30 de marzo de 2021

Ilirios: Indoeuropeos en conflicto




Imágenes (de arriba hacia abajo): plato balcánico con la presencia de guerreros ilirios con panoplia del tipo hoplita; moneda iliria datada entre 190 y 175 a.e.c., con jinete y escudo redondo y; casco en bronce del tipo ilirio, datado en el siglo VI a.e.c.

¿Hubo una original tribu iliria?. Si se estima afirmativamente el interrogante, los griegos habrían contactado con un relativamente pequeño grupo ilirio ubicado en el norte del Épiro, si bien muy pronto se aplicó tal denominación a una población de mayor calado estacionada en el occidente de Macedonia y al sur del río Danubio. Estos ilirios hablaban una lengua indoeuropea, hecho que sugiere que procedieron de algún lugar del noreste, acompañando a otros migrantes prehistóricos que hablaban el mismo lenguaje.  

Sin embargo, la continuidad de su cerámica desde las épocas más arcaicas hasta la Edad del Hierro, parece sugerir que se estaría delante de una población autóctona. En cualquier caso, existe la posibilidad de que oleadas de invasores o migrantes indoeuropeos trajesen consigo cambios en la lengua mientras la mayoría de la población original permanecía en su lugar originario (al modo de lo acontecido con los invasores normandos sobre el inglés). A la compleja situación etnográfica en Iliria ha de sumarse, además, que la arqueología señala que hubo un influjo de pueblos en la segunda Edad del Hierro que introdujeron elementos célticos propios de la cultura de Hallstatt[1]. Así pues, estaríamos en presencia de diferentes tribus con distintos dialectos que compartirían aspectos de una común cultura, a pesar de que las fuentes clásicas los muestran como una unidad.

La mitología griega acude, una vez más, en nuestro auxilio, pues indica que el nombre de Iliria procede de un hijo de Cadmo, el fundador de Tebas. El niño habría nacido mientras su padre estaba combatiendo las tribus del noroeste. Más tarde se convertiría en soberano. No obstante, en otras versiones se afirma que lo más probable es que los ilirios fuesen hijos del cíclope Polifemo, lo cual les conectaría con el ámbito agreste, salvaje e incivilizado[2]. De este modo se explicaría cómo los griegos y macedonios usaban la palabra ilirio en combinación con aquella referente a problema, pirata, incursión o ataque, además de preguntarse acerca del modo útil que debería emplearse para disminuir los hábitos predatorios de estas gentes.

Una de las tribus ilirias recibió el apelativo de Liburni, un pueblo marítimo que habitaba lo que hoy es la costa de Croacia, con fama de ser avezados piratas y hábiles comerciantes. Los griegos utilizaron, no sin ironía, la palabra libyrnis para referirse a una ágil y muy veloz galera, capaz de esconderse con garantías en la escarpada “costa iliria”. Esos navíos sembraban el terror en el mar Adriático a todo aquel que se aventurase en algún periplo entre Grecia e Italia. Los botes liburnios todavía llegaron a ser usados por el ejército romano, tal y como aparece reflejado en los relieves de la Columna Trajana. Fueron empleados, en consecuencia, en las guerras contra los Dacios.

Lo que estos Liburni tuvieron en común, no obstante, con otras tribus ilirias, es motivo de denso y acalorado debate. De hecho, un pueblo ilirio llamado los dálmatas habitaba en las cercanías de esos Liburni, si bien tenían una cultura de base pastoril. Mientras los Liburni eran, entonces, sofisticados comerciantes, los Dálmatas se nos aparecen como gentes que viven en cuevas o chozas centradas en su actividad como pastores.

En sus repetidos asaltos contra griegos y macedonios, los ilirios colaboraban, en muchas oportunidades, con otro pueblo relacionado con ellos, llamado Dardani en las fuentes clásicas. Además, más al norte, también otro pueblo estuvo afiliado con los ilirios. Se trata de los Panonios quienes, como los otros pueblos ilirios, eran iletrados y por ellos apenas han dejado vestigios en el registro arqueológico. Tales improntas revelan apenas que eran una cultura simple (como, se supone, la mayoría de los ilirios), que combinaba en sus quehaceres cotidianos la agricultura con los asaltos en busca de botines. Vivían en tribus y en bandas de base familiar, siendo enterrados juntos en grupo. Los guerreros se inhumaban con sus armas. Sin duda, estuvieron más expuestos a los influjos culturales célticos que los ilirios de la costa.

En la época romana los ilirios actuaron ya como una unidad. De hecho, hacia mediado el siglo III a.e.c., un tal Agron, líder ilirio en la región de la actual Montenegro, habría hecho confluir varias tribus ilirias en un reino común. Ahora aliados con los macedonios (y no como rivales), participarían en un ataque macedonio al suroeste de Grecia. La viuda de Agron, de nombre Teuta, expandiría las razzias marítimas ilirias hasta lugares como la antigua Corcira (Corfú), demostrando con ello ciertas posibles aspiraciones de dominio, en tanto que siempre se había creído que la isla había pertenecido a “Iliria” hasta la llegada de los colonos griegos.

Desde aquí podían amenazar el comercio marítimo, algo que la potencia romana no consentiría. Así, en 229 a.e.c. los romanos organizaron una primera expedición militar al oriente de la península itálica contra los ilirios, la primera de varias, que acabaron por ser conocidas con el nombre de Guerras Ilirias. Aun tras la conquista romana de Macedonia, Grecia y Asia Menor, los romanos seguían enfrentados a los ilirios. Las dificultades del terreno y el factor, no de escasa relevancia, de la descentralización de las tribus ilirias hacían complicada la conquista por parte romana, en especial porque los ilirios combatían con un sistema de guerrillas.

En el año 6 se produjo una poderosa rebelión contra Roma, en virtud de que Dálmatas, Panonios, Liburni, y otras tribus menos renombradas, como los Breuci (la tribu dirigida por Bato el Breuciano), los Pirustas de Dalmacia y los Iapodes (llamados también Carni, una tribu céltica), hicieron causa común frente al romano. Casi cuatro años le llevó a Tiberio sofocar la rebelión. La región se convirtió en la provincia romana de Iliria, posteriormente dividida en las de Pannonia y Dalmatia. Los ilirios acabarían, por tanto, muy romanizados, hasta el punto que cuando Roma estuvo en serio peligro de caer en las redes de los continuados asaltos bárbaros, varios de los llamados emperadores ilirios (de Panonia sobre todo), lograron estabilizar el imperio. Se trata de emperadores del talante de Decio, Claudio Gótico, Aureliano y el gran Diocleciano. Significativamente, tras la caída de Roma fue otro ilirio (Justiniano I, en el siglo VI), quien tomó las riendas del imperio Bizantino. Destruidos finalmente por jinetes eslavos, desaparecen de la historia hacia el siglo VII.

Prof. Dr. Julio López Saco

UM-FEIAP-UFM, marzo, 2021.



[1]La  filiación étnica de los ilirios es muy dudosa. No hay claridad al respecto de que fuesen una continuidad de la llamada Cultura de Lusacia. Resulta más complicado definir una unidad étnica iliria en la época de la Cultura de Urnas. Probablemente los ilirios corresponden a una etapa de pueblos danubianos de la Edad de Bronce, período paralelo al de las poblaciones de los túmulos y tal vez de los lusacianos, cuyas relaciones mutuas habían ocurrido antes de la expansión de la mencionada Cultura de las Urnas.

[2] Muchas han sido las fuentes clásicas que han dejado su impronta acerca de los ilirios, como es el caso de Cicerón, Diodoro, Apiano, Heródoto, Justino, Plutarco, Estrabón o Polibio. La gran mayoría intentaron explicar su origen basándose en la mitología griega y en su participación en los hechos históricos de mayor relevancia. Apiano menciona el origen mítico de los pueblos ilirios en el seno de la mitología, diciendo que el fruto de la unión de Polifemo y Galatea fueron Galas, Celtus e Illyrius, dioses epónimos (y origen, por tanto) de Galos, Celtas e Ilirios, respectivamente. Las primeras menciones de los ilirios históricos aparecen en fuentes griegas. Tal vez fue Escilax de Carianda, célebre por su periplo por el Índico y el Golfo Pérsico, quien recopiló las primeras descripciones en el Periplo del Pseudo-Escilax.

23 de marzo de 2021

Ciudades del mundo antiguo (III): urbes del antiguo Egipto y Anatolia





Imágenes (de arriba hacia abajo): patio de Amenofis III, en Luxor-Tebas; reconstrucción modélica de una habitación con bucráneos de Çatal Hüyük. Museo de las Civilizaciones Anatólicas, Ankara; escultura en terracota de una plausible diosa madre de Çatal Hüyük, datada en el VI milenio a.e.c.; esquema reconstructivo de las distintas ciudades de Troya a lo largo del tiempo e; imagen panorámica de cómo luciría la Constantinopla romana del siglo IV.

En esta tercera entrega se hará referencia a las ciudades de Buto, Menfis y Tebas (Luxor) en Egipto, así como a Çatal Hüyük, Hattusa, Troya, Mileto y Bizancio (Constantinopla) en la península de Anatolia o Asia Menor.

Buto es una antigua ciudad egipcia ubicada al nordeste en el delta del Nilo, llamada Per-Uadjit en Egipto, desde el Reino Nuevo, y en árabe Tell el-Farain, o Colina de los Faraones. Se la conoce desde el predinástico egipcio como una ciudad capital en el Bajo Egipto que surge del agregado de dos núcleos independientes, Dep y Pe. Como Per Uadyet, debió ser capital, entonces, de un reino del Bajo Egipto en el Protodinástico, aunque acabó sometiéndose al sur.

Sus reyes, citados en el Papiro de Turín y en Manetón, al igual que los de Hieracómpolis, eran seguidores de Horus, y los antepasados de Menes. Por su parte, los Textos de las Pirámides hablan del ritual de coronación de estos soberanos. A través de su nombre se deduce que era centro de culto de la diosa cobra, si bien en la ciudad hubo santuarios de Bastet y de Horus. La ciudad estuvo activa en época saíta y luego lágida y romana. Fueron los prolomeos quienes le dieron el nombre griego Buto, según consta en fuentes como Estrabón o Plutarco, este último en su célebre Sobre Isis y Osiris. Fue el famoso Flinders Petrie el primero en identificar la ciudad a fines del siglo XIX. Luego fue excavada en varias campañas durante todo el siglo XX, destacando las que se llevan a cabo por parte de los arqueólogos del Instituto Arqueológico Alemán. 

Menfis, conocida como Balanza de las Dos Tierras en el reino medio, fue fundada hacia 3100 a.e.c., siendo la primera capital del Egipto unificado, durante todo el Reino Antiguo, y hasta el Primer Período Intermedio (de ahí en adelante capital del Nomo I); por tanto, hasta 2050 a.e.c., y durante las primeras ocho Dinastías. Después sería sustituida como capital por Tebas-Luxor.

Menfis fue un centro político, económico y religioso de primer orden, en el que se veneraba sobre todo al dios Ptah y en donde se coronaban los faraones. También conocida por otros muchos nombres, como Nen-Nefer, Ineb-Hedy o Muro Blanco, Hut-ka Ptah o el bíblico Noph. Su nombre árabe, Mit Rahina señala hoy la localidad bajo la cual se encuentran la mayoría de los vestigios de la antigua Menfis. Sus necrópolis serían Abu Roash, Abusir y Dashur, sin olvidar Saqqara. El declive de la ciudad se acentúa con la aparición de Alejandría, hacia 330 a.e.c., para terminar siendo abandonada mediado el siglo VII. Apenas sobreviven restos de su presencia, salvo la estatua colosal de Ramsés II y las ruinas del templo de Ptah. Parte de sus ruinas y restos se emplearían, de hecho, en la construcción de El Cairo.

Tebas-Luxor, Al-Uksur en árabe, corresponde a una antigua ciudad, centro de culto, hoy de medio millón de habitantes, que se ubica a unos setecientos kilómetros al sur de El Cairo. Como todas las antiguas ciudades egipcias tuvo varios nombres, destacando Uast (cetro), Niut (ciudad) o Ta Ipet (santuario). El nombre Tebas, que procede de Ta Ipet, fue puesto por los griegos mientras que Luxor (palacios con innumerables puertas) por los árabes. Fue capital de Egipto por más de milenio y medio, durante el Reino Medio y Nuevo, después de suceder en tal dignidad a Menfis, además de ser capital del Nomo IV del Alto Egipto. En la orilla occidental del Nilo, frente a la ciudad, se encuentran los conjuntos funerarios a base de tumbas excavadas en piedra, propias del Reino Nuevo, del Valle de los Reyes, el Valle de las Reinas y el Valle de los Nobles. Destacan en ella los templos de Luxor y Karnak, unidos por un dromos de esfinges.

Su origen, como un humilde puesto comercial, remonta a fines del IV milenio a.e.c. Este centro de poder, de una superficie de unas 50 hectáreas en su mejor momento, empezó a ser de extrema importancia en la Dinastía XI, hasta la XV, de los hicsos, y luego de nuevo con la XVI y la XVII. Fue encumbrado como centro religioso gracias al antiguo dios local Amon. En el siglo VII a.e.c. fue saqueada por los asirios, entrando en un dilatado período oscuro con la presencia griega y romana (esta última desde 30 a.e.c. a 350). Estos últimos modificaron notablemente la arquitectura del lugar y la convirtieron en parte de la Tebaida, provincia romana. La ciudad sería abandonada en la antigüedad, a lo largo del siglo I, a decir del géografo Estrabón.

Çatal Hüyük, ubicado en Konya, en el centro de la actual Turquía, es un yacimiento Neolítico y Calcolítico que se encuentra asentado sobre un montículo rodeado de una extensa llanura y que ha sido datado en el período Precerámico B, entre 7500 y 6200 a.e.c. Fue encontrado en los años cincuenta del pasado siglo por el arqueólogo James Mellart y excavado en la siguiente década. Posteriormente, ya en los años 90 continuó esta labor el arqueólogo de Cambridge Ian Hodder. Se trata de un poblamiento de unas 13 hectáreas de superficie que pudo albergar en su seno entre seis y siete mil habitantes.

El poblado presentaba un planeamiento residencial bastante sofisticado, con la presencia de barrios dedicados a la producción manufacturera, sobre todo de textiles, objetos de hueso y obsidiana, además de piezas de cobre. Sus habitantes fabricaban cerámica y tenían una economía diversificada, aunque la agricultura era la base principal. Existe constatación de la presencia del cultivo de lentejas, cebada, guisantes y trigo en las cercanías del asentamiento. Las viviendas eran rectangulares y estaban adosadas unas a otras, además de conectadas entre sí por medio de aberturas y con salidas en los techos. Por consiguiente, no había calles interiores. Los muros se hacían de adobe y los techos de vigas de madera, sobre los cuales se distribuía una capa de barro apisonado. En el área central de habitación se incluía un horno, un hogar y plataformas para el descanso.

En Çatal Hüyük se han hallado enterramientos dispuestos bajo el suelo de las viviendas. Parece muy probable, además, que hubiese habido edificaciones especialmente dedicadas al culto. En determinados casos, las paredes de algunas viviendas estuvieron decoradas con grupos de cráneos de animales diversos, como jabalíes, buitres, comadrejas y, sobre todo, toros, así como con pinturas murales, en las que se podían observar formas animales (ciervos, jabalíes, lobos, asnos, leones, osos) y también de manos humanas. Así mismo, también han sido halladas estatuillas femeninas y símbolos de fecundidad. Esto no significa, necesariamente, que las casas de este asentamiento turco fueran santuarios ni que se pueda deducir la existencia de una clase sacerdotal, pues pareciera, más bien, el rastro de un posible culto doméstico. El núcleo de Çatal Hüyük fue abandonado por sus habitantes hacia el 5000 a.e.c. y en su lugar surgieron poblados de pequeñas dimensiones en la llanura circundante, abandonándose de este modo el montículo originario.

Hattusa fue la gran capital imperial hitita a partir del rey Hattusili I, siendo hoy la renombrada aldea anatolia de Bogazköy. El sitio de su ubicación en torno a tierras de cultivo y de pasto, pero también de bosques, estuvo originalmente habitando por los hatti. Fue destruida en el siglo XII a.e.c., al tiempo que el imperio hitita. En el interior de la amurallada ciudad había una gran ciudadela con templos y edificaciones administrativas, destacando el palacio real. En la parte sur destacaban puertas decoradas con relieves con leones, guerreros y esfinges, además de varios templos y edificaciones civiles. Se descubrieron diversas necrópolis extramuros. En sus mejores tiempos pudo vivir en Hattusa una población que rondaría los 40000 habitantes.

Desde una perspectiva arqueológico-histórica, la ciudad contó con cinco fases de existencia a lo largo del tiempo. La primera marcó la transición entre la Edad del Bronce Antiguo y  Medio, a comienzos del II milenio a.e.c. La segunda es la correspondiente al período de la presencia de las colonias asirias en Anatolia, que culminó con la destrucción propiciada por Anitta. Las fases tercera y cuarta corresponden a la época en la que Hattusa fue el asiento de la dinastía real hitita. La quinta y última coincide con el período frigio post hitita, durante el cual la ciudad fue reconstruida en una escala menor, tras su destrucción previa. La fase tres es la que corresponde a la ciudad del rey Hattusili I. Estuvo dominada por una acrópolis, que hoy se conoce como Büyükkale, en donde el mencionado monarca construyó el primer palacio real. Hacia 1400, Hattusa sufrió un saqueo y fue incendiada por parte de las fuerzas gasga que provinieron desde el norte. Un tiempo después Hattusa fue restaurada como capital bajo el mandato de Urhi-Teshub, hijo y sucesor de Muwatalli. En los últimos años del reino hitita la ciudad alcanzó, no obstante, una magnitud y magnificencia sin precedentes.

La muralla que rodeaba el asentamiento completo tenía varias puertas de acceso, alguna embellecida con escultura y relieves monumentales, como las llamadas Puerta del León, Puerta del Rey y las Puertas de la Esfinge. Varios templos fueron erigidos en la ciudad superior, un hecho que confirmaría su carácter sacro y ceremonial. Hattusa debió transmitir una imagen simbólica relevante. Así, al final de su existencia Hattusa pudo haber desarrollado un carácter meramente sacro, de ciudad ceremonial.

Las cellas de los templos parecen haber servido como habitaciones para archivos, pues todos los templos han producido un conjunto de material inscrito (sellos, bullae de arcilla, impresiones de sellos y tablillas en las que se registraron donaciones, procedimientos rituales y consultas oraculares). Tales hallazgos pueden proporcionar evidencia del rol de los templos como centros para el entrenamiento de escribas. Los templos tenían, así, funciones administrativas y económicas, además de las puramente cúlticas.

La casa hitita básica de Hattusa estaba conformada por una estructura de madera y ladrillo, en ocasiones con unas estancias superiores a las que se accedía a través de una escalera exterior. El área residencial también contaba con edificaciones mayores erigidas sobre terrazas, tal vez, las viviendas del personal de más alto rango. Una parte significativa de la población viviría, no obstante, extramuros, si bien en los años finales un incremento de la población pudo propiciar el asentamiento de población intramuros.

Troya fue un enclave estratégico en el estrecho de los Dardanelos, en la actual Turquía. Se fundó hacia 2900 a.e.c. Acabaría convirtiéndose en una próspera gran ciudad, íntimamente vinculada al entorno hitita. El yacimiento de Troya del cual poco más de un cinco por ciento de su extensión total ha salido a la luz tras siglo y medio de excavaciones, las últimas por un equipo alemán de la Universidad de Tubinga, está compuesto por nueve ciudades de épocas diferentes que, en total, abarcan unos tres milenios de continuada presencia y de actividad humana.

La Troya I apenas pervivió dos siglos, hasta que en 2700 a.e.c. fue destruida por un incendio. Lo que hoy se conoce como Troya II fue la que Heinrich Schliemann excavó y consideró como la ciudad homérica. La VI (1700-1180 a.e.c.) es el ejemplo palpable de una localidad de la Edad del Bronce Anatolio, con dos sectores: uno en la parte alta, la ciudadela, centro religioso y administrativo protegido por una gran muralla; y otro, al sur de la colina, que se denomina ciudad baja, guarecida por un foso tras el cual se encontraba otra muralla, hecha de adobe, en la que se abrían varias puertas defendidas por torres de vigilancia. La ciudad baja, de una extensión de unas veinte hectáreas, contaba con canales de drenaje y calles pavimentadas, y pudo albergar alrededor de 10000 habitantes. La posición estratégica de la ciudad fue clave en el sistema comercial del II milenio, convirtiéndola en centro de redistribución de bienes.

Por intermediación del puerto, Troya comerciaría con el ámbar del Báltico, el cobre de los Balcanes, la cornalina del norte del mar Negro y los caballos de las estepas. De hecho, su rol de enclave mercantil pudo resultar crucial en el trasfondo histórico de la reconocida guerra de Troya, en virtud de que una agrupación de ciudades griegas habría buscado la manera de garantizarse el control del paso de los Dardanelos y del comercio entre el mar Negro y el Egeo. Las viviendas de la Troya VI en la ciudad baja poseían techos planos y un área pavimentada en el patio que pudo servir para trillar. Había también santuarios, hornos comunales y jardines. Algunas casas más lujosas estaban hechas de piedra, madera y adobe, y tenían dos plantas.

La mayoría de la población debió de emplearse en la fabricación del tinte púrpura, en la confección de textiles, de lino y lana, en los talleres metalúrgicos, en los que se manufacturaban objetos de oro, hierro, plata y bronce, y en la fabricación de la cerámica hecha en el torno. Debió existir presencia de comerciantes micénicos en la ciudad. Un sector de la población se encargaría de la agricultura y el pastoreo de ganado, además de la pesca (en especial de la recolección de moluscos).

En este mismo nivel han aparecido también tumbas en forma de casa, en las que se veneraba a deidades como Appaulinas (probable nombre hitita de Apolo). En la ciudadela (la Pérgamo de la Ilíada), varias construcciones combinaban las funciones de palacio, tesorería, archivo y templo, imitando los modelos del palacio-megaron de la zona hitita en Anatolia, la Grecia micénica y la Creta minoica. Vivía aquí la elite, que incluía la familia real y los linajes nobles, además de las agrupaciones familiares de los grandes comerciantes, con funciones diplomáticas y militares.

Troya estuvo vinculada con Asia Menor y, en especial, con los hititas, como demuestra el Tratado de Alaksandu. Lo estuvo más que con el ámbito griego. El tratado, hallado en el archivo imperial de la capital hitita, Hattusa, muestra un pacto de vasallaje suscrito entre un rey de Wilusa (Alaksandu) y el soberano hitita Muwatalli II en 1290 a.e.c. Troya estaría subordinada entonces al imperio hitita aunque no habría perdido su autonomía real. Los hititas denominaban a la ciudad de Troya como Taruwisa (de ahí la Troya en la nomenclatura griega). Wilusa, que pudo ser el nombre hitita de Troya, explicaría la denominación también griega Ilión. En consecuencia, la guerra troyana, sería un conflicto entre una fortaleza hitita en Asia Menor y varias ciudades griegas continentales. El fin de Troya VI se produjo hacia 1250 a.e.c., fruto de un desastre natural. Se reconstruye la ciudad y se vuelve a habitar, pero hacia 1180 a.e.c. se constata la presencia de una devastación, con ruinas de edificaciones destruidas por el fuego, proyectiles de catapulta y huesos humanos calcinados. Todo ello puede ser un indicador de que la población sufrió algún tipo de ataque externo. Se ha creído que esto sería, precisamente, indicio claro del conflicto que narra Homero.

Mileto fue una antigua ciudad jonia de Asia menor cercana a Priene y no lejos de Éfeso, la probable Millawanda hitita, en la antigua región de Caria. Fue denominada también como Pityusa y Anactoria. Las primeras evidencias de presencia humana datan del Neolítico. A principios de la Edad de Bronce el asentamiento quedaría bajo la influencia de los minoicos cretenses. De hecho, la tradición legendaria habla de la llegada de contingentes cretenses (mencionados en el Catálogo de las Naves en la Ilíada), que habrían desplazado a los aborígenes Léleges (asociados por algunos a los carios). La mitología griega refiere que la ciudad fue fundada por el héroe Mileto, quien huyó de la Creta del rey Minos. El héroe habría fundado la ciudad tras matar a un gigante (Asterión).

Mileto habría sido una fortaleza micénica en la costa de Asia Menor entre 1450 y 1100 a.e.c. En la Edad del Bronce, llegarían desde el centro de Anatolia poblaciones de habla luvita, que serían los Carios. Destruida la ciudad por participar en una rebelión contra los hititas, a partir del siglo XI a.e.c., los griegos jónicos se expandieron hacia Asia Menor, siendo los refundadores del núcleo, conducidos por Neleo tras el mítico regreso de los heráclidas. La presencia jónica trajo consigo la creación de una liga, la Liga Jónica, y Mileto se convirtió en la más próspera de las doce ciudades de la confederación jónica. 

Con Ciro II el Grande, al vencer a Creso de Lidia (siglo VI a.e.c.), Mileto cayó bajo el Imperio aqueménida. En 499 a.e.c., el tirano de Mileto, Aristágoras, lideró una revuelta jónica contra los persas de Darío I, quien la aplastó. Unos pocos años después,  los griegos derrotaron a los persas en la batalla de Platea, y Mileto fue liberado del dominio persa, aunque después, por la Paz de Antálcidas, Artajerjes II controlaría las ciudades-estado griegas de Jonia. Alejandro Magno arrebataría a los persas la ciudad, pero tras su muerte Mileto quedó bajo el control de Ptolomeo, gobernador de Caria. La ciudad estaría posteriormente, bajo el control seléucida, egipcio, romano, bizantino y turco.

A partir del siglo VII, Mileto sería el lugar de nacimiento de filósofos y científicos, los físicos, como Hecateo o Tales, además de Anaximandro y Anaxímenes (Escuela de Mileto). De Mileto también fue natural el arquitecto de la Basílica de Santa Sofía (Isidoro de Mileto), así como la hetaira y filosofa Aspasia, esposa de Pericles.

Las primeras excavaciones del sitio fueron realizadas por un arqueólogo francés de nombre Olivier Rayet, a fines del siglo XIX. Posteriormente, sería el arqueólogo alemán Julius Hülsen el excavador de Mileto. Entre las principales construcciones de Mileto se encuentran el teatro, las termas romanas del siglo I, el Delphinion, la stoa jónica, el ágora septentrional, las termas de Capito, el Bouleuterion (del siglo II), el ágora meridional y las termas de Faustina.

Bizancio-Constantinopla, fue una ciudad fundación colonial griega de Megara en el siglo VII a.e.c. en el estrecho del Bósforo, capital de Tracia, luego refundada por Constantino y renombrada como Constantinopla, capital y centro medular de la cultura clásica del Imperio Romano de Oriente o Imperio bizantino, y que hoy corresponde con la turca Estambul. Se encontraba en un lugar estratégico, desde donde dominar la navegación entre los Balcanes, el Egeo y el norte de África. Además, la región del Ponto (mar Negro), era muy rica en ganadería, esclavos y mercancías como la miel, cera o el pescado salado, además de los vinos y el trigo.

La tradición mítica atribuye la fundación de Bizancio a Bizas o Bizante, el cual, según Esteban de Bizancio, era hijo de una ninfa a su vez descendiente de Ío y Posidón. Se advierte que la ciudad era una colonia de la ciudad griega de Megara, aunque pudo haber colonos de otras ciudades. Eusebio de Cesárea menciona el tercer año de la trigésima olimpíada como su fecha fundacional, lo que correspondería a 667 a.e.c., poco después de la cercana ciudad de Calcedonia. En el lugar de fundación existía un asentamiento de nombre Ligos. La ciudad tendría a la diosa Hera como deidad tutelar. Es probable que al principio fuese regida por una monarquía que daría paso a un gobierno aristocrático.

Los jonios, como vasallos del rey aqueménida Darío I, tomaron la ciudad en 504 a.e.c. Poco después se unió a la revuelta jónica. Sería un general espartano, Pausanias, quien se adueñase de la ciudad a finales del siglo V a.e.c. A lo largo de la Guerra del Peloponeso estuvo subyugada a Esparta, pero a comienzos del siglo IV, estuvo en manos atenienses, momento en que Trasíbulo cambió el gobierno de la ciudad de una oligarquía a una democracia. Entre 336 y 323 estuvo en poder de los macedonios. Durante las Guerras Macedónicas, entre Roma y Filipo V, los romanos otorgaron a Bizancio el título de ciudad confederada. Bizancio pasó a ser aliada de Roma, que la reconoció como ciudad libre, aunque posteriormente perdería ese estatus. Vespasiano la incorporaría a la provincia romana de Tracia.

A fines del siglo II la ciudad fue saqueada y destruidas sus murallas. Se la despojó de cualquier privilegios y dejó de tener un gobierno local, quedando como una aldea sometida con sus territorios a la vecina ciudad  de Perinto. Sin embargo, en honor de Caracalla, Severo la hizo reconstruir, la embelleció y le dio el nombre de Augusta Antonina, denominación que decayó al morir Caracalla. Conservó ciertos privilegios como la acuñación de moneda hasta el reinado de Galieno, mediado el siglo III. Bajo Claudio II, la ciudad tuvo que luchar contra los godos.

En el tiempo de las famosas luchas entre los tetrarcas se reforzaron las murallas de Bizancio y la ciudad tomó partido, en concreto por Maximino y por Licinio (inicios del siglo IV), quien se retiró allí tras la Batalla de Adrianópolis, y donde sería asediado por Constantino hasta que la ciudad se rindió. Con Constantino como único emperador, Bizancio fue incluida en el proyecto de reajuste geográfico del imperio, de modo que en 330 se ratificó la creación de la ciudad de Constantino, Constantinópolis o Constantinopla. Ya como Nova Roma y capital del Imperio romano de Oriente resistiría diez siglos las tentativas de conquista de sus diferentes enemigos, hasta su definitiva caída en manos de los turcos otomanos en mayo de 1453.

Prof. Dr. Julio  López Saco

UM-FEIAP-UFM, marzo, 2021

 

17 de marzo de 2021

Escritura etrusca: Liber Linteus Zagrabiensis


Aunque se trata de un hallazgo de mediado el siglo XIX, merece la pena rescatar la relevancia actual por lo que supuso y todavía implica. Se trata de un “libro” etrusco escrito sobre lino (el paño fue datado en el siglo III a.e.c., mientras que el texto en el II a.e.c.), que contiene casi trece mil palabras y que fue empleado como vendaje de la momia de una mujer, de nombre Nesi-Hensu, a la sazón esposa de un sastre tebano encargado de confeccionar los ropajes de las estatuas del gran dios Amón.

Se le conoce con el nombre de Liber Linteus Zagrabiensis o Liber Agramensis (por el término Agram, nombre alemán para la ciudad de Zagreb, en cuyo Museo Arqueológico se encuentra la momia), siendo el hallazgo con escritura etrusca más largo del que se tiene noticia hasta el momento actual. Hasta el día de hoy todavía se duda seriamente si se escribió el libro en Etruria, y luego fue transportado a Egipto, o  fue redactado en Egipto por algún etrusco allí destinado, tal vez un sacerdote u otra persona de clase alta, emigrante en el país del Nilo en el contexto de conflicto de la Segunda Guerra Púnica.

El texto, distribuido en doce columnas, menciona unos pocos nombres de dioses locales, alguna constelación y varias fechas, de ahí que los especialistas hayan pensado que pudiera tratarse de algún calendario litúrgico o un breve tratado sobre astronomía. Lo cierto es que supera, con mucho, los hallazgos documentales escritos en lengua etrusca hasta ahora conocidos (por otra parte, y por desgracia, bastante escasos): un calendario litúrgico del siglo V a.e.c., de casi trescientas palabras; una célebre placa de terracota de Santa María de Capua; la estela en piedra de Poggio Colla, del siglo VI a.e.c., con un texto de carácter, seguramente, votivo, además del muy conocido hígado en bronce de Piacenza; las placas de oro de Pyrgi, las de plomo de Punta della Vipera o las de bronce de Cortona, el espléndido sarcófago de Laris Pulenas y el menos conocido Cippus Perusinus.

Prof. Dr. Julio López Saco

UM-FEIAP-UFM, marzo, 2021.

12 de marzo de 2021

Ciudades del mundo antiguo (II): urbes del Próximo Oriente Asiático e Irán





Imágenes (de arriba hacia abajo): panorámica de los restos de Biblos, con las huellas de un templo fenicio en primer término; ruinas del asentamiento de Qumram; relieve que muestra la campaña del rey asirio Asurbanipal y el saqueo de Susa en 647 a.e.c.; vestigios del palacio real aqueménida en la ciudad de Susa; y fachada de El Tesoro, en Petra (Jordania).

En esta segunda entrega se hará un acercamiento a Jericó, Biblos, Beirut, Jerusalén, Meggido, Qumram y Petra, todas ellas en el espacio del Levante del Próximo Oriente de Asia, y a Susa y Persépolis, ambas en la región iraní. 

