15 de diciembre de 2021

El mito en la figuración del bárbaro y la identidad griega

Placa de mármol en el que combaten Amazonas contra guerreros desnudos. Frontal de un sarcófago ático (siglos II-III). Museo de Brescia.

Será principalmente en la tragedia ática, a lo largo del siglo V a.e.c., el lugar donde se acabe estructurando una figura del bárbaro. En ella se articulará un discurso de alteridad. Los mitos, no obstante, no contaban con suficiente número de personajes bárbaros para enfatizar esa mirada sobre el otro que empezaba a imperar. En consecuencia, se inventarían nuevas personalidades. Es el caso concreto del Polimestor tracio en la Hécuba de Eurípides o el rey Thoas del Tauro en su obra Ifigenia en Tauris. Al tiempo, también se barbarizaron héroes griegos, como el héroe eleusino Eumolpo, transformado por Eurípides en su Erecteo en un agresivo tracio, o Tereo, originalmente un héroe cultual de Megara, que se convierte en un salvaje soberano de Tracia en la obra de Sófocles que lleva por título su nombre.

Se ha pensado que el propio Eurípides pudo ser el responsable de la conversión de Medea, figura cultual corintia tal vez vinculada con el Agamedes de Ilíada, en una malvada hechicera de la Cólquide. En todos ellos perviven atributos característicamente bárbaros, así deilia o cobardía, adikia (injusticia) o amathia (tontería).

Esta suerte de contravalores se contraponen a los valores propios griegos; es decir, andreia o coraje; dikaiosyne, justicia o la consabida sabiduría (sophia). Los esquemas iconográficos al respecto son elocuentes; las batallas entre centauros y lapitas, troyanos y griego o helenos y amazonas son representativos, como también monumentos atenienses de la quinta centuria antes de la Era como el Theseion o el mismísimo Partenón. En estos casos no son los héroes del mito, sino los persas, quienes desempeñan un barbárico rol, en tanto que se les considera decadentes, como los troyanos, afeminados, a la par de las amazonas, o directamente brutos, emulando a los centauros.

El carácter agregado generado por las relaciones genealógicas puede explicar cómo los persas mantuvieron que su padre fundador epónimo, Perses, había sido en realidad el hijo del héroe argivo Perseo. Recordemos que Esquilo, en Persas, asocia el epíteto “nacido del oro” a los persas, una referencia, se entiende, al hecho de que Dánae había concebido a Perseo tras ser embarazada por Zeus en forma de lluvia dorada.  

La aparición de este anti tipo serviría para definir la identidad helénica, aunque la misma fue cambiando con el paso del tiempo. En la etapa arcaica la autodefinición griega era de agregación, evocando las similitudes y analogías con poblaciones foráneas por medio del establecimiento de míticas relaciones de parentesco en el seno de la genealogía helénica; en el período clásico la “helenicidad” ya se definía por oposición, por mediación de la comparación diferencial  con los bárbaros; esto es, las diferencias que se percibían eran el fundamento para construir, muy elaboradamente, una identidad específicamente helénica, siempre bajo el sustento del mito.

Un determinado lenguaje, costumbres, temperamentos y caracteres, serán los referentes de los bárbaros. En tal sentido,  funcionaría igual para los griegos, constituyendo el criterio de la identidad helena. El criterio cultural, por tanto, reemplaza al étnico. La “helenicidad” será una lengua, la sangre, costumbres, lugares de culto y sacrificios comunes. Las grandes celebraciones y certámenes religiosos fomentarían la idea de helenismo y, por consiguiente, de la existencia de una religión, lengua, valores y costumbres comunes. En los Juegos Olímpicos las pruebas eran individuales, lo que implicaba el mantenimiento del antiguo ideal del héroe singular que buscaba ser reconocido el mejor gracias a la victoria alcanzada sobre un adversario de extrema valía. Así pues, la fuerza, destreza, velocidad y aguante siguieron siendo las cualidades primordiales, las mismas a las que aspiraban los míticos héroes guerreros homéricos.

