6 de abril de 2016

Aspectos genéricos de la religiosidad indoeuropea

En el fondo más arcaico de las concepciones religiosas de los indoeuropeos parece revelarse un determinado tipo de religión naturalista, según la cual serían venerados ciertos fenómenos naturales, como el sol, el fuego, el trueno, las aguas, el rayo o los vientos, divinidades todas ellas, por lo general, celestes o, con precisión, atmosféricas. La adoración del disco solar, por ejemplo, parece que fue clave, como se desprende de sus representaciones, como se ve en las espirales, las esvásticas, y los discos solares grabados en rocas de Escandinavia, o también en los cultos, como el carro del sol de Trundholm. El culto del fuego, en relación con el sol, ha dejado evidentes huellas en India (Agni), o en Roma (el fuego sagrado mantenido por las vestales).
El proceso de personalización de las deidades debió ser bastante antiguo. Se cuenta con la existencia verificada de una divinidad común *dyeus pater, probable resultado de la personificación del cielo o de la bóveda celestial. Si la bóveda celeste fue personificada como padre debe pensarse que los diversos fenómenos atmosféricos pudieron ser también personificados, de modo reciproco, como hijos o vástagos. La existencia del nombre común para dios,*deiwos, con su plural, podría ