La
primera de las grandes oleadas invasoras sería la protagonizada, esencialmente,
por poblaciones germánicas de los
llamados ósticos (orientales) godos, vándalos, burgundios, aunque con frecuencia se les unirían en su
migración fracciones más o menos numerosas de nómadas sarmáticos o iranios (sobre
todo alanos) de las regiones llanas del sur de Rusia y del Danubio
centro-oriental. Esta primera oleada se caracterizó por la notable amplitud de
los movimientos migratorios, desde las orillas del mar Negro hasta la península
Ibérica y el norte de África, así como por haber dado lugar a la aparición de
los que serían los primeros reinos bárbaros en el solar imperial.
La
primera gran oleada se centra alrededor de dos grandes hitos militares; por un
lado, la batalla de Adrianópolis, en
378, y por el otro en el traspaso del Rin en 406. Ambas fueron protagonizadas en
lo esencial por los germanos orientales, visigodos, ostrogodos, burgundios y
vándalos, además de diversos grupos occidentales agrupados bajo la denominación
de suevos, y los iranios alanos arriba mencionados.
Tras
una dura y dilatada emigración desde territorios ribereños del mar Báltico, los
pueblos góticos se encontraban, hacia 230, asentados al norte del mar Negro. Al
margen de los elementos populares agregados durante su migración, en su nueva
sede asumieron significativos contingentes de nómadas iranios, esto es, de
sármatas, adoptando de los mismos algunas de sus tradiciones, en especial los
godos ubicados más al este, llamados greutungos. Éstos habían constituido un
reino parcialmente centralizado y extenso, mientras que en las regiones
boscosas más occidentales moraban los godos tervingios, que contaban con una menor
centralización política.
A
lo largo del siglo IV ambos grupos, en particular los tervingios, sufrieron la
influencia de Roma, penetrando el cristianismo en su famosa variante arriana.
Este último aspecto les confirió una mayor conciencia étnica, gracias además a
la creación por parte del obispo misionero Ulfila de un alfabeto con el que
traducir la Biblia al gótico. Tal situación se desmoronó cuando el Reino de los
greutungos, dominado por el linaje de los Amalos, fue derrotado en 375 por unos
nómadas llegados a las estepas pónticas, los célebres jinetes hunos. Tras la
derrota y muerte trágica del rey godo Ermanerico, el pánico se apoderó de ambos
grupos godos. Mientras una porción muy relevante, compuesta básicamente de
tervingios, pidió y obtuvo del Imperio asilo en la región de Tracia, otros se
asentaron en la región de los Cárpatos y en Moldavia, bajo el protectorado
huno. Sería entonces en ese momento cuando ambos grupos góticos iniciasen un
nuevo proceso de etnogénesis que llevaría al grueso de los tervingios a
transfigurarse en los históricos visigodos, mientras que el sector principal de
los greutungos, bajo predominio huno, a convertirse en los ostrogodos.
No
mucho tiempo después de su entrada a cargo del Imperio, el emperador Valente (364-378)
intentó aniquilar a los grupos godos, en virtud de la suposición del peligro
que podrían representar para la vecina Constantinopla la continua rebelión de algunos
godos. Sin embargo, en esta intentona resultó derrotado y muerto en la batalla
de Adrianópolis, en agosto de 378, donde se perdió una parte significativa del
ejército de maniobras romano-oriental. El nuevo emperador oriental Teodosio el
Grande (379-395) consiguió apaciguarlos, beneficiándose de paso de los conflictos
internos entre diversos nobles y linajes godos, establecerlos en la provincia
de Mesia y utilizarlos, finalmente, como tropas federadas para la
reconstrucción del deteriorado ejército imperial.
La
muerte del emperador Teodosio, que siempre disfrutó de prestigio y renombre entre
los jefes godos, así como las desavenencias entre el gobierno de Constantinopla
y el de Roma, este último dirigido por Estilicón, serían empleadas por el Balto
Alarico para configurar una suerte de
monarquía militar visigoda alrededor de su persona. A partir de entonces,
Alarico y sus godos comenzaron una ambigua política que combinaba con cierta
sagacidad los saqueos en las provincias romanas con ofrecimientos de sus
servicios como tropas federadas a cambio, eso sí, de subsidios alimenticios,
con el objetivo final de conseguir un alto cargo militar imperial para el rey
godo y un territorio en donde poder asentar a su pueblo en condiciones de una
cierta autonomía.
Esta
fue una política seguida inicialmente con el gobierno de Constantinopla y
posteriormente, desde 401, con el de Ravena. Alarico presionaría fuertemente al
gobierno de Ravena, jugando (aunque también a la vez sería utilizado), con la
oposición entre Estilicón y otros círculos cortesanos romanos. Después de la
caída y asesinato de Estilicón en 408, Alarico
no tuvo más remedio que abocarse a una política más agresiva, que culminaría con
el golpe de efecto que supuso el famoso saco de Roma en 410. Desaparecido poco
tiempo después Alarico, su política sería seguida por su sucesor Ataúlfo (410-415).
Tras el fracaso de Ataúlfo al respecto de su deseo de entroncar con la familia
imperial a través de su matrimonio con la princesa Gala Placidia, así como de consolidar
una posición fuerte en el sur de las Galia, los visigodos serían finalmente estabilizados
en función del pacto de alianza (foedus)
firmado entre el rey godo Valia (415-418) y el general romano Constancio, el nuevo
hombre fuerte del gobierno romano occidental, en 416[1].
En
virtud de este pacto los visigodos se comprometían a servir como tropas federadas
al Imperio occidental. A cambio, en lugar de obtener los ya tradicionales
subsidios alimenticios el Imperio permitía a los godos su total asentamiento en la Aquitania, entregándoles a tal efecto un conjunto de
terrenos que serían repartidos entre los distintos agrupamientos nobiliarios
godos y el del rey con sus séquitos. El soberano godo recibía, además, tan amplias
atribuciones que de hecho supondrían el establecimiento de un embrión de Estado
visigodo en pleno territorio imperial, con una corte y un núcleo administrativo
central siguiendo el ejemplo imperial, en la ciudad francesa de Tolosa.
La
prematura muerte de Constancio, en 421, así como la de Honorio dos años
después, trajo consigo la elección como emperador de un todavía infante
Valentiniano III (425-454), hijo de Constancio y Gala Placidia. A partir de
este instante, el gobierno de Occidente se convertiría en presa más o menos
fácil de ambiciones e intrigas. En tal situación, y aprovechándose de las diferentes
disputas, los visigodos de Tolosa, al mando del rey Teodorico I (418-451)
tratarían de extender su dominio territorial hacia la estratégica región de Provenza.
Por
su parte, el nuevo monarca vándalo Genserico (428-477) optaba en 429 por
evacuar definitivamente la península Ibérica y pasar con todo su pueblo, al
norte de África, trasvase que implicaba una real amenaza sobre una región vital
para el aprovisionamiento de grano y de aceite de Italia y la mismísima Roma.
La recuperación imperial únicamente se produciría a partir de 432. En la
península Ibérica el dominio imperial se concentró especialmente en las
regiones mediterráneas, confiando tal vez en demasía en la lealtad de tropas
federadas visigodas, un factor que permitió la consolidación sueva en sus bases
territoriales galaicas y del norte de Portugal, amén del inicio de una serie de
acciones de pillaje en la Bética y Lusitania por su parte.
Los
reyes visigodos, concretamente Teodorico II (453-466) y su sucesor Eurico (466-484)
lograron extender su efectiva área de control a la Provenza y hasta el Loira en
la Galia, en tanto que en la península Ibérica lograrían conformar, desde 456,
un eje estratégico de poder que comprendía Barcelona, Toledo Mérida y Sevilla,
así como la submeseta norte. Este efectivo control obligaba a la monarquía
sueva a reconocer su superioridad, impidiéndole la expansión hacia el este y el
sur peninsular.
Prof. Dr. Julio López Saco
UCV-UCAB. FEIAP-UM. Noviembre, 2018.
[1] Como consecuencia del foedus de 416, el gobierno imperial se
propuso seguidamente restablecer la situación creada en las provincias
hispánicas, usando para ello la fuerza militar aliada de los visigodos de
Valia. A lo largo de los dos años siguientes, Valia conseguiría destruir las
monarquías militares de los alanos y los vándalos silingos, cuyos restos de
población acudirían a engrosar las filas de sus hermanos vándalos hasdingos.
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