23 de junio de 2015

Los antiguos Nubios: Cultura del Grupo A y del Grupo C





Imágenes: la primera, una copa de arcilla (198091316), datada entre 2300-1600 a.e.c.; la segunda, un vaso globular de borde abierto y paredes finas (197358NUB1), perteneciente al Grupo C. La superficie exterior presenta engobe rojo bruñido. Datado entre 2300-1600; la tercera, una cabeza de barro cocido modelada a mano, de tradición neolítica (198091307), del Grupo C, la cuarta y última, el llamado Incensario de Qustul, del Grupo A. Hacia 3100 a.e.c. Se muestran imágenes asociadas a los faraones egipcios. Una procesión de botes, la Corona Blanca del Bajo Egipto y una deidad. Fotos cortesía del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte. Museo Arqueológico Nacional (Madrid).


Nubia suele diferenciarse, desde un punto de vista geográfico, en Baja y Alta Nubia. La Baja Nubia situada al sur de Asuán, entre la primera y segunda catarata, fue el lugar de asentamiento de dos horizontes nubios, las culturas Ballana y Nobadia. Algunos estudiosos identifican el sur de la Baja Nubia con el término Wawat, mientras que el norte con la palabra Irtjet[1]. Las evidencias halladas en el Cementerio C y en el-Kadada, datadas en el Neolítico, indican que una población local efectuó una transición hacia nuevas fases culturales. El horizonte cultural nubio denominado Abka, cuya cultura material se percibe arqueológicamente durante un milenio, se desarrolló en la cultura del Grupo A. No obstante, ello no significa que los nubios, como otras poblaciones africanas, fuesen un grupo homogéneo de individuos.
A partir de mediado el V milenio a.e.c., en la región de la segunda catarata, en la Baja Nubia, los arqueólogos identificaron tres grupos diferentes de pueblos nubios con una economía cazadora-recolectora. Dos de ellos parecieran indígenas en origen, pero el tercero pudiera ser uno que hubiese migrado al área desde zonas más meridionales, como parece indicar su cerámica con líneas ondulantes y punteadas, que son similares a las identificadas en el período neolítico antiguo de Jartúm.
La cultura del Grupo A nubio presenta tres fases, la antigua (3700-3250 a.e.c.), la clásica (3250-3150 a.e.c.) y la final (3150-2800 a.e.c.). Se trata de un sistema de elites encabezado por una jefatura masculina. Entre la segunda u cuarta catarata, en los sitios de Kadruka y Kerma, existió una cultura Nubia en parte contemporánea con la del Grupo A, aunque con las suficientes diferencias como para catalogarla aparte. Recibe el nombre de Cultura Pre-Kerma.
En sitios como Afyeh y Kerma se han descubierto fosos-silo rodeados de chozas circulares. Además, se han desenterrado edificaciones rectangulares bajo las actuales el área estratificada contiene un hogar y casi doscientos fosos. Las tumbas de la cultura del Grupo A tienen dos diseños distintos. El primero, asociado a las previas tumbas-foso en las que el cadáver se enteraba en un foso excavado en la tierra, generalmente de forma circular. En ocasiones, un naciente túmulo de tierra lo señalaba. El segundo corresponde a un foso modificado, en el que una cámara rectangular se excava en el suelo del foso, más profunda de un lado para acomodar el cuerpo, que se ubicaba en forma contraída acompañada de ciertos objetos. En ellas han aparecido cuerpos superpuestos, un indicio de sacrificio humano o de reutilización de la tumba[2]. Este diseño de estas tumbas recuerda el diseño de los silos de almacenaje y las casas circulares. A veces, el muerto aparece sobre prendas de cuero y de lino. Han aparecido, además, algunos accesorios como collares y brazaletes, y alguna que otra figura cerámica.
Se ha constatado el establecimiento de relaciones mercantiles entre el Alto Egipto y ciertas jefaturas de la cultura nubia del Grupo A. En la época clásica y final del Grupo A, los nubios del sur de Asuán pudieron configurar un modelo de interacción social que los capacitó para controlar las rutas comerciales. Se ha sugerido que los nubios de la cultura Pre-Kerma, al sur de la tercera catarata, obtuvieron marfil oro, incienso y ébano, además de pieles de ciertos animales, de sus vecinos que habitaban todavía más al sur, estableciendo así una cadena mercantil por la cual ciertos artículos de lujo llegaron a los nubios del Grupo A; unos objetos que, a su vez, éstos trocaron con los egipcios a cambio de vino, aceite, cerveza, armas de cobre, diversas herramientas y cereales[3]. En el yacimiento de Khor Daud se descubrieron varios cientos de fosos para silos que contenían vasijas para almacenar que son claramente de manufactura egipcia.  Tales contactos mercantiles[4] se pueden calibrar en función de la presencia de objetos suntuarios en las tumbas de las elites nubias del Grupo A, algunos de los cuales fueron, sin duda, regalos reales de los líderes del predinástico egipcio a sus contrapartidas de la elite nubia.
