24 de julio de 2018

Fantasmas del Japón de la antigüedad: bakemono-obake







Imágenes (de arriba hacia abajo): ilustración de fantasma, Iijima Koga, Zensho-an, Tokyo; el fantasma del muelle, Shibata Zeshin, y Fantasma y candelero, Tani Bun'ichi. Zensho-an, Tokyo; Oni y otros monstruos, dibujos del desfile nocturno de los cien diablos, biblioteca Iwase; Tsukumogami a base de cacharros de cocina. Una botella de sake hace de cabeza, un plato y un bol agrietado de armadura y dos espátulas para servir arroz de piernas; y Obstinación, cien historias ilustradas, Katsushika Hokusai, con Hebi, serpiente Yokai.

Entre los seres sobrenaturales más relevantes del imaginario fantástico japonés se encuentran los yokai y los yurei. Ambos son fantasmas (bakemono). Los yurei son espíritus de los fallecidos que por determinadas razones, que incluyen la sed de venganza o las promesas incumplidas, suelen aparecerse a los vivos con los que dejaron cuentas pendientes mientras vivían en este mundo. Por su parte, los yokai no son almas de muertos, sino que están vivos, aunque no se suelen sentir o ver porque su dimensión espacio-temporal es diferente a la de los mortales. Los yokai serían antiguos dioses de los cultos a los elementos naturales y a la fertilidad que cayeron en desuso o rebajaron su rango, mientras que los yurei se originaron a la deificación de personas importantes de las sociedades arcaicas, como chamanes, jefes tribales. Es por ello que los yurei tienen una apariencia humana, en tanto que los yokai habitualmente presentan deformidades, rasgos peculiares y extravagacias físicas y de comportamiento.
Ni uno ni otro pertenecen al mundo de los vivos, aunque su “otro mundo” no es el mismo para ambos. Los yokai habitan las cercanías de nuestra sociedad, en espacios y tiempos controlables por los mortales, como las casas abandonadas, los densos bosques, la noche o el mar. En función de la fluidez que nos separa de los yokai, el contacto con su presencia es continua, aunque no siempre la persona caiga en cuenta. Es un contacto que se verifica en los festivales religiosos sintoístas matsuri, en los que se busca canalizar las malas intenciones por otras positivas de los yokai, haciéndolos deidades protectoras de aldeas, canales de agua, arrozales o veredas; es decir, de sitios con presencia humana. Por su lado, los yurei moran el mundo de los muertos y, por lo tanto, con ellos ni existe ni se busca contacto alguno. La frontera entre ambos mundos es, en este último caso, estable, fija, nítida e invariable, tal y como la que separa la vida de la muerte. Los yurei no se mezclan con la gente viva, a diferencia de los yokai, que pueden acabar encuadrados entre los mortales. La naturaleza extraterrenal de los yurei es fija. Su presencia en esta dimensión se deberá únicamente a su deseo de resolver algún asunto inconcluso de su vida anterior.
El kabuki y el joruri (cuentacuentos con música que derivó en un teatro de marionetas), fusionan, no obstante, las características de los dos tipos de obake. Así, por ejemplo, se representan historias de mujeres asesinadas que quieren vengarse en el mundo de los vivos convertidas en seres deformes que asustan, en auténticas yokai.
Los yurei suelen representarse sin la parte inferior del cuerpo o, en ciertos casos, sin los pies, que se difuminan. Esta convención iconográfica pudo deberse al hecho de que los fallecidos viajaban al otro mundo montados sobre una nube, al igual que los Budas, los oni (ogros y demonios) o los kami, pero también a la escatología budista (visión de ultratumba de origen chino) que señala que los oni cortaban las piernas de los muertos al pasar al otro mundo. A la entrada de la mansión del tercero de los diez jueces del inframundo, de nombre Sotaio, hay una barrera que custodian los oni, quienes piden al caminante muerto unas monedas como peaje. Como nunca llevan, les solicitan piernas y brazos, de tal manera que se los seccionan. De la falta de los miembros inferiores nacían unas sombras que explicarían la falta de piernas de los yurei. Del mismo modo, el kabuki pudo influir en esta peculiaridad de la imagen de estos fantasmas, pues los yurei salían a escena en vestimentas alargadas y muy estrecxhos que ocultaban los pies.
La vestimenta de los yurei es blanca (yukata[1] o kimono blanco de verano, con un obi o cinturón, mal atado). Esto tiene que ver con el hecho de que  los espíritus se muestran tras la muerte con el aspecto físico que tenían en vida y, por tanto con sus vestimentas, además de con sus apegos, gustos, odios, sentimientos y manías de todo tipo. Un accesorio muy habitual era un trozo triangular de tela blanca que se ponían en la frente para que actuase como talismán. Este arma efectiva contra las magias recuerda la cajita negra de los yamabushi o monjes errantes que llevan atada en la frente cuando entran en una zona montañosa. Su función consistía en recibir energías positivas.
Muchos yurei se representan en regionesa acuáticas, portando un farol o cerca de un fuego. El valor simbólico de tales elementos es, en este caso, clave. El agua prurifica cuerpo y alma y lava los pecados que los muertos llevan consigo. Por otra parte, el mar y los ríos son auténticas vías de comunicación por las que las almas de los antepasados se desplazan al más allá[2]. En estos casos, los familiares vivos pueden encargarles en este tránsito que se lleven consigo impurezas y todo tipo de males del mundo de los vivos. El fuego, por su parte, rememora el antiguo culto solar y es un elemento en el que los espíritus se reencarnan con asiduidad, pues simboliza la energía purificadora y creadora (aunque también representa el sufrimiento en el infierno budista).
Mientras los yokai llevan asociados aspectos cómicos, los yurei carecen de elementos humorísticos. Son, en realidad, terroríficos, rencorosos y vengativos. Los más típicos son imágenes de mujeres, tal vez porque el público que consumía pinturas con ests temáticas era esencialmente masculino, cuyo interés pudo ser el deseo de contemplar pálidos rostros de bellas mujeres.
Los yokai pueden adoptar formas tanto vivas, de animales o seres humanos, como inertes, o una combinación de ambos. Vendrían a ser una especie de deidades caídos en miseria o desgracia, tanto porque hayan sido olvidados por aquellos que los adoraban como por su propia degeneración. Los más comunes habitan en la naturaleza, pero hay otros especiales muy característicos: los tsukumogami. Se considera que algunos objetos son habitados por espíritus. Esta sería la peculiaridad decisiva de estos tsukumogami, yokai instalados en viejos artefactos u objetos ya inservibles que, en consecuencia, cobran vida. El fundamento primero de esta clase de yokai fueron las ancestrales creencias animistas japonesas. Los yokai no tienen por qué ser obligatoriamente vengativos y malignos. En ocasiones prestan ayuda o proporcionan fortuna. Por lo tanto, tienen muchas caras. Se aparecen en momentos del día o de la noche que provocan sensación de desasosiego. En las zonas rurales se les solía encontrar en los caminos de montaña. Los yokai, por consiguiente, participan en un sistema de conocimiento, teniendo como función para el ser humano, la de amansar la naturaleza.
Los más horrorosos, fuertes y vehementes yokai son los oni. Su imagen es semejante a la de un diablo: cuerpo rojo o azul, con colmillos y cuernos, el pelo enmarañado y vestidos de modo agreste, con calzones de piel de tigre. Portan un mazo, torturan a las personas y las devoran[3]. El primer empleo de la palabra que les da nombre (on), se asocia, como algo negativo, a las comunidades que no obedecían a la corte (considerados rebeldes y salvajes) y a los extranjeros (considerados peligrosos en virtud de que se desconocían sus intenciones). Luego se asoció el término a las deidades que conllevan enfermedades o a bestias que devoran niños. En la escatología budista, estos oni son custodios de las puertas y los encargados de torturar a los condenados.

Prof. Dr. Julio López Saco
UCV-UCAB. FEIAP-UGR. Julio, 2018.


[1] Mortaja típica en Japón. Además de la mortaja, los yurei podían portar una suerte de bolsa de paño en el cuello, en la que habría objetos que facilitarían su  viaje inframundano, como tabaco, té, arroz y hasta algunas monedas.
[2] En la fiesta budista de los difuntos (obon), las almas de los ancestros vuelven por un breve tiempo a este mundo. En tal sentido, se les presentan ofrendas en bandejas que se dejan flotar en las corrientes de los ríos o en las orillas marinas, además de farolillos que arrastran las aguas para que puedan guiarse. 
[3] Una creencia del período Nara decía que las almas de los muertos que fallecían con algún rencor se convertían en oni y devoraban a las personas. Sin duda, comer a un ser humano significaba, en determinadas culturas, que los devoradores podían adquirir la energía espiritual del devorado. Los abundantes cuentos japoneses al respecto podrían ser una reminiscencia de cierto canibalismo ritual presente en el archipiélago japonés.

19 de julio de 2018

Hallazgos arqueológicos: Shubayqa (Jordania)


Estructura de Shubayqa 1, Jordania.

Unas migas de pan datadas hace 12400 antes de nuestro presente fueron halladas por un multidisciplinar equipo de arqueólogos de la Universidad de Copenhague en los hogares del lugar Shubayqa 1, uno de los yacimientos más antiguos de la cultura de cazadores-recolectores denominada natufiense, presente en Oriente Próximo, desde el norte de Irak hasta la península del Sinaí, en Egipto. Los natufienses poseían perros domesticados y habían abandonado la vida estrictamente nómada. Contaban con piedras, morteros y una industria lítica útil para hacer pan. El descubrimiento, del que formaron parte investigadoras españolas, se produjo en el llamado Desierto Negro, en el nordeste de Jordania. En un hogar fueron hallados miles de restos orgánicos de origen vegetal. La mayoría pertenecían a un tubérculo acuático, pero en menor cantidad también se identificaron semillas de avena, cebada y un trigo silvestre. Lo que más llamó la atención fueron varios pequeños trozos chamuscados. La datación por radiocarbono considera este pan como el más antiguo de los encontrados. Hasta este nuevo hallazgo,  el honor recaía en un pan (de unos 9000 años de antigüedad) encontrado en Çatalhöyük, yacimiento de la meseta de Konya, en Turquía.
El pan es un alimento que exige un proceso intensivo en mano de obra que incluye el descascarillado, moler los cereales, el amasado y el horneado final. Si esto se hacía, como parece ser, antes de los métodos agrícolas, debe sugerirse que se consideraba algo especial. Es posible que el deseo de esta comida contribuyera a la decisión de empezar a cultivar cereales. En esa época no existían todavía hornos de pan, pero se sabe que muchos nómadas del desierto hacen pan poniendo la masa sobre brasas, tapándola con cenizas. Es posible, por tanto, que cocinaran el pan sobre una piedra plana previamente precalentada. Se podría colegir que el pan se inventó antes que el trigo cultivado, unos cuatro milenios antes de  la emergencia de la vida agrícola neolítica.
El estudio en el que se recogen estos datos y los subsiguientes análisis fue publicado hace unos días en Proceedings of the National Academy of Sciences. Habría que preguntarse, finalmente, si la elaboración de pan con cereales silvestres pudo alentar, de algún modo, la “revolución” agrícola.

Prof. Dr. Julio López Saco
UCV-UCAB. FEIAP-UGR. 

14 de julio de 2018

Monedas de la antigüedad (IV): monedas de Pérgamo




Varias monedas de Pérgamo. La primera muestra un Cistophoros. Se data entre 200 y 133 a.e.c. En el anverso, anepígrafo, una cista mística con serpiente. Todo ello dentro de una corona de yedra. En el reverso, un arco entre serpientes rodeado de yedra. Monograma a la izquierda y cabeza de Apolo a la derecha. La segunda es un tetradracma fechado entre 241 y 197 a.e.c. En el anverso, anepígrafo, una (presunta) cabeza laureada de Filetero que mira hacia la derecha. En el reverso, Atenea sentada hacia la izquierda y acodada en un escudo adornado con la Gorgona, además de una lanza sobre la espalda. En el campo, un racimo de uvas y detrás un arco. La última es también un tetradracma, en esta ocasión posterior a 189 a.e.c. La moneda había sido emitida en 172 por Atalo II, hermano de Eumenes II. En el reverso, los Dióscuros, gemelos que se consideran un símbolo del amor fraterno, enmarcados por una corona de laurel.

Prof. Dr. Julio López Saco
UCV-UCAB. FEIAP-UGR. Julio, 2018.

6 de julio de 2018

Tabillas administrativas sumerias




En las imágenes se puede observar un par de tablillas administrativas sumerias, ambas de Uruk, cuya relevancia no debe pasar desapercibida. La primera (arriba), datada en 3300 a.e.c., registra una cierta cantidad de medidas de cebada que fueron recibidas durante más de dos años por un tal Kushim. Este Kushim, si no es el título genérico de un funcionario, pudiera ser el nombre propio de un individuo concreto y, por tanto, el primer nombre de persona conocido de la historia. No se olvide que los nombres aplicados a la historia humana previa son inventos modernos aplicados por paleoantropólogos o prehistoriadores. La segunda tablilla (abajo), fechada hacia 3100 a.e.c., habla de dos esclavos, En-pap y Sukkalgir, que son propiedad de un tal Gal-Sal. Lo que resulta revelador (no necesariamente sorprendente) es que los primeros nombres registrados en la historia pertenezcan a dos esclavos, un contable y un propietario de esclavos, y no a un sacrosanto sacerdote, un profeta, un elogiado poeta, un renombrado conquistador, un connotado guerrero, un rico comerciante o un magnánimo gobernante.

Prof. Dr. Julio López Saco
UCV-UCAB. FEIAP-UGR. Julio del 2018.

1 de julio de 2018

Las divinidades célticas del Occidente de Gallaecia a través de la epigrafía




Imágenes: un altar con una inscripción dedicada a Tameóbrigus; e inscripción dedicada a Candeberonius Caeduradius, procedente de Vila Nova de Mares, Braga.

En esta región gallega que se extiende desde el Mar Cantábrico hasta la desembocadura del Miño muestra una destacada uniformidad desde el punto de vista teonímico, si bien las inscripciones votivas no son demasiado abundantes y, en consecuencia,  el número de divinidades  que se pueden testimoniar tampoco es muy elevado.
Entre los dioses supra locales de la Gallaecia costera destaca Cosus. Los epígrafes en las inscripciones  aparecieron en distintos enclaves. Las menciones aluden al dios, habitualmente, con apelativos. Entre las inscripciones principales destacan Coso, en Brandomil; Coso Oenaego, en Torres de Nogueira, cuyo monumento se halló reutilizado como una pila de agua bendita; Coso Udauiniago, en S. Martín de Meirás, Sada; fue hallado en el atrio de un iglesia, donde servía como la base del altar, si bien su procedencia original pudo ser el castro de Meirás; Coso Domino, en Negreira; Deo Cosoe Soaegoe, en S. Juan de Sacos; y Cusue Mepluceeco, en Coixil, Cartelle[1].
Otra deidad (improbablemente supra local) pudo ser Bandua, representada en la fachada costera occidental, aunque con un único testimonio, procedente de Catoira. Pero como existen muchos testimonios en diversas localidades de Lugo y Orense, se deduce su supra localidad, aunque su área de influencia no debió ser precisamente la costera.
El resto de los teónimos que aparecen en esta zona costera gallega son locales, si bien a alguno de ellos les fueron dedicados múltiples monumentos epigráficos en lo que, muy probablemente, fueron santuarios. El caso principal es el de Lariberus Breus (con quince altares en un santuario en el castro de Monte Facho, en Cangas). En este santuario, resaltan motivos iconográficos como las aspas y los arcos que decoran algunas las piezas. No se puede  asegurar si tienen algún contenido espiritual. La presencia de cuatro foculi alineados que se observan en uno de los altares es un motivo poco claro.
Otro ejemplo de dios local conocido por varios testimonios es Vestius Aloniecus. Dos inscripciones votivas mencionan a este dios, procedentes de Lourizán. La sacralidad de este sitio es altamente probable por el hecho de que cerca de donde se hallaron las dos inscripciones, fue descubierta una estela con una figura humana en relieve, con una suerte  de casquete con cuernos, y con los brazos extendidos, con las palmas de las manos abiertas.
Otros testimonios epigráficos se refieren a dioses locales. Es el caso de Edouio, en Caldas de Reis. La pieza se halló próxima a una casa de baños, lugar en el que habían existido unas termas romanas. Edouius sería el nombre o el epíteto del dios de las termas, y también el sobrenombre del dios Bormanus o Bormanicus. Hipotéticamente, entonces, Edouius sería, probablemente, una deidad sanadora con una clara vinculación a los balnearios de aguas termales, si bien la seria duda estriba en saber si es un apelativo o, en realidad, un teónimo. También parece ser el caso de Soe Meobrigoe, quizá una dedicación a Cosus pero con su nombre mal escrito.
En la región costera de Galicia se observan diferencias respecto a la zona del interior. En el área costera se hallaron altares ofrecidos a Cosus, uno a Bandua y ninguno a Reue o Nabia,  mientras que en la zona interior (desde la provincia de Lugo hasta el distrito portugués de Vila-Real), Bandua, Reue y Nabia eran las divinidades más adoradas (más de 30 inscripciones conocidas en la región), en tanto que sólo una se conoce alusiva a Cosus, descubierta en el límite occidental de la provincia de Orense. Se detectan semejanzas de la región costera con la zona también costera ubicada al sur del río Miño, en Portugal.
En la franja litoral entre los cursos bajos de los ríos Miño y Duero, se observa un elevado número de deidades de carácter local. Muchas son mencionadas como Genios o Lares, un factor que incide en su reducido alcance, concretamente en relación a un concreto grupo familiar o étnico y a un núcleo poblacional determinado.
En la franja más occidental, se conocen escasos teónimos, en relación con la gran cantidad de inscripciones votivas que aluden a deidades indígenas. La divinidad más representada en la epigrafía de este ámbito territorial es Marte indígena. En una inscripción de Tuy aparecieron completos el teónimo y el epíteto, Mars Cairiogiegus. En otra inscripción, la de Lisouros, se interpretó el teónimo como Ma(rti) Cario(ciego). Las dedicaciones a un dios romano acompañado de un epíteto autóctono es una excepción en Hispania, al contrario de lo que acontece en Britania o la Galia.
De hecho, el carácter del epíteto Cariecus o Cariociegus puede relacionarse con el antropónimo Caricus, testimoniado en Hispania, así como con los galos Caria y Cariacus. En consecuencia, se ha de considerar a Marte indígena como la deidad que más se ha representado desde una óptica epigráfica en esta región. Al tiempo, podría valorarse como indígena la dedicación al Genius Tiauranceaicus. En referencia a las divinidades indígenas femeninas no existen testimonios.
En la misma franja litoral, ya al sur del río Limia, el único teónimo indígena masculino seguro es Candeberonius Caeduradius, que se constata en una inscripción  en Braga). El prefijo Cand- o Cande- podría asociarse con un par de apelativos indígenas de Júpiter presentes en inscripciones del norte hispano, como Candamius y Candiedus. Candeberonius era una divinidad vinculada a Júpiter y, además, relacionada con las alturas. La existencia del epíteto Eberobriga podía implicar una separación Cand-Eberonius.
Existen otras inscripciones dedicadas a divinidades masculinas indígenas. Una de ellas fue descubierta en una iglesia parroquial de Viana do Castelo. El dios ahí señalado se leía [..]iuo / Vestero. Otra, procedente de Carrazedo, se dedicó a los Lares Buricis. Finalmente, un altar, recientemente descubierto en Vilela, Braga, estuvo dedicado al Genio Viriocelensi, que indica la existencia de un topónimo Viriocelum.
Por su parte, en lo que respecta a las divinidades femeninas, únicamente se cuenta con dos dedicaciones. La primera, dedicada a Ocaere, apareció en la iglesia de S. João do Campo, en la región de la Sierra do Gerês. La segunda, fue descubierta en el castro de S. Lourenço, y alude a Daea Sancta (Esposende).
En la región meridional del río Cavado y hasta el Duero las principales evidencias referentes a teónimos masculinos tienen que ver con el culto a Cosus en toda esta región.
Se conocen tres inscripciones que aluden a este dios en el entorno de Santo Tirso. La primera de ellas procede de Burgães, y la referencia al dios reza Deo Domeno Cusu Neneoeco. A la misma divinidad, aunque sin constancia del teónimo, se dedicó un epígrafe de Ervosa; aquí la deidad aparecía como Dom(ino) Deo Neneoeco. Tenemos, entonces, un teónimo precedido de las categorías religiosas deus dominus y seguido de un epíteto étnico o tópico. Dominus, únicamente aparece en Hispania en compañía de la divinidad indígena Cosus.
Nabia, por su parte, es la divinidad femenina más difundida en la zona, puesto que es la única a la que se dedicaron un conjunto de altares. En el primero, descubierto en Marecos, aparece citada dos veces, en primer término como Nabia Corona. Para algunos investigadores podría tratarse de una dedicatoria a dos divinidades, una masculina y otra femenina, que serían paredros. Es más probable, sin embargo, que Corona fuese un epíteto vinculado a un territorio o a cierta característica de la divinidad. Dos dedicaciones a Nabia en esta región proceden de Monte Baltar, entre Porto y Penafiel, y de Braga.
Se conocen altares ofrecidos a Cosus en toda la franja litoral de Pontevedra y La Coruña. Tal continuidad no aparece en el territorio que abarcan los ríos Miño y Cavado en donde se conocen cuatro inscripciones alusivas a Marte, con epíteto indígena, sin que haya surgido otro teónimo masculino en la zona, exceptuando a Candeberonius Caeduradius. Al sur del Cavado únicamente consta como teónimo masculino seguro Cosus. En el noroeste de Portugal, se constata la presencia del Marte indígena, así como de Cosus, pero cada divinidad ocupa un territorio distinto, en el cual son las deidades indígenas predominantes. Si se entendiera una vinculación religiosa entre ambos, se podría apreciar una continuidad en el culto a una divinidad de ese carácter en toda la franja litoral atlántica, desde el norte galaico hasta la Beira Litoral. Hablamos de Cosus.
Es relevante considerar otra divinidad, sólo citada por su apelativo, que resulta clave para la comprensión de la religión indígena en el noroeste de Portugal. Se trata de Bormanicus. Se constata en un par de inscripciones aparecidas en Caldas de Vizela (Guimarães)[2]. El epíteto se asocia con el nombre de la divinidad gala Bormanus o Boruo (dioses curadores galos, bien conocidos por su presencia en múltiples inscripciones). En una de ellas se asocian a Apolo. Acabaron otorgando el nombre a  varias ciudades. Por si no fuera suficiente, las piezas de Caldas de Vizela aparecen también en un contexto de aguas termales, confirmando la función terapéutica de la divinidad, al igual que ocurre con los dioses galos.
También resulta importante citar la pieza hallada en la iglesia de S. Martinho do Campo. Corresponde a un altar dedicado a Abne, en el que se alude a la diosa como D(eae) D(ominae) A(ugustae) o D(eae) D(ominae) N(ostrae). Parece ser, por consiguiente, uno de los escasos testimonios donde se constata el nombre de la divinidad indígena femenina en esta zona.
En varias inscripciones sólo aparece un apelativo, que se caracteriza por contener sufijos habituales alusivos a un grupo social o un territorio. Es el caso de Brigo, quizá el epíteto o la parte final del apelativo [...]abrigo, de una divinidad cuyo nombre no se conoce; Senaico; Tameobrigo, tal vez una divinidad acuática vinculada al río Támega, o el propio río divinizado. También es posible considerar que Tameobrigo fuese una deidad indígena, pues posee el sufijo característico de epítetos tópicos de divinidades indígenas. Finalmente, podría aludir a una determinada ciudad que fuese nominada “Tameóbriga”; Turiaco, entendida como una plausible divinidad acuática, en virtud de que existen hidrónimos con esa raíz, o, tal vez, un apelativo que podría derivar del antropónimo indígena Turius; y Deo Durbedico.
En las dedicaciones a los Lares y los Genios indígenas algunos apelativos  los vinculan a un concreto grupo familiar o a un territorio específico. En opinión de algunos autores (A. Tranoy), detrás de las dedicaciones a un Genio o un Lar se ocultaría uno de las múltiples deidades del panteón indígena, en el cual el rol tutelar aparece como el más relevante.
Se conocen gran número de altares dedicados a divinidades de este tipo, aludidas como Lares y Genios, además de un testimonio referente a las Ninfas. Es el caso de Lari Beiraidego (Vila Nova de Famalicão); Lari Patrio (Penafiel); Laribus Cerenaecis (Marco de Canaveses, Porto; Laribus Anaecis (Lagares); y Genio Tongobrigensium (Marco de Canaveses). En este último caso, la dedicación se pudo haber hecho al Genio de los Tongobricenses, de la ciudad de Tongobriga. El caso único ce las ninfas es el del epígrafe Nimphis Lupianis en Guimarães. Es probable que el hecho de que este testimonio sea excepcional en la región se deba a la existencia de numerosas dedicaciones a las Ninfas sin epíteto indígena acompañante.
En definitiva, se podría señalar que en el occidente de la Gallaecia es donde existe un mayor número de teónimos indígenas omitidos en las inscripciones. Si estuviesen expresados mostrarían, sin duda, mayor coherencia al panteón religioso indígena de la región.

Prof. Dr. Julio López Saco
UCV-UCAB. FEIAP-UGR. Julio, 2018.

Referencias bibliográficas

Abascal, J.M. & Gimeno, H., Epigrafía Hispánica, Madrid, 2000
Alarcão, J., Roman Portugal, Warminster, 1988.
Albertos, M.L., “El culto a los montes entre los galaicos, astures y berones y algunas de las deidades más significativas” Estudios de Arqueología Alavesa 6, 1974, pp. 147-157.
Ares Vázquez, N., “Un nombre celta de Marte en Lugo”, AEA 43, 1970, pp. 121-122 y 226-228.
Arias, F., P. Le Roux y A. Tranoy; Inscriptions romaines de la province de Lugo. París, 1979.
Baños, G.; Corpus de inscripciones romanas de Galicia II. Pontevedra, Santiago de Compostela, 1994.
Bayet, J., La religión romana. Historia política y psicológica, Madrid, 1984.
Bermejo, J.C., La sociedad en la Galicia castreña, Santiago de Compostela, 1978.
__________., Mitología y Mitos de la España Prerromana II, Madrid, 1986.
Blázquez, J.M., “Religiones indígenas en la Hispania Romana (addenda et corrigenda)”, Gerión 14, 1996, pp. 333-362.
Búa, C.; “Hipótesis para algunas inscripciones rupestres del occidente peninsular”, en F. Villar y F. Beltrán eds., Pueblos, lenguas y escrituras en la Hispania prerromana. Salamanca, 1999, pp. 309-327.
Encarnação, J.; Divindades indigenas sob o dominio romano en Portugal, Lisboa, 1975.
Filgueira, J. y A. D’Ors, Inscripciones romanas de Galicia III. Museo de Pontevedra. Santiago de Compostela, 1955.
García Fernández-Albalat, M.B.; Guerra y Religión en la Gallaecia y la Lusitania antiguas. A Coruña, 1990.
López Cuevillas, F.; La civilización céltica en Galicia, Madrid, 1989.
Madruga, J.V., “La religión indígena en la Hispania indoeuropea”, en Historia de las religiones de la Europa Antigua. Madrid, 1994, pp. 313-400.
Olivares Pedreño, J.C.; “Teónimos indígenas masculinos del ámbito Lusitano-Galaico: un intento de síntesis”, Actas do Congresso de proto-história europeia. Revista de Guimarães, volumen especial nº 1. Guimarães, 1999d, pp. 277-296.
_________________., Los dioses de la Hispania céltica, Real Academia de la Historia & Universidad de Alicante, Madrid, 2002.
Portela, M.I.; “Los dioses Lares en la Hispania romana”, Lucentum 3, 1984, pp. 153-180.


[1] Este último estaba más lejos de la costa, pero en virtud de que en la franja costera los testimonios de Cosus son muy dominantes, se la considera del occidente. En la Gallaecia central desaparecen por completo para volver a constatarse con claridad en la comarca del Bierzo (León).
[2] Los epígrafes tienen extrema relevancia porque testimonian, al lado de las dedicaciones a Marte indígena y a Júpiter (el teónimo Candeberonius, guardaría cierta vinculación con Júpiter), en un contexto religioso, así mismo, indígena, la existencia de una divinidad de carácter apolíneo en esta zona.