Jericó, Ariha en árabe y Yériho en hebreo (que significa luna, y por ello evoca a una diosa lunar), es una antigua ciudad en Cisjordania, en Palestina, próxima al río Jordán y cerca del mar Muerto. Posee una historia de más de diez milenios. Se trata de la ciudad cananea citada en la Biblia, cuyos muros cayeron ante el sonido de las trompetas del ejército de Josué, el sucesor de Moisés. En este libro sacro se le llama Ciudad de las Palmeras.

Aunque el recinto había sido excavado previamente a mediados del siglo XIX por el militar, ingeniero y arqueólogo Charles Warren, sería la arqueóloga británica Kathleen Kenyon en los años 50, quien encontraría hasta 23 estratos de civilización y habitación. Sus primeros habitantes, del período protoneolítico de la cultura natufiense, habitaban viviendas semienterradas de forma circular. A ese período siguió el neolítico Precerámico A o Sultaniense. Más tarde, en el IV milenio se constata su conexión con grupos sirios.

Si bien durante siglos Jericó estuvo deshabitada, en la octava centuria a.e.c., se documenta como una ciudad amplia que será destruida cuando Babilonia conquiste el Reino de Judá, dos siglos después. Luego sería un centro administrativo de la provincia de Judá bajo control persa, siendo después parte del imperio Seléucida, momento en que Jericó es fortificado para enfrentar la revuelta de los macabeos. Tras la caída de Jerusalén ante los romanos de Tito, Jericó no será más que un diminuta guarnición romana. Con el cristianismo en época bizantina, la ciudad volvió a poblarse y revivió a base de construcciones religiosas (monasterios y sinagogas) hasta la conquista musulmana del siglo VII.

Biblos, originalmente Gubla (según las Cartas de Amarna), la Gubal cananea, y también Ciudad de la Colina, Jebail y Gibello, es una antigua ciudad costera del norte de Líbano. En origen una ciudad cananeo-fenicia, tuvo gran relevancia en los milenios III y II por su decidida vocación comercial, sobre todo con Egipto, de donde importaba papiro, y por su privilegiada posición estratégica.

Fue el francés Pierre Montet quien hizo excavaciones destacadas en Biblos en los años 20 del pasado siglo, descubriendo el sarcófago del rey Ahirám I, además de una serie de estelas e inscripciones votivas. Biblos fue una de las tres urbes fenicias que controlaron el comercio en el Mediterráneo oriental, al lado de Tiro, urbe del dios Melkart, y Sidón, ciudad de la realeza. Sus orígenes se remontan al VI milenio, estando englobada en la región de los emitas cananeos. Según la tradición habría sido fundada por el dios El. Destacaba por sus templos dedicados a Baal Shamin y a la Señora de la Ciudad, así como por sus murallas. La ciudad estaría gobernada por reyes que recibirían el apoyo de un Consejo asesor (Señores de la Ciudad o Consejo de Ancianos).

En el III milenio se convierte en el principal imperio comercial próximo-oriental, contando con una gran flota de naves mercantes y de transportes. Por su posición geográfica obtuvo una relevancia estratégica notable, ya que en ella confluían rutas comerciales del Mediterráneo y el interior, incluyendo Mesopotamia y Anatolia, además de Egipto. Los grandes imperios (acadio, asirio, hitita), vieron Biblos como una fuente de suministros durante la Edad del Bronce (sobre todo metales, tintes y maderas). La ciudad sería ocupada por los amorreos hacia 2200 a.e.c., que pusieron fin a las dinastías cananeas, mientras que hacia 1750 los hicsos arrasarían la ciudad, pasando a reconocer la soberanía egipcia en tiempos de Tutmosis III.

Sufrió el acoso de los Pueblos del Mar, pero se recuperó gracias al comercio de las maderas (pino, cedro, encina). De Egipto traería papiro, soporte ideal de la escritura; recuérdese que es Biblos el lugar de nacimiento del alfabeto. Tales relaciones cuentan con una excepcional fuente, el Relato de Wenamún, denominado Papiro Pushkin. Finalmente eclipsada por Tiro, en el siglo VI cayó en manos persas, aunque conservó su autonomía, para unos siglos después quedar en poder de Alejandro Magno.

Beirut es la antigua Berut, lo cual alude a pozos de agua; en árabe Bayruth y también Berytus, tras ser controlada por Roma. Esta antigua ciudad es hoy capital de la República de Líbano; una de las arcaicas ciudades que han estado ininterrumpidamente habitadas (como Alepo, Susa, Biblos o Luxor, por ejemplo). Se constata presencia humana asentada hacia 3000 a.e.c. Se la menciona por vez primera en las Cartas de Amarna. A mediados del siglo II a.e.c. cae en manos seléucidas, sufriendo una remodelación helenística que le cambia el nombre a Laodicea. Un siglo después adquiere el rango de colonia, con el nombre de Iulia Augusta Berytus, destacando sobremanera por su escuela de derecho, en la que sobresale Ulpiano, originario de la ciudad. Conquistada por los árabes en el primer tercio del siglo VII, se vio superada como centro comercial por la famosa Akkra o San Juan de Acre.

Jerusalén, del hebreo Yerushalaim, es una antigua ciudad ubicada en los montes de Judea. Es llamada la Ciudad de la Paz, lugar sacro para cristianos, judíos y fieles del Islam, que cuenta hoy con algo más de 800.000 habitantes. Los asentamientos históricos más antiguos se remontan al V milenio. Habitada inicialmente por los Jebuseos en el calcolítico, no contaba con murallas y era un núcleo bastante pequeño. Pero más tarde llegaron las tribus hebreas nómadas a Canaán, hacia 1290 a.e.c., comenzando el núcleo a adquirir mucha relevancia.

De acuerdo a la tradición, sería la capital del Reino de Israel y del de Judá, así como del posterior reino franco jerosolimitano. Los escritos más antiguos que la mencionan son los Textos de Execración, del siglo XIX a.e.c., que mencionan una Joshlamen, así como las Cartas de Amarna, que hablan de Urusalem. La tradición, de nuevo, dice que fue fundada por los ancestros de Abraham, aunque es probable que lo haya sido en realidad por un pueblo semítico occidental. Siempre según la tradición, el rey David, se la conquistaría a los Jebuseos, llamándola Ir David. Su hijo Salomón construiría el templo y extendería los límites de la ciudad.

Tras ser capital del Reino de Judá, estuvo dominada por asirios, babilonios y los persas del Ciro II. Después del paso inevitable de Alejandro, el Magno, quedó en poder ptolemaico y poco después bajo control seléucida (fines del siglo II a.e.c.). Con posterioridad será capital del Reino de los Asmoneos, hasta la conquista romana, autoridad que acabará instalando al conocido rey Herodes I el Grande en el poder. Tras la toma de la ciudad por Tito, el emperador Adriano será el encargado de reconstruirla como una ciudad plenamente romana, con el nombre Aelia Capitolina.

Meggido era una antigua ciudad ubicada en el llamado Camino del Mar (Via Maris). Llegó a ser un relevante enclave comercial y estratégico. Su situación estratégica es ilustrada en el relato de una batalla que aparece en el Templo de Amón en Karnak, donde se explica cómo el faraón, a la sazón Tutmosis III, conquistó Meggido en 1479 a.e.c. Sus restos arqueológicos datan de, al menos, mediado el IV milenio a.e.c.

El yacimiento de Meggido presenta varios estratos que suponen la presencia de unas catorce ciudades o épocas de ocupación. Tales restos revelan que la ciudad fue también un centro religioso, pues ha aparecido un gran altar circular y tres templos de planta rectangular. No debe pasarse por alto que la tradición señalaba que al final de los tiempos los ejércitos de Satán se enfrentarían en el Harmaguedón (de Har Meggido, Monte Meggido).

La ciudad, que estuvo amurallada durante unos dos milenios fue, asimismo, una de las ciudades imperiales del rey Salomón (reina entre 965 y 928 a.e.c.). En la época de este soberano se construyeron varios palacios. Lo que se conoce como Establos de Salomón, tal vez almacenes, cuarteles militares o mercados, son edificaciones destacadas, así como un pozo de abastecimiento de agua, con una sala-depósito, que quizá fuese parte de un sistema de conducción de aguas de época del rey Omri o Acab, y un gran silo, datado en el siglo VIII a.e.c., cubierto por un techo abovedado. La decadencia de la ciudad coincidiría con la época en la que el faraón Necao mató al rey Josías. Ya a fines del período persa (desde fines del siglo VI al 332 a.e.c.), la ciudad quedó finalmente en ruinas.

