21 de abril de 2019

Mitología nórdica: Estela de Gotland



La existencia de Valhala, suerte de mansión de los bienaventurados únicamente abierta a héroes guerreros muertos en combate (o aquellos que mueren navegando), es un tema muy frecuente en las estelas rúnicas escandinavas. La muerte no era un fin; en cambio, se trataba de un medio hacia otra vida, en donde el fallecido podía tener la necesidad de disfrutar de objetos personales como un estímulo que confería sentido a una sociedad que admiraba la hazaña y la aventura como forma de vida. Los temas mitológicos relacionados con el culto a Odín están muy presentes. En la Estela de Gotland, que es la que corresponde a la imagen (Museo de Antigüedades Nacionales de Estocolmo), se cuenta la leyenda que hace alusión a Odín cabalgando sobre Sleipnir (de ocho patas) en las noches tormentosas. Precedido por un mastín pisotea con el caballo a la sierpe-lobo, animal (según las sagas) muy dañino, que acabará causando al dios una herida mortal. Odín será vengado por un hijo póstumo. Aquí el dios conduce a un guerrero, de nombre Jurulv, al Valhala, donde espera una valquiria (tal vez Freja) y dos figuras que parece que llevan a cabo una libación ante la mansión de los muertos. Ciertas fuentes establecen un reparto jerárquico de los fallecidos. Así, a Odín le pertenecen los hombres nobles, mientras que a Thor los servidores. La estela, en origen pintada, conmemora la apoteosis del mencionado guerrero. Estas estelas de origen germánico-celta se han puesto en relación con mosaicos y lápidas sepulcrales de las provincias romanas cisalpinas; incluso con el mundo anglosajón. Conllevan una especie de visualización óntica. Frecuentemente aparecieron sobre espacios de inhumación de algún guerrero al que se alude por medio de una inscripción. No obstante, no siempre debieron poseer un sentido funerario; probablemente se relacionaron con rituales de encantamiento. Suelen medir dos o tres metros de alto y su datación abarca desde el siglo VI al VIII. Se trata de muy notables testimonios iconográficos de una, llamémosla así, etapa heroica.

Prof. Dr. Julio López Saco
UM-FEIAP, abril, 2019.

