22 de marzo de 2018

Crátera de campana de Paestum: Alcmena



En la imagen se puede apreciar una crátera de campana, hecha en Paestum y pintada por Python. Ha sido datada entre 350 y 340 a.e.c. La escuela de Paestum de pintura vascular desarrollada entre Campania y Lucania tuvo, sin embargo, sus raíces estilísticas en Sicilia. Según los relatos más clásicos de la mitología griega Zeus, con la finalidad de seducir a Alcmena, esposa de Anfritrión, se hace pasar por éste mientras se encuentra fuera de casa. Cuando retorna Anfritrión, amenaza a su mujer con matarla. Ella huye hacia un altar, pero él acumula troncos debajo y les prende fuego. Zeus, no obstante, ante este panorama, ordena a las nubes que extingan las llamas. En su momento, Alcmena dará nacimiento a gemelos, Heracles, hijo de Zeus, e Ificles, de Anfitrión. Aquí Python, precisamente, pinta a Alcmena sobre el altar apelando a Zeus, arriba a la izquierda, mientras Anfitrión y Antenor, abajo, mantienen las antorchas en sus manos dirigidas hacia la pila de leños. Zeus ha arrojado su rayo para detener a los hombres y ordena a dos nubes personificadas que hagan caer lluvia sobre las llamas. En la esquina superior derecha, en balance con Zeus, se encuentra Eos. La historia representada es dramática, y puede estar reflejando ciertos elementos contemplados por Eurípides en su obra Alcmena. El notable efecto de arco iris que rodea a Alcmena podría entenderse como parte del ekkyklema, un artilugio escenográfico que permitía el desplazamiento (en este caso de Alcmena) sobre el escenario.

Prof. Dr. Julio López Saco
UCV-UCAB. FEIAP-UGR. Marzo, 2018.

16 de marzo de 2018

Deidades oraculares romanas: Carmenta, las Parcas, Fauna, Egeria y Fortuna


Las divinidades oraculares romanas fueron, mayormente, femeninas. Esta circunstancia se explica (también en el caso de aquellas de las tradición germana o griega), por su especial predisposición hacia la adivinación natural,  y por la particular susceptibilidad  femenina al influjo emocional. Estas deidades también eran las encargadas de acompañar con lamentos el cortejo fúnebre y quienes llevaban a cabo las supplicationes a los dioses. Con el tiempo, sin embargo, las divinidades oraculares femeninas no sólo perdieron sus facultades adivinatorias, sino su propia condición divina.
Carmenta fue una antigua diosa muy conocida desde la época arcaica por dos epítetos, el de Antevorta (Prorsa, Porrima) y el de Postverta o Postvorta. Su función primaria consistía en desempeñarse como diosa de las parturientas y protectora de los partos. Pero, a la par, Carmenta era una divinidad vinculada también a la adivinación y a la profecía. Por tal motivo, Servio (Ad Aen. VIII, 336), la consideraba una profetisa anterior a las célebres sibilas. Así mismo, no en vano, la denominada Porta Carmentalis estaba unida mediante una vía al templo de Apolo, deidad de la adivinación.
Las profecías de Carmenta pertenecían a la denominada adivinación natural o inspirada. Sus vaticinios se llamaban carmina, un vocablo latino que, inicialmente, incluía el sentido de oráculo, ofrecido en forma de estructura rítmica. Con anterioridad de que carmen tuviese el sentido de poema y de canto, anunciaba el destino del niño recién nacido.
En este orden de cosas, se hace explícito el hecho de que el epíteto Porrima-Antevorta acabó siendo explicado en referencia a que Carmenta daba a conocer el pasado, mientras que el de Postverta en cuanto que revelaba el futuro. Así pues, habría habido una doble autoridad de Carmenta: como diosa de los nacimientos y como deidad de la profecía. La antigua costumbre de las madres de solicitarle que anunciara el futuro porvenir a los niños proviene de esta relación vinculante.
Carmenta fue una de las divinidades más arcaicas de Roma. Ello se constata por la presencia, entre los flamines minores, de un flamen Carmentalis, así como por la inclusión de dos festividades, en el mes de enero (Carmentalia), en el arcaico calendario religioso romano.
