3 de julio de 2025

Eros y Afrodita en el arte antiguo griego. Una aproximación iconográfica









Imágenes: en el mismo orden como se analizan en el texto

Este par divino se asocia, generalmente, como madre e hijo. Hesíodo, en la Teogonía advierte que la diosa nace de Urano cuando Cronos lo mutila. De su relación amorosa con Ares nacería Eros, el símbolo del deseo sensual. Hesíodo, asimismo, considera a Eros una fuerza primordial nacida, no obstante, de Caos, mientras Platón en El Banquete lo hace descendiente de Poros y Penía (personificaciones de Recursos y Pobreza, respectivamente). Únicamente a partir de Eratóstenes, Afrodita rige el amor entre mujer y hombre mientras que Eros entre varones.

En este trabajo deseamos llevar a cabo una aproximación a través de diversos ejemplos de la pintura vascular, de relieves y esculturas griegas datados entre los siglos IV y I a.e.c.

Iniciamos con un pélice ático de figuras rojas, datado entre 370 y 360 a.e.c., atribuido al Pintor de Europa. Proviene de Olinto y se encuentra en el Museo Arqueológico de Poligiros, en Tesalónica (inventario número V.90.144). En una de las caras se representa el nacimiento de Afrodita desde el mar, indicado con un pez y una serie de olas esquematizadas. Se muestra a la diosa en el centro, con su cuerpo casi completamente cubierto por una caparazón de molusco blanco. Lleva puesto un collar y un peplos. Al lado se halla Posidón sentado desnudo, algo único en este tipo de escena, manteniendo en su mano derecha un tridente. Entre ambas deidades, un Eros también desnudo vuela extendiendo su mano diestra hacia la diosa. A la izquierda de la escena se observa a Hermes con el petasos sobre su cabeza, apoyándose en una columna, y con el kerykeion en su mano izquierda, arropada por un manto.

La iconografía del nacimiento del mito de Afrodita del mar es conocido por los vasos áticos de los siglos V y IV a.e.c., por los lécitos polícromos en relieve, alunas figurillas, ejemplos de obras en metal, sobre todo espejos de bronce, y por el famoso trono Ludovisi, elaborado en mármol. En general, Afrodita emerge del agua o vuela sobre las olas sobre la espalda de un cisne o un ganso. Uno o más Erotes acompañan y reciben a la diosa. Por su parte, el motivo del caparazón como fuente de vida y medio de ascenso o elevación de Afrodita (anodos), no es frecuente en la iconografía antigua (al margen naturalmente, la célebre pintura El nacimiento de Venus, de Sandro Botticelli). Debió establecerse en torno al final del siglo V o comienzos del IV a.e.c.

El ciclo temático iconográfico centrado en los anodoi o epifanías, se observa asociado a otras deidades femeninas, como Perséfone, Pandora, Gea o las ninfas; masculinas como Dioniso, y seres como Erictonio. El tema de la divina epifanía o anodos posee un carácter escatológico, operando como un símbolo de renacimiento, probablemente dentro del ámbito dionisíaco y eleusino. Por su parte, el motivo iconográfico del caparazón marino se usó con posterioridad en los relieves sobre los sarcófagos romanos, entendido como un símbolo de inmortalidad.

A continuación, nos fijamos en un lécito de figuras rojas de Apulia, datado entre 360 y 340 a.e.c., hoy en el Museo Arqueológico Nacional de Tarento (inventario n.º 4530). La pieza se atribuye al taller del Pintor de la Succión. A la izquierda de la escena una figura femenina de pie le ofrece un cisne a Afrodita, quien está sentada en una silla. La diosa mantiene en su regazo a un Eros al que está amamantado con su expuesto y sensual pecho, mientras varios Erotes alados parecen salir de un baúl abierto en el suelo y volar en el aire. Aunque apenas es visible en la imagen, una pareja se representa detrás de la diosa. Una mujer joven, elegantemente ornamentada con joyas y vestida con estilo, mantiene en su mano diestra una sombrilla con la que se protege del sol, en tanto que en su otra mano sostiene una corona. Ante ella permanece un hombre que se apoya en una pequeña columna, ofreciéndole un pequeño felino con su mano derecha. En el suelo, entre ambas figuras, se observan dos Erotes que aparecen luchando.

La Afrodita que nutre a Eros con afecto maternal y con ternura, es parte de una escena compuesta asociada con las bodas, los enlaces matrimoniales y las ceremonias nupciales. Por su parte, en el repertorio iconográfico griego, la ofrenda de pequeños animales como presentes simboliza el deseo y la sexualidad.

Seguimos con una crátera-cáliz apulia de figuras rojas, datada entre 370 y 340 a.e.c., de Tarento, que hoy se encuentra en el Museo Arqueológico Nacional de esa localidad, con el número de inventario 107936. La imagen es atribuida al Pintor de Lecce. Afrodita aparece engalanada con ricas prendas, entre las que destaca una diadema en su cabello, lo cual enfatiza su condición divina. Se halla metida en la caja de un carro tirado por dos Erotes y empujado por otro par. En el suelo, indicado con una planta estilizada, dos figuras de jóvenes masculinos mantienen thyrsoi y dirigen su mirada hacia el grupo divino que aparece volando sobre sus cabezas.

No resulta fácil diferenciar las figuras que corresponden a Eros de aquellas otras similares que personifican el deseo erótico, como Himeros y Pothos, con los cuales no hay diferencias ni en apariencia ni en cualidades. De especial relevancia en la composición es la asociación con el mundo dionisíaco.