El sitio de Qumran, en el desierto de Judea, aparece relacionado, tradicionalmente, con la célebre secta judía de los Esenios. Sin embargo, se ha apuntado que el lugar fue una parada de caravanas que abastecía a los viajeros que se desplazaban por la “ruta de la sal”, que discurría entre Jerusalén, Arabia y la región de lo que hoy es Somalia, así como una villa de invierno de ciertos acaudalados jerosolimitanos. Incluso se ha dicho que fue una fortaleza militar. Es muy probable, no obstante, que Qumran sea la Ciudad de la Sal, una de las seis ciudades del desierto de Judea que menciona Josué.

Habitada por primera vez en época israelita, como una fortaleza en el desierto, quedó abandonada al caer el reino de Judá. A partir del siglo II a.e.c. el lugar estuvo siempre habitado. Las datación arqueológicas, en cualquier caso, apoyan la idea de que la ciudad era centro de una sociedad comunal, aunque no hay evidencia directa entre los esenios y el lugar, y es muy escasa entre los esenios y el grupo que se describe en los manuscritos del Mar Muerto. Autores como Flavio Josefo, Filón de Alejandría y Plinio el Viejo han comentado que los esenios conformaban unos cuatro mil individuos en toda el área de Palestina, que vivían en casas comunales y que su afiliación se restringía solamente a los varones.

Los famosos manuscritos fueron escondidos en diversas cuevas de Qumran entre los años 68 y 70 por los habitantes del sitio. Lo remoto del Qumran proporcionaba un sitio adecuado para refugiarse y un lugar ideal para la custodia de tales manuscritos. La ciudad contaba con edificios comunales en los que aparecieron recipientes de arcilla como platos, jarras, bandejas, vasos y tinajas, que pudieron usarse en el servicio de comidas comunitarias. También había un magnífico sistema de suministro de agua, con varios canales que distribuían el líquido en varias cisternas. Al lado del asentamiento, se halló un cementerio con más de un millar de tumbas dispuestas en hileras. Los difuntos, tendidos de espalda, orientan su cabeza hacia el sur. En las tumbas excavadas solamente se han hallado restos de hombres (mujeres y niños han aparecido en las afueras del cementerio).

Petra, llamada Raqmu en árabe nabateo, fue una antigua ciudad en Jordania, capital de los nabateos, cuyo prestigio se forjaría gracias a las rutas comerciales de caravanas, lo cual propiciaría que tanto gobernantes como mercaderes enriquecidos construyesen admirables edificaciones excavadas en la roca (entre las que destacan la Fachada del Tesoro, el Monasterio o el Templo de los Leones Alados). La arquitectura tallada en la piedra corresponde, mayormente, a las tumbas de los ricos comerciantes, de nobles y monarcas. Sin embargo, en la ciudad destacan también palacios, viviendas, templos, almacenes, talleres y espacios públicos.

A pesar de su ubicación geográfica, en un laberinto de cañones horadados en la roca, la ciudad estuvo siempre abierta al establecimiento de extranjeros. El origen de la riqueza de Petra estuvo en el comercio caravanero, sobre todo de especias, seda, marfil, incienso y objetos suntuarios, pues en ella confluían varias rutas, desde donde se distribuían productos hacia Alejandría, Jerusalén, Damasco o Apamea. Las fuentes literarias, caso del Periplo del Mar Eritreo y de Plinio el Viejo, detallan las tasas a las que estaban sujetas las mercancías que atravesaban el reino nabateo. No obstante, la ciudad fue también un centro religioso y político-cultural destacado.

Ha habido, desde el Neolítico, asentamientos sedentarios en la región, como demuestra el yacimiento de Beidha, datado entre 10000 y 6000 a.e.c. En cualquier caso, el establecimiento más arcaico en Petra se fecha en la Edad de Hierro. La ciudad fue fundada a fines del siglo VIII a. C. por los edomitas, para ser ocupada en el VI a.e.c. por los nabateos, nómadas árabes, que provocan el desplazamiento de los edomitas hasta Hebrón. La ciudad pudo tener una extensión de unos diez kilómetros cuadrados un par de siglos después, aunque su periodo de esplendor, tal vez con unos 25000 habitantes, se produjo mediado el siglo I.

Fuentes como Diodoro Sículo, Estrabón o Flavio Josefo, constatan la existencia de una familia real a mediados del siglo II a.e.c. Aretas I es considerado tradicionalmente el primer rey nabateo. Aretas III, por su parte, será capaz de extender el reino hasta Damasco. Entre 64 y 63 a.e.c., los territorios nabateos fueron conquistados por Pompeyo y anexados al Imperio romano, aunque Petra obtuvo una cierta autonomía. Con Trajano, Bosra se convierte en la capital de la provincia romana de Arabia, aunque Petra no pierde relevancia. Adriano, a principios del siglo II le da el nombre de Petra Hadriana.

La apertura de las rutas marítimas en época romana asestaría un golpe mortal a Petra. La modificación de las rutas comerciales y algunos terremotos provocaron que los habitantes la abandonasen en el siglo VI, durante el período bizantino.  Los dibujos de los arqueólogos franceses León de Laborde y Louis Mauricio Linant de Bellefonds en 1828 serán los que establezcan los fundamentos del mito nabateo. Unos años después, vinieron las primeras misiones arqueológicas, como la de Jules Bertou, la de Edward Robinson o la de la asirióloga Austen Henry Layard. Sin embargo, no va a ser hasta 1924 cuando comiencen las verdaderas excavaciones científicas en el lugar.

Susa es una ciudad iraní, cerca de los montes Zagros, cuya primera impronta se data en el Neolítico, pero cuyo protagonismo principal corresponde al período protoelamita, centrado en la Edad del Bronce. Aparece documentada en textos sumerios y es mencionada en escritos hebreos y bíblicos. El asentamiento puede remontarse al séptimo milenio a.e.c., si bien los primeros indicios de organización urbana se producen en el V milenio. Sustituiría a asentamientos como Choga Bonut o Chogha Mish. Hacia 4300 a.e.c., la ciudad tendría una extensión en torno a las 17 o 18 ha.

En su primera fase sus dos grandes asentamientos serían la Apadana y la Acrópolis. De esta etapa únicamente quedan vestigios cerámicos de carácter funerario. En su segunda fase, que alcanza el 3000 a.e.c., la ciudad recibe la influencia mesopotámica de localidades como Uruk, que propiciaría la escritura y la arquitectura en la ciudad. La fase III, que alcanza el 2700 a.e.c. sería la etapa protoelamita. En esta época las tablillas anuncian la presencia de un Estado que será el fundamento del Reino de Elam, de la que será capital.

La ciudad tendrá período de autonomía con otros de sumisión a los sumerios y luego a los acadios del gran Sargón. A finales del primer milenio, de la mano de Kutik-Inshushinnak,  y hasta mediado el siglo VII a.e.c., Susa será el centro neurálgico del reino de Elam. Hacia 1400 se produce el momento de apogeo, cuando se funda un centro religioso próximo a la capital, de nombre Choga Zanbil. A mediados del siglo VII a.e.c., Elam cae bajo dominio asirio a manos de Asurbanipal, pero pocos años después pasa a manos persas aqueménidas, que convierten a Susa en su capital (con Ciro el Grande, Cambises II y Darío I). Conquistada por Alejandro Magno se mantiene como ciudad-estado griega hasta la presencia parta, cuando de nuevo Susa adquiere relevancia, ahora como capital al lado de Ctesifonte.

Después de ser destruida por los árabes y mongoles en los siglos siguientes, la ciudad desaparece de la historia hasta el siglo XIX. Serán arqueólogos británicos (Henry Rawlison, Layard, William Loftus) y franceses (Auguste Dieulafoy, y De Mecquenem y Jean Perrot, ya en siglo XX), los primeros en escavar el yacimiento en ese siglo. Hoy, la nueva Susa se llama Shush, una población relativamente pequeña de poco más de setenta mil habitantes. 

