisantes. Por el contrario, el rendimiento ganadero era mucho mejor (vacas, ovejas). En todo caso, las comunidades debían recurrir a la pesca, la recolección y la caza en todo momento para garantizar su subsistencia.
Las comunidades neolíticas, muy pequeñas, estarían formadas por unas pocas casas construidas en madera, en las cuales habitarían familias, siguiendo una estructuración semejante a las muy posteriores granjas vikingas. Las tumbas estaban formadas por una cámara central cuyo acceso era un pasillo conformado por enormes losas pétreas, todo ello recubierto con tierra, formando así un túmulo. Se inhumaba al difunto con huesos de animales y un tipo de vasija cerámica característica, en forma de embudo.
El bronce llegó a Escandinavia tardíamente, en torno a 1800 a.e.c., probablemente como respuesta a los intercambios comerciales entre lo que hoy es Dinamarca y el resto de Europa. Algunos productos nórdicos, como las pieles y, sobre todo, el ámbar, se estimaban mucho. De esta forma Dinamarca sería la entrada a Escandinavia de la preciada aleación. En esta fase, las construcciones más notables presentan un gran parecido con la langhús de las granjas vikingas ulteriores, una casa larga rodeada de construcciones más modestas. Esta gran vivienda sería la residencia de la familia principal del núcleo, evidencia de una jerarquización social incipiente. El bronce se emplearía, no obstante, únicamente en la fabricación de armas y enseres de relevancia social familiar, mientras que la mayoría de útiles seguiría siendo confeccionados en sílex o en cerámica. Conforme fue pasando el tiempo, se impuso paulatinamente el bronce en objetos cotidianos, como las copas, los calderos, las navajas de afeitar, hoces o pinzas. A fines del primer milenio, los artesanos escandinavos forjaban espléndidas piezas en bronce, sobre rodo armas (yelmos, escudos ornamentados con espirales o espadas), pero también piezas como fíbulas o hebillas de cinturón, al margen de las espectaculares trompetas de función ritual (en las sagas escandinavas de la Edad Media se denominan lur y servían para reclamar a los guerreros que acudiesen a combatir).
Aunque pervivió la inhumación en túmulos, al final del período del Bronce se extendió la cremación y posterior inhumación de las cenizas. Algunos objetos hallados en las necrópolis o en los pantanos, a donde se arrojaban como ofrendas votivas, son un indicador de un cambio en la mentalidad religiosa. Ahora se generaliza un culto solar. El sol se representa como un disco de oro que es llevado en un carro por caballos o que es blandido por un personaje masculino (entre los vikingos el sol sería una diosa). Además, en los petroglifos (caso de los famosos de Tanum[2]), se personifican lo que podrían ser ya antesalas de las deidades vikingas. Así, en estos petroglifos, por ejemplo, se puede ver una figura semejante a Tyr que porta una lanza y le falta una mano.
Al lado del culto solar había uno a las aguas y a las divinidades que en ellas viven. Esto se deduce de la enorme cantidad y variedad de ofrendas recuperadas de marismas, lagos, pantanos y hasta ríos, todas de una elevada calidad, lo cual hace pensar en unos oferentes de elevada posición social. Asociados con estos cultos a las aguas se ha constatado la presencia de sacrificios humanos y de animales, una práctica que será muy habitual en la Edad del Hierro.
La metalurgia del hierro llegó a Escandinavia, también desde el continente europeo, en el siglo VI a.e.c. A diferencia de lo que ocurría con los metales para la aleación broncínea, el hierro abundaba en la región. Las herramientas de hierro y el trabajo servil provocarían la intensificación de las explotaciones agrícolas, lo cual provocó el surgimiento de asentamientos en forma de poblados. De modo diferente a la dispersión de los núcleos de etapas anteriores, el centro entre varias granjas independientes y rodeadas de vallas, lo ocupaba ahora un espacio abierto, una suerte de plaza. Todo el conjunto se rodeaba a su vez por una empalizada de carácter defensivo, que unificaba el territorio y las construcciones. Seguía apareciendo en el interior el langhús, la residencia del caudillo local, quien descendería de los jarlar (esa aristocracia de la posterior etapa vikinga). Los ejemplos más notables de este tipo de asentamiento se encuentran en Dinamarca, en particular Grontoft, que debió contener unos cincuenta habitantes, o Hodde, que contuvo casi treinta granjas y unos trescientos habitantes. Todos ellos habrían vivido de las actividades agropecuarias, pero también de la artesanía (herrerías, telares y talleres de alfarería).
Es en esta época en la que la incineración de los cadáveres y el posterior entierro de sus cenizas en urnas, termina por imponerse, aunque la extendida y antigua práctica de arrojar ofrendas al agua se mantuvo sin cambios. En la Edad del Hierro aumentaron considerablemente los sacrificios humanos. Uno delos ejemplos más destacados y estudiados fue el del denominado hombre de Tollund (Dinamarca), que fue estrangulado con una cuerda y luego arrojado a las fangosas aguas de un pantano. Una buena parte de estas víctimas se han datado entre los siglos II y I a.e.c.
Fue hacia el siglo V a.e.c. cuando algunos pueblos norteños abandonaron estas regiones septentrionales y se desplazaron hacia otras más meridionales y, por tanto, más cálidas, concretamente aquellas en la orilla este del río Rin, lugar en donde en ese entonces habitaban tribus celtas. Los recién llegados serían ya, étnica, lingüística y culturalmente germánicos. Unos se quedaron y otros, sobre todo teutones y cimbrios, avanzaron hasta los frecuentes encontronazos con Roma.
Los pueblos germanos, de etnia y lengua indoeuropea abandonaron, por tanto, su región septentrional, relativamente aislada (aunque desde la prehistoria hubo rutas comerciales en las que circuló el ámbar), en la Edad del Hierro. Sus movimientos migratorios los condujeron a los territorios del norte europeo en donde habitaban celtas. Fue hacia 115 a.e.c. cuando los mencionados cimbrios y los teutones dejaron la península de Jutlandia y se desplazaron hasta la Nórica, región cercana al Danubio en donde moraban grupos tribales aliados de Roma. La gran potencia mediterránea enviaría a sus legiones con el afán de combatir estas penetraciones pero Roma cosechó una amarga serie de derrotas.
A pesar de su victoria, ninguna de ambas poblaciones atravesó los Alpes sino que ambas posaron su mirada en la Galia y desestimaron establecer alianzas con las tribus celtas. Roma volvió a reunir un gran ejército para enfrentar el desafío germánico. De nuevo, esta vez en 105 a.e.c., y cerca de Arausio (Orange), Roma sufrió una severa derrota. Ni cimbrios ni teutones se sintieron tentados en dirigir sus pasos hacia Italia, tiempo que Roma aprovechó para reorganizarse, ahora bajo el mando de Cayo Mario. Esta vez los romanos derrotaron a los germanos teutones en la batalla de Aquae Sextiae en 102 y a los cimbrios un año después en Vercelas (Vercelli). Otras tribus germanas, vistos los precedentes, se mantuvieron al norte de la frontera natural entre los ríos Danubio y Rin, en donde se asociaron, esta vez sí, a las tribus celtas.
Las inquietudes intelectuales por saber y por conocer las realidades del otro, hizo que griegos y romanos dejasen algunos testimonios escritos, de diferente calado, extensión y relevancia, sobre las poblaciones germánicas. Estrabón (libro VII de Geografía), reseña con bastante amplitud el territorio de la “Germania” en la orilla este del Rin. Alude a la denominación otorgada por los romanos según el modo empleado para indicar que los gálatas son los habitantes de la Galia. Hace una descripción física y del carácter de los germanos, señalando sin rodeos su salvajismo y su aspecto como hombres rubios y altos, estableciendo una imagen estereotipada que ha perdurado en el tiempo. Por su parte, Plinio en el siglo I, en su Historia Natural, dice que Escandinavia es una isla habitada por un pueblo al que denomina ingevones, y en el que incluye a cimbrios y teutones. Tácito (Germania), entre los siglos I y II, es el primero que considera la necesidad de investigar acerca de los orígenes de estos pueblos germanos así como sobre sus costumbres. Sigue presente la descripción física (personas de ojos azulados, cabellos rojizos, corpulentos), y añade una particularidad relevante: la ausencia de una cultura urbana entre ellos.