Algunas figurillas hechas en arcilla presentan una característica forma fálica, lo que podría ser la confirmación de que esas figuras fueron diseñadas intencionalmente como figuras andróginas, un hecho que encajaría en la interpretación religiosa que sobre ellas se ha hecho: ídolos que se enteraban para asegurar la resurrección del fallecido. En las tumbas de la supuesta oligarquía Nubia, como las halladas en Sayala, se han encontrado, asimismo, espejos, paletas y mazas ceremoniales.
Entre la desaparición de los nubios del Grupo A y la aparición de los del Grupo C hay un vacío en el registro arqueológico que solamente en parte se cubre con ciertos registros epigráficos y arqueológicos egipcios. En ellos parece sugerirse que Nubia no era un estado monolítico sino un conjunto de jefaturas que controlaban dominios separados entre sí. Al margen de la actividad egipcia, en ocasiones militar, las evidencias arqueológicas parecen mostrar que en ocasiones, los nubios lucharon entre sí. Incluso, en alguna ocasión, las diferencias entre ellos fueron resueltas por Egipto como mediador[5].
Entre 2500 y 2300 a.e.c. un grupo de nubios desarrollarán el reino de Kerma en la región al sur de la tercera catarata, mientras que otro grupo comenzará a asentarse en el territorio egipcio en la zona entre la primera y segunda catarata en el momento en que el Reino Antiguo empezaba a menguar. Estos últimos serán los autores de la Cultura del Grupo C. Factores climáticos y bélicos forzaron el abandono de los nubios del grupo A  de sus tierras ancestrales en la Baja Nubia (entre la primera y segunda catarata). Además, hubo una paulatina presencia egipcia, incluso a través de asentamientos (Buhen), que ulteriormente se convirtieron en fortalezas.
El primer horizonte identificable de nubios del Grupo C (cuya cultura se divide en un período antiguo (2300-1900 a.e.c.) y otro reciente (1900-1600 a.e.c.), se data en 2300 a.e.c., y es contemporáneo a la Dinastía VI egipcia. Las comunidades disfrutaron de independencia y su influencia pudo haber llegado bastante al sur, hasta Kerma, más allá de la tercera catarata.
Estos nubios siguieron, inicialmente, construyendo estructuras circulares, si bien tomaron la forma de edificaciones de madera, con pisos de piedra, y revestidas de cuero y otros materiales. Gradualmente, no obstante, el empleo del ladrillo se afianzó como material de construcción, y los asentamientos se fueron haciendo mayores (por ejemplo, Wadi es-Sebua, un sitio fortificado con tres puertas). En la fase arcaica (en lugares como Aniba y Sayala), los asentamientos presentan casas circulares sujetas con postes y sobre fundamentos de losas hincadas verticalmente sobre la tierra. En apariencia, las casas fueron revestidas con materiales perecederos o, tal vez, con telas y cueros. En la segunda fase de la cultura del Grupo C, la arquitectura de los sitios comienza a elaborarse con ladrillos. También ahora se construyen fuertes.
En el período antiguo, la arquitectura funeraria consistió en simples fosos escavados en la tierra, de forma oval o redonda. Es probable que una superestructura se erigiese sobre la tumba. La posición del cuerpo en el interior de la tumba parece haber sido codificada, pues suele descubrirse al difunto en una postura flexionada o contraída, con el cadáver descansando sobre el lado derecho y su cabeza orientada hacia oriente. Pocos son los accesorios personales que acompañan al difunto, mayormente de hueso y piedra. En ocasiones, sin embargo, el cadáver aparece ataviado con ropajes de cuero y con diseños geométricos modelados en hueso o fayenza. La verdadera innovación en la arquitectura funeraria de la cultura del Grupo C fue la introducción de los montículos o túmulos funerarios. En las etapas finales de la cultura del Grupo C el muerto era inhumado en fosos rectangulares excavados en el terreno, a menudo cerrados con una losa pétrea y cubiertos con un túmulo circular, cuyos muros externos se construían en piedra. Una forma naciente de bóveda en piedra se empleaba para cerrar la tumba rectangular. En ocasiones, el muerto se localizaba encima de una cama, acompañado de sacrificios animales, de útiles de arquería, dagas y hachas. Incluso eran frecuentes las pequeñas figuras zoomorfas y antropomorfas de terracota.