13 de abril de 2019

Elementos ideológicos de la religión hitita e influencias en sus mitos


Los rasgos característicos de la religión hitita que conocemos son los propios de la visión que tuvo el mundo cortesano, no aquellos derivados de las creencias populares, que no nos han llegado. Los escribas palaciegos compilaron en listas deidades locales que garantizaran las actuaciones más relevantes del Estado. En las mismas se trataba de asimilar a las divinidades que poseían características análogas. En cada centro cultual había varias deidades menores. En la gran mayoría de los casos la principal de estas divinidades se denominaba como dios de la Tempestad, y se representaba sobre un carro que era tirado por toros.
Los hititas aceptaron cultos, mitos y dioses sobre todo de procedencia hurrita, los cuales a su vez, contenían influencias del creciente fértil. Gracias a los hurritas llegaron al panteón hitita deidades de la esfera acadia y sumeria. En el panteón de Hattusa habrá, no obstante, además de deidades hurritas (Tesub-Hebat), dioses indoeuropeos (Siu), capadocios (Assiyat, Halki, Inara), protoháticos (Wurunsemu o diosa solar de Arinna, Telipinu, Kasku), mesopotámicos (no a través de una incorporación sino por identificación, Marduk-Tesub), deidades cananeas, como Baal y Anat y hasta dioses no antropomorfos, aquellos de montañas, ríos o fuentes. Por consiguiente, estaríamos ante un mosaico de creencias.
Los componentes mixtos de los orígenes de los hititas, así como el proceso de unificación por motivaciones políticas, propiciaron la consolidación de una religión pragmática y con rasgos singulares, entre los que destacan su eclecticismo pero también, y sobre todo, la jerarquización de las deidades, el utilitarismo, el concepto de realeza y un especial aspecto de automatismo relativo al pecado.
Los relieves de Yazilikaya ejemplifican la jerarquización. Los dioses principales son los de mayor tamaño y los que portan tiaras con mayor número de cuernos ornamentales. Tal sentido jerárquico se advierte, además, en las plegarias. El carácter utilitario y pragmático se manifiesta, del mismo modo, a través de las plegarias, por las cuales el orante solicita favores, de índole material (bienestar económico, salud) a la deidad. Se trasluce en ello un cierto sentido de que se le pide algo a la divinidad porque le es debido, entendido esto sobre todo como recompensa por los cuidados que la persona ejercita sobre el dios o diosa. Para la deidad, el hombre es un artífice, un artesano que trabaja para él y se ocupa, por medio de las ofrendas y sacrificios, de su alimentación y cuidado general. A cambio, recibe divina protección. Se trata de una suerte de relación amo-siervo.
Por su parte, el concepto religioso de la realeza se asocia directamente al crecimiento imperial y, por consiguiente, al aumento de las obligaciones religiosas del soberano. El rey es un amado de la deidad, de ahí su carácter de intermediario entre humanos y dioses. A su muerte, es divinizado. No obstante, no se puede olvidar que el rey es un ser humano, que representa a su reino ante los dioses. Por tal motivo está obligado a mantener en todo momento pureza ritual y a comportarse de manera intachable. Cuando las circunstancias y situaciones no son las mejores, debe asumir su directa culpabilidad, investigar cuál fue su culpa y remediar el problema. Existe, por tanto, una vinculación entre la salud del rey y la prosperidad de la tierra. Si el reino sufre algún tipo de calamidad, la misma se atribuye a un determinado pecado cometido por el monarca o, incluso, perpetrado por su antepasado. Cometer un pecado genera un castigo divino, que recae sobre el pecador, el rey, en forma de enfermedad, o sobre sus dominios, a modo de sequía. Pero incluso puede recaer sobre sus descendientes, en virtud de que la culpa se transmite. Únicamente el ritual podrá contrarrestar la fuerza física que se desata al cometer un pecado.
Los hititas estuvieron inmersos en una verdadera encrucijada de desarrolladas y ricas culturas. Su gran mérito consistió en su capacidad de aceptar sin tapujos sus influjos, un factor que permitiría a la cultura hitita transmitir esos elementos orientales al mundo griego. Uno de los primeros grupos de mitos son aquellos anatólicos, de origen hático, que fueron heredados de esa comunidad que habitaba el país de Hatti antes de la llegada de las gentes de Nesa (hititas). Estos mitos se asimilaban a centros de culto y casi no tienen elaboración literaria alguna. Se trata de mitos naturales y, a la vez etiológicos, relacionados con la fertilidad y la imperiosa necesidad de propiciar a las deidades con el objetivo de asegurar el bienestar de un territorio o el correcto orden de las cosas. Los hititas tradujeron estas narraciones simples, próximas al estilo del cuento popular, que debieron reflejar una literatura oral muy antigua.
Otro grupo de mitos fueron los mesopotámicos. Para los hititas supusieron un ejercicio de traducción característico de los escribas[1]. El mayor influjo fue el babilónico, de ahí la presencia de versiones hititas del Poema de Gilgamés. El influjo cananeo, por su parte, fue escaso y únicamente se puede advertir en fragmentos. Estos mitos cananeos, de rasgos formales semíticos, se refieren a la fertilidad. Se trata de mitos literarios, muy prolijos, plenos de acción y sin abstracciones, de tal forma que presentan un pensamiento concreto. Parecen mostrar una obsesión por recalcar la capacidad o la impotencia de la divinidad, concretamente de El.
El grupo de mitos hurritas (habitantes de Mitanni) influyeron sobremanera en los hititas, especialmente el denominado ciclo de Kumarbi. Consisten en varias narraciones centradas en las luchas por el poder en los cielos entre diversos antagonistas. Estos mitos muestran, por lo tanto, un específico interés en la soberanía divina y en lo que trae consigo en la esfera humana el cambio de monarca celestial. Estos mitos, no tienen conexión con la ritualidad y, en consecuencia, son estricta narración. Son literatura educativa, didáctica, ya que informan a los seres humanos acerca de sus relaciones con las deidades y las de estos  entre sí, como una auténtica explicación de la historia del mundo.


Prof. Dr. Julio López Saco
UM-FEIAP, abril, 2019.


[1] Los escribas palaciales, sin duda profesionales, se dedicaban a copiar y traducir mitos acadios como medio de instrucción y aprendizaje de esa lengua y su posterior empleo.

6 de abril de 2019

La antigua organización política minoico-cretense




Imágenes: arriba, un pithos de Cnoso decorado con labrys (hachas dobles), relacionadas con la diosa madre; abajo, una maqueta de terracota de Arcanes, datada en el Minoico Medio III. Museo Arqueológico de Heraclión.