Será en la época republicana, y a consecuencia de un proceso helenizante,  cuando Carmenta pierda su condición de divinidad. La misma literatura latina lleva a cabo una interpretación helenizante de la arcaica deidad. De este modo, Carmenta aparecerá en Ovidio (Fastos), en Virgilio y en Estrabón (V, 3,3), como una simple mortal, madre de Evandro, un héroe arcadio[1]. No obstante, seguirá conservando ciertas dotes proféticas.
La transformación final de Carmenta tuvo mucho que ver con la represión, de parte del estado romano, de la adivinación natural o inspirada (al modo del enthousiasmos griego), fuese la misma tanto practicada por deidades como por adivinas o matronas. El Senado y los colegios sacerdotales trataron, ya desde la etapa republicana, de alejar a la mujer de todo lo que tuviera que ver con la adivinación[2]. La posesión por parte de una deidad de una profetisa  se consideraba como dementia, esto es, una privación de mens.
La íntima relación entre el nacimiento y el destino estuvo muy presente en la Roma arcaica. Las Parcas ejercieron su labor como protectoras del nacimiento y, a la vez, como divinidades de la profecía. A pesar de algunas diferencias acerca de los nombres de las Parcas (Decima, Nona y Parca según Varrón), con el añadido de Morta en lugar de Parca, según Caesellius Vindex (Aul. Gel., NA II, 16, 11), los lingüistas afirman que se puede identificar, partiendo de la inscripción de Tor Tignosa, a Parca Maurtia con Morta[3].
Las Parcas tuvieron estatuas en el Foro romano. Las Parcas serán representadas, además, como hilanderas que limitan la vida de los seres humanos. De las tres, únicamente Morta parece haber tenido funciones propiamente oraculares, en tanto que Nona y Decima serían esencialmente protectoras del parto. Estas deidades fueron, en un principio, divinidades oraculares al tiempo que protectoras de los nacimientos.
Algunos autores han relacionado Nona Fata, deidad del noveno mes (o del noveno día desde el momento del nacimiento), con Fata Scribunda, una personificación del destino que menciona Tertuliano (De Anima, 39, 2). Esta divinidad se invocaba el dies lustricus, cuando el recién nacido era purificado y obtenía su praenomen.  La diosa se dedicaría a escribir los hechos futuros de la existencia del infante. 
El carácter profético, oracular de estas diosas fue perdiéndose con el transcurrir del tiempo. Pronto adquirieron funciones de divinidades del destino. Tal transformación de deidades del nacimiento y de la profecía en diosas de la fatalidad se produjo por la influencia de las moiras griegas. De este modo, en lugar de conferir destino se convertirán ellas mismas en fuerzas del destino. Acabarán siendo las que decidan, en consecuencia, la suerte de las personas.
Fauna suela aparecer como compañera, esposa, hija o hermana de Fauno, el arcaico dios romano que protegía a los pastores y sus rebaños y que encarnaba los aspectos primordiales de la primera cultura romana, el sedentarismo del agricultor. Eran también, uno y la otra, deidades oraculares. Sus palabras proféticas se escuchaban en las horas nocturnas.
Según Varrón (LL, VII, 36), los Faunos (Faunus y Fauna) solían predecir (fari) el futuro. Como empleaban únicamente la voz, siempre estuvieron algo alejados de la adivinación oficial.
Fauna, en concreto, disponía de varios epítetos: Fatua, (que se explica por el trance profético), Fenta Fatua y, asimilada con posterioridad a Bona Dea, Maia y Ops. Es Lactancio (Inst. div. I, 22, 9), quien señala que se llamaba Fatua (o Hadua) por su costumbre de predecir los hados a las mujeres, del mismo modo que  Fauno hacía lo propio con los hombres.
Ambos dioses tenían, según  la tradición, un origen común con el término fanum, el templo con su terreno, de ahí que se les hiciera equivalentes con el entusiasmo o el trance de los vates y los adivinos poseídos por la deidad.
Fauno perdió paulatinamente su carácter de divinidad. Pasó a ser identificado con uno de los primigenios reyes del Lacio, antes de la fundación de la ciudad por parte de Rómulo.  En tal sentido, Fauno era considerado padre de latino y uno de los soberanos previos a Eneas. A pesar de esta transformación, nunca perdería, al menos en un ámbito rústico, las dotes oraculares que poseía.
Por su parte, en época de Sexto Clodio, un rétor siciliano que fue maestro de Marco Antonio, parece que ya se había consolidado la noción, tal vez influida por Evémero, de que Fauna había sido originariamente una mujer corriente a la que después de su muerte se le empezó a rendir un culto. De las facultades mánticas de Fauna prácticamente no quedó recuerdo, si se exceptúa su eventual identificación con Bona Dea.
Egeria se consideraba una diosa de las fuentes, fuertemente asociada al culto de Diana en Nemi. Estrabón (quien sigue en este caso a Artemidoro) señala que en Nemi una de las fuentes se conoce con el nombre de Egeria. Pero al igual que las Parcas, o Carmenta, Egeria fue asimismo protectora de los partos. La llegada de Diana a Roma supuso que también Egeria recibiese culto, en concreto en el Celio, próximo a la puerta Capena. Tal circunstancia pudo haberse producido hacia mediado el siglo VI a.e.c.  Parece factible pensar que el borbotar de las fuentes fuera, desde fines de la Edad del Bronce, interpretado como una suerte de “habla”, lo cual conllevaba una antropomorfización. Con el paso del tiempo, de hecho, Egeria empezó a ser considerada como una de las ninfas de la fuente de la via Appia.
La tradición latina conoce a Egeria, esencialmente, por sus encuentros con el rey Numa (del que sería compañera y consejera), y al que dictaría su política religiosa. De esta manera, le enseñaría al soberano plegarias y conjuros[4]. No obstante, la historiografía romana (por ejemplo Livio, I, 19, 5, Valerio Máximo, I, 2, 1  o Floro, I, 2) rechazaba de plano la idea de que una diosa, siquiera una ninfa, pudiera vincularse con un rey y “dictarle” instrucciones, sobre todo si el rey ejercía de sacerdote principal y de fundador de los cultos nacionales más destacados.
Por este motivo, la naturaleza de Egeria fue presentada de una manera bastante confusa, bien como ninfa, como diosa, o bien como una lamia o una mujer mortal. Lo cierto es que el poder de Numa no podía, en consecuencia, fundamentarse en las revelaciones de una ninfa. Por tal razón, las fuentes prefieren recurrir al fingimiento del rey para poder justificar su presumible presencia.
Las ninfas fueron perdiendo paulatinamente, probablemente por influencia helenística, sus facultades mánticas, así como su capacidad de poseer a las personas. En la literatura de la época de Augusto serían ya consideradas como entidades o seres que dictaban la obra de los poetas y que, desde la óptica religiosa, protegían las aguas y los lugares en las que manaran fuentes.
La antigua tradición historiográfica romana atribuía la fundación de los más antiguos santuarios de Fortuna (deidad que destacó enormemente por sus cualidades oraculares) en Roma al  rey etrusco Servio Tulio. La tradición presenta al soberano como un protegido, y hasta un amante, de la diosa.
El descubrimiento de una sors, esto es, una tablilla empleada en los santuarios oraculares itálicos para anunciar lo que le depararía el futuro al que hace la consulta, y que fue datada en el siglo IV a.e.c., pudo proceder de un antiguo templo de Fortuna en las Marcas.  
En cualquier caso, con el inicio del período republicano  y el fin de la etapa etrusca, el carácter oracular de Fortuna prácticamente desapareció de Roma. Desde ese momento, fue conocida únicamente  como una deidad del paso (social y cósmico).
La diosa Fortuna de Praeneste, a diferencia de la de Roma, era una auténtica divinidad oracular, si bien también ejercía de diosa-madre[5]. Por tal motivo se la representaba amamantando a Júpiter y a Juno infantes. Las mujeres eran las devotas principales, así como las consultantes, del oráculo.