Es el turno ahora de un lebes nupcial de figuras rojas apulio del 360 a.e.c., hoy guardado en el Museo Arqueológico Nacional de Tarento (inventario número 198314). Se le atribuye la pieza al Pintor de la Succión o a los Pintores de las Salazones. Afrodita, en este caso, está a punto de castigar a Eros. Con su mano izquierda, la diosa sostiene las pequeñas manos del niño quien, de puntillas, levanta su cabeza hacia Afrodita que, en su mano derecha, blande una sandalia con la que amenaza azotarle. Un joven hombre, con un manto y una corona sobre su cabeza, atiende a la escena descansando su pierna izquierda sobre un pilar bajo o altar, mientras una paloma blanca está posada sobre el dedo índice de su extendida mano diestra. Una banda y una corona están en el suelo, y motivos vegetales estilizados enmarcan la escena. En la sección secundaria del vaso aparece una figura femenina de pie que mantiene consigo un pequeño baúl, mientras conversa con otra mujer sentada en una silla.

Eros se asocia con Afrodita en escenas de la vida cotidiana. A Eros se le representa siendo castigado por su madre debido a sus audaces travesuras eróticas, a través de las cuales invierte el orden social sin tomar en consideración la vida y la felicidad de humanos o de inmortales deidades. El tema del Eros reprendido, popular desde el siglo II a.e.c. en adelante, no retrata al dios como un adolescente, como en la tradición iconográfica de períodos anteriores, cuando simbolizaba el amante ideal, sino que se le atribuyen las características típicas de la juventud en una dimensión más cotidiana y humanizante, fundamento de la emergencia de los putti de las pinturas murales pompeyanas. Eros llega a ser un chico, un joven tirano que subyuga cada cosa, mientras que Afrodita, símbolo de unión y de la felicidad del amor intenta, sin éxito, poner fin a su irresponsable comportamiento.

Continuamos con una placa cerámica del siglo IV a.e.c. del santuario Parapezza en Locros Epicefirios, hoy ubicada en el Museo Arqueológico Nacional de Nápoles (inventario número 21475). A la izquierda de la imagen, aparece un Eros desnudo con sus grandes alas abiertas. En su mano derecha que está hacia abajo mantiene un enócoe, mientras que en su mano izquierda, hacia arriba, sostiene una banda. Una cesta repleta de cultivos, entre ellos higos y espigas de trigo, permanece en el suelo, próxima a su pierna izquierda. A la derecha de la imagen, una arcaizante imagen de una deidad femenina permanece de pie sobre un mueble de madera. Lleva un corto chitón y sostiene una antorcha invertida en su mano diestra, mientras que en la izquierda la apoya en el pecho manteniendo una flor o algún fruto.

La elegante pieza de mobiliario (kibotos), con patas de león, posee dos pequeñas puertas decoradas con el motivo del arenque y con volutas en los laterales que expanden la superficie superior. Sobre ella se muestran diversos objetos para el ritual o para el uso cosmético, como es el caso de una alabastron y un pequeño arcón. Un gallo se encuentra en el suelo, debajo del mueble.

La placa documenta varios elementos alusivos al mundo de Afrodita o Perséfone, siguiendo las características religiosas de los dos santuarios de la región de Locros, el de Mannella y el santuario Parapezza, en donde se puede asumir la existencia de un culto asociado con una deidad femenina ctónica identificable con Deméter. Ciertos elementos apuntan al culto de Perséfone o de Afrodita, con la presencia de objetos de un claro simbolismo, como una cesta con frutos y espigas de trigo, el gallo, la arcaica imagen de la diosa, con frutos y una antorcha, que parece apuntar al culto ctónico de Deméter o Perséfone, o la propia pieza del elegante mobiliario.

El siguiente objeto es una píxide esquifoide, datado entre 300 y 275 a.e.c., de Lípari, concretamente de la tumba número 309 del cementerio del área de Diana. Hoy la pieza se encuentra en el Museo Arqueológico Regional de Lípari, L. Bernabó Brea (inventario n.º 745A), y ha sido atribuida al llamado Pintor de Lípari. En la cara principal del vaso se representa a Afrodita sentada y abrazando de modo afectuoso al pequeño Eros alado que mantiene en su regazo. A derecha e izquierda está flanqueada por dos figuras femeninas cuyo cometido parece ser entretener al niño con un pequeño sonajero y una caja en forma de jaula. Secundariamente, se puede observar una cabeza femenina a la izquierda, con su cabello recogido en un sakkos.

Eros, como deidad cosmogónica sin progenitores en la tradición hesiódica, es mostrado aquí como una divinidad del amor y como vástago de Afrodita. El abrazo entre las dos figuras sigue tipos iconográficos establecidos desde el siglo VI a.e.c. No obstante, en su dimensión maternal, las dos figuras no se asimilan, revelándose las características propias de cada una de ellas, en el pensamiento filosófico y las interpretaciones alegóricas, como entidades no solamente opuestas sino también diferentes.

Es el turno de un altar y cremador de incienso hecho en terracota, datado entre 175 y 150 a.e.c., ubicado en el Museo Kanellopoulos de Atenas, con número de inventario D 491. Este pequeño altar cilíndrico está decorado con una escena en relieve de Afrodita y Eros. Ambas figuras aparecen entre dos columnas corintias, con un parapeto que cuelga desde los capiteles de las mismas, sirviendo como fondo o escenario de la escena. La diosa está sentada relajadamente sobre un terreno rocoso, con sus piernas cruzadas, y su torso superior y cabeza ligeramente giradas hacia la derecha. Un alado Eros permanece a la izquierda de la escena, manteniendo los brazos extendidos hacia un espejo, preparado para ofrecérselo a Afrodita.