Algunas tumbas fueron diseñadas con la presencia de capillas adyacentes, de planta rectangular, que fueron revestidas con cráneos de bueyes y decoradas con pintura roja y puntos negros. Tales estructuras sugieren una organizada praxis funeraria[6].
Hay una presencia significativa de algunas figurillas antropomórficas hechas en terracota. En ellas, el cuello, el torso y las piernas cónicas aparecen decorados con redes de líneas incisas, en ocasiones en modelos ondulantes o triangulares. Tales ornamentos han sido interpretados como ropajes, joyería o tatuajes.  La función de estas figurillas o ídolos pudo estar vinculada al culto del fallecido, pues se han encontrado en contextos funerarios. Una de estas figuras, una efigie de Askut, representa una figura humana con cabeza de animal, quizá una oveja. El contexto en que fue encontrada permite interpretarla como un ídolo de un dios nubio, semejante a Amun en función de la posterior asociación del cordero con el dios. Podría esta figura anticipar el ídolo en granito con cabeza de carnero, representando al dios, que se data en el período Napata y que fue encontrado en Gebel Barkal. Hay figurillas, además, que son imágenes de ovejas, vacas y cabras, halladas en tumbas, y que pudieran reflejar los animales propios de los rebaños nubios. En el contexto funerario, no obstante, pudieron servir como símbolos de riqueza para la otra vida (como provisiones potencialmente animadas para la eternidad), o haber sido objeto de sacrificio en los ritos mortuorios.
La cerámica pulida en rojo con bordes superiores negros es característica del Grupo C. A menudo aparece decorada con combinaciones de zig zags incisos, triángulos, losanges  otros diseños geométricos. Algunas veces se decoraban con representaciones incisas de pájaros, quizá avestruces, y animales cornudos, como antílopes y cabras, además de vacas. Solamente en raras oportunidades se encuentran figuras humanas aisladas. Árcos, flechas, dagas, paletas para cosméticos y mazas son objetos prominentes en las tumbas nubias.
Se ha sugerido que los nubios de la antigüedad practicaron el arte corporal en la forma de pintura o tatuajes. Se sabe que los nubios pintaron sus ojos con un propósito religioso, con el fin de impedir a los seres maléficos entrar en el cuerpo a través de los ojos. Hay ejemplos de tatuajes preservados en la piel momificada de mujeres descubiertas en Egipto[7]. El hallazgo de algunas momias nubias en Aksha (siglo IV a.e.c.) de mujeres adultas y de adolescentes, muestran tatuajes, en azul o negro, con configuraciones geométricas. Todas las momias nubias con tatuaje son mujeres, un hecho que indica que la práctica fue específica de género, aunque los cultos religiosos a ellas asociadas se desconocen. Los tatuajes siguieron siendo usados por los egipcios del Reino Nuevo, siendo allí también una práctica exclusivamente femenina. Durante ese período, el diseño de los tatuajes se limitó a la representación de la imagen de Bes, genio protector del panteón egipcio singularmente asociado a las mujeres embarazadas y al neonato.
Los miembros de la sociedad Nubia del Grupo C interactuaron con los egipcios, quienes fortificaron sus fronteras, y con los nubios de la cultura Kerma, cuya ciudad también estaba fortificada por un muro circundante, sirviendo, en ocasiones, como mercenarios, pues según los objetos encontrados en las tumbas, parece que fueron expertos y reputados arqueros. Los fuertes egipcios (Buhen, Mirgissa, Semna, Uronarti) debieron jugar un relevante papel en las campañas egipcias contra los nubios, en busca de oro, explícitas en los textos a partir de la Dinastía XII, e intensificadas de modo notable durante el reinado de Sesostris III. Se ha sugerido, en cualquier caso, que la actividad militar egipcia se orientó, en esencia, a la protección de los intereses mercantiles de Egipto, en la procura de asegurar una ininterrumpida importación  de oro y otros productos desde Nubia.    

