Imágenes:
arriba, guerrero en bronce con probable lanza en su mano. Siglo VIII a.e.c. Staatliche Antikensammlungen, Múnich;
abajo detalle que ilustra una sección del Libro XXIV de la Ilíada. Traslado del cadáver de Héctor en un relieve de sarcófago
romano, datado entre 180 y 200.
Al
margen de la función de jefe político-militar, el basileús desempeñaba un rol religioso y judicial en el seno de la
comunidad. Su obligación religiosa primordial consistía en presidir, en calidad
de portavoz de la comunidad, los sacrificios públicos que eran ofrecidos a las
divinidades. No tenía la función de sacerdote de las deidades, con
independencia de que Zeus, a decir de
Homero, protegiese la autoridad del cargo de basileús.
La
ley era la costumbre, el fondo tradicional de la comunidad respecto a lo que
estaba bien o mal en ciertas situaciones. Esta suerte de leyes consuetudinarias
estaban asociadas a la búsqueda de soluciones a las diferencias entre
particulares. En delitos de suma importancia, como el adulterio o el asesinato,
se procuraba llegar a acuerdos privados. Solamente en caso de que esto no fuese
posible se recurría al tribunal. Así pues, tres eran los órganos de gobierno,
asamblea, consejo y el tribunal.
De
las relaciones diplomáticas se encargaban los propios caudillos o, en su
defecto, un delegado leal. Estas relaciones implicaban la hospitalidad (xenía), relación de reciprocidad en
función de la cual los xénoi estaban
obligados a ofrecerse protección mutua, ayuda y alojamiento, en el momento en
que uno se trasladara al demos del
otro. Tal relación se transmitía, heredándose, de generación en generación
entre las familias de xénoi. La
hospitalidad comportaba habitualmente la celebración de un banquete acompañado de
música. Al finalizar la embajada o la visita, el anfitrión entregaba a su
huésped un regalo de despedida, como podía ser una copa, un ropaje o una
espada. Dicho regalo era el factor material del vínculo de amistad íntima y estrecha
que los unía. Su entrega pretendía garantizar que cuando el huésped visitara el
dëmos de su amigo, recibiera a cambio
la análoga hospitalidad, protección así como un presente de semejante valía.
El
código de conducta de los hombres homéricos giraba en torno a la guerra. Agathós aplicado a los hombres homéricos,
implicaba cualidades de valentía y destreza en la guerra así como en el ejercicio atlético. Su contrario, kakós, significaba cobardía, falta de destreza y hasta inutilidad
en el campo de batalla. Los jefes tienen que ser valerosos y elocuentes, hablar
en público y aconsejar debidamente.
Del
mismo modo era absolutamente deseable que el buen varón mantuviese sus promesas
y juramentos, honrase a los dioses y fuera leal con amigos y compañeros de armas.
Debía ser hospitalario, demostrar dominio de sí mismo, además de respetar a mujeres
y ancianos. Una cualidad ineludible es que fuese misericordioso con los vagabundos
o con los suplicantes foráneos. Demostrar compasión con el guerrero capturado y
no deshonrar el cadáver del enemigo fallecido constituía un comportamiento honorable.
Se
trata, en definitiva, de una sociedad de guerreros, obligada a imbuir a sus
combatientes el gusto salvaje por la crueldad y el placer de aniquilar al
enemigo.[1] Un
aspecto capital del éthos del varón
griego era la presencia de un espíritu de victoriosa competitividad. De ahí que
estemos ante una sociedad agonística. La meta de tal competitividad y de emular
es obtener timé (respeto y honra). Timé es reconocimiento público de la
valía propia así como de los actos llevados a cabo. El principal objeto del
afán del caudillo de adquirir importantes cantidades de animales y objetos preciosos
era, fundamentalmente, acrecentar su gloria y fama. No ser honrado, o ser
deshonrado, constituía una ofensa insufrible, como acontece en Ilíada cuando Agamenón deshonra profundamente
a Aquiles arrebatándole a Briseida, su esclava personal.
Tal
ética de competición inducía a los hombres a realizar portentosas hazañas, lo
cual contribuía a mantener la posición de caudillo. En cualquier caso, un
problema asociado con este aspecto es
que el honor personal y familiar, amén de la obsesión por vengar la deshonra, provocaban
con frecuencia inestabilidad política.
La
unidad social esencial en estos tiempos era el oíkos, la casa, que incluye la morada estructurada, pero también la
tierra, el ganado, los miembros familiares y toda propiedad y bienes, hasta los esclavos que
hubiere. Estaba al mando de un basileús.
El caudillo, en ocasiones, buscaba reforzar su oíkos reclutando hombres de los que no era pariente con la
finalidad de hacerles subalternos para servir a la familia en diferentes tareas
en tiempos de paz, a la vez que como combatientes en períodos de guerra. Incluso
algunos se convertían en miembros adoptivos de la familia.