Tácito, además, describe cada pueblo germano conocido. Para él, los cimbrios ocupaban Jutlandia, mientras que en el sur de Escandinavia ubica a los suyones, del que dice que  eran belicosos y cimentaban su poderío en el dominio de los mares. Como vecinos de estos últimos sitúa a los sitones, tal vez en la zona centro de Suecia o probablemente en lo que es hoy Estonia y Finlandia, diciendo de ellos que estaban gobernados por mujeres.
Entre los siglos I y V se desarrolla en Escandinavia lo que se conoce como Edad del Hierro Romana, denominación que procede de la cantidad de objetos hallados procedentes de territorios imperiales. Buena parte de tales objetos fueron armas romanas, tal vez parte de los botines de guerra, muchas de las cuales se arrojaban a los pantanos y lagos como ofrendas a las deidades de las aguas, tal y como atestigua el depósito de armas de Illerup Adal (Dinamarca[3]), en donde se rescataron, además, ciertas piezas con las inscripciones en nórdico antiguo más arcaico del que se tiene noticia. No obstante, también fueron comunes objetos propios de la actividad comercial, como monedas, vidrio, vasijas cerámicas o metales, sobre todo en las necrópolis, un hecho que certifica los contactos comerciales, los intercambios de presentes entre las elites y hasta la posterior participación de mercenarios escandinavos en los ejércitos de Roma.
Esta es una fase en la que aumentan en Escandinavia las explotaciones ganaderas y agrarias, y se observa un notable incremento tanto del número de asentamientos como de su extensión. Huellas y restos de núcleos de población daneses de gran relevancia, como Ludenborg, Dankirke o Gudme, evidencian una organización socio-política de bastante complejidad en esta época.
El final del imperio romano occidental en el siglo V trajo consigo una etapa marcada por el traslado de pueblos germanos que cruzan los límites de los ríos Danubio y Rin para asentarse y formar reinos (caso del merovingio o el visigodo, por ejemplo). En Escandinavia los movimientos poblaciones no fueron la tónica general, si bien hubo algunos migratorios desde Noruega y Dinamarca hacia Inglaterra. Con el tiempo, los pueblos germanos de la península escandinava consolidaron el alfabeto rúnico y cambiaron un tanto sus concepciones religiosas, apareciendo las primeras imágenes de deidades nórdicas y desapareciendo (desde el siglo VI), las famosas ofrendas a las deidades acuáticas.
El auge económico favoreció la centralización política. Los principales caudillos se ubicaron en los centros de poder y desde ahí dominaban la religión, la artesanía y el comercio. Destacó Vendel, en Suecia, que fue el centro del reino de los Svear, así como Helgö, cerca de Estocolmo, quien aglutinó un emporio comercial de prestigio. También en Jutlandia se consolidaron reinos. Ya en el siglo VIII, la búsqueda de nuevas fuentes de recursos como la piratería, avanzará la organización de pequeños grupos de guerreros que se convertirán en la antesala de los vikingos.

Prof. Dr. Julio López Saco
UM-FEIAP, abril, 2020


[1] Algunos investigadores y estudiosos apuntan que la llegada de estos pregermánicos no se habría producido hasta el II milenio, momento en el que se constata la adopción de la tecnología de la metalurgia, específicamente del bronce.
[2] Los grabados pétreos de Tanum, asociados sin duda con algún tipo de ritual o culto, están coloreados en rojo y representan distintos tipos de personas, entre ellas cazadores, pastores, campesinos, guerreros o pescadores, así como animales y algunas escenas elaboradas, en las que se observan labores en barcos o en los campos, además de procesiones. Destacan, por otra parte, unos motivos denominados marcas de copas o cúpulas (pequeños círculos de apenas 5 centímetros de diámetro), que se ven formando series verticales. Se interpretaron como la figuración de la lluvia, de los astros o hasta de los agujeros para sembrar.