Gracias a Cicerón (De divinatione, II, 85-86), se conoce la liturgia de las consultas oraculares praenestinas. Un infante (puer) era el encargado de extraer las sortes, después de haberlas mezclado. Era, por tanto, la inspiración de la diosa (Fortuna monitu) la que guiaba la mano del niño. Los niños, las personas jóvenes y las mujeres (los iuvenes de Veyes, las virgines de Lanuvium[6]), constituían magníficos receptores, dada su predisposición psicológica, para recibir la inspiración y los dictados de la deidad.
La Fortuna de Praeneste fue despojada de sus atributos oraculares. No obstante, el culto praenestino pudo haber sido asimilado por Roma pero con determinadas condiciones, entre ellas la renuncia a ciertos rasgos, entre los cuales destacarían el oráculo y el culto a un Júpiter niño. La nueva Fortuna, que se conocerá como Fortuna Publica, tendrá rasgos en común esencialmente con la Tyche griega.
Por su parte, la Fortuna de Antium, en la región volsca (tal vez con prácticas oraculares de antecedentes orientales, probablemente cartagineses), poseía funciones de carácter fecundante y oracular. Protegía a la mujer en parto así como al recién nacido.
En cualquier caso, frente a las dos Fortunas itálicas mencionadas, ninguna de las romanas (Fortuna Muliebris, Fors Fortuna, Fortuna Viscata o Fortuna Virilis), tuvo funciones mánticas.

Prof. Dr. Julio López Saco
UCV-UCAB. FEIAP-UGR, marzo de 2018.



[1] Virgilio, como también Estrabón, la presenta como madre de Evandro, aunque relegada a la condición de ninfa y, por tanto, de naturaleza intermedia entre dioses y mortales. La poesía augústea, por su parte, la evocará como una mujer o una ninfa de poderes proféticos. Incluso será considerada anterior a la llegada de la Sibila a Italia. Eso sí, ya no será vista como una diosa de las mujeres y de los partos.
[2] Todas las leyendas o las tradiciones de inspiración griega que hacían de mujeres notables célebres adivinas, caso de Roma o Lavinia, fracasaron por completo.
[3] Morta parece estar más en relación con el arcaica denominación del dios Marte (Maurs) una divinidad ligada al nacimiento de Roma, que con mori.
[4] Marciano  Capella (II, 67) comenta que al lado de fatui y fatuae, las ninfas también adivinan el futuro. Destaca, en cualquier caso que, a diferencia de las deidades, tras una larga y próspera vida, fallecen. Señala que muchas moraban en cuevas. De ahí, probablemente, que Plinio (NH, II, 208) hable de cuevas proféticas, cuya exhalación embota los sentidos y capacita para vaticinar el futuro. La influencia de las ninfas sobre los hombres fue, por esta razón, mal considerada en Roma, porque los hacían delirar o enloquecer.
[5] Una lamina de bronce, del siglo III a.e.c., contiene una inscripción en la que una tal Orcevia dice haber ofrecido un don a Fortuna Diovo fileia Primogenia por haber tenido un buen parto. Otra inscripción, de una época posterior, menciona el voto de las Aretinae matronae a Fortuna. El propio Cicerón (De div. II, 85) afirma que el santuario de la diosa era piadosamente venerado por las matronas.
[6] Desde una perspectiva ideológica se aceptaba que las mujeres, en su calidad de sujetos pasivos y, por consiguiente, no responsables, se dejasen orientar por lo fortuito. Un hombre, por el contrario, no podía hacerlo, pues era un sujeto familiar y cívicamente activo, y su orientación debía dirigirse hacia el consilium y la razón. Un hombre que venerase a Fortuna era descalificado, ya que no era algo propiamente viril. Además, para Roma la fortuna era una noción opuesta al fatum y al orden preestablecido, que era el que garantizaba Júpiter.

6 de marzo de 2018

Comercio y religión en la antigua estepa euroasiática


Las evidencias arqueológicas sugieren que las estructuras políticas con fundamento en ciudades en la región del Oxus empezaron a desarrollarse desde fines del primer milenio a.e.c. Hacia el norte, en el vasto territorio estepario euroasiático, desde el Mar Negro hasta los confines de China, la cultura predominante fue nómada o seminómada.  Las dinámicas de las relaciones entre los sedentarios y las poblaciones nómadas fueron a menudo hostiles, violentas a veces y siempre mutuamente interdependientes. En esas relaciones, los pueblos pastoriles proveían materiales sin elaborar, como cuero o lana, que era procesada en manos de los moradores de los oasis, que ofrecían, a cambio, bienes manufacturados.