Prof. Dr. Julio López Saco

UM-AEEAO-UFM, diciembre, 2021.


8 de diciembre de 2021

Hibridismo zoomorfo en la mitología: las Nereidas y sus monturas



Referencia de las imágenes en el texto

Las Nereidas[1], habitantes de la geografía liminal marina, cabalgan sobre diferentes criaturas marinas de las profundidades, sobre calamares, hipocampos, tritones, peces, delfines y monstruos marinos, todas ellas asociadas a Escila o a los ketoi, no a personajes híbridos masculinos.

Dos de sus monturas principales son los hipocampos y ketea, ambas estrechamente relacionadas. El hipocampo, monstruo híbrido, mezcla la parte posterior de una sierpe marina y la anterior de un équido, en tanto que el ketos, monstruo criado por Anfítrite es, sobre todo en las representaciones de los siglos V y IV a.e.c., una serpiente marina de cuerpo ondulado que finaliza en una cresta, con cabeza de dragón que muestra un hocico prominente y unas orejas puntiagudas. En ocasiones, no obstante, puede tener la forma de un gran pez de dientes afilados, o poseer alas.

Son seres fantásticos oponentes de héroes como Perseo, sobre todo el ketos, criatura que es enviada desde el temible abismo marino para llevar a sus víctimas al Hades. Las Nereidas son las únicas capaces de guiar estas criaturas y de ser transportadas por ellas, pues las controlan con su simple presencia y su voluntad.

La montura más frecuente de las Nereidas es el delfín, que simboliza la alegre serenidad marina. El delfín es un  miembro del cortejo de Afrodita y suele ser la montura principal, asimismo, del Eros epidelphinios. Muchas otras veces, se ven a las diosas cabalgar sepias, calamares o gigantescos peces.

La presencia del cortejo de las Nereidas posee un destacado valor simbólico. Son personajes divinos que expresan la capacidad fecundadora de los mares, garantizando una existencia nueva y diferente más allá de la muerte por medio de ciertos rituales. En consecuencia, ofrecen un tránsito por un espacio sacro: el mar, símbolo de devenir, movimiento, paso, transformación, travesía, propiciando ruptura y disolución en la totalidad.

Las Nereidas fueron vehículo funerario de Aquiles, así como las asistentes en el tránsito del héroe hacia otra gloriosa existencia. Fueron, además, las primeras, a lomos de delfines, en entonar el lamento fúnebre en honor a Patroclo en Troya en el momento en que Tetis les pidió su plañido. A la muerte de Aquiles regresaron difundiendo un sonoro y sobrenatural llanto por el mar. No sólo cantaron el treno fúnebre, sino que fueron las encargadas de conducirle, al igual que a otros héroes, por medio del proceloso mar hasta Leuke, la isla blanca, definible como la Isla de los Bienaventurados.

En la pintura vascular suritálica se introdujeron gran variedad de criaturas marinas en el cortejo de las Nereidas que portaban las armas para el héroe. El motivo, de contexto funerario, se representó como ajuar fúnebre, como es patente en un naiskos de Tarento o en varios apliques de terracota tarentinos hallados en sarcófagos. En cualquier caso, el cortejo de las Nereidas adquirió un contenido iniciático, evidenciado en la Italia meridional.

Las Nereidas también acompañan un peculiar tránsito estrechamente ligado a la muerte. Se trata de los esponsales. En tales ocasiones, actúan como ayudantes y sirven como cortejo en el paso la novia de doncella a mujer. Incluso se las pueden observar como cortejo de Andrómeda, quien, expuesta al terrible monstruo, se enfrenta a su matrimonio con el mismísimo Hades. La liberación de Andrómeda implica su paso de doncella a mujer, el renacer a un nuevo estado y, por consiguiente, el metafórico paso de la vida a la muerte.