Los cremadores de incienso en terracota fueron empleados en las dedicaciones de los adoradores de los santuarios, pues pertenecían a los equipos rituales de los sacrificios.

Finalmente, analizamos una lámpara o lucerna de boquilla simple, del Anticuarium Comunale, en Roma, con inventario n.º AD 15136. La lucerna posee dos asas decoradas con hojas impresas, en tanto que el disco central, con un agujero y un pequeño respiradero, se muestra una representación en la cual, a la izquierda, se halla una figura femenina con chitón, levantando su mano derecha para regañar a un alado Eros, que se halla en frente de una columna. El pequeño Eros, con la cabeza baja, levanta su mano derecha hasta sus ojos, en apariencia limpiando sus lágrimas. Un pequeño anillo en relieve rodea la escena, que es una reminiscencia de la célebre pintura mural de la Casa del Eros Castigado en Pompeya, en la cual se observa a Eros llorando cerca de una Gracia porque fue reprendido por Afrodita, quien le retira su carcaj y sus flechas.

Prof. Dr. Julio López Saco

UM-AEEAO-AHEC-UFM, julio, 2025.

16 de junio de 2025

Prehistoria e historia antigua del Sudeste de Asia






Imágenes, de arriba hacia abajo: tambor de la cultura Dong Son, datado en torno a 600 a.e.c., de Vietnam. Museo Guimet de París; ejemplares cerámicos de la cultura Buni, en la costa occidental de Java (400 a.e.c a 100). Museo Nacional de Indonesia, Jakarta; Buda coronado en Abhaya Mudra (postura de disipación del temor), y con la rueda de la Ley en las palmas de las manos. Jemer, en el estilo de Angkor Wat; relieves en el templo de Bayon, Angkor Thom, Camboya; escultura en piedra de Buda en Dhyana Mudra, meditando bajo el árbol Bodhi entre dos estupas, Tailandia; y mapa de las rutas de expansión del hinduismo desde India hasta el sudeste de Asia.

Desde una perspectiva geográfica, se pueden identificar dos sub regiones distintas en el sudeste de Asia. De una parte, el sudeste asiático continental (o Indochina), y de la otra el sudeste asiático marítimo (o insular). El continental comprende Camboya, Laos, Myanmar (antigua Birmania), Malasia peninsular, Tailandia y Vietnam, mientras que el sudeste asiático marítimo comprende Brunei, las islas Cocos (Keeling), la isla Christmas, Malasia oriental, Timor Oriental, Indonesia, Filipinas y Singapur. Existen numerosas designaciones históricas antiguas desde la óptica asiática para la región, aunque ninguna es geográficamente consistente entre sí. Los nombres que hacen referencia al sudeste asiático incluyen Suvarnabhumi o Sovannah Phoum (Tierra Dorada) y Suvarnadvipa (Islas Doradas), en la tradición india, las Tierras bajo los Vientos, en Arabia y Persia, Nanyang (Mares del Sur) para los chinos y Nanyo en Japón. El mapa mundial del siglo II creado por Ptolomeo de Alejandría nombra a la Península Malaya como Avrea Chersonesvs, (Península Dorada).

El término moderno de Sudeste de Asia fue empleado por primera vez en 1839 por el pastor estadounidense Howard Malcolm en su libro Viajes por el sudeste de Asia. Malcolm solo incluyó la sección continental, excluyendo la sección marítima en su definición. El vocablo se usó oficialmente para designar el área de operación (el Comando del Sudeste Asiático, SEAC) para las fuerzas angloamericanas en el Teatro del Pacífico de la Segunda Guerra Mundial, desde 1941 hasta 1945.

Durante el Paleolítico, la región estaba ya habitada por Homo erectus desde hace 1,5 millones de años, durante el Pleistoceno Medio. Distintos grupos de Homo sapiens, ancestros de las poblaciones del este de Eurasia, así como poblaciones del sur de Eurasia, relacionadas con Papúa, llegaron a la zona entre 70000 y 50000 A.P. Estos inmigrantes pudieron haberse fusionado y reproducido, hasta cierto punto, con los miembros de la población arcaica de Homo erectus, tal y como sugieren los descubrimientos de fósiles en la cueva Tam Pa Ling. Análisis de datos de conjuntos de herramientas de piedra y descubrimientos de fósiles de Indonesia, el sur de China, Filipinas, Sri Lanka y, más recientemente, Camboya y Malasia, ha posibilitado el establecimiento de rutas migratorias de Homo erectus, con episodios de presencia desde hace 120000 años. No obstante, ciertos y relevantes hallazgos aislados son mucho más antiguos, datándose en hace 1,8 millones de años. El Hombre de Java (Homo erectus erectus) y el Homo floresiensis atestiguan una presencia regional sostenida así como un aislamiento durante el tiempo suficiente para generar una notable diversificación de las características específicas de la especie. En las cuevas de Borneo se ha descubierto arte rupestre o parietal de hace 40000 años, siendo actualmente uno de los más antiguos del mundo.

Homo floresiensis vivió en el área hasta hace al menos 50000 años, después de lo cual se extinguió. Durante gran parte de ese tiempo, las islas actuales del oeste de Indonesia se unieron en una sola masa de tierra conocida como Sundaland debido a niveles más bajos del mar.