Prof. Dr. Julio López Saco
Doctorado en Historia, UCV-Caracas




[1] Estas denominaciones, como también Temeh, Uthek, Yam (quizá la posterior Irem), Mazoi, Sethu o Kau, corresponden a probables jefaturas nubias.
[2] Los entierros superpuestos ya se documentan en algunos enterramientos del Cementerio C en el-Kadada, hecho que podría indicar una práctica de enterramiento específicamente Nubia. En cualquier caso, las tumbas en los cementerios del Grupo A revela una cuantificable jerarquía social, tanto por sus formas y ubicación en el cementerio, como por los objetos encontrados en ellas.
[3] El ganado vacuno, y la leche en particular, constituyó una medida de riqueza entre los nubios (como hoy todavía entre los Masai), y fue también un medio de intercambio por productos típicamente egipcios.
[4] El final desmantelamiento del comercio entre Egipto y Nubia pudo deberse a factores climáticos, la sequía de algunos brazos del Nilo, así como a un aumento de la presencia militar egipcia en la región. Una tablilla asociada con Aha (Dinastía I, 3007-2975 a.e.c.), parece conmemorar una victoria sobre los nubios. Del mismo modo, un grabado en la roca de Gebel Sheikh Suliman, quizá de época de Djer (2094-2927 a.e.c.) parece ser un registro de un ataque egipcio contra los nubios. Durante el Reino Antiguo, las acciones hostiles de parte egipcia pudieron haberse detenido, reiniciándose así nuevos contactos mercantiles.
[5] Una indicación, datada en la VI Dinastía (2320-2190 a.e.c.), refiere que diversos grupos de nubios participaron como mercenarios en campañas de los egipcios contra otros extranjeros, particularmente los temidos moradores asiáticos de las arenas.
[6] En la cultura Kerma, más al sur, hay evidencia de enterramientos semejantes. En esos casos, la presencia de los animales pudieran representar un sacrificio en ocasión de un funeral regio.
[7] La momia de una mujer de nombre Amunet, sacerdotisa de la diosa Hathor en época de la Dinastía XI, es contemporánea de otras dos anónimas momias pertenecientes al contexto de la cultura nubia del Grupo C. Su momia fue hallada en Deir el-Bahari.  Los tatuajes que presenta comprenden una serie de modelos abstractos. Los tatuajes no parecen haber sido parte de la tradición cultural nativa egipcia hasta el Reino Medio. Es por eso que se atribuye su introducción en Egipto a los nubios.  Las excavaciones de las tumbas del Grupo C en el sitio de Kubban muestran, así mismo, fragmentos de una momia Nubia con tatuajes que fue contemporánea de la de Amunet.

18 de junio de 2015

La estructura social de la República romana

Después del enfrentamiento patricio-plebeyo entre los siglos V y IV a.C., y tras la expansión romana por la península itálica, a partir de la cual en el Estado se incluye, además de la población romana, la de otros pueblos itálicos, la sociedad romana se articulará en clases diferenciadas por su condición jurídica, posición económica, el nacimiento o las relaciones familiares. La pirámide social tendrá en la cúspide a los senadores, coronada por la nobilitas, y en su base la plebe rústica y urbana, además de los esclavos. Con las guerras púnicas y la expansión romana por el Mediterráneo aumenta el capitalismo latifundista, la masa de esclavos y desciende la plebe rústica. Además, surge un nuevo estamento privilegiado por debajo de los senadores, el orden ecuestre de los caballeros.
La lucha patricio-plebeya instaura un nuevo orden aristocrático, basado no en el origen patricio, sino en la pertenencia a la dirigencia política (nobilitas). La nobleza, aglutinada en el Senado, posee un grupo todavía más restringido (20 familias senatoriales, entre las que destacan la de los Fabii, Cornelii, Claudii, Aemilii), que han ejercido el consulado y tienen gran prestigio social e influencia política, además de poder económico (terratenientes). Sus miembros determinan la política, pues invisten las magistraturas, dominan las Asambleas y conforman el Senado. Además, imponen las costumbres y un estilo de vida privada que se considera ejemplar, cuyas raíces están en la religión. Aglutinan el mos maiorum y la tradición de los antepasados.
En principio, los équites (solamente desde el siglo II a.C.), fueron ciudadanos con fortuna con capacidad de servir en la caballería. A partir de los Gracos se convierten, no obstante, en un orden institucional (ordo equester), aunque subordinado a la nobleza senatorial. Son grandes propietarios agrarios pero también, gracias a la apertura del Mediterráneo para Roma, controlan las actividades especuladoras, el arrendamiento de obras públicas, el comercio marítimo y la banca. Algunos se hacen empresarios (publicani).
La plebe es el núcleo social fundamental de la sociedad republicana, y estaba compuesta, inicialmente, por campesinos. Eran, en principio, pequeños propietarios rurales, luego arruinados con las guerras, de ahí su traslado a la urbs haciéndose dependientes de los estamentos privilegiados. Así, al lado de una pequeña plebe rústica, surgirá una urbana, desclasada, a la que se suman pequeños comerciantes y artesanos. Será la que nutra las asambleas populares y la que se asocie, en dependencia, a la nobleza en forma de clientelas.
La aristocracia senatorial, équites y plebe son el cuerpo ciudadano y poseen, en teoría, los derechos cívicos. Los esclavos, por su parte, no; son un instrumento animado, y por esos no tienen incidencia en las instituciones políticas romanas. Los esclavos liberados, manumitidos y emancipados, se convierten en libertos, ciudadanos con limitaciones (desaparecen en la segunda generación), ligados a sus antiguos amos por lazos de clientela.
Al margen de la constitución ciudadana quedarán los denominados aliados romanos, súbditos del Estado en Italia y en las provincias (peregrini).