Un notable ejemplo iconográfico con presencia de Nereidas lo conforma un dinos apulio que actualmente se encuentra en el Museo Arqueológico de Madrid. En esta pieza las Nereidas asisten al rapto de Tetis. En el centro, Eros porta unas cintas y un xilófono, mientras Peleo toma a la deidad por su cintura, quien solicita ayuda a sus hermanas. Un ketos (en realidad Tetis en una metamorfosis agonal) se enrosca en las piernas del héroe, y una Nereida se encuentra al lado se su montura, un hipocampo. En el resto de la escena se observan nadando delfines, peces y otros monstruos. Otra Nereida esté en pie sobre un par de delfines, a los que mediante unas riendas va guiando, mientras que otra, sosteniendo una bola de lana y un tímpano, es transportada sobre un gran calamar. El cortejo nupcial, la boda misma, se anuncia con los regalos que lleva Eros, la Nereida del calamar y hasta una paloma.

Tetis es en este contexto el símbolo de la mujer de naturaleza indómita y agreste, sometida por Peleo tras el rapto por mediación del matrimonio. Así pues, tránsito y metamorfosis en un paisaje metafórico de ricas valencias.

Prof. Dr. Julio López Saco

UM-FEIAP-UFM, diciembre, 2021.



[1] En número de cincuenta, estas ninfas son las hijas de Nereo, un dios marino hijo de Ponto y Gea. Se les adoraba en santuarios ubicados en las regiones costeras. La Ilíada y Hesíodo, además de Apolodoro o Higino, son algunas de las obras y autores que han transmitido sus denominaciones, unas pocas coincidentes con las Oceánides.

 

2 de diciembre de 2021

El “celtismo” como mito cultural. Un referente de idealización e identidad



Imágenes, de arriba hacia abajo: mapa de la Europa céltica con los movimientos poblaciones; mapa con la distribución de poblaciones celtas, mostrando espacios con una presencia de mayor o menor intensidad de lenguas y de cultura material y; otro mapa en el que figura la distribución europea, y anatólica, de lenguas celtas.

El mundo celta de la antigüedad se convertirá en una especie de referente identitario y cultural, sobrepasando el celtismo como aspecto histórico para llegar a configurar y consolidar un celtismo como fenómeno cultural contemporáneo que parte de ese contexto histórico. Los fundamentos de tal celtismo contemporáneo serán una búsqueda de arraigo, trascendencia y mitificados ancestros y, por lo tanto, de unas lejanas y remotas raíces que, además, sirvan de réplica al nihilismo materialista de la modernidad. Esta especie de esencialismo posee en sí mismo un evidente riesgo: el del egocentrismo autorreferencial que puede derivar en secesionismo.

Un específico universo protohistórico será el elemento de sugestión principal. Se trataría de un sustrato formado por unas culturas de la Edad del Hierro que habría pervivido en amplias áreas europeas, que se enfrentaría a Roma y se engarzaría con la cristiandad medieval en la etapa de las invasiones vikingas o del emperador Carlomagno. Adquirirá un carácter de estado previo a la antigüedad y de estadio superior a la prehistoria, poseyendo un aura legendaria o mítica. Ese carácter de esencias puras, primordiales y ancestrales, provocará una fascinación adictiva en muchos estudiosos del tema y en no pocos aficionados. La Edad del Hierro será concebida, de tal manera, como la depositaria de un sentido y una pureza que se consideraban perdidas y que, en consecuencia, habría que recuperar. Tal carga mítica y épica es el caldo de cultivo adecuado para una idealización de profundo calado.

Se habrá despertado, en consecuencia, una evocadora nostalgia por las esencias puras perdidas desde una perspectiva idealizada y romántica, aunada a la frustrante decepción que provoca el aburguesamiento moderno. Semejante esencialismo es reconocible en movimientos neoespirituales e identitarios, entendidos como necesarios procesos de regeneración espiritual y cultural. En fin, una esencia tradicional que debe rescatarse.