Pero, en ciertas ocasiones, los nómadas también atacaban los asentamientos. Algunas veces, incluso, acabarían asimilados en los asentamientos sedentarios, convirtiéndose en una nueva clase dominante. De modo inevitable, aquellos conquistadores de las estepas que se asentaban en las ciudades acababan adoptando la cultura de aquellos que habían conquistado.
Las poblaciones dominantes de la estepa euroasiática pertenecían a las familias lingüísticas irania (indoeuropea) y turca (altaica). En consecuencia, lo mismo ocurrió en lo tocante a las prácticas religiosas, las creencias y los mitos.  En la Eurasia antigua la religión se manifestó a través de rituales cotidianos, como aquellos reservados a la preparación para la caza, o por medio de los ritos funerarios. Los sitios de enterramiento muestran evidencia de sacrificios de animales, sobre todo caballos, bueyes y perros. Las tumbas están a menudo cubiertas de cubiertas de madera sujetadas en postes, tal y como se describe en el Rig Veda. Los proto-iranios de las estepas emplearon el carro conducido por caballos, especialmente en las guerras. De hecho, fue en las estepas del Asia Central occidental donde primero se domesticó el caballo y se le asoció a un carro. Recuérdese que un carro tirado por caballos era el medio en el cual, según creían los antiguos iranios, el alma partía de este mundo.
Otras creencias características de los antiguos iranios se describen en los relatos clásicos griegos, sobre todo en aquellos referidos a los sakas o escitas. Se decía, por ejemplo, que los útiles que los sakas consideraban más importantes, como el arado, el yugo, las lanzas o los cálices, eran, para ellos, dones divinos. Tenían un culto al caballo, ya que creían que este animal era un intermediario entre este mundo y el próximo. Esta reverencia por los caballos se observa a menudo en los motivos de équidos del arte saka, un tema que se encuentra con frecuencia en el arte funerario de las estepas al menos hasta el siglo VI.
Los sakas también poseyeron un culto al fuego, así como uno vinculado al sol. Heródoto cita, al respecto, a la reina Tomyris de la tribu de los Masagetas, quien jura por el sol. El mismo historiador de Halicarnaso señala que sacrifican caballos al astro solar. También menciona el dios supremo saka, denominado Tabiti, a quien equipara con la Hestia griega. Del mismo modo, hace alusión a la  enaree, una suerte de afeminado experto adivinador. Como ocurría en la antigua Grecia, la actividad religiosa local en el mundo iranio a menudo se centró en la adoración de un héroe mítico. En Bujara, por ejemplo, el culto mayor se focalizaba en la figura heroica de Siyavash, que aparecerá como un  personaje relevante en la épica nacional persa, el Shanameh o Libro de los Reyes.  
Hablando de modo genérico, las tribus iranias tendieron a dominar la parte occidental de la estepa euroasiática, mientras que las poblaciones altaicas, la oriental, si bien hubo grupos altaicos en la región de los Urales e indoeuropeos tan al este como la cuenca del Tarim, en el Xinjiang actual.
Debemos acercarnos a las fuentes chinas para revisar las referencias a los pueblos altaicos. Las más antiguas menciones de los Xiongnu (siglos III a.e.c.-II), establecen que, al igual que los chinos, ofrecían sacrificios a sus ancestros y a los dioses del cielo y la tierra, según el calendario ritual estacional. Además, consultaban a las estrellas y a la luna antes de embarcarse en alguna maniobra militar. Una fuente occidental tardía, del siglo VI, de un emisario griego a Asia Central, describe una ceremonia funeraria turca en la que los dolientes laceran sus caras y, al igual que los antiguos iranios, sacrifican caballos y también sirvientes.  Una información más elaborada se obtiene de las más antiguas inscripciones conocidas en un lenguaje turco, encontradas sobre pilares de piedra en las bancadas del río Orcón, en la Mongolia actual, que datan del siglo VII. Tales inscripciones se refieren, específicamente, al dios solar Tangri (todavía un sinónimo de Alá en la Turquía musulmana), así como a la montaña sacra denominada Ótükän.