Los restos antiguos de cazadores-recolectores en el sudeste marítimo de Asia, como el caso de un ejemplar de cazador-recolector del Holoceno de Sulawesi del Sur, muestran una ascendencia tanto del linaje del sur de Eurasia (representado por papúes y aborígenes australianos) como del linaje de Eurasia oriental, representado por asiáticos orientales. Este individuo cazador-recolector tenía aproximadamente en torno al 50% de ascendencia basal-oriental asiática, siendo ubicado entre los asiáticos orientales modernos y los papúes de Oceanía. Se ha concluido que la ascendencia relacionada con el este asiático se expandió desde el sudeste continental hasta el sudeste asiático marítimo mucho antes de lo que se sugería con anterioridad, ya hacia 25000 A.P., mucho antes de la expansión de los grupos austroasiáticos y austronesios.

Recientemente se descubrió que la ascendencia distintiva de Eurasia oriental se originó en el sudeste asiático continental en torno a 50000 A.P., y se expandió a través de múltiples oleadas de migración hacia el sur y el norte, respectivamente. El flujo genético de la ascendencia de Eurasia oriental hacia el sudeste marítimo de Asia y Oceanía podría estimarse en 25000 (si bien posiblemente antes desde el 50000 A.P). Las poblaciones pre neolíticas del sur de Eurasia del sudeste asiático marítimo fueron reemplazadas en gran medida por la expansión de varias poblaciones del este de Eurasia, comenzando alrededor del 25000 desde el sudeste asiático continental. El sudeste asiático estaba, con seguridad, dominado por ascendencia relacionada con el este de Asia hace 15000 años, antes de la expansión de los pueblos austroasiáticos y austronesios.

Las caídas del océano de hasta 120 metros por debajo del nivel actual durante los períodos glaciales del Pleistoceno revelaron las vastas tierras bajas conocidas como Sundaland, lo que permitió a las poblaciones de cazadores-recolectores acceder libremente al sudeste asiático insular a través de extensos corredores terrestres. La presencia humana moderna en la cueva de Niah, en el este de Malasia, se remonta a 40000 años antes del presente, aunque la documentación arqueológica del período de asentamiento temprano sugiere únicamente breves fases de ocupación. Sin embargo, investigadores y estudiosos como Charles Higham argumentan que, a pesar de los períodos glaciales, los humanos modernos pudieron cruzar la barrera del mar más allá de Java y Timor, quienes hace unos 45000 años dejaron huellas en el valle de Ivane, al este de Nueva Guinea, a una altitud de 2000 metros, explotando productos como ñame y pandanos, cazando y fabricando herramientas de piedra entre hace 49000 y 43000 años.

La vivienda más antigua fue descubierta en Filipinas. Se encuentra en las cuevas de Tabon y se remonta a aproximadamente 50000 años A.P. Los artículos encontrados allí, como tinajas funerarias, loza, adornos de jade y diversas joyas, herramientas de piedra, huesos de animales y fósiles humanos, datan de hace 47000 años antes del presente. Los restos humanos desenterrados tienen, por su parte, aproximadamente 24000 años.

Se pueden discernir signos de una tradición temprana Hoabinhiana, nombre otorgado a una industria y continuidad cultural de herramientas de piedra y artefactos de adoquín en escamas que aparece alrededor de 10000 A.P. en cuevas y refugios rocosos, descritos por primera vez en Hòa Bình, Vietnam. Más tarde también se han documentado en Terengganu, Malasia, Sumatra, Tailandia, Laos, Myanmar, Camboya y Yunnan, en el sur de China. La investigación enfatiza variaciones considerables en la calidad y naturaleza de estos artefactos, influenciadas por las condiciones ambientales específicas de la región y la proximidad y el acceso a los recursos locales. No obstante, es notable que la cultura Hoabinhiana represente los primeros entierros rituales verificados en el sudeste asiático.

El Neolítico, por su parte, se caracterizó por la presencia de varias migraciones hacia el continente y las islas del sudeste asiático desde el sur de China por parte de hablantes de austronesio, austroasiático, kra-dai y hmong-mien. El evento de migración más extendido fue la expansión austronesia, que comenzó alrededor del 5500 a.e.c. desde Taiwán y la costa sur de China. Debido a la temprana invención de los botes estabilizadores oceánicos y de los catamaranes de viaje, los austronesios colonizaron con celeridad las islas del sudeste asiático, antes de extenderse más hacia Micronesia, Melanesia, Polinesia, Madagascar y las Comoras. Dominaron las tierras bajas y las costas de la isla del sudeste asiático, vinculándose en relaciones de parentesco con los pueblos indígenas Negrito y Papua en diversos grados, dando lugar a los isleños modernos del sudeste asiático, micronesios, polinesios, melanesios y malgaches.

La ola de migración austroasiática centrada en los mon y los jemeres, que se originan, a su vez, en el noreste de la India, llegan alrededor del año 5000 a.e.c. y se identifican con el asentamiento en las amplias llanuras aluviales ribereñas de Myammar, Indochina y Malasia.

Las primeras sociedades agrícolas en la región corresponden a una suerte de principados territoriales, tanto en el sudeste asiático insular como continental, que han sido caracterizados como reinos agrarios que, alrededor del 500 a.e.c., habían desarrollado una economía centrada en el cultivo excedente y el comercio costero moderado de productos naturales domésticos. Diversos estados de la zona malaya-indonesia compartían estas características con entidades políticas indochinas como las ciudades-estado de Pyu, en el valle del río Irrawaddy, Van Lang, en el delta del río Rojo y Funan alrededor del bajo Mekong. Văn Lang, fundada en el siglo VII a.e.c. perduró hasta 258 a.e.c. bajo el gobierno de la dinastía Hồng Bàng, como parte de la cultura Đông Sơn, que sostuvo una población densa y organizada, capaz de producir una elaborada industria de la Edad del Bronce.

El cultivo intensivo de arroz húmedo en un clima realmente ideal, permitió a estas comunidades agrícolas producir un excedente de cosecha regular, que fue utilizado por la élite gobernante para reunir, comandar y pagar la fuerza laboral necesaria para llevar a cabo proyectos públicos de construcción y mantenimiento, como es el caso de fortificaciones y canales.

Aunque el cultivo de mijo y arroz se introdujo en torno a 2000 a.e.c., la caza y la recolección siguieron siendo un aspecto relevante del suministro de alimentos, en especial en las zonas boscosas y montañosas del interior. Un buen número de comunidades tribales de los colonos aborígenes australo-melanesios continuaron con un estilo de vida de sustento mixto hasta bien entrado el período moderno. Muchas áreas en el sudeste asiático participaron, además, en la Ruta Marítima de Jade, una diversificada red comercial orientada en el mar, que funcionó durante tres milenios, específicamente entre 2000 a.e.c. y 1000.

La producción de cobre y bronce más antigua conocida en el sudeste asiático se encontró en el sitio de Ban Chiang, en el noreste de Tailandia y entre la cultura Phung Nguyen, del norte de Vietnam, datadas alrededor de 2000 a.e.c.

La cultura Dong Son estableció una tradición de producción de bronce y la fabricación de objetos de bronce y hierro cada vez más refinados, como hachas, hoces y arados, así como flechas y puntas de lanza encastradas además de pequeños artículos ornamentales. Hacia la mitad del primer milenio a.e.c., se produjeron tambores de bronce grandes, de gran calidad y y minuciosamente decorados. Es una industria de procesamiento de metales sofisticada, desarrollada localmente, sin ninguna influencia china o india.

Por su parte, entre 1000 a.e.c. y 100, la cultura Sa Huỳnh floreció a lo largo de la costa centro y sur de Vietnam. Se han descubierto entierros de vasijas cerámicas, que incluían ajuar funerario, en varios lugares a lo largo de todo el territorio. En la costa o en las proximidades de ríos, se depositaron aretes hechos de jade, artículos de vidrio y objetos de metal entre voluminosas tinajas de terracota de paredes delgadas, ollas ornamentadas y coloreadas.

La cultura Buni es la denominación de otro de los primeros centros independientes de producción de cerámica refinada bien documentado, a partir de la presencia de obsequios funerarios, depositados entre 400 a.e.c. y 100, sobre todo en lugares en la costa noroeste de Java. Los objetos y artefactos de esta tradición son conocidos por su originalidad y su notable calidad en las decoraciones incisas y geométricas.

La primera y genuina red comercial marítima en el Océano Índico fue la red austronesia de los pueblos austronesios de la isla del sudeste asiático, quienes construyeron los primeros barcos oceánicos. Organizaron rutas comerciales con el sur de la India y Sri Lanka ya en 1500 a.e.c., dando paso a un intercambio de cultura material (catamaranes, botes con balancines, botes de tablones cosidos) y cultivos (plátanos, cocos, caña de azúcar y sándalo). Además conectaron las culturas materiales de India y China. Conformaban la mayor parte del componente del Océano Índico de la red de comercio de especias. Los indonesios, en particular, comerciaban especias, como la canela y la casia, con África Oriental utilizando catamaranes y botes estabilizadores y navegando con la ayuda de los vientos del oeste. Esta red comercial se expandió para llegar hasta África y la Península Arábiga, lo que dio como resultado la colonización austronesia de Madagascar en la primera mitad del primer milenio. La red comercial también incluía rutas comerciales más pequeñas dentro de la islas del sudeste asiático.

En el este de Austronesia, existían asimismo varias redes comerciales marítimas tradicionales. Entre ellas estaba la antigua red de comercio Lapita de la isla Melanesia, el ciclo comercial de Hiri, el intercambio de la costa de Sepik y el anillo de Kula de Papúa Nueva Guinea, los viajes comerciales en Micronesia, entre las Islas Marianas y las Islas Carolinas (y tal vez también Nueva Guinea y Filipinas), y las extendidas redes de comercio entre las islas de Polinesia.

Desde mediado el primer milenio antes de la Era, el comercio terrestre y marítimo en expansión de Asia había propiciado una interacción socioeconómica y había estimulado la cultura y la difusión de creencias, principalmente hindúes, en el seno de la cosmología regional del sudeste asiático. La expansión comercial de la Edad del Hierro provocó una remodelación geo estratégica regional. El sudeste asiático estaba ahora situado en el área central de convergencia de las rutas comerciales marítimas de la India y el este de Asia, por tanto en la base del crecimiento económico y cultural. Los mencionados reinos indianizados, término acuñado por George Coedès, principados del sudeste asiático, habían establecido una prolongada interacción e incorporado aspectos centrales de las instituciones indias, como el arte de gobernar, la religiosidad, la escritura, la epigrafía, la administración, o la arquitectura.

Los primeros reinos hindúes habían surgido en Sumatra y Java, seguidos por estados del continente como Funan y Champa. La adopción selectiva de elementos de la civilización india y su adecuada adaptación , estimularon el surgimiento de estados centralizados y el desarrollo de sociedades fuertemente organizadas. Los ambiciosos líderes locales entendieron los beneficios del culto hindú. Gobernar de acuerdo con los principios morales universales representados en el concepto de devaraja resultaba ser más atractivo que el concepto chino de intermediarios.