[3] En este yacimiento fueron halladas armas en abundancia (espadas, yelmos, escudos, puntas de lanza, jabalinas, armaduras y cabezas de hacha), pero también gran cantidad de restos humanos óseos, que pudieron pertenecer a prisioneros sacrificados, práctica común, como es bien sabido, en la Escandinavia del Bronce y el Hierro.

7 de abril de 2020

Revista Egiptología 2.0: antiguo Egipto



En estos tiempos de reclusión algo más de lectura. Ya está disponible el nuevo número de la revista Egiptología 2.0 (número 19, abril del 2020), llena de magníficos y variados trabajos tocantes al mundo del Egipto de la antigüedad, entre los que es destacable el análisis acerca de la conocida y maravillosa bailarina de Ma’mariya (Nagada I o IIa). Mi habitual colaboración en la publicación lleva por título en esta ocasión El antiguo Egipto en el cine histórico. Faraón (J. Kawalerowicz), un acercamiento a una maravillosa y, eso sí, peculiar película polaca centrada en el Egipto antiguo de época ramésida. A pesar de sus inconsistencias, su fiabilidad histórica es elevada, si bien su lectura en clave contemporánea (mediados de los años 60 en aquella Polonia), resulta clave. Espero que podáis disfrutar del contenido completo si es de vuestro interés. Saludo cordial. 

Prof. Dr. Julio López Saco
UM-FEIAP, abril, 2020

Enlace corto por si alguien quiere descargar la revista: https://bit.ly/2ReY202

5 de abril de 2020

Religión y mitología sumeria y acadia










Imágenes (de arriba hacia abajo): dios Amurru de Neribtum. Presenta cuatro rostros. Instituto Oriental de Chicago; un kudurru con la diosa de la medicina (Gula). Proviene de Susa, Hoy en el Museo del Louvre; relieve de Lama, la divinidad protectora de Uruk. Museo de Irak; vaso para libaciones de Gudea de Lagash. Hoy en el Museo del Louvre; fragmento de un vaso cultual con un relieve de la diosa Nisaba. Vorderasiatisches Museum, Berlín; tablilla con el texto que narra el mito del Descenso a los Infiernos de Ishtar. Museo Británico; maqueta de un carro de terracota con la representación de Nergal o Ninurta. Museo del Louvre y; placa protectora de bronce contra el demonio Lamashtu. Museo del Louvre.

La religión de los sumerios contenía gran número de divinidades antropomorfizadas, próximas a las actividades cotidianas de las gentes. Sus funciones se definían en relación a su naturaleza concreta y sus contenidos teológicos. En tal sentido, hubo una diversidad de concepciones relativas a las teologías y las cosmogonías, hasta el punto de que algunas tradiciones diferentes, representadas por escuelas urbanas (Eridu, Uruk, Nippur) podían aislarse. La vinculación entre religión y poder político fue una premisa fundamental. En la religión acadia, que incluye la de babilonios y asirios, se otorgó significación especial a la trascendencia de la deidad, pues su omnipotencia todo lo abarcaba. Por supuesto, también reflejaba la estructura política acadia, orientada hacia el nacionalismo o hacia entidades supra territoriales de mayor envergadura. En consecuencia, se haría imprescindible la presencia de una entidad divina que aglutinase a las demás, de modo análogo a cómo el soberano lo hacía en la vida real en relación a otros Estados, sometidos o tributarios, sus súbditos o a la población dependiente.