En un momento difícil de precisar un reformador surgió entre los pastores de Asia Central. Se trata de Zaratustra o Zoroastro quien, para algunos, habría vivido en el siglo XIII a.e.c., o en el VI, según otros. Su lugar de origen se ha ubicado en regiones occidentales, como  Azerbaiyán o en zonas orientales como Mongolia. Se le atribuyen algunas composiciones, mayormente himnos, preservados en el Avesta. Zoroastro buscó reformar las prácticas religiosas de su comunidad. Se opuso a ciertas tendencias comunes en poblaciones indoeuropeas, como el sacrificio del toro y la ingesta de la bebida ritual haoma. Singularizó a un dios (ahura), de entre las deidades del panteón iranio para que recibiese una adoración exclusiva: Ahura Mazda, el Señor de la Sabiduría, mientras que otros ahuras y devas los convirtió en demonios.
Se puede decir que no toda el área cultural irania fue exclusivamente zoroástrica. Varias poblaciones iranias mantuvieron un panteón común y un conjunto de símbolos y mitos. Una variedad de deidades siguieron siendo adoradas, caso de Mitra o Anahita. Por otra parte, el zoroastrismo no fue primeramente codificado hasta el siglo III como religión oficial del estado, concretamente del imperio sasánida iranio. De tal modo, lo que se conoce del zoroastrianismo sasánida no necesariamente tiene que describir las creencias religiosas y las prácticas del antiguo Irán. Tal es así que, de hecho, ninguna fuente aqueménida  menciona al profeta Zoroastro, aunque irónicamente, las fuentes griegas contemporáneas si lo hacen. Quizá se trate de una proyección zoroástrica en su forma sasánida a tiempos aqueménidas. En cualquier  caso,  en ningún caso se puede hablar de religión irania en un sentido extenso del término, ya que existen ciertos elementos identificadores que pertenecen claramente al conjunto de mitos, deidades, rituales y símbolos tradicionales. Parece que antes, y también después de Zoroastro, muchas comunidades iranias consideraron al sol como la forma visible de Ahura Mazda. Las inscripciones asirias dan la forma Asara Mazas, y en el lenguaje saka aparece el término urmaysde para referirse al sol.
El sol y su análogo, el fuego, servían para purificar. Es notable el hecho de que el dios Agni que adoraban los indoeuropeos, deidad del fuego, y que la práctica india de purificar los cuerpos del fallecido en las piras funerarias, tengan en su raíz los mismos propósitos que la práctica irania de exponer los restos del cuerpo ya muerto al sol. Luz y fuego son agentes purificadores que destruyen la materia y liberan el alma hacia el Paraíso, un lugar de luz.
El culto a la luna también figuró en el mundo religioso iranio. La luna fue equiparada con la figura del toro celestial. En el Avesta la luna es denominada gao chithra (esto es, “que tiene esperma de toro”). De acuerdo al mito iranio todos los animales terrestres habrían nacido de este semen. Evidencia de la adoración del toro ha sido encontrada a comienzos del segundo milenio a.e.c. en lugares como Altin Tepe, en Turkmenistán. Se ha sugerido, asimismo, que el templo Makh en Bujara, mencionado en las antiguas fuentes islámicas, fue originariamente un templo de la luna.
El más visible elemento de la religión irania es el festival de Año Nuevo, llamado No Ruz (o Nuevo Día). Este festival paniranio parece haber estado originalmente conectado con Jamshid (avéstico Yima) la figura del hombre primordial en la mitología irania, cuyo distante origen estuvo, muy probablemente, en Mesopotamia. 