Todavía hoy en día se debate si la influencia india fue propiciada por comerciantes indios o por los brahmanes, o si los propios comerciantes marinos del sudeste asiático desempeñaron un rol central en llevar las concepciones indias al sudeste. Se debate también la profundidad de la influencia de las tradiciones En unos casos se ha enfatizado una completa indianización del sudeste asiático, mientras que en otros se estima que fue limitada y que afectó únicamente a una pequeña parte de la élite. Lo cierto, en cualquier caso, es que numerosas comunidades costeras en el sudeste asiático marítimo adoptaron elementos culturales y religiosos hindúes y budistas de India, desarrollando complejas políticas gobernadas por dinastías nativas.

Los primeros contactos comerciales atestiguados entre el sudeste asiático y China se fechan en la época de la dinastía china Shang, momento en que conchas de cauri servían como moneda. Diversos productos naturales, como los caparazones de tortuga, el marfil, las perlas, el cuerno de rinoceronte y las plumas de aves llegaron a asimismo a Luoyang, capital de la dinastía Zhou desde mediado el siglo XI hasta 771 a.e.c. Se ha supuesto que la mayor parte de este intercambio tuvo lugar en rutas terrestres y únicamente un pequeño porcentaje se envió en embarcaciones costeras tripuladas por comerciantes malayos y yue. Las conquistas militares durante la dinastía Han llevarían, por su parte, a varios pueblos extranjeros dentro del imperio chino.

Entre el siglo II a.e.c. y el XV, floreció la Ruta Marítima de la Seda, conectando China, el sudeste asiático, el subcontinente indio, la península arábiga, Somalia y todo el trayecto hasta Egipto y, finalmente, Europa. Esta Ruta Marítima de la Seda fue establecida y operada esencialmente por marineros austronesios en el sudeste asiático, así como por comerciantes persas y árabes en el Mar Arábigo. La Ruta se desarrolló a partir de las previas redes de comercio de especias austronesias de los isleños del sudeste asiático con Sri Lanka y el sur de la India (establecidas entre 1000 y 600 a.e.c.), así como del comercio de artefactos propios de la industria del jade en el Mar de China Meridional, hacia 500 a.e.c. Durante mucho tiempo, las talasocracias austronesias controlaron el flujo de la Ruta Marítima de la Seda, especialmente las entidades políticas alrededor del Estrecho de Malaca y Bangka, la península malaya y el delta del Mekong. La ruta influyó en la expansión temprana del hinduismo y el budismo hacia el este. Posteriormente, a partir de la dinastía Song, China construyó sus propias flotas, participando directamente en la ruta comercial hasta el colapso de la dinastía Qing.

Los gobernantes locales, al principio, se beneficiaron de la introducción del hinduismo porque mejoraba enormemente la legitimidad de su reinado. El proceso de difusión religiosa hindú tal vez deba atribuirse a iniciativas de jefes locales. Por su parte, las enseñanzas budistas, que llegaron casi simultáneamente al sudeste asiático, llegaron a ser más atractivas para las demandas de la población en general, en tanto que abordan asuntos humanos concretos. El emperador Asoka iniciaría los proyectos misioneros con la intención de enviar monjes, diplomáticos y peregrinos capacitados al extranjero para propagar el budismo, incluyendo un considerable corpus de tradiciones orales, literatura e iconografía.

Entre los siglos V y XIII, el budismo floreció en el sudeste asiático. En el siglo VIII, el reino budista de Srivijaya emergió como una potencia comercial en el sudeste asiático marítimo central y, hacia el mismo período, la dinastía Shailendra de Java promovió el arte budista, que encontró su expresión más sobresaliente en la fastuosa estupa de Borobudur. Las ideas del budismo Mahayana indio, pues el budismo Theravada original ya había sido reemplazado en India, se afianzaron en el sudeste asiático. Sin embargo, una forma pura de las enseñanzas del budismo Theravada se conservaría en Sri Lanka desde el siglo III. Serían precisamente peregrinos y monjes errantes de Sri Lanka los que introducirían el budismo Theravada en el Imperio Birmano, en el Reino siamés de Sukhothai, en Laos, así como en Vietnam y el sudeste asiático insular.

Prof. Dr. Julio López Saco

UM-AEEAO-AHEC-UFM, junio, 2025.

 

2 de junio de 2025

El tránsito de la República al Imperio: Augusto y el nuevo Estado



Imágenes, arriba, dos áureos que muestran los retratos de Marco Antonio y Octaviano (de izquierda a derecha), emitidos en 41 a.e.c. como conmemoración de la institución del Segundo Triunvirato formado por Octaviano, Marco Antonio y Marco Emilio Lépido, dos años antes. Ambos lados poseen la inscripción III VIR R P C (Tres hombres con autoridad consular en la organización del Estado); escultura de Augusto como magistrado, hoy en el Museo del Louvre, en París; y denario con la efigie de Octaviano, datado en 36 a.e.c. En el anverso se muestra la cabeza desnuda de Octavio hacia la derecha, ligeramente barbado, con una inscripción que reza Imperator Caesar Divi Filius Triumvir Iterum Rei Publicae Constituandae (Emperador Octaviano, hijo del divino Julio, triunviro por segunda vez para la restauración de la República); en tanto que en el reverso, aparece un templo tetrástilo del divino Julio con un frontón triangular decorado con una estrella (sidus Iulium) e inscripción en el arquitrabe.

En la República tardía la cotidianidad presentaba situaciones que provocaban una poderosa desarmonía social: egoísmos a expensas de la comunidad; una pérdida de la simetría social; el contraste entre la pobreza de las masas, sobre todo urbanas, y la riqueza de las élites; la desproporción entre la periferia armada y el núcleo territorial del Imperio desmilitarizado; y, especialmente, las desmesuradas ambiciones de las clases dirigentes. Todo ello aleja la política urbana de la ciudad de Roma de la realidad socio-política de las extensas regiones dominadas.