Los
hijos varones de los basileís se
dedicaban a cuidar los rebaños, signo de la riqueza fundamental de la familia, aunque
al tiempo laboraban en el campo y en diversos
quehaceres de la casa. En tal sentido, recuérdese que Odiseo fabrica el lecho
conyugal en el que dormía con Penélope. Las esposas e hijas de los basileís trabajaban con las esclavas, en
labores como el hilado y en los telares, que eran las actividades domésticas de
mayor relevancia, aunque también podían acarrear el agua necesaria para la
casa.
Un
caudillo de época de Homero podía recibir porciones de tierras de labranza (témenos), concedidas por la población como
reconocimiento por sus servicios a la comunidad. No obstante, la riqueza pecuniaria
era la riqueza de prestigio, en virtud de que eran prueba inequívoca de las hazañas
como guerrero. Los caudillos mataban muchos animales con la intención de reclutar
guerreros para llevar a cabo incursiones de saqueo, con el paradójico objetivo de
adquirir otros animales a lo que sacrificar. En consecuencia, el método no era
económicamente productivo pero el fin, propio de sociedades arcaicas centradas
en la jerarquía, de adquirir la riqueza no era su atesoramiento, sino trocarla
por reputación e influencias positivas.
A
partir de mediado el siglo VIII a.e.c. empieza a implantarse ya una economía
agraria, controlada por una aristocracia de grandes terratenientes. Este
proceso se produjo a partir de las tierras de pasto de las familias de los
caudillos, que acabaron siendo los mejores terrenos para cultivar cereal. Así,
conforme los campos de cultivo se hicieron más deseables, los caudillos y demás
jefes de las familias principales fueron acumulando una gran cantidad de los
mismos. En un par de generaciones, se transformaron en agricultores, aunque
siguieron poseyendo rebaños de ganado vacuno así como de ovejas. Las familias
acaudaladas de caudillos mantuvieron la posesión de artículos suntuarios
(caballos, fuentes, copas y trípodes en metales preciosos), que mantenían su simbología:
la posición social, con la básica función de impresionar y servir como objeto
de regalo, siendo todavía los referentes de las relaciones sociales de la elite.
Llevar
a cabo donaciones a la colectividad, en lugar de expresar el orgullo familiar de
la manera tradicional, se convertirá en la novedosa forma de ostentación que la
elite adoptaría, configurándose el modelo que perdurará en la ciudad-estado.
Además, como colofón, las familias destacadas empezaron a asegurar que descendían
de los héroes del pasado, hasta el punto de agrupar sus sepulturas en recintos
que contenían tumbas de la época y también micénicas, con la segura pretensión
de convertir a los antiguos enterramientos en antepasados familiares. En esas
tumbas, aparecen vasijas decoradas en las que se representan sucesos de época
heroica. Estamos ya, en consecuencia,
ante el paso del gobierno tradicional de los caudillos al propio de las poleis. El cargo de rey-basileús fue finalmente abolido y sus
funciones fueron repartidas entre magistrados e instituciones administrativas,
militares, religiosas y judiciales.
No
obstante, la posición de basileús sobrevivió
en otras formas a lo largo de los períodos arcaico y clásico. El título quedó
reservado, en ocasiones, a un magistrado anual, y en ciertas poleis, tales basileís eran realmente funcionarios militares, análogos al polémarchos. La mayoría estaban al
frente de asuntos religiosos y de responsabilidades judiciales. Unos pocos
estados de origen dorio conservaron cierta forma de caudillaje tradicional. Así,
en Argos, por ejemplo, una dinastía hereditaria de basileís retuvo el poder hasta el siglo VII, resistiendo a los
aristócratas en su deseo de establecer un gobierno oligárquico.
Autoridad
y poderío del basileús se
perpetuaron, asimismo, en las denominadas estirpes regias, como el caso de los Baquíadas
de Corinto, los Pentílidas en Mitilene o los Nelidas en Mileto. En otras
ciudades-estado, las familias gobernantes se designaron como Basílidas, (descendientes
del basileús), si bien en el siglo
VII a.e.c., la mayoría habían sido desplazadas por una oligarquía o bien un
tirano.
Prof. Dr. Julio López Saco
UM-FEIAP-UFM, noviembre, 2021
[1] En la Ilíada, en su canto VI, el héroe troyano Héctor ruega a los dioses
que su pequeño hijo llegue a ser un gran guerrero, más hábil que su padre,
capaz de traer los ensangrentados despojos del enemigo muerto. Los hombres
homéricos eran fieros en la batalla y salvajes en la victoria, pues incendiaban
y saqueaban, mataban a los varones supervivientes, incluso niños, y esclavizan
sin rubor a las mujeres. Al valor
intrínseco de las mujeres, bien como concubinas y trabajadoras, o bien como objeto
de trueque y regalo, hay que añadir la idea de que capturar a la madre, la
esposa e hija, o incluso, a la hermana de un enemigo, constituye una
imperdonable ofensa.
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