En los tiempos aqueménidas muy pocas de las deidades iranias que Zoroastro había intentado convertir en demonios estaban presentes en el panteón religioso iranio, incluso en las tierras persas centrales. La deidad más popular llegó a ser Anahita, diosa de las aguas (originalmente la Ishtar mesopotámica). Los textos e inscripciones sogdianos y bactrianos indican la adoración de un extenso rango de deidades iranias y no iranias, incluyendo la griega Deméter y el dios indio Siva. Entre las deidades populares en Asia Central se encontraba también Baga, un dios asociado al vino y el matrimonio, Los documentos sogdianos “Antiguas Cartas”, hallados cerca de Dunhuang, en China, que parecen datar de comienzos del siglo IV, mencionan al Señor del Templo (Vgnpt), y no al jefe de los magos, lo cual nos hace sospechar que la forma previa señalada fue más importante en el mundo sogdiano, incluso en los comienzos de la época del imperio sasánida. Del mismo modo, la diosa Nanai, un análogo local de Anahita, es muy frecuentemente mencionada. La figura del demonio suele llevar un  nombre sogdiano, Shimnu, que deriva directamente del Angra Mainyu avéstico.
En definitiva, a la luz de las tan evidentes y numerosas diferencias locales, aplicar el término zotroastriano a la religión de los pueblos iranios del Asia Central no se justifica.
Los asirios controlaron el reino norteño de Israel en 722 a.e.c., y reubicaron a sus habitantes en otras regiones del imperio, en especial en la zona oriental irania de Jurasán.  Se podría decir que es  ese el momento del origen de la presencia israelita en Asia Central. El reino meridional de Judea sobrevivió un siglo y medio más gracias a la diplomacia. Sin embargo, en 586 el nuevo poder de los babilonios puso fin a su independencia. Los babilonios deportaron a los judíos a Mesopotamia para laborar como esclavos. En 539 Ciro el Grande conquista Babilonia y libera las gentes esclavizadas. Muchos judíos liberados optaron por permanecer en Babilonia como ciudadanos libres del nuevo imperio persa, o eligieron probar suerte en otras tierras controladas también por los persas. Un buen número se reubicó al este de Irán. Como Ciro hizo conquistas muy orientales, tan lejos como Bactriana y Sogdiana, parece probable que algunos judíos babilonios se hayan asentado en esas regiones. En cualquier caso, no existe evidencia directa de la presencia de judíos en Asia Central antes del período aqueménida, como es descrito en el Libro de Esther[1].
Es muy probable que muchos judíos posteriores al exilio asentados en tierras persas se dedicasen al comercio. Las fuentes romanas muestran que en la época de los partos, judíos palestinos y babilonios estuvieron vinculados al comercio de la ruta de la seda desde China. De hecho, nombre hebreos aparecieron sobre fragmentos cerámicos en Marv que datan de los siglos I al III, lo que atestigua la presencia de judíos viviendo a lo largo de la Ruta de la Seda.
Desde el período persa, continuando a través de los tiempos helenísticos y partos, un número importante de creencias y conceptos iranios tuvieron su influencia en el trasfondo religioso de los judíos. Las ideas escatológicas como las advertencias de los últimos días y la creencia en un salvador mesiánico, así como la resurrección del cuerpo y el juicio final, son algunas de las nociones que el Judaísmo, y por consiguiente el Islam y el Cristianismo, pudieron recibir como préstamo de los persas. Los conceptos referidos al paraíso celestial y a un infierno de castigo, también son visibles en la antigua religión irania, pero no en las fuentes israelitas anteriores al período babilonio. El espíritu del mal Angra Mainyu o Ahriman, evolucionará en el demonio cristiano y del Islam, que aparece por vez primera en el libro de Job ha-satan, o “el acusador”. Los conceptos referidos a los ángeles y los demonios, parecen derivar, asimismo, de creencias iranias. La antigua cosmología irania, con su numerología fundamentada en el número siete, puede ser el precedente de las evoluciones tardías visibles en la filosofía griega y en el misticismo judío, musulmán y cristiano.