Persépolis o Parsa, fue una rica capital imperial persa de la época aqueménida, concebida como nueva capital por Darío I, con la idea de impresionar a los súbditos del Gran Rey en el momento en que le ofrecieran tributos o le homenajearan. Mucho tiempo después de su construcción se la asoció al gran rey mítico iraní, ğamšid, recibiendo el nombre de Taxt-e ğamšid, Trono de ğamšid, en tanto que en la Edad Media se denominó sad stun, Las Cien Columnas. Su construcción se empezó entre 518 y 516 a.e.c. en el centro de la región de Fars, no muy lejos de Shiraz, manteniendo la actividad durante dos siglos.

El objetivo que se buscaba con la ciudad era mostrar la unidad en la diversidad del imperio aqueménida, mostrar la grandeza del imperio y, sobre todo, justificar la legitimación del poder regio. Persépolis era en realidad un masivo complejo palaciego, ulteriormente ampliado por Jerjes I y Artajerjes I. Las capitales administrativas aqueménidas eran Susa, Babilonia y Ecbatana, de forma que la ciudadela de Persépolis desempeñaba la función de capital ceremonial, lugar de celebración de las fiestas de Año Nuevo. Erigida en una región bastante montañosa y remota, se trataba de una residencia real apenas visitada en los meses primaverales. La zona de edificación parece coincidir con una ciudad identificada con Uvādaicaya, de la cual hablan algunas tablillas babilonias, presentándola como un activo centro urbano que mantenía relaciones comerciales con Babilonia.

La ciudad fue conquistada y en parte destruida por Alejandro Magno en 331 a.e.c., convirtiéndose en la capital de Persis, una provincia del Imperio macedónico. Poco a poco, la ciudad entró en declive ya durante el reino seléucida. Muchos siglos después, tras la revolución iraní, el ayatolá Sadeq Jaljalí, con intención de erradicar las referencias culturales al período pre islámico y a la monarquía, quiso arrasar Persépolis, pero las movilizaciones de los habitantes de Shiraz, por suerte, lo impidieron.

Las primeras excavaciones arqueológicas del sitio se llevaron a cabo a finales del siglo XIX, dirigidas por Motamed Farhad Mirza, gobernador de Fars, en las que se descubrió parte del Palacio de las cien columnas. Poco después, trabajaron en Persépolis Charles Chipiez y Georges Perrot. En el primer tercio del siglo XX, se llevaron a cabo excavaciones por parte Ernst Herzfeld y Erich Friedrich Schmidt, del Instituto Oriental de Chicago. En los años 40, André Godard y el iraní A. Sami, prosiguieron las excavaciones gracias al Servicio Arqueológico Iraní. Además del Palacio de las Cien Columnas, la Puerta de Todas las Naciones, flanqueada por toros alados (lamassu) y la sala de audiencias de Persépolis, esto es, el Apadana, con una doble escalinata, son restos arquitectónicos de especial relevancia de esta especial ciudad.

Prof. Dr. Julio López Saco

UM-FEIAP-UFM, marzo, 2021.

 

5 de marzo de 2021

Ciudades del mundo antiguo (I): urbes de Mesopotamia y Siria





Imágenes, de arriba hacia abajo: vaso votivo de Uruk; base pétrea del zigurat de Anu, en Uruk; murallas de Nínive, reconstruidas modernamente; y panorámica de Tell Mardikh, identificada con la localidad siria de Ebla.

Ante la imposibilidad de tratar todas las ciudades antiguas de las zonas geohistóricas de la antigüedad, se hará una selección. En esta primera parte, se analizará el devenir histórico de Uruk, Kish, Lagash, Nínive y Babilonia, en el entorno mesopotámico, y Alepo, Damasco, Ebla, Karkemish y Palmira en el de Siria.

Uruk, Tell al Warka en árabe y Erec en arameo, estaba ubicada en Irak, al sur de Bagdag. Fue un asentamiento neolítico desde por lo menos el sigo VI a.e.c., sobreviviendo hasta comienzos del siglo VIII. Su período de esplendor como núcleo sumerio ocurrió en el IV milenio. Llegó a tener una extensión de más de 500 hectáreas y tal vez unos 70.000 habitantes. Su importancia ha sido tan significativa que ha dado lugar a un período cultural, siendo uno de los primeros núcleos urbanos donde se usó la escritura.

Descubierta en 1849 por William Loftus, en ella habitó una sociedad compleja, diversificada, estratificada y especializada. La Lista Real Sumeria dice que su fundador fue Enmerkar, constructor del templo Eanna dedicado a Inanna. Acabó siendo el centro neurálgico, cultural y económico, sumerio, durante el III milenio. Contó con cinco dinastías y se considera la patria chica del rey-héroe Gilgamés, protagonista de la famosa epopeya que lleva su nombre. Exponente de la formación de las primeras ciudades-estado sumerias, llegó a expandir su influencia por el sudoeste de Irán, Siria y el sudeste de Anatolia, lugares todos en donde han aparecido objetos de la cultura material de Uruk.

Kish, Tell al Uhaymir en árabe, fue una ciudad-estado sumeria de la zona septentrional de Mesopotamia, conocida como ciudad de la colina. Ubicada a pocos kilómetros de Babilonia, se encuentra a menos de cien kilómetros al sur de Bagdag. Se le conoce ocupación desde el IV milenio (periodo de Jemdet Nasr), y fue un poder regional prestigioso durante el dinástico más temprano. Dominó las rutas comerciales entre la alta y la baja Mesopotamia, siendo rival de Lagash, Ur y Uruk. Su hegemonía en el futuro espacio acadio hizo que los reyes sumero-acadios en sus pretensiones de soberanía se titulasen simbólicamente como reyes de Kish y de las cuatro partes (Sumer, Subartu, Elam y Amurru, con Kish en centro). Según la Lista de Reyes Sumerios su primer rey fue el mítico Jushur, aunque se considere a Etana su fundador y primer soberano. Su población tuvo un componente semita muy relevante.

Lagash, Tell al-Hiba en árabe, se encontraba a las orillas del Tigris. Fue una meridional ciudad-estado sumeria descubierta en los años setenta del siglo XIX por un cónsul francés, llamado Ernest de Sarzec, cuyo legado continuarían arqueólogos como André Parrot. Contenía varios núcleos urbanos, según documentos de la III Dinastía de Ur, entre los que destacan Girsu, Bagara y la propia Lagash. Era una ciudad relevante ya en el III milenio. En ella aparecieron las famosas estatuas de Gudea, figuras del gobernador (ensi o lugal) hechas en diorita. Gracias al documento iconográfico y epigráfico llamado la Estela de los Buitres, se sabe que la ciudad mantuvo un conflicto, en época de su rey Entemena, con la localidad de Umma por cuestiones fronterizas. Tras la conquista semita los gobernantes de Lagash dependían de Sargón de Acad, aunque su cultura se mantuvo sumeria. Se conocen dos dinastías, la primera de las cuales finaliza su periplo con el famoso rey Urukagina, hacia 2370 a.e.c., autor de un código legal que recoge varias reformas de carácter social.

Nínive, Nainawa en árabe, estaba próxima a Mosul, en la orilla este del río Tigris. Era una ciudad muy conocida en Egipto y en Mesopotamia en el II milenio por ser el lugar de culto de Ishtar y porque controlaba las rutas comerciales que iban del Mediterráneo al Índico. Su descubrimiento y exploración se deben a Austen Layard en 1847, quien además de estructuras (fundamentalmente palacios), halló miles de tablillas escritas en cuneiforme, que conformaban la gran biblioteca de Asurbanipal. La urbe estuvo sometida a Mitanni primero y a los asirios después. Con Senaquerib (siglo VIII a.e.c.) de hecho, alcanza la dignidad de capital imperial. Su perímetro amurallado cubría  una docena de kilómetros. Se la menciona en la Biblia como una gran ciudad, edificada por un rey, de nombre Nimrod, considerado familiar de Noé. Medos y babilonios, en interesada conjunción, la reducirían a escombros en 612 a.e.c., poniendo fin con ello al reino neoasirio.

Babilonia, en el actual Irak, al sur de Bagdag, fue la capital del imperio paleo y neobabilónico; un importante centro religioso y mercantil desde el II milenio y hasta mediado el I a.e.c. Aparece ya como ciudad-estado independiente en la etapa del renacimiento sumerio (III Dinastía de Ur), si bien existen menciones de su existencia desde la época acadia de Sargón. Tras ser testigo de las pugnas entre los estados regionales de Isin, Eshnunna y Larsa, Babilonia se convertiría paulatinamente en una potencia regional. Fue muy prestigiosa ya en todo el mundo antiguo. Heródoto, hacia 450 a.e.c., tras la conquista persa, la consideraba una ciudad esplendorosa por sus decorados templos y palacios, además del zigurat que pudo dar lugar a la bíblica Torre de Babel. Entre 1899 y 1913, Babilonia fue excavada por el arqueólogo alemán Robert Koldewey. Reconstruyeron la Babilonia de la etapa del reinado del rey Nabucodonosor II, si bien bajo tales ruinas se encuentran los restos de la ciudad de épocas anteriores.

En el siglo XVII a.e.c., Babilonia era el centro de un amplio imperio, durante el reinado de Hammurabi. Esta Babilonia de Hammurabi contaba con templos y palacios, así como un laberinto de estrechas calles flanqueadas por casas. Las edificaciones eran de adobes, sobre cimientos de ladrillos cocidos. Estaba protegida por fuertes murallas. Después del reinado de Hammurabi, Babilonia pasó a manos de los Casitas (entre 1660 y 1150 a.e.c.), y ya en el siglo VII a.e.c. fue tomada y saqueada por los asirios. Con Nabopolasar, que derrotó a los asirios en 626 a.e.c., Babilonia recuperó su antigua gloria. Es la época en la que la ciudad pudo tener una extensión de 850 hectáreas y estar habitada por 250.000 personas. De esta etapa histórica de la ciudad data la famosa Puerta de Ishtar, que se puede ver fielmente reconstruida en Berlín, además del templo de Marduk. Tras la muerte de Nabucodonosor, el poder de Babilonia desapareció. La ciudad cayó en manos persas, en 539, siendo conquistada de nuevo en 331 a.e.c., por el macedonio Alejandro Magno. Alejandro la convirtió en su capital, pero cuando murió, la región entera pasó a manos de uno de sus generales, Seléuco, quien construyó una nueva capital, Seléucia, de forma que Babilonia sería abandonada.

Alepo, denominada Khalpe, Beroea por los macedonios, Halep por los turcos y Halab en árabe, es una antigua y famosa ciudad del norte de Siria, hoy todavía habitada (unos 5 millones de habitantes). Existe como núcleo poblado desde el II milenio a.e.c., tal y como señalan fuentes hititas. La referencia histórica más antigua es de 1780 a.e.c., siendo capital del reino de Yamhad, de carácter comercial. Más tarde caería en manos hititas (hacia 1600), de hurritas e incluso egipcias. Estuvo con posterioridad bajo el poder asirio, persa, grecorromano y bizantino. Asediada por los cruzados cayó en manos árabes y luego mongolas.

Damasco, Dimisq en árabe, ha sido llamada Ciudad del Jazmín o paraíso oriental. Sus primeros asentamientos se datan en el VII milenio a.e.c., siendo mencionada en los anales egipcios de Tutmosis III, quien la acabaría conquistando. Desde antiguo fue un gran centro religioso, económico y cultural de todo el Levante y el Próximo Oriente. Los primeros asentamientos, del séptimo milenio como se ha comentado, se establecen en torno al sitio de Tell Ramad. Perteneció al reino hicso durante un par de siglos, en el marco de la provincia llamada Amurru, siendo además mencionada en la Biblia, concretamente en el Génesis.

Flavio Josefo la hace fundación de Uz, un hijo de Aram, nombre que alude a los arameos. Así, con los semitas arameos se forma en el siglo XI a.e.c. un reino de nombre Aram-Damasco, que acabaría enfrentando al Reino de Israel en el siglo VIII, aunque firmaron finalmente un acuerdo ante el amenazante poderío del Reino Neoasirio. Su rey más notable fue Hadad. Acabó sometida a los asirios y con posterioridad a los egipcios del faraón Necao II y a los neobabilonios. Más tarde cae en manos de Alejandro Magno y mediado del siglo I a.e.c. es sometida por la Roma de Pompeyo. Formaría parte de la Decápolis grecorromana, aunque estuvo un tiempo bajo control nabateo. Al igual que Palmira o Petra, Damasco fue un núcleo esencial en las rutas comerciales, estando unida por vía terrestre con otras principales urbes de la región levantina y próximo-oriental, como Jerusalén. Damasco destacó con posterioridad como capital del califato Omeya.

Ebla estaba ubicada cerca de Alepo, en el norte de Siria. Aunque se conocía su existencia desde el siglo XIX, pues en la Tello sumeria una inscripción menciona Ebla como lugar de procedencia de madera para erigir un templo, fue arqueológicamente descubierta en los años setenta del siglo XX por Paolo Matthiae y Giovanni Pettinato, quienes descubrieron un palacio y miles de tablillas cuneiformes datadas en el III Milenio, un hecho que confirmaba que el yacimiento de Tell Mardikh era la Ebla que mencionaban los textos sumerios y acadios. Estas tablillas formaban parte de un gran archivo, que contenía textos de carácter administrativo, religioso, épico, tratados, listas reales y hasta diccionarios. Se confirmaba que Ebla había sido un relevante núcleo económico y religioso, un centro de poder a la altura de los mesopotámicos y egipcios.

Ebla, gobernada por un rey, fue una ciudad-estado importante en los milenios III y II, si bien acabó siendo destruida por los acadios, y dominada por Ur y Yamkhad, aunque renació, según consta en textos de Alalah, entre 1800 y 1600 a.e.c. bajo los amorreos, siendo su primer rey Ibbit-Lim. Hacia 1600, fue asediada por los hititas de Hattusili I, logrando sobrevivir como un pequeño núcleo hasta el siglo VII.

Karkemish, la Jerablus bíblica, fue una antigua ciudad ubicada en la región conocida por los romanos como Europus, entre Siria y Turquía, en la orilla oeste del Éufrates. Destacó como núcleo en los reinos de Mitanni, el hitita del gran Suppiluliuma I, y del asirio, para finalmente ser conquistada por Babilonia. Fue el lugar en donde, según la Biblia, egipcios y babilonios sostuvieron un relevante combate armado. Karkemish fue descubierta a fines del siglo XIX por el inglés George Smith. En las investigaciones arqueológicas del lugar participó activamente Thomas Edward Lawrence, el famoso Lawrence de Arabia. El núcleo estuvo poblado desde el Neolítico, convirtiéndose en un centro mercantil a lo largo del III milenio, en contacto con lugares como Ebla o Ugarit. Su momento más relevante fue, sin duda, como fortaleza hitita en Siria y núcleo administrativo. 

Palmira, en árabe Tadmur (urbe que repele), fue una antigua ciudad aramea en Siria, nacida en torno a un oasis, a poco más de doscientos kilómetros de la capital Damasco. Se la denomina Ciudad de los árboles del dátil. Con presencia poblacional desde el V milenio, Palmira se convertirá en centro estratégico y comercial en virtud de su ubicación en la Ruta de la Seda (unía India y Persia con los puertos del Mediterráneo occidental). Como lugar de parada de las caravanas adquirió la denominación de Novia del Desierto. Llegó a ser la capital de un reino de poca duración en época de la reina Zenobia, en el siglo III.

Pasó a ser colonia romana para caer posteriormente en el olvido hasta el siglo XVII, cuando poblaciones nómadas la reutilizaron para sus cabalgaduras. El tetrapylon, el templo del dios Bel (dios solar), el ágora, la gran columnata, el teatro, el templo Nebo y el valle de las tumbas, en las afueras de la ciudad, que servía como necrópolis, serían sus vestigios más impresionantes. Algunos, por desgracia, como el templo de Bel o el arco del triunfo, fueron destruidos por la intolerancia del llamado Estado Islámico (Daesh). Su primera mención se encuentra en las tablillas del archivo de Mari que datan del II milenio. También aparece mencionada como ciudad fortificada en la Biblia hebrea, en el Talmud y la Midrash. Incluso Flavio Josefo atribuye su fundación al rey Salomón.

Bajo el control seléucida en el siglo IV a.e.c., la urbe aparece como una ciudad independiente. Palmira sería ya parte de una provincia romana, la de Siria, desde Tiberio (14-37), siendo renombrada por Adriano como Palmira Hadriana en el siglo II. Zenobia se rebelaría contra la autoridad romana, haciendo algunas conquistas y encabezando un efímero reino. Tuvo que ser Aureliano en el último cuarto del siglo III quien restaurase el control romano. Se establecieron en ella legionarios y Diocleciano la amuralló ante la amenaza de los persas sasánidas. Ya en el siglo VII sería conquistada por los árabes.

Prof. Dr. Julio López Saco

UM-FEIAP-UFM, marzo, 2021.