1 de noviembre de 2021

Sociedad y cultura en la Grecia antigua: los caudillos en la épica homérica (II)



Imágenes: arriba, guerrero en bronce con probable lanza en su mano. Siglo VIII a.e.c. Staatliche Antikensammlungen, Múnich; abajo detalle que ilustra una sección del Libro XXIV de la Ilíada. Traslado del cadáver de Héctor en un relieve de sarcófago romano, datado entre 180 y 200.

Al margen de la función de jefe político-militar, el basileús desempeñaba un rol religioso y judicial en el seno de la comunidad. Su obligación religiosa primordial consistía en presidir, en calidad de portavoz de la comunidad, los sacrificios públicos que eran ofrecidos a las divinidades. No tenía la función de sacerdote de las deidades, con independencia  de que Zeus, a decir de Homero, protegiese la autoridad del cargo de basileús.

La ley era la costumbre, el fondo tradicional de la comunidad respecto a lo que estaba bien o mal en ciertas situaciones. Esta suerte de leyes consuetudinarias estaban asociadas a la búsqueda de soluciones a las diferencias entre particulares. En delitos de suma importancia, como el adulterio o el asesinato, se procuraba llegar a acuerdos privados. Solamente en caso de que esto no fuese posible se recurría al tribunal. Así pues, tres eran los órganos de gobierno, asamblea, consejo y el tribunal.

De las relaciones diplomáticas se encargaban los propios caudillos o, en su defecto, un delegado leal. Estas relaciones implicaban la hospitalidad (xenía), relación de reciprocidad en función de la cual los xénoi estaban obligados a ofrecerse protección mutua, ayuda y alojamiento, en el momento en que uno se trasladara al demos del otro. Tal relación se transmitía, heredándose, de generación en generación entre las familias de xénoi. La hospitalidad comportaba habitualmente la celebración de un banquete acompañado de música. Al finalizar la embajada o la visita, el anfitrión entregaba a su huésped un regalo de despedida, como podía ser una copa, un ropaje o una espada. Dicho regalo era el factor material del vínculo de amistad íntima y estrecha que los unía. Su entrega pretendía garantizar que cuando el huésped visitara el dëmos de su amigo, recibiera a cambio la análoga hospitalidad, protección así como un presente de semejante valía.

El código de conducta de los hombres homéricos giraba en torno a la guerra. Agathós aplicado a los hombres homéricos, implicaba cualidades de valentía y destreza en la guerra así como en el ejercicio  atlético. Su contrario, kakós, significaba cobardía, falta de destreza y hasta inutilidad en el campo de batalla. Los jefes tienen que ser valerosos y elocuentes, hablar en público y aconsejar debidamente.

Del mismo modo era absolutamente deseable que el buen varón mantuviese sus promesas y juramentos, honrase a los dioses y fuera leal con amigos y compañeros de armas. Debía ser hospitalario, demostrar dominio de sí mismo, además de respetar a mujeres y ancianos. Una cualidad ineludible es que fuese misericordioso con los vagabundos o con los suplicantes foráneos. Demostrar compasión con el guerrero capturado y no deshonrar el cadáver del enemigo fallecido constituía un comportamiento honorable.

Se trata, en definitiva, de una sociedad de guerreros, obligada a imbuir a sus combatientes el gusto salvaje por la crueldad y el placer de aniquilar al enemigo.[1] Un aspecto capital del éthos del varón griego era la presencia de un espíritu de victoriosa competitividad. De ahí que estemos ante una sociedad agonística. La meta de tal competitividad y de emular es obtener timé (respeto y honra). Timé es reconocimiento público de la valía propia así como de los actos llevados a cabo. El principal objeto del afán del caudillo de adquirir importantes cantidades de animales y objetos preciosos era, fundamentalmente, acrecentar su gloria y fama. No ser honrado, o ser deshonrado, constituía una ofensa insufrible, como acontece en Ilíada cuando Agamenón deshonra profundamente a Aquiles arrebatándole a Briseida, su esclava personal.

Tal ética de competición inducía a los hombres a realizar portentosas hazañas, lo cual contribuía a mantener la posición de caudillo. En cualquier caso, un problema asociado con este aspecto  es que el honor personal y familiar, amén de la obsesión por vengar la deshonra, provocaban con frecuencia inestabilidad política.

La unidad social esencial en estos tiempos era el oíkos, la casa, que incluye la morada estructurada, pero también la tierra, el ganado, los miembros familiares y toda  propiedad y bienes, hasta los esclavos que hubiere. Estaba al mando de un basileús. El caudillo, en ocasiones, buscaba reforzar su oíkos reclutando hombres de los que no era pariente con la finalidad de hacerles subalternos para servir a la familia en diferentes tareas en tiempos de paz, a la vez que como combatientes en períodos de guerra. Incluso algunos se convertían en miembros adoptivos de la familia.

Los hijos varones de los basileís se dedicaban a cuidar los rebaños, signo de la riqueza fundamental de la familia, aunque al tiempo  laboraban en el campo y en diversos quehaceres de la casa. En tal sentido, recuérdese que Odiseo fabrica el lecho conyugal en el que dormía con Penélope. Las esposas e hijas de los basileís trabajaban con las esclavas, en labores como el hilado y en los telares, que eran las actividades domésticas de mayor relevancia, aunque también podían acarrear el agua necesaria para la casa.

Un caudillo de época de Homero podía recibir porciones de tierras de labranza (témenos), concedidas por la población como reconocimiento por sus servicios a la comunidad. No obstante, la riqueza pecuniaria era la riqueza de prestigio, en virtud de que eran prueba inequívoca de las hazañas como guerrero. Los caudillos mataban muchos animales con la intención de reclutar guerreros para llevar a cabo incursiones de saqueo, con el paradójico objetivo de adquirir otros animales a lo que sacrificar. En consecuencia, el método no era económicamente productivo pero el fin, propio de sociedades arcaicas centradas en la jerarquía, de adquirir la riqueza no era su atesoramiento, sino trocarla por reputación e influencias positivas.

A partir de mediado el siglo VIII a.e.c. empieza a implantarse ya una economía agraria, controlada por una aristocracia de grandes terratenientes. Este proceso se produjo a partir de las tierras de pasto de las familias de los caudillos, que acabaron siendo los mejores terrenos para cultivar cereal. Así, conforme los campos de cultivo se hicieron más deseables, los caudillos y demás jefes de las familias principales fueron acumulando una gran cantidad de los mismos. En un par de generaciones, se transformaron en agricultores, aunque siguieron poseyendo rebaños de ganado vacuno así como de ovejas. Las familias acaudaladas de caudillos mantuvieron la posesión de artículos suntuarios (caballos, fuentes, copas y trípodes en metales preciosos), que mantenían su simbología: la posición social, con la básica función de impresionar y servir como objeto de regalo, siendo todavía los referentes de las relaciones sociales de la elite.

Llevar a cabo donaciones a la colectividad, en lugar de expresar el orgullo familiar de la manera tradicional, se convertirá en la novedosa forma de ostentación que la elite adoptaría, configurándose el modelo que perdurará en la ciudad-estado. Además, como colofón, las familias destacadas empezaron a asegurar que descendían de los héroes del pasado, hasta el punto de agrupar sus sepulturas en recintos que contenían tumbas de la época y también micénicas, con la segura pretensión de convertir a los antiguos enterramientos en antepasados familiares. En esas tumbas, aparecen vasijas decoradas en las que se representan sucesos de época heroica.  Estamos ya, en consecuencia, ante el paso del gobierno tradicional de los caudillos al propio de las poleis. El cargo de rey-basileús fue finalmente abolido y sus funciones fueron repartidas entre magistrados e instituciones administrativas, militares, religiosas y judiciales.

No obstante, la posición de basileús sobrevivió en otras formas a lo largo de los períodos arcaico y clásico. El título quedó reservado, en ocasiones, a un magistrado anual, y en ciertas poleis, tales basileís eran realmente funcionarios militares, análogos al polémarchos. La mayoría estaban al frente de asuntos religiosos y de responsabilidades judiciales. Unos pocos estados de origen dorio conservaron cierta forma de caudillaje tradicional. Así, en Argos, por ejemplo, una dinastía hereditaria de basileís retuvo el poder hasta el siglo VII, resistiendo a los aristócratas en su deseo de establecer un gobierno oligárquico.

Autoridad y poderío del basileús se perpetuaron, asimismo, en las denominadas estirpes regias, como el caso de los Baquíadas de Corinto, los Pentílidas en Mitilene o los Nelidas en Mileto. En otras ciudades-estado, las familias gobernantes se designaron como Basílidas, (descendientes del basileús), si bien en el siglo VII a.e.c., la mayoría habían sido desplazadas por una oligarquía o bien un tirano.

Prof. Dr. Julio López Saco

UM-FEIAP-UFM, noviembre, 2021



[1] En la Ilíada, en su canto VI, el héroe troyano Héctor ruega a los dioses que su pequeño hijo llegue a ser un gran guerrero, más hábil que su padre, capaz de traer los ensangrentados despojos del enemigo muerto. Los hombres homéricos eran fieros en la batalla y salvajes en la victoria, pues incendiaban y saqueaban, mataban a los varones supervivientes, incluso niños, y esclavizan sin rubor a las mujeres. Al valor intrínseco de las mujeres, bien como concubinas y trabajadoras, o bien como objeto de trueque y regalo, hay que añadir la idea de que capturar a la madre, la esposa e hija, o incluso, a la hermana de un enemigo, constituye una imperdonable ofensa.

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