12 de junio de 2015

Culturas del Paleolítico y el Neolítico en Mesoamérica


Diversos útiles asociados al mamut.Yacimiento de Santa Isabel de Iztapan

El Paleolítico Inferior, Arqueolítico o período pe punta de proyectil, entre 28000 y 12000 a.e.c., presenta una economía de recolección, siendo la caza bastante escasa. La industria lítica se caracteriza por la presencia de grandes útiles de piedra pesados y realmente toscos. El bifacialismo es incipiente y no hay puntas de proyectil. Abundan las raederas, navajas y raspadores. Los materiales empleados van desde la obsidiana y el sílex, hasta el basalto y el pedernal. 
Los yacimientos destacados de este arcaico período son los de Tlapacoya, datados en torno a 22000 a.e.c., Caulapan, con dataciones semejantes, y El Cedral, el más antiguo, con una antigüedad de 33000 años. El Cenolítico (12000-5000 a.e.c., dividido en inferior, hasta 7000 y superior, de 7000 a 5000 a.e.c., el ser humano en la región desarrolla una clara actividad cazadora de grandes mamíferos, entre los que destaca sobremanera el mamut, pero también de otros más pequeños, como el conejo y los ciervos. Se emplean para esta labor puntas de proyectil del estilo Folsom y Lerma, con bordes refinados[1]. En esta etapa son muy numerosos los yacimientos, entre los que se pueden nombrar San Joaquín, Rancho Colorado y Coxcatlan del Cenolítico inferior, Cueva Falcón, Cueva Texcal para el Cenolítico superior, entre otros.  En Belice, en particular, se han definido complejos interesantes correspondientes en LoweHa, Sand Hill, Melinde y Progreso, cuya cronología oscila entre 9000 y 2500 a.e.c.
En este período hay presencia significativa de arte rupestre, ubicado en la Baja California. Se destaca la Cueva de San Borjita, con diversas representaciones de animales y antropomorfas, la Cueva de los Venados, La Pintada, en Sonora y los abrigos de Mitla.
En coincidencia con los cambios climáticos, transformación de especies animales y aumentos demográficos, que se producen con la entrada del Holoceno, se constata la aparición de cultígenos de elevado valor alimenticio, pronto convertidos en plantas de cultivo. Ello lleva implícita la aparición de la agricultura y de la vida aldeana en diversos focos independientes entre sí. El protoneolítico, entre 5000 y 2500 a.e.c., se hace presente en yacimientos del valle de Tehuacán y la Sierra de Tamaulipas. En algunas de las fases de estas localidades (Infiernillo en Tamaulipas y El Riego en Tehuacán) son detectables cultígenos como la calabaza y el chile. No obstante, será en las siguientes fases, sobre todo en la Coxcatlan del valle de Tehuacán, hacia mediado el IV milenio, cuando los cultígenos se hagan muy abundantes, incluyendo el maíz. En las fases Nogales-Ocampo Temprano en la Sierra de Tamaulipas, entre 5000 y 3000 a.e.c., se constatan los cultígenos de frijoles[2]. La recolección sigue presentando la gran mayoría de la actividad económica, seguida de la caza, y solamente con no más del ocho por ciento, el cultivo propiamente dicho. Será en el Formativo cuando ese porcentaje de alimentos cultivados alcance un significativo treinta por ciento de la actividad económica desplegada.
La fase que sigue al Protoneolítico es el Formativo (o Preclásico), etapa en la que se afianza la economía agrícola y surgen las primeras formas arquitectónicas y cerámicas[3], incluyendo la figuración zoomorfa y antropomorfa. En este período, cuya primera etapa todavía se puede considerar neolítica, se destaca la cultura Zohapilco (entre 2500 y 2000 a.e.c.), que muestra el ejemplo más temprano de asentamientos aldeanos con agricultura extensiva, combinada, a la par, con la caza (cérvidos principalmente), y la explotación de animales acuáticos como tortugas y peces. La industria lítica ofrece notables ejemplos de raederas y raspadores así como formas microlíticas hechas en obsidiana.
Las específicas condiciones ecológicas en el valle de México desde 1500 a.e.c. pudo propiciar la concentración en el área de numerosas aldeas agrícolas que no desdeñaban la actividad pesquera y la caza, muy abundante en función de los ríos y lagos de la región. Las aldeas, ubicadas en las orillas de los cursos de agua, estarían formadas por diversas chozas de madera, cañas y barro, y albergarían unas doscientas o trescientas personas. En estas aldeas se hallan ya instrumentos confeccionados en madera, hueso, arcilla y hasta fibras vegetales, destacando los morteros y machacadores. El primer arte arquitectónico, además de las chozas de vivienda, lo representa la famosa Pirámide de Cuicuilco, una forma escalonada, probablemente un templo (primer ejemplo de concepción simbólica de la morada de una deidad), construida gracias a la labor comunitaria de un buen número de aldeas.
Finalmente, la aparición de figurillas, con una gran variedad de tipos, permite establecer secuencias históricas más seguras y conocer con mayor detalle las vestimentas y costumbres, además de los tipos humanos, propias de las aldeas de la región. Se destacan las representaciones de mujeres amamantando niños, danzantes, chamanes ricamente ataviados para llevar a cabo sus ceremonias, así como las de personajes de probable carácter mitológico y religioso, en especial, figuras humanas de dos cabezas o figurillas femeninas desnudas con caderas amplias, quizá proto divinidades del maíz o deidades madre que representarían la fecundidad del suelo.