El festival judío de Purim, que encontramos en la historia de Esther, derivó, muy probablemente, del antiguo festival de primavera de Fravardigan que, como el propio Purim, comenzaba el décimo cuarto día del mes de Azar e incluía un intercambio de regalos. Los iranios también creían que el tiempo finalizaría en un gran evento apocalíptico. Esta catástrofe final (el Ragnarok de la mitología escandinava tardía), fue denominada Frasho-kereti (“el glorioso hacedor”), o también Fraoshkart, por los antiguos iranios. No parece una coincidencia que los escritos apocalípticos de la tradición judía, como los hallados en los libros de Ezequiel y Daniel, aparezcan en el contexto de la cautividad babilónica e incluso con posterioridad a la misma. El texto apocalíptico judío escrito en griego, los Oráculos de Hystaspes, mayormente compuesto en Partia, se fundamentó en una antigua historia irania acerca del rey Vishtaspa, converso del propio Zoroastro. Un gran número de conceptos en apariencia iranios en su origen llegaron a ser más evidentes en las fuentes judías no desde el período persa sino desde el helenístico.
Una inscripción en piedra de una sinagoga en Kaifeng[2] (no corroborada por ninguna otra evidencia), parece sugerir la más antigua presencia judía en Asia oriental. La comunidad judía en el oriente de China, pudo haber sido fundada por comerciantes que llegaron a estas regiones vía la Ruta de la Seda antes de fines del siglo III a.e.c.  Se ha querido relacionar el hallazgo en Egipto de piezas de seda que datan del siglo X a.e.c. con comerciantes israelitas, hasta el punto de ver en ellos a los responsables del traslado de la seda hasta Egipto. Ciertas inscripciones fechadas en los siglos XVI y XVII ubican la primera llegada de judíos a China en el período Han (206 a.e.c.-220). En consistencia con estos datos, algunos judíos chinos contaron a los misioneros jesuitas en los comienzos del siglo XVIII que, de acuerdo a su propia tradición oral, sus ancestros habían llegado desde Persia durante el reinado de Mingdi (58-75).
Aunque toda evidencia firme está ausente, no resulta improbable que mercaderes iranios y judeo-persas hubiesen estado activos a lo largo de la Ruta de la Seda. En tiempos antiguos, ciertas ideas religiosas pudieron haberse expandido geográficamente hacia el este, en el sentido de que los poseedores de esas ideas hubiesen estado también físicamente allí. Ello no significa, no obstante, que los sistemas religiosos iranios o judaicos hubiesen crecido en China o ganado adeptos. Cuando turcos, chinos y otras poblaciones asiático-orientales entraron en contacto con mercaderes provenientes del occidente y se familiarizaron con sus modos de pensar, sutiles influencias pudieron haber penetrado en ambas direcciones a través de los encuentros diarios y las conversaciones. En este sentido, se ha sugerido, por ejemplo, que los daoístas del período Han Posterior tomaron prestado para su término daluo (“el más elevado Cielo”), el vocablo iranio garo-dmana, la “casa de la oración”, el más elevado de los cuatro cielos, asociados con Ahura Mazda, que se pueden ver referidos en secciones del Avesta como Dadhvah.
Según algunos eruditos japoneses, asimismo,  el denominado festival de los fantasmas, un rito anual para alimentar las almas desatendidas, y que llegó a ser muy popular durante la época Tang, habría tenido orígenes iranios. Por otro lado, el nombre chino para el festival Yulan ben, pudo derivarse del sogdiano rw'n (alma; persa, ravan), en tanto que un cuento popular asociado al festival, en el cual un monje, Mulian, desciende a los infiernos para rescatar a su madre, podría estar basado en el mito griego de Dionisos y Sémele.  

Prof. Dr. Julio López Saco
UCV-UCAB. FEIAP-UGR, marzo, 2018.


[1] El bíblico Libro de Esther, compuesto probablemente en Irán en algún momento del siglo IV a.e.c., provee uno de los más explícitos ejemplos de interacción entre las tradiciones religiosas irania e israelita. Registra, además, tradiciones culturales iranias (el protocolo de la corte o el rol de los eunucos). Contiene numerosos elementos que derivan de la religión irania. Así, por ejemplo, Teresh y Zeresh parecen ser reflejos de los demonios Taurvi y Zairik en el Avesta. De hecho, ellos pueden ser vistos como representantes del paradigma iranio de la mentira o druj, como opuesta a la ley del rey.
[2] La comunidad judía de Kaifeng parece haber llegado por mar a China no antes del siglo IX, de modo separado, y por tanto distintivo, de aquellos judíos que llegaron por tierra al territorio chino mucho tiempo antes.