24 de agosto de 2018

Libro de Julio López Saco



Amigos: disponible ya el libro más peculiar que he escrito. Su título es El oráculo del hedonista. Escritos de añoranza para combatir la fiebre, C. Silva edit., IBMS, Beau Bassin, 2018 (649 pp.). Es este un libro curioso, pues aúna pensamientos, investigaciones y opiniones. Estas últimas, sobre diversos aspectos, entre los que sobresale la realidad venezolana y asuntos concretos de la española. Un ejercicio esencialmente reflexivo y crítico en modo de post que en algún momento tuvieron vida y alcance en las redes sociales, en Facebook, a lo largo de los últimos seis años. Elementos de la cultura, la política, la historia, la mitología y los avatares de nuestra sociedad son los grandes protagonistas. En versión digital, PDF, se puede encontrar en Scribd. Saludos cordiales. J.L.S.

19 de agosto de 2018

El Neolítico en África





Imágenes (de arriba hacia abajo): una posible escena de combate. Pinturas de Tassili, Argelia; una serie de fragmentos de huevos de avestruz con decoración; y una gubia del yacimiento de Shaheinab.

El proceso de Neolitización en el continente africano no ha sido un proceso de segundo orden. Hay que tener en cuenta que un buen número de cultivos, entre ellos el ñame, el cacahuete, el sorgo, algunas variantes de mijo o la espadaña son originarios de África.
El proceso comenzó en la región del noroeste del continente, en unas fechas que oscilan entre 7000 y 5000 a.e.c., llegando a su fin en una época tan tardía como el siglo I en la zona meridional. Los dos elementos clave de la neolitización africana son, por un lado, la llegada de gentes al valle del Nilo y, por el otro, la evolución autóctona de ciertos grupos mesolíticos en las zonas interiores del Sáhara y el Magreb.
El norte del continente, de clima mediterráneo, presentaba condiciones aptas para el cultivo de cereales, esencialmente cebada y trigo. Los yacimientos más antiguos se encuentran en el Sáhara y el valle del río Nilo. Hacia el VI milenio, los grupos mesolíticos prepastoriles del área desarrollaron una economía productiva que daría lugar a grupos culturales diferentes en lo que hoy es Sudán y Egipto, la amplia región del Magreb y el Sáhara.
En el valle del Nilo, gentes provenientes del exterior desarrollarán las culturas de Shaheinab (Jartúm) y de Fayum.
El neolítico de Jartúm, en el valle medio del Nilo, se data entre 4900 y 3800 a.e.c. Se relaciona con una tradición mesolítica local así como con el Sáhara. Los yacimientos más relevantes son Jartúm, Shaheinab, Geili y Kadero. La economía de esta cultura se centra en la caza y la pesca, en la recolección, sobre todo de sorgo, y en la ganadería de bóvidos, ovejas y cabras. Existen yacimientos pequeños, cercanos al Nilo, en los que han aparecido arpones y microlitos y que, por tanto, estarían dedicados a la pesca, así como otros mayores, más alejados del río, con presencia de cerámica y morteros. Es posible que esta particularidad responda a una ocupación cíclica. Ciertos indicios apuntan a una estratificación social. Se trata de algunas inhumaciones en Kadero, en donde ricos ajuares, con amazonita sahariana, cerámicas de lujo, mazas y conchas provenientes del Mar Rojo, apuntan hacia esa dirección.
La cultura material, por su parte, está conformada por la presencia de morteros, arpones de hueso, cerámica impresa, incisa, fina y bruñida, anzuelos confeccionados en concha, microlitos geométricos y gubias pétreas pulimentadas. En el yacimiento de Jebel Tomat, en el centro de Sudán, así como en el sitio de Dhar Tichitt, localizado en la actual Mauritania, es donde se han hallado los primeros restos de especies cultivadas. Al final del Neolítico la proporción de los yacimientos disminuye, quizá como consecuencia de una economía ganadera y comercial que suponga el abandono de la agricultura. En cualquier caso, en la necrópolis de El Kadada (Sudán) así como en la de Kadruka (Nubia septentrional), datadas entre 2800 y 2300 a.e.c., existen ricos ajuares en tumbas agrupadas alrededor de una más antigua y suntuosa que se ubica en las zonas más elevadas.