Augusto llevará a cabo con máxima eficacia, un proceso de apropiación ideológica de las res publica. Se inicia con la nueva nomenclatura, Imperator Caesar Augustus. El título de emperador, que proviene del ámbito militar, refiere las legiones bajo su mando y las grandes victorias logradas, en tanto que el cognomen César, asociado a la gens Iulia, lo relacionaba directamente a una carismática personalidad. Finalmente, el término Augusto pretende destacar sus capacidades propias. Con esta fórmula se evocaba orden, estabilidad y, en especial, continuidad. Octavio promovió su llegada al poder movilizando soldados, simpatizantes y recursos materiales. Asume el rol de genuino valedor de la tradición romana iniciando una ofensiva de carácter ideológico contra Marco Antonio, tildado de oriental y señalado ante la opinión pública como un simple lacayo servil de la reina Cleopatra de Egipto.

Una vez eliminado el rival, Marco Antonio, se produce un elocuente giro de la propaganda octaviana, pues los lemas bélicos dejan de ser actuales y surgen moderados mensajes que anuncian la reconstrucción de los territorios que han sido devastados y la futura consolidación de la paz. De esta manera, Securitas, Pax, Concordia, como reconciliación, y la promesa de un aureum saeculum, serán los postulados primordiales de la propaganda de Augusto.

El Princeps siempre quiso enfatizar los fundamentos republicanos de su mandato, obteniendo la petición formal del Senado y los comicios de mantener las riendas del Estado en su poder. De este modo, el nuevo modo de gobierno de Roma, conocido como Principado, estaba plenamente justificado por una suerte de perpetuación del estado de excepción. A partir de ahí, irán creciendo sin cesar todas sus atribuciones, si bien preocupándose de rechazar dar un último paso definitivo hacia la monarquía. En tal sentido, no obstante, el Principado de Augusto podría ser visto como una monarquía pero recubierta de fachada republicana, sin que se generase una oposición senatorial sólida que cuestionase de sus inmensas atribuciones.

El discurso, el relato pergeñado por el mismo Augusto, en donde escenifica sus realizaciones y actuaciones, las res gestae, describe una latente tensión entre la ideología republicana y una autocracia de hecho. Desde este momento no será el destino del Estado el que determine la crónica de la vida pública, sino las res gestae del primer ciudadano, con una cada vez mayor exaltación cultual, las que se configuren como el novedoso punto de referencia a partir del cual diseñar el destino futuro de la República..

Además, conforme transcurría su reinado, aumentaba la percepción general popular de que el aumento de su poder era correspondiente a la progresiva estabilización de la situación política, en un momento en el que para la mayoría primaba la securitas sobre la exigencia de libertas. La gestión de Augusto buscaba garantizar la paz interior, de la dependía la legitimación de su poder. Con el objetivo de lograr esta finalidad necesitaba, de manera imprescindible, la fiel colaboración del ejército. De hecho, en vista de su influencia sobre el ejército, se podría señalar que su gobierno no estaba alejado de una monarquía militar.

La autoridad de su preeminente posición deriva de un continuado proceso de acumulación de competencias, durante el cual quedaría investido de los principales resortes del poder. En tal sentido, el princeps permanece elevado por encima de todos los demás ciudadanos, tal y como se constata por medio de las imágenes (esculturas, monumentos, inscripciones en las que se evocan su persona, gobierno y méritos, o relieves). Augusto desempeñó, por consiguiente, un destacado rol en la transición del ordenamiento jurídico y el poder político desde la élite senatorial al princeps. Establece la constitución del Principado apelando a la tradición, respetando las ancestrales formas propias del sistema republicano y buscando ganarse una colaboración de parte de los senadores para así legitimar la transformación del Estado que él encarna.

Finalmente, la perpetuación de su nuevo modo de gobierno quedará establecida cuando designe a su hijo adoptivo como sucesor, Tiberio. De este modo, se afirma una ideología según la cual la prolongación del Principado resultará de una necesaria y excepcional obligación en la cual debe ejercer el cargo principal, motivado por las especiales circunstancias, y por un tiempo indefinido. Nace así otra época para Roma.

Prof. Dr. Julio López Saco

UM-AEEAO-AHEC-UFM, junio, 2025.

 

22 de mayo de 2025

Civilización Occidental: una invención hecha realidad

Imagen: La caída de Roma, cuadro del pintor estadounidense Thomas Cole (1801-1848).

La idea de civilización no es un modelo universal propio de la organización social humana, sino un constructo, una invención de Europa por parte de los europeos. Inicialmente, el concepto es singular y posteriormente plural. El nombre, en singular, es acuñado en Francia a mediados del siglo XVIII, y secundado por los filósofos, como referencia de un concepto abstracto relativo a una sociedad avanzada. El término, proveniente del sustantivo civilisé (refinado, pulido), ya consta en Francia en el siglo XVI, aunque su primer uso se testimonia en el marqués de Mirabeau, a mediados del siglo XVIII. El progreso hacia la civilización suponía, según J. Stuart Mill, una serie de factores, entre ellos, las ciudades, la agricultura, la tecnología, la industria y el comercio. El concepto abstracto fue de gran utilidad al imperialismo europeo, mediante el cual las sociedades civilizadas (europeas), tenían la obligación moral de ayudar a otras a recorrer el camino que ellas habían emprendido previamente con éxito.

El concepto plural de civilizaciones aparece en el primer tercio del siglo XIX gracias a unas cuantas conferencias del historiador y político francés François Guizot en la universidad parisina de La Sorbona. En ellas habla sobre la civilización genérica de la raza humana pero también de los casos individuales de la civilización general, en especial los que preceden a la civilización europea, entre los que destaca a los etruscos, las culturas de la India, griegos y romanos. Esta civilización europea sería la que compartirían Francia, Inglaterra, España y Alemania, en la que habría una serie de elementos fundamentales, como la presencia romana, los germanos bárbaros y la iglesia cristiana, que vendrían a ser los ancestros culturales de Europa.

Los intelectuales del siglo XIX identificaron los rasgos culturales de las sociedades, interesándose más por esto que por su progreso hacia un ideal humano compartido. La noción popular de las razas, con distintas inteligencias y capacidades, promocionaron una clasificación jerárquica de la que se infería una superioridad, la europea, sobre las demás, que abarcaba los australianos, la más arcaica, seguida por las razas africanas y asiáticas orientales, todas ellas inferiores.

La invención de la infancia como discurso tuvo lugar en Europa al mismo tiempo que la invención de la raza porque una idea del infante es una condición previa necesaria del imperialismo; esto es, que Occidente tuvo que inventar para sí mismo ese concepto (o usar el de monstruo o el de los comportamientos animales) antes de poder pensar en un imperialismo específicamente colonialista. El tropo del colonizado como infante proyecta la dominación colonial no como una opresión, sino como crianza parental, aunque de tipo brutal, lo cual permite al colonizador engañarse a sí mismo creyendo que sus acciones redundan en beneficio de los oprimidos. Mientras que la raza no podría existir sin el racismo, es decir, la necesidad de establecer una jerarquía de la diferencia, el concepto de la infancia diluye la hostilidad inherente a esa taxonomía ofreciendo una justificación natural para la dominación imperial sobre culturas y pueblos sometidos.

Naturalmente, cuando las potencias imperiales europeas colonizaron otras tierras, se llevaron consigo no sólo su religión, sino también los clásicos grecorromanos, imponiéndolos a los pueblos de las tierras que dominaban. Las potencias imperiales emplearon el conocimiento de la antigüedad grecorromana para reivindicar su superioridad sobre los pueblos que colonizaban y, al mismo tiempo, establecer vínculos entre potencias europeas que, de otro modo, serían dispares. Esto consolidó un discurso sobre el yo y el otro, el centro y la periferia, que hacía hincapié en una herencia cultural común entre las potencias coloniales europeas, de la que los colonizados quedaban excluidos.

Occidente empezó a emplearse como noción al lado de Europa e, incluso, al de las colonias europeas, enfrentándose a la idea de Oriente, aunque en el siglo XIX la frontera podía estar dentro de la misma Europa: Gran Bretaña, Portugal, España y Francia, de un lado, frente a Rusia, Austria y Prusia (Santa Alianza de imperios y absolutismo), del otro. Pensamiento civilizatorio y Occidente se asociaron en la idea cristiana de civilización occidental, asentada en el capitalismo, la tolerancia, la democracia, las libertades cívicas, las ciencias y el progreso.

En el siglo XX, las fronteras imaginarias de la civilización occidental se modificaron. El Telón de Acero selló una frontera a partir de los intereses de la URSS, propiciando como consecuencia la alianza entre Europa occidental y EE.UU. Con el final de la Guerra Fría se identificaron (gracias al profesor Samuel Huntington), hasta nueve civilizaciones contemporáneas, con sus elementos religiosos y geográficos específicos. Así, a la civilización Occidental se oponía la Civilización Ortodoxa y aquella otra Islámica.

En el siglo XXI, Occidente sigue siendo una cultura cristiana de raíces indoeuropeas o grecolatinas, frente a un Oriente situado en distintos espacios, en Rusia, en China o en aquellos países en donde prolifera el Islam. El pensamiento civilizatorio es ya un hecho civilizatorio. El propio Occidente es, en realidad, el resultado de duraderos vínculos con una amplia red de sociedades y, por lo tanto, no es ni único en sus presupuestos, ni puro en ningún sentido.

La noción de civilización se ha convertido en una idea que separa a las personas de aquellas otras que se encuentran a su alrededor.

Bibliografía esencial

Ashcroft, B., On Post-Colonial Futures: Transformations of Colonial Culture, Londres, 2001.

Guizot, F., General History of Civilization in Europe, Nueva York, 1896

Goff, B., ed., Classics and Colonialism, Londres, 2005.

Goody, J., El robo de la historia, edit. Akal, Madrid, 2011. (original en inglés, Cambridge, 2006).

Hardwick, L. & Gillespie, C., eds., Classics in Post-Colonial Worlds, Oxford, 2007.

Huntington, S., El choque de civilizaciones y la reconfiguración del orden mundial, Paidós, Barcelona, 2015 (original en inglés en Nueva York, 1996).

Quinn, J., Cómo el mundo creó Occidente, Crítica, Barcelona, 2025. (original en inglés en Londres, 2024)

Said, E. W., Culture and Imperialism, Londres, 1994 (hay traducción española en Anagrama, 1996).

Stuart Mill, J., Essays on Politics and Society, Part I, UTP, Toronto, 1977.

Trautsch, J.M., “The invention of Occident”, Bulletin of the German Historical Institute, 53, 2013, pp. 91-99.

Vanoli, A., La invención de Occidente. España, Portugal y el nacimiento de una cultura, Ático de los Libros, Madrid, 2025.

Young, R. J. C., Postcolonialism: An Historical Introduction, Oxford, 2001.

Prof. Dr. Julio López Saco

UM-AEEAO-AHEC-UFM, mayo, 2025.