La religión de sumerios y acadios es politeísta, con presencia de divinidades de carácter celestial y también infernal. Tales deidades se originaron a partir de un principio primordial y primigenio acuoso. Desde la perspectiva sumeria se hizo nacer por medio de emanaciones, de un principio húmedo y amorfo, que alude a Nammu, el Océano primordial, al Cielo y la Tierra (An y Ki, respectivamente), inicialmente unidos en una montaña cósmica, pero luego separados por Enlil, la divinidad políada de Nippur. Más tarde se hizo un reparto tripartito (Anu-Cielo; Enlil-Tierra, a veces asociada con Ninhursag, y Enki-aguas profundas, el dios políado de Eridu). Tales divinidades funcionaban como verdaderas pirámides poderosas insertas en un núcleo familiar extenso. En tal sentido, las deidades contaban con cónyuges, hijos, antepasados y un personal dependiente, como secretarios, peluqueros, intérpretes, etc. El personal divino se estructuraba en función de la organización monárquica y estatal de los períodos antiguos. Luego de estos grandes dioses estaban otros particulares, aquellos que originaron la luz y la vida, animal, vegetal y humana. Los seres humanos provendrían de la arcilla abismal (Abzu-Apsu), por mediación de Enki, Ninmah y Nammu.
Los sumerios imaginaron un mundo divino ordenado y organizado según el modelo del mundo terrestre humano. Sus deidades se concibieron antropomórficamente, pues hacían las mismas cosas que los humanos (se alimentaban, se peleaban y tenían sus mismas debilidades). No se enfocaron en la creación de una deidad omnipotente, ya que las deidades se ligaron a las distintas ciudades-estado, en una suerte de particularismo localista que quizá fuese un reflejo de una arcaica vida nómada sumeria. En cualquier caso, hubo divinidades que disfrutaron de preeminencia en todo el país sumerio. Así, existió una tríada cósmica: Anu (Anum acadio, deidad celestial), Enlil, asociado al diluvio y los vientos y Enki (Ea en acadio), deidad terrestre; además hubo una segunda tríada, esta vez astral, formada por Zuen (Sin acadio) o Nanna, deidad lunar, Utu (Shamash acadio), deidad solar, e Inanna (Ishtar acadia), quien personifica las actividades cotidianas y al procreación. Más allá de estas dos tríadas hay dioses singulares, como Nergal, la divinidad de Irkalla, el infierno al lado de su esposa Ereshkigal, Ninurta, divinidad guerrera, Iskur, vinculado a la tempestad, el inframundano Ningizzida, Dumuzi y Ningirsu, el dios políado de Girsu.
Desde la perspectiva acadia, el panteón se estructuró, de la misma manera que el sumerio, a partir de un principio acuoso. Del mismo surgieron dos entidades primigenias, Abzu-Apsu, símbolo masculino del Océano que rodea el mundo, y Tiamat, personificación femenina del agua salada marina. Los dos son los responsables de crear todos los seres. De ellos nacen las dos sierpes Lahmu y Lahamu. Posteriormente fueron generados Kishar y Anshar, quienes representan la totalidad terrenal y celestial, de los cuales emanó una tríada suprema (Anu, Ea y Enlil), quienes, como Zeus. Posidón y Hades en la mitología griega, se repartieron todo lo que había sido creado. También los acadios tuvieron una segunda tríada, astral (Shamash, Sin y Ishtar). La escasa diferencia respecto a la organización sumeria demuestra su  labor sincrética, ya que se amoldaron convenientemente llevando a cabo un cambio de nombres.
Lo que se produce en época acadia es una sistematización y simplificación que propicia la unificación en ciertas deidades de aquellas esferas de soberanía de dioses más singulares. De tal manera, se crean panteones diversos pero de reducida escala  (Eridu, Nippur, Lagash, Uruk). Como los acadios primero, y los babilonios después, tuvieron una tendencia hacia el nacionalismo político, es razonable que una de las deidades fuese erigida en divinidad suprema. Ese dios supremo fue Marduk, exaltado desde el momento de la unificación de las regiones. Su preeminencia coincide con la presencia amorrea y con el rey babilonio Hammurabi. Este soberano creía que el mundo divino se dividía en dos categorías, la de los Anunnaki y la de los Igigi, deidades superiores e inferiores, respectivamente. La tríada suprema se encontraría ubicada entre los Anunnaki, al lado de otras deidades sumerias, mientras que en el segundo estaría Marduk. Además, este fue el tiempo de elaboración de nuevas versiones sobre las arcaicas leyendas sumerias, una labor que facilitaría que Marduk fuese elevado a la cumbre del panteón de dioses. Otra serie de deidades, de carácter secundario, personificaciones de la guerra, la naturaleza, de la actividad intelectual, los alimentos o los ríos, se hicieron muy habituales. 