Desde los tiempos de Arthur Evans se asociaba la organización política de Creta con la presencia (hoy ya mucho más evidente) de edificios monumentales con patio, tradicionalmente denominados palacios-templo, pues se concebía a los mismos como los depositarios del poder, tanto político y económico como religioso. Se han diferenciado dos visiones contrarias acerca de la geografía política cretense. La primera, a partir de la antigua concepción de Evans, que señala una Creta políticamente unificada bajo el control y supervisión de Cnoso; la segunda, apunta hacia la coexistencia, más o menos pacífica, de distintos gobiernos orientados en las construcciones con patio de las variadas regiones de la isla, sobre todo Cnoso, Festo, Malia y Zakros, que controlarían un gran territorio cada uno.
La arqueología de los últimos años ha sacado a la luz más edificaciones con patio, que parece eran mucho más abundantes de lo que se suponía. Se han descubierto en Gurnia, Galatas, Petras, Makryialos, Protoria, Monastiraki y Arcanes. También es cierto que el gran tamaño de Cnoso y su “palacio”, así como la ausencia de estructuras de carácter defensivo y la difusión del estilo arquitectónico de Cnoso por toda Creta, podrían ser usados como argumentos de cierta solidez para reforzar la tesis de una isla unificada bajo supervisión de Cnoso. Pero, a la par, la clara compartimentación geográfica de Creta y sus peculiares características regionales en lo que respecta a la cultura material, la administración y hasta la arquitectura, pueden también ejercer de argumentos solventes que refuercen la idea de unas entidades políticas compartidas e independientes.
Se ha ido estableciendo en los últimos años un tercer modelo, todavía poco considerado, que consiste en asumir la coexistencia de formas diferentes de gobierno y no paritarias. El modelo destaca las diferencias de tamaño entre los distintos edificios con pario, así como la relación que parece haber entre éstos y el tamaño de los asentamientos que los circundan. De aquí se podría implican la existencia de estructuras de gobierno pequeñas, medianas y grandes, y no de estructuras independientes de una misma identidad. La densidad de población de los asentamientos parece clarificar el hecho de que hubo diferencias en complejidad, ocupación, escala y dinámicas de intercambios comerciales a larga distancia entre las diversas unidades políticas. Así, la las relaciones de poder entre todas ellas bien pudo ser asimétrico.
Por otra parte, hoy en día tiende a ponerse en duda el concepto de que el palacio no era la residencia de un soberano sino una edificación de carácter ceremonial comunitario. Esta apreciación se afirma a partir de la presencia de varios patios, capaces de reunir mucha gente, así como de la evidencia de prácticas rituales. Aunque el célebre edificio con patio de Cnoso fue profusamente decorado con maravillosos frescos, lo cierto es que su gran mayoría representan escenas de contenido ritual, o relacionadas estrechamente con la naturaleza. La representación de personas es, habitualmente,  grupal, y no se aprecian trazas de diferencias sociales entre las mismas. Además, la iconografía minoica presenta como especificidad propia la ausencia total de la imagen del gobernante.
No está de más recordar que incluso en las sociedades teocráticas antiguas, como es el caso del Imperio hitita o Egipto, hubo una separación espacial entre el lugar del poder secular, el palacio, y aquel sagrado, el templo. Por otra parte, el concepto rey-sacerdote que generaliza Evans se fundamentó en la idea de monarquía sacra de J.G.Frazer y en el carácter de las monarquías absolutistas europeas.
Si se tiene en cuenta la función ceremonial de estas construcciones, se podría asumir la presencia de un modelo según el cual el poder político era más bien flexible y no institucionalizado. Estaríamos hablando, entonces, de un gobierno colectivo y no focalizado en una monarquía, a pesar de que esta institución se encontraba muy extendida por el mediterráneo central durante la Edad del Bronce.

Prof. Dr. Julio López Saco
UM-FEIAP, abril, 2019.

3 de abril de 2019

Iconografía de la pintura mural al fresco minoica: sarcófago de Hagia Triada



Es el que se presenta en la imagen uno de los más notables ejemplos de pintura figurativa minoica mural al fresco. Se trata del célebre sarcófago de Hagia Triada, datado en el Minoico Reciente II o, tal vez, III. Se representan escenas de carácter religioso y ritual en todos sus lados. En los lados largos se observa una representación de tipo ceremonial, concretamente el sacrifico de un toro. Un grupo de mujeres realizan libaciones al lado de varios hombres que entregan lo que parecen ser objetos votivos dedicados a una figura claramente estática que pudiera corresponder a la estatua de una divinidad o, quizá, a una representación de un fallecido. Se pueden ver hachas dobles votivas y una serie de motivos de espirales y rosetas que ornan el conjunto, lo cual se  vincula con la iconografía de Cnoso de la etapa Neopalacial. Las representaciones de personajes femeninos, así como de imágenes masculinas (a veces con hombres semidesnudos, estilizados y atléticos) muestran siempre una tipología juvenil. Se observan convencionalismos comunes con las pinturas próximo-orientales y egipcias, como la concepción genérica del cuerpo humano y su representación cromática (la piel de color rojiza para varones y blanca para las mujeres). Sin embargo, se busca más la esencia que el realismo, hecho que aleja a esta pintura mural de la canónica, calculada y rígida pintura egipcia. La composición (en este caso particular pero también en general), presenta figuras en colores planos, sin sombra ni volumen, sobre un fondo monocromático. Los personajes humanos y los animales se muestran de perfil completo (no como el perfil medio egipcio) y, sobre todo, se representan con gran fluidez y con movimientos bastante naturales. Paisajes, fauna y seres humanos están siempre presentes, de lo cual se puede deducir una aguda observación del medio por parte de los antiguos minoicos.

Prof. Dr. Julio López Saco
UM-FEIAP, abril, 2019.