El mundo céltico se ubicará en la Grecia primigenia, dórica y aquea, en las pervivencias germánicas y célticas, así como en una épica heroica y guerrera medieval, que recordaba el mundo espiritual de la Edad del Hierro. Con ello se sientan las bases de la fascinación que despierta la celticidad. Homero y su épica, Esparta, los indomables vikingos, despiertan el anhelo de tradición, de identidad y espíritu en el proceso de este celtismo que busca raíces y tradición de sustento.

Este redescubrimiento de la identidad y las raíces de Occidente se ha venido expresando en las sociedades druídicas, en un nacionalismo irlandés pancéltico, en el germanismo teosófico y místico, en la música celta (o en el rock denominado metal pagano), el wotanismo racista, o el neopaganismo inmanentista e intelectual. Como no podía ser de otro modo, en semejante capacidad evocadora de la Edad del Hierro pocas veces se hallará conocimiento histórico, y sí muchas obras interesadas y manifiestamente falsarias.

La historia del celtismo va de la mano de la historia de la investigación del ámbito celta, una investigación que inicia en el Renacimiento a partir de la relectura reinterpretativa de las fuentes griegas y romanas. De esta época es al primer estereotipo de eso que se conoce como celta. En los siglos XVIII y XIX, tanto la lingüística como la arqueología facilitarán la primera elaboración de la identidad de lo céltico en el ámbito propio de la indagación histórica. Esta primaria visión identificará un cierto registro arqueológico, una determinada lengua (el céltico “P”) y una concreta cultura material (cultura lateniense). Se trata de un monolítico y unilateral concepto de lo celta y la celticidad que estuvo vigente has fines del siglo pasado pero que hoy ha sido ya totalmente desmontado.

Los primeros estudios sobre el mundo celta surgen de las fuentes clásicas, de informaciones etnográficas de autores de los siglos II y I a.e.c., sobre todo de parte de César, Diodoro y Estrabón, que toman referencias de Posidonio. El empleo de estas fuentes propició la falsa impresión de que sus datos servían para cualquier tiempo y espacio célticos, propiciando un mundo celta homogéneo y completamente uniforme.  Con la lingüística, además, celta será sinónimo directo de pueblo de habla céltica.

Las referencias de los clásicos, sobre todo aquellas sobre los druidas o sabios sacerdotes, encauzaron la primera fascinación por lo “céltico”, de forma que en el siglo XVIII apareció una primigenia celtomanía que atribuía a estos personajes la elevación de los monumentos megalíticos prehistóricos, una romántica y errónea atribución por supuesto, De aquí se entienden las primeras peregrinaciones a tales monumentos, considerados centros druídicos de saber y religiosidad célticas, lo cual afianza un arcaico neoceltismo. Además, por si fuera insuficiente, megalitos y druidas se unen en el siglo XVIII al ciclo poético de Ossian gracias a James Mcpherson.

La íntima asociación de druidas, celtas, bardos, guerreros y estructuras megalíticas configuraron la primera imagen popular de lo celta, una evidente visión literaria y romántica, más que propiamente histórica, de la realidad de lo que se entiende por céltico.

Desde una perspectiva arqueológica, los yacimientos de Hallstatt y La Téne serán un punto de inflexión en los estudios sobre los celtas. Así, en el último tercio del siglo XIX se acuña la expresión Late celtic atribuyéndose el material de la Edad del Hierro tardío o Segunda Edad del Hierro (sobre todo fíbulas y armas), a los celtas históricos. Tales vestigios se atribuyen a los invasores celtas que penetraron en la península itálica en el siglo IV a.e.c., de tal manera que desde ese momento los celtas históricos ya empezaron a tener una cara arqueológica precisada, en la que el binomio cultura lateniense y celtas, se impuso con solidez. Esta concepción se mantendrá hasta los años ochenta del pasado siglo XX.

El vínculo cultura lateniense y celtas se completa con los conceptos filológicos decimonónicos, lo que propiciará el establecimiento de una cuna original de lo céltico en Centroeuropa, dando lugar, a la par, a un proceso de configuración del mundo celta, que hunde sus raíces en las fuentes clásicas pero también en la mitología irlandesa. Únicamente a partir de los años ochenta del siglo XX en adelante se abrirán críticas a estas concepciones, iniciándose con ello una nueva etapa de la historiografía de la identidad celta.

Desde las investigaciones de ciertos prehistoriadores británicos se deshace la homogénea uniformidad, de talante romántico, de la celticidad, entendida hasta entonces como la predecesora inmediata de aquello que se significa como europeo. En consecuencia, se deshecha la idea de una única etnia céltica. En tal sentido, cobrará fuerza la idea de la formación de diferentes tipos de celticidad que emergerán de una continuada progresión de elementos célticos e indoeuropeos (proto célticos).

Los celtas serán, entonces, el resultado de una dinámica (cultural, poblacional, social) que se precisarán en lo “celta”, solidificación que acontece por medio de comunidades continuadoras de lo anterior: un común y arcaico sustrato cultural indoeuropeo que suele denominarse como proto celta. De esta forma, subsistirían varias provincias en una suerte de céltica europea, la gala, la centroeuropea, la hispánica, la gálata y la británica, cada una de ellas con sus propias y diversas peculiaridades.

Incluso en este nivel de estudio e investigación sobre el mundo celta, no se podrá evitar el surgimiento del empleo de caudillos célticos como elementos de reivindicación nacional, como serán los casos de Arminio en Alemania, Vercingetorix en Francia, Bodica o Boadicea en el Reino Unido y Viriato o Sertorio (además de localidades con fuertes mitificaciones como Sagunto o Numancia), en España.

No se debe olvidar que Irlanda en particular ha desempeñado un rol crucial en la creación de lo celta. Así la imaginería de las leyendas irlandesas se convertirá en una especie de estética banal (y en un estereotipo de máxima celticidad) en la que prados verdes, remotos lugares con brumas, ancianos druidas barbados y valerosos guerreros festejan siguiendo arcaicos ritmos de músicas celtas de nuestra época actual. El estereotipo ha sido, además, muy adulterado por grabaciones musicales, libros o páginas web (que hablan de naturismo celta, poder feminista de las diosas, horóscopo o magia de runas celtas) insertas en el neo celtismo o moda celta. La idealización romántica y el nacionalismo han dado paso a una neo espiritualidad un tanto chocante. Se trata de un fenómeno muy expandido en nuestras sociedades secularizadas y desenraizadas.

No obstante, también hay que remarcar que cierta literatura que surgió de la idealización romántica o se inspiró en el mundo celta, ha sido capital en el reencuentro con las tradiciones más antiguas, haciendo hincapié en que el pasado ancestral de Europa puede ser una acertada y, a veces no necesariamente morbosa o falsaria, fuente de inspiración artística, como bien puede ser, por ejemplo, la literatura de  J.R.R. Tolkien. Así pues, el celtismo, en ocasiones, es capaz de resultar inspirador y enriquecedor.

En cualquier caso, la etnoarqueología y el folclore pueden ser instrumentos muy adecuados para conocer las sociedades célticas, partiendo del principio o premisa fundamental de que en el mundo tradicional ancestral hay elementos que sugieren probables creencias de la antigua Edad del Hierro. En el fondo, por lo tanto, se manifiesta la idea de una suerte de continuidad desde la prehistoria hasta los procesos históricos subsiguientes, de manera que el mundo céltico nos remitiría a cosmovisiones e instituciones ancestrales de origen indoeuropeo. Todo un mundo cultural, en fin, que ha logrado pervivir oculto en el amplio ambiente del folclore; esto es, en  romances, tradiciones, fiestas, leyendas o en entidades del mundo mágico de bosques o de las aguas. 

Prof. Dr. Julio López Saco

UM-FEIAP-UFM, diciembre, 2021.