Además de deidades, había una fuerte presencia, tanto en la religión sumeria como acadia, de demonios y espíritus; bondadosos (Lamassu, Karibu) y perjudiciales, tanto de carácter colectivo (Sebittu, Assaku, Galla, Gedim), como singulares (Udug, Pazuzu, Lilitu). Estas entidades fueron generadas tanto a partir del espíritu o fantasma  de los muertos, como por obra de los propios dioses. Estos seres, denominados generalmente dingir o ilu, se consideraban impuros y causaban, especialmente, enfermedades de todo tipo y condición. Contra todos ellos existieron diversas técnicas defensivas y ofensivas por mediación de plantas, objetos varios, fórmulas de encantamiento, conjuros, aceites especiales y hasta explicaciones míticas, lo cual propiciaría la magia y sus oficiantes (ashipu).
En mundo del más allá era el Kur o Irkalla, un lugar invisible al que se llegaba tanto por vía terrestre como por mar. Kur refiere la cumbre del monte en donde moraban las divinidades. Los niveles inferiores de esta montaña constituía la vivienda, que estaba protegida con murallas que contenían siete puertas supervisadas por siete porteros cuyo jefe se llamaba Neti. Era el sitio específico de la totalidad de la humanidad e, incluso, de algunos dioses. Allí moraba en una existencia eterna, pero letárgica, melancólica, triste, aburrida y taciturna, el gidim, es decir, el fantasma del difunto.
En relación a los panteones ya referidos, hubo un clero masculino fuertemente jerarquizado (sangu, urigallu, pashishu, entre otros), subordinados al en (señor), pero también un clero femenino (kulmashitu, shamhatu). Destacaron las hieródulas (naditu en acadio), que vivían encerradas. En el control del clero se encontraba el nin-dingir o entu. La principal labor del clero consistía en erigir fastuosas construcciones religiosas, en forma de torres escalonadas y templos. En consecuencia, se podría decir que el deber religioso principal consistía en temer a la deidad y, por ello, en la necesidad de proporcionar ofrendas y sacrificios a las divinidades.
Los mitos sumerios, de evidente carácter cultual, se han conservado por escrito a partir de la labor de los dubsar o escribas. Desde una perspectiva externa, los mitos se muestran en forma de largos recitados, un hecho que refiere la plausible presencia del trovador ambulante (nar), encargado de recitarlos ante un público configurado por grupos de personas. Muchos de tales mitos tienen un carácter local, algunos urbano (asociándose la política de la ciudad-estado con la cosmología), y otros más universal.
En la mitopoética sumeria hay diversas categorías desde una óptica temática. Existen mitos cuyo contenido es cosmogónico; esto es, mitos sobre los orígenes (El cosmos en tiempos míticos; Enki y Ninhursag; Una hierogamia cósmica); mitos de organización  (Enki y el orden del mundo; El viaje de Nanna a Nippur); mitos en los que hay un especial contacto entre humanos y dioses (El matrimonio entre Lugalbanda y Ninsun; Enlil y Namzitarra); leyendas de características mitopoéticas (La expulsión de los qutu, El sueño de Gudea; La leyenda sumeria de Sargón de Akkad); una suerte de literatura épica centrada en figuras como Lugalbanda, Enmerkar y el célebre rey de Uruk, Gilgamesh (Gilgamesh y Agga de Kish; La muerte de Gilgamesh; Lugalbanda y el pájaro del trueno); narraciones mitológicas acerca del más allá (El descenso de Inanna a los infiernos); mitos de exaltación (Mito de Ninurta y las piedras o El matrimonio de Sud, en donde la deidad de la ciudad de Eresh, de nombre Sud, se casa con Enlil); y una ingente cantidad de relatos mitopoéticos cuyos principales protagonistas fueron Dumuzi e Inanna y sus amoríos e infidelidades (El mensaje de la hermana; Las sábanas de la dote, entre otros).
Los acadios recogieron los mitos sumerios, los copiaron y sistematizaron. Además, los llevaron hasta los confines geográficos de Mesopotamia, concretamente hasta Anatolia, Palestina y Egipto, como fue el caso de Nergal y Ereshkigal, los Mitos de Adapa o el Poema de Gilgamesh. Son los responsables de que el interés por estos mitos se mantuviese vivo, gracias a lo cual se encargaron de elaborar versiones diferentes del mismo mito adecuadas a períodos temporales distintos. Es más, los acadios crearon nuevos argumentos míticos, lo que incluye temas novedosos, tal el caso del de la ascensión (un sabio mitológico o un ser humano mortal ascienden al cielo en virtud de diferentes razones), como sería el caso del mencionado Adapa, y también llevan a cabo una abstracción de las deidades, sobre todo en función de su tendencia hacia el henoteísmo.
Los acadios popularizarían nuevos contenidos míticos que tienen que ver con el nuevo orden establecido, especialmente en lo tocante a la administración, la justicia y la política nacionalista acadia. En general, entonces, los mitos reflejarán un menor interés por los aspectos del cosmos o la fertilidad  y se orientarán a vincularse con la divinización personal de los soberanos, la organización en torno a una entidad urbana y una deidad nacional suprema, como ocurrió con Babilonia y Marduk en el Enuma Elish, o a asociarse con los poderes del mundo regio, como es visible en el Mito de Erra. Los mitos acadios tendrán una variedad formal mayor que los sumerios, lo cual los hace más extensos y los dota de un carácter más prosaico, pero a la par verán disminuida su variedad conceptual, orientándose hacia la jerarquización y la abstracción.
Como en el mundo sumerio, la mitopoética acadia cuenta con bloques temáticos diversos. Se pueden mencionar, primeramente, los mitos acerca de los orígenes (La Inmolación de los dioses Alla; Marduk, creador del mundo). Este sería un tema expuesto ahora a frecuentes diatribas teológicas que darían pie a la elaboración de teorías cosmogónicas por parte de las diferentes escuelas teológicas; en segundo término, son destacables los mitos de combate y victoria. En este caso concreto, en una pugna desigual el vencedor resulta ser el que es militarmente más débil pero superior en cualidades propiamente divinas, tal y como se puede observar en el episodio de Gilgamesh, Ishtar y el Toro celeste, así como en el Mito de Anzu. También serían relevantes los mitos de destrucción y salvación (Poema de Erra, Mito de Atrahasis, Diluvio Universal); aquellos de exaltación divina y humana, galvanizados por su intención de divinizar, mitificándolos, a determinados reyes, y de elevar a ciertos dioses (Poema de Saltu y Agushaya; Himno a Marduk; Exaltación de Ishtar), así como los mitos acerca del inframundo (Descenso de Ishtar a los Infiernos; Nergal y Ereshkigal).
Por otra parte, los mitos de ascensión configuran, como ya se comentó previamente, una innovación temática acadia, visible en un par de notables narraciones mitológicas: el Mito de Etana y el Mito de Adapa. A todos ellos se sumarían, en definitiva, mitos con presencia de seres fantásticos (mitos de El dragón Labbu; Los siete “Utukku” malignos; Contra los fantasmas); un texto profético e histórico, que justifica los exilios de Marduk (La profecía de Marduk), un Himno a Sin, el dios luna y un grupo de seis mitos que giran alrededor de personalidades históricas; así Sargón de Akkad (Sargón, rey de la victoria); Naram-Sin (El asedio de Apishal por Naram-sin), y Gilgamesh, con Plegaria al divinizado Gilgamesh.

Prof. Dr. Julio López Saco
UM-FEIAP, abril, 2020