El origen de la retórica se ubica
en Sicilia hacia 485 a.n.E., en el momento en que los tiranos Hierón y Gelón de
Siracusa impusieron la expropiación de tierras y el ostracismo sobre una parte
significativa de la población. En tales condiciones surgió un nuevo orden
socio-político en el que los mercenarios pasaron a ser propietarios. Con la
llegada de la democracia y el fin de la tiranía, se buscó restablecer las
antiguas relaciones de propiedad, aunque esos derechos ya estaban borrosos. Una
forma de salir de semejante confusión, fue el establecimiento de jurados
populares, ante los cuales cada ciudadano debía hacer sus demandas y alegar, de
manera individual, en su beneficio. Este proceso es el que conduce al
nacimiento del arte de la persuasión, en el que se inscribieron los nombres de
Empédocles de Agrigento, de Corax y de Tisias de Sicilia. En tal sentido, la
retórica surge para dar respuesta a una situación en la que gobierna la
indefinición. Es la téchne de la
elocuencia, cuya finalidad es encantar y seducir a los auditores a través del
discurso, haciendo posible la persuasión. Como fruto de la aplicación de un
saber, la retórica se refiere a las palabras y discursos, no a las cosas y
objetos materiales. Su orientación se encuentra en el lenguaje y el
pensamiento, planteando con su puesta en escena, las exigencias de libertad y
tolerancia. Su objetivo, por tanto, no es el conocimiento o el hallazgo de
ciertas verdades. Se trata, en realidad, del dominio de una destreza, orientada
a lograr una comunicación persuasiva. Es un medio que dice más de quien produce
el discurso que de los objetos implicados en el mismo. El orador invita a
aceptar lo que se dice, poniendo cada cosa bajo un manto de verosimilitud. Por
todo ello, la retórica se vincula con aquellos contenidos sujetos a
deliberación, razón por la que tuvo un lugar privilegiado en la formación de la
actividad política griega.
Prof. Dr. Julio López Saco
Doctorado en Ciencias Sociales, UCV-Caracas
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