Prof. Dr. Julio López Saco
Doctorado en Historia, UCV-Escuela de Letras, UCAB, Caracas


[1] Estas puntas pueden relacionarse con las sudamericanas puntas de “cola de pescado”.
[2] La siguiente etapa en Tehuacán es la fase Abejas, y en la región de Sierra de Tamaulipas y Sierra Madre es La Perra-Ocampo Tardío, que avanzan hasta 2200 a.e.c., y en donde además de frijoles y calabaza, aparece el maíz del tipo primitivo Nal-tel.
[3] Si bien en el área andina las dataciones de las primeras cerámicas son más antiguas (Puerto Hormiga, Valdivia), ya en el área mesoamericana se pueden ofrecer fechas cercanas al 2300 a.e.c. en la fase Purrón en Tehuacán, y para el Lago de Chalco en la cultura Zohapilco.

8 de junio de 2015

Aspectos socio-económicos de la Civilización Micénica

Gracias a las tablillas del reino de Pilos se conocen algunos detalles acerca de la economía y la sociedad que animaban los reinos micénicos. La agricultura y la ganadería eran las bases económicas, escasamente complementadas con una pequeña artesanía de producción cerámica de lujo y armas de metal. Entre los productos agrícolas destacaban los cereales, el aceite, las leguminosas y algunas plantas aromáticas, especialmente empleadas en los rituales. En la ganadería se destacaban toros, vacas, corderos, cerdos y caballos. La economía agraria y pecuaria de cada reino micénico se organizaba y centralizaba en el palacio. La actividad artesanal, por su parte, y también bajo la esfera palacial, tuvo cierta importancia militar (metalurgia). Se conocen algunos cargos específicos relacionados con la ganadería (e-ka-ra-eu, el castrador), y con la actividad artesanal, como el funcionario Qa-si-re-we o Basileus, encargado de distribuir las materias primas y las armas ya elaboradas.
Un hecho relevante es el conocimiento de la existencia de diferentes tipos de tierras. Mo-ra, es la propiedad de la nobleza militar, ajena al palacio; las Ko-to-na, de tamaño más reducido, se dividían en Ko-to-na Ke-ke-me-na, propiedad del damo o de personas particulares, y Ko-to-na Ki-ti-me-na, propiedad del rey, quien las explotaba mediante arriendo. Es probable que el monarca concediese estas tierras como pago o recompensa a sacerdotes y funcionarios para que las trabajasen personalmente; además hay que considerar las diversas tierras privadas. Finalmente, las O-na-ta, serían tierras de baja condición jurídica (tal vez de grupos sociales inferiores). El palacio  no controlaría, en cualquier caso, toda la tierra cultivable del reino, quedando al margen de las tierras de la nobleza rural y de la de algunos campesinos libres y de ciertas colectividades.
La fuerza de trabajo eran los esclavos, aunque no los únicos. Al igual que el Próximo Oriente, en el mundo micénico coexistieron diferentes tipos de trabajo, tanto libre como servil, y mediante servicios o corveas prestadas al Estado. Sin embargo, no estaríamos en presencia de una sociedad esclavista en el sentido grecorromano del término.