En Merimda y el Fayum (hacia 4450 a.e.c.), se encuentran las primeras culturas neolíticas del norte del continente, que presentan influencias de la región levantina del Próximo Oriente de Asia, de donde procederían útiles en piedra pulimentada, puntas de flecha, la agricultura del trigo, el lino y la cebada, la ganadería de cabras y ovejas, así como, muy probablemente, el hilado y el tejido, así como del Sáhara, lugar de procedencia de las hachas pulimentadas, ciertas decoraciones cerámicas y las cuentas de cáscara de avestruz y de amazonita del Tibesti. En el oasis de El Fayum se descubrieron grandes asentamientos (con poblaciones que rondarían las dos centenas de personas), en los que se encuentran cabañas de madera con hogares internos, además de silos concentrados (tal vez comunales), fechados hacia 3800 a.e.c. La base económica sería mixta, a base de caza y pesca (que incluiría hipopótamos), la ganadería, centrada en la cría de cerdos, ovejas, cabras y bóvidos, y la agricultura de cebada y trigo.
La cultura material consiste en la presencia de hoces en piedra con mangos de madera o de hueso, puntas de flecha bifaciales, hachas, molinos de piedra, cerámica bruñida y lisa así como punzones y arpones de hueso. La cultura abarcaría dos fases: una, de 4450 a 3550 a.e.c., en la que se presentan claras afinidades con el Próximo Oriente y se caracteriza por los útiles bifaciales y una industria de lascas; y la otra, de 3450 a 2850 a.e.c., con una industria microlaminar de la que podrían ser responsables grupos humanos llegados del Sahara oriental.
En el gran yacimiento de Merimda Beni Salama (3950-3450 a.e.c.), que pudo contener casi dos millares de personas, las primeras viviendas fueron hechas de madera (luego de adobe), presentando una planta ovalada, semiexcavada. Entre las casas se ubicaban sepulturas sin ajuar, sobre todo de mujeres e infantes. Alguas zonas son de trilla, con jarras con función de silos en los suelos de las viviendas. Aparecieron algunas figurillas humanas, de factura bastante tosca. En sus fases finales parece que hubo una cierta diferenciación social, pues algunas casas de un tamaño distinto, con graneros en su interior, pudieran ser un posible indicio de propiedad privada.
La primera colonización sahariana postglaciar se produjo hacia el IX milenio, tal y como constatan yacimientos con microlitos así como la presencia de campamentos temporales de recolectores (gramíneas) que provienen de la costa mediterránea, y cazadores locales. Se emplean anzuelos hechos en concha y arpones óseos. Ya hacia el séptimo milenio se elabora cerámica decorada con espina de barbo, una cerámica que se difundirá hacia el valle del Rift y el Nilo, así como hacia occidente, el río Níger, gracias a los pastores nómadas.
Únicamente a mediados del I milenio a.e.c. aparecen comunidades agrícolas, dando comienzo la expansión bantú hacia el sur y el centro del continente. Los indicios apuntan al cultivo de mijo y sorgo, además de la domesticación de bovinos.
En esta región hay tres grupos de Neolítico. El primero de ellos, el Mediterráneo, en la costa del Magreb; el segundo aquel de tradición industrial Capsiense, en las zonas interiores del Magreb; y el tercero, el Tenereense en el Sáhara central. Los tres poseen en común una economía pastoril, cerámicas incisas y un utillaje pétreo análogo. Del neolítico Mediterráneo destaca el yacimiento de la cueva de Oued Guettara, datada hacia 4900 a.e.c., así como el llamado cementerio de los escargots. Estos sitios encajan con aquellos de la costa opuesta del mar Mediterráneo, de donde procederían, como el caso de Curriachiagu, en Córcega, Cueva de los Murciélagos, en Córdoba, o Chateneuf-les-Martigues, en la Provenza francesa. La relación marítima con la zona europea de la costa mediterránea se verifica por los hallazgos de obsidiana de Lípari y Pantelleria en yacimientos de Argelia y Túnez, así como en la presencia de cerámica cardial en el norte de Marruecos (Gar Cahal, Cueva de Achakar, por ejemplo).
El Neolítico de tradición Capsiense se definió a partir del sitio de Redeyef (Túnez). La facies propiamente neolítica de la región capsiense corresponde a Jebel Bou, en Argelia, con presencia de morteros y útiles en hueso. La cultura material incluye agujas de coser en hueso, puntas de flecha bifaciales, recipientes de cáscara de huevo de avestruz y, sobre todo, ejemplos de arte mueble en forma de grabados de animales y cuentas de collar confeccionadas con caparazones de tortuga. La cerámica es bastante escasa.
El Tenereense (Ténére, y macizo de Air, Sáhara central, al norte de Níger, aunque se extiende al sur de Argelia, como Tassili, y a Chad), se fecha entre 3850 y 2450 a.e.c. Su presencia es clara en los yacimientos de Adrar Bous. En la cultura material destaca la presencia de herramientas en jade verde y sílex, sobre todo puntas de flecha bifaciales triangulares, así como microlitos geométricos, raspadores, raederas y cuchillos. Además se han hallado azuelas y hachas, en tanto que la cerámica presenta decoración impresa e incisa. El arte rupestre y mueble es muy notable, destacando las famosas figuras antropomorfas y zoomorfas de Tassili.
En el África oriental el Neolítico parece originarse a partir de los contactos con grupos de pastores migrantes que se dirigen hacia el sur escapando de la desecación sahariana. En esta amplia región el Neolítico se data entre 4000 y 1300 a.e.c., destacando el complejo cultural llamado Neolítico Pastoral (Kenia y norte de Tanzania).
En el norte del África Oriental fue Etiopía la clave en la difusión de la agricultura. En esta área se cultivaron, hasta la actualidad, especies de origen asiático, en tanto que la ganadería de bóvidos, en torno al lago Besaka, se constata ya en el IV milenio. Los vestigios agrícolas más arcaicos corresponden a los hallazgos de la Cueva de Lalibea, en especial guisantes y cebada. En las proximidades del célebre lago Turkana, yacimientos de grupos mesolíticos aparecen asociados con los ejemplos más antiguos de ganado doméstico.
En los sitios del Neolítico Pastoral hay restos de ganado, tanto ovejas y cabras como vacas, si bien en una proporción inferior a los vestigios de especies animales salvajes, básicamente ñúes y gacelas, un dato que hace factible pensar que la cría de ganado pudo ser un complemento. No hay pruebas de cultivo de plantas, si bien se puede pensar que recolectarían especies silvestres, pues se encontraron morteros. En las tierras altas de Uganda, Kenia y Etiopía se cultivaron plantas zonales, del tipo del nug y del plátano africano. En las zonas selváticas se repite el fenómeno, pero con la palma aceitera y tubérculos como el ñame. La cerámica está también presente.
Existen en la zona yacimientos con presencia, normalmente en inhumaciones, de útiles líticos (en obsidiana), hojas, lascas y cerámica, además de recipientes pétreos, sobre todo cuencos. Estos útiles han dado lugar a la denominación de grupos, entre los que sobresale el llamado Cultura de las vasijas de piedra.
Aunque en el África Occidental solamente se han podido documentar animales domesticados a mediado del III milenio, y de plantas no antes de 1200 a.e.c., la presencia en esta región de hachas, azadas, microlitos y cerámica fechables entre 5000 y 4000 a.e.c., levantan serias sospechas acerca de la época de inicio aquí del neolítico. La primera cultura neolítica conocida fue la de Kintampo, hacia 1600 a.e.c., que se desarrolló en lo que hoy es Ghana, Togo y Costa de Marfil, esencialmente presente en abrigos rocosos.
Los indicios de sedentarización en pequeños asentamientos se obtienen de la abundante cerámica y de las herramientas líticas, sobre todo puntas de flecha (Ntesero), las hachas pulimentadas, quizá empleadas para talar bosques, morteros y brazaletes de piedra. Existen, por otro lado, restos de actividad ganadera de cabras, vacas y ovejas y agrícola de palma, guisantes y ñame. Muy probablemente estas gentes recolectasen sorgo y mijo. En Duadi Tilemsi (río Níger) y en Kintampo (Ghana, cuyas fases finales se documentan hacia 1050), se han hallado restos de bóvidos domesticados datados en torno al 2000 a.e.c. la presencia de materias primas es un indicador de un intercambio comercial a larga distancia. Lo mismo podría decirse al respecto de la presencia de figurillas zoomorfas hechas en arcilla.

Prof. Dr. Julio López Saco
UCV-UCAB. FEIAP-UGR. 

13 de agosto de 2018

Hallazgos arqueológicos: tumba de Eretria



En la imagen se puede observar un par de magníficos pendientes de oro, de fabricación ateniense, pero que fueron encontrados en una tumba en Eretria, y que se fechan entre 420 y 400 a.e.c. Los pendientes adquieren la forma de un gran rosetón del que cuelgan elementos en forma de barco en donde se aprecian figuras de sirenas. Los elementos que conforman las embarcaciones están decorados con esmerada filigrana, incluyendo diseños de doble espiral. Suspendidas, desde el fondo de los botes, una serie de cadenas rematan en caparazones de bivalvos. Las dos grandes rosetas superiores presentan unos grandes pétalos convexos y otros más pequeños cóncavos. Las míticas sirenas, híbridos semejantes a las ninfas, en parte mujeres y en parte aves, cantaban melodiosamente para atraer a los desafortunados navegantes que pasaban por donde estaban, lo que conllevaba naufragios provocados por el choque de las embarcaciones contra las rocas. Estas criaturas marinas, con voces de excelsa musicalidad, y casi con toda probabilidad asociadas al Más Allá, la muerte y el Hades, habitaban, según las distintas versiones mitográficas, en las proximidades de la isla de Sicilia. El magnetismo de las sirenas hacia los hombres las hacía criaturas especialmente adecuadas para ser representadas en la joyería femenina (hecha por artífices varones). No hace falta recordar, asimismo, que las conchas de molusco fueron un popular atributo de Afrodita. El hallazgo de estas joyas se produjo en una tumba que contenía, también, una vasija cerámica (pyxis, en forma de caja para cosméticos) ateniense de figuras rojas, que muestra a la diosa Afrodita disponiéndose a montar en su carruaje tirado por Erotes alados, y un estilete de marfil, tal vez usado en la escritura. ¿Se podría asumir que la tumba fue la de una rica, educada y acomodada mujer, tal vez esposa de un ateniense enviado a Eretria como colono, para facilitar el control de la región en época del imperio ateniense?. Muy probablemente.


Prof. Dr. Julio López Saco
UCV-UCAB. FEIAP-UGR. Agosto, 2018.

6 de agosto de 2018

Consolidación del cristianismo occidental y surgimiento del primer monasticismo


En la época que rodea la conversión de Constantino al cristianismo, éste estaba más extendido en Oriente que en Occidente. Varios factores pueden explicarlo. La fuerza del paganismo, el carácter menos urbano de Occidente, en comparación a Oriente, las divisiones  teológicas de la Iglesia, la presión efectuada por los colonos bárbaros que, en su mayoría eran arrianos o paganos, la falta de instituciones pastorales y la ausencia de una organización jerárquica, se encuentran entre las varias razones. Por otra parte, en Occidente no había nada que fuese equivalente a la alianza, bastante estrecha, que existía entre el Estado y la Iglesia en Oriente.
A fines de siglo IV se constatan, no obstante, serios esfuerzos para propiciar el afianzamiento del cristianismo en Occidente. El propio emperador Teodosio I fue un férreo luchador contra el paganismo y el arrianismo. Por su parte, grandes teólogos latinos, caso de Ambrosio o Agustín fortalecieron, entre los siglos IV y V, la posición doctrinal de la Iglesia, hasta el punto de que la aristocracia senatorial conservadora abandonaría el paganismo a comienzos de la quinta centuria. En este mismo siglo, y  bajo el pontificado de León el Grande (440-461), la sede romana establece una estructura burocrática que la capacita para erigirse en la portavoz de Occidente en las disputas con el Oriente y la consolida como autoridad plena.
Indudablemente, el debilitamiento de las instituciones imperiales ayudaría al afianzamiento del papel político de los obispos, tanto de Roma como de otras diversas ciudades. Esto era así porque los obispos asumían la beneficencia en las ciudades, además de los servicios sociales, controlaban a los fieles mediante la certera manipulación del culto y el ceremonial a los santos, y negociaban, como los verdaderos representantes de las comunidades romanas, con otros líderes, sobre todo bávaros. Además, la migración de algunos jefes monásticos orientales, como fue el caso de Juan Casiano o Atanasio, acabó por divulgar el monasticismo. Si bien el monasticismo fue un fenómeno esencialmente urbano y aristocrático, algunas figuras, como Martín de Tours o Severino de Nórica, se distinguieron como sólidos líderes de comunidades locales y como ordenadores de la evangelización de extensas regiones rurales.
La definitiva caída del imperio trajo consigo el fortalecimiento general de la Iglesia, si bien su posición no era, en el siglo VI, homogénea en todas partes, sino que variaba en función de las diferentes situaciones políticas. En la Península Ibérica, en Italia y en África, los regímenes eminentemente arrianos de visigodos, ostrogodos, vándalos y lombardos, limitaban bastante la influencia eclesiástica. Por su parte, la conversión de Irlanda y el sur de Escocia, que se inició en el siglo V gracias a la labor de obispos misioneros del talante de Patricio y Niniano, adquirió una orientación diferente en el siglo VI con la aparición de una forma de Iglesia más monástica debido a que la sociedad tenía un componente de naturaleza tribal y menos urbana que en otras zonas.
En territorio continental europeo se fundarían varias sedes, se convocarían con cierta periodicidad concilios y se concederían algunos poderes de supervisión a las máximas autoridades provinciales; esto es, metropolitanos y arzobispos. Al expandirse las órdenes monásticas, la obra misionera recaería en las manos de monjes muy disciplinados. Es lo que ocurrió con Agustín, enviado por el Papa Gregorio Magno a evangelizar a los ingleses a fines del siglo VI, con el irlandés Columba, encargado de convertir a los pictos desde Iona, bien avanzado el mismo siglo, o con Columbano, cuyas fundaciones irlandesas en Italia y en la Galia, atraerían los intereses de los aristócratas germánicos. La organización y expansión de la Iglesia inglesa sería obra, fundamentalmente, de monjes de doble tendencia, por una parte romana, como Wilfrido de York, y por la otra, irlandesa, en la figura de Aidan de Lindisfarne.
Las primeras fuentes referentes al monasticismo cristiano proceden del Medio Oriente, y se datan en los siglos III y IV. Un copto, de nombre Antonio pasa por ser el padre del eremitismo cristiano. Pasó gran cantidad de años dedicado a la contemplación y a orar en los confines del desierto egipcio. Mediado el siglo IV hay constancia de colonias con varios cientos de eremitas en Scetis, la región de la Tebaida, en el Alto Egipto y en Nitria. Se trata de grupos, denominados lavra (palabra que en griego significa paso, sendero), cuyos miembros vivían en pequeñas celdas individuales aunque compartían espacios comunes, sobre todo la iglesia, en la que se reunían sábados y domingos para llevar a cabo plegarias comunitarias y celebrar misas. Estos lavra acabarían por extenderse hacia Siria y Palestina, al igual que ocurriría con los cenobios (vida comunitaria), también de origen egipcio, y que habían sido fundados por Pacomio, asimismo un copto como Antonio.
La primera comunidad cenobítica fue creada en Tabennisi, en el curso alto del río Nilo. Eran comunidades bastante grandes, en las que los monjes o monjas ocupaban varias casas y vivían de su trabajo artesanal. El fenómeno del cenobitismo se expandió hacia el oriente del imperio, siendo refinado por la labor teológica y ciertamente intelectual, de Basilio de Cesarea (siglo IV). Basilio enfatizaba, sobre todo, la necesidad de que el monje ejerciera caridad cristiana.
La evolución del movimiento monástico occidental suele asociarse a la influencia oriental, aunque, sin duda, existía una tradición occidental independiente de ascetismo cristiano. En cualquier caso, la descripción del monasticismo antoniano o lavra que se fundó en Marmoutier y Ligugé por parte de Martín de Tours a fines del siglo IV, es probable que procediese de su extenso conocimiento hagiográfico de Oriente, vinculado a su experiencia propia. Asimismo, es muy probable que las visitas del arzobispo Atanasio de Alejandría a Roma y Tréveris, mediada la cuarta centuria, hayan inspirado el monasticismo occidental. No obstante, la mayor influencia debió residir en la traducción que se hizo al latín de su Vida de Antonio, que acabaría convirtiéndose en un clásico de la hagiografía y en un auténtico modelo de la vida ascética. Además, no se puede perder de vista que fue la primera de varias obras acerca de los padres del desierto que llegaron a Occidente.
En el año 388, Agustín fundó un monasterio en Tagasta, en el norte de África, y escribió también una Regla de clara influencia oriental para una comunidad de monjas. Los ideales ascéticos orientales llegaron de pleno a Occidente de la mano de Jerónimo, quien fundó un monasterio en Belén en 385, y de Honorato, fundador de Lérins a comienzos del siglo V. Alrededor de esa misma época, Juan Casiano compilaría las Conferencias de los padres del desierto y fundaría dos casas cenobíticas en la localidad de Marsella. Institutos será, en fin, la primera obra de instrucción monástica, con amplias descripciones de prácticas, que se redactaría en la Europa occidental.
En el siglo VI, la Italia y la Francia meridionales produjeron algunas reglas cenobíticas, entre las que destacan las de los obispos Aurelio de Arlés y Cesario, así como la compilación de Eugipio de Lucullanum. En el monasterio de Vivarium, fundado por Casiodoro, la vida monástica se combinaba ya con un programa bien establecido y organizado de estudio. La jornada estándar del monje estaría dividida en el tiempo para la plegaria, el dedicado al estudio y el que empleaba en el trabajo manual.

Prof. Dr. Julio López Saco
UCAB-UCV. FEIAP-UGR. Agosto, 2018.