La sociedad micénica era una sociedad patriarcal y de naturaleza patrilineal. El rey o Wa-na-ka (el wanax homérico) era, como el Ensi mesopotámico y el faraón egipcio, una persona esencialmente sacra. Su función primordial era cultual, aunque también poseía funciones económicas y administrativas (nombramiento de funcionarios, supervisiones), pero no militares. Todo ello, naturalmente, en el seno del palacio. El Ra-wa-qe-ta, como el Wa-na-ka, poseía un Te-me-no, desempeñando funciones análogas a la del rey, aunque también sin función militar. Era el representante de la aristocracia militar frente a la monarquía. Su nombre derivaría, en consecuencia, de Ra-wo o nobleza guerrera). Era algo así como el instrumento de los nobles para controlar al rey. Estaríamos, por lo tanto, ante la presencia de dos grandes grupos sociales, de carácter dirigente: el funcionariado del palacio y el templo, y la nobleza rural.
Los altos funcionarios son los A-ko-so-ta, quienes controlaban las tierras laborables, y los We-da-ne-u, con funciones militares, culturales y económicas. Entre los demás funcionarios se encuentran los de cada provincia y los de cada distrito. Entre los primeros se debe nombrar el Du-ma, representante del poder central a escala provincial; el Po-ro-du-ma-te, quizá un funcionario religioso; y el Da-mo-ko-ro, con claras funciones económicas. Entre los segundos, se destaca el Ko-re-te y el Po-ro-ko-re-te, representantes del poder central, así como el A-ko-ro y el Wa-te-wa, quienes distinguen entre el Wa-tu (Asty) o ciudad, y el A-ko-ro (agrós) o campo. Existían otros varios funcionarios de menor importancia, como el caso de Ka-ra-wi-po-ro, la sacerdotisa, un cargo mixto administrativo-religioso.
Además, existían nobles independientes y grandes propietarios, que seguían al Ra-wa-qe-ta; nobles dependientes, que rodeaban al rey y vivían en las ciudadelas (Mo-ro-qa, poseedores de pequeñas tierras concedidas por el palacio a cambio del pago de un impuesto; E-qe-ta, oficiales y comandantes del O-ka, guarniciones costeras, con algunas funciones sacerdotales); y la baja nobleza, donde se ubicaban los Te-re-ta, a los que el palacio asignaba parcelas del tipo Ki-ti-me-na, y entre los que sobresalieron los Pa-da-we-u, artesanos y los Ke-ra-me-u, alfareros. Vendrían a ser algo así como los artesanos reales o jefes de las diversas manufacturas del palacio. Quizá fuesen, además, jefes de clanes.
El Da-mo, en realidad, no era una clase social, sino una entidad jurídica, que poseía una serie de tierras, tanto comunales, del tipo Ko-to-na Ke-ke-me-na, como privadas, estas últimas del tipo Ka-ma, divididas en O-na-ta. Eran, a ciencia cierta, de un santuario que las daba a particulares para su cultivo. Se trataba de grupos de campesinos libres que mantenían relaciones con la administración del distrito, a la que pagaban impuestos, y que, desde el punto de vista social, se oponían al Ra-wo.
Los esclavos, finalmente, eran de dos tipos: en primer lugar, los que pertenecían a las personas físicas reales o a personas jurídicas (Da-mo), pudiendo ser propiedad de un artesano o de otra persona de otro grupo social. Tomaban parte en los procesos productivos y laboraban al servicio personal de su amo; en segundo lugar, los que pertenecían a una divinidad. Estos eran privados, en oposición a los del primer grupo, públicos. En origen, puede ser que los esclavos derivasen de los prisioneros de guerra, un hecho muy habitual a lo largo de la antigüedad.

Prof. Dr. Julio López Saco
Escuela de Historia, UCV- Escuela de Letras, UCAB

1 de junio de 2015

Conformación y desarrollo del Estado egipcio (4000-3500 a.e.c.)


IMÁGENES: ARRIBA, ESCENA DE CAZA EN UNA VASIJA DE NAGADA II, HACIA 3500 A.E.C., MUSEO ARQUEOLÓGICO DE MADRID; ABAJO, UN VASO CON ANIMALES Y BOTE, TAMBIÉN DE NAGADA II.

En el milenio que discurre entre 4000 y 3000 a.e.c., un proceso de desarrollo del estado en el antiguo Egipto se pudo haber llevado a cabo en diversas etapas. En una primera estaríamos en presencia de pequeños núcleos de comunidades agrícolas en el Alto y Bajo Egipto. No habría especial competencia entre estas comunidades por las tierras de labor, sobre todo porque en principio una parte significativa del valle del Nilo estaría ligeramente poblada. En una segunda etapa, se habría producido un aumento de la densidad de población y la formación, a la par, de pequeñas entidades sociopolíticas, similares a eso que la etnografía denomina “jefaturas”. Serían sociedades regionalmente organizadas con una centralizada jerarquía de toma de decisiones que coordinaría las actividades de diversas comunidades. Algunas de tales “jefaturas” estarían fundamentadas en la herencia o en la desigualdad institucionalizada. Las diferencias en el poder serían correlativas al acceso preferencial a la riqueza y el prestigio. En tal sentido, los jefes y sus clanes familiares reivindicarían las mejores tierras para el cultivo y los mejores lugares para pescar. En el momento en que dichas comunidades se expandieron e intensificaron sus interrelaciones, llegaron a ser una suerte de “reinos”. Un acceso diferente a la riqueza, el poder y el prestigio llegará a ser institucionalizado en la ideología y en la práctica dinástica. Tal sistema comenzaría a formarse en torno a 3500 a.e.c. en el Alto Egipto, en Nagada, Hieracómpolis y Abidos, mientras que en la misma época, en el Bajo Egipto, Buto y Maadi, serían comunidades florecientes en las actividades agrarias y mercantiles, pero en las que no habría habido (o al menos no hay todavía evidencia suficiente), una organización compleja en términos de acceso hereditario a la riqueza y el poder.
Una tercera etapa, hacia 3200 a.e.c., sería de intensa competencia, quizá a través de guerras sostenidas, entre diversas ciudades mayores, que culminaría en la aparición de “protoreinos”, muy probablemente centrados en Nagada, Abidos e Hieracómpolis. Serían ciudades con varios miles de habitantes, la mayoría de los cuales serían agricultores, aunque con un porcentaje de artesanos especializados que fabrican cerámica, botes, cerveza, herramientas de piedra, y de administradores y sacerdotes a tiempo completo. Los “protoreinos” incluirían cierta arquitectura monumental, sobre todos tumbas. Los enteramientos del Alto Egipto, de hecho, sugieren grandes diferencias de rango, poder y riqueza, probablemente basadas en la desigualdad hereditaria. Hacia 3100 a.e.c., el Estado egipcio estaría centralizado ya en la ciudad de Menfis.
Ahora bien, las evidencias no siempre son tan claras en relación a las etapas que se han planteado. No todas las jefaturas llegan a ser “estados”. El medio ambiente natural y las conexiones culturales con zonas foráneas, debieron haber creado diversas oportunidades y maneras de formación cultural y cambio. El sur parece haber incorporado al norte, en efecto. La cerámica y los estilos arquitectónicos del Alto Egipto reemplazaron los estilos del Bajo Egipto desde 3200 a.e.c. De hecho, durante la primera Dinastía, los reyes egipcios se enteraban en el sur, en Abidos, tiempo después de que el centro económico y político del estado se hubiese ubicado en el norte (Menfis). Además, los signos y símbolos de lo que llegará a ser el sistema de escritura egipcia estaba en uso en el Alto Egipto en el período Predinástico, y no en el Bajo. Sin embargo, el reemplazamiento de los estilos del Bajo Egipto parece ser gradual en muchos sitios, aunque abrupto en otros.
Por otra parte, no hay evidencias de que el crecimiento de población haya forzado, de algún modo, el origen de las instituciones del estado. El crecimiento demográfico parece ser más un resultado que una causa de la evolución de la complejidad cultural. No se puede dejar de lado, también, la relevancia de las culturas foráneas en la evolución cultural de Egipto, sobre todo aquellas del Mediterráneo y del suroeste de Asia. Hay clara evidencia de que en el Geerzense o Nagada II (3500-3200 a.e.c.), algunos artefactos y estilos arquitectónicos son, en origen, iranios, mesopotámicos y sirio-palestinos. Algunos vasos cerámicos y de metal de los talleres reales se han encontrado, así mismo, en el Neguev y en el sur de la región Sirio-Palestina.
Lo que sí está más claro es que los fundamentos ideológicos del Estado egipcio, ya en la etapa dinástica, serán la imposición del orden (a través de la conquista de enemigos extranjeros, o propiciando la armonía entre las clases sociales), y el uso de la arquitectura, como marco simbólico y efectivo, del establecimiento del poder político, que emana de un rey divino, sobre todos los súbditos. Los fundamentos ideológicos del estado egipcio suponen, además, valorar como esencial el rol del gobernante en asegurar la continuidad cultural entre el pasado y el presente, mantener la unidad, a pesar de las subdivisiones políticas y geográficas, y garantizar la estabilidad y la seguridad a través de un gobierno pío y sabio.

Prof. Dr. Julio López Saco
Doctorado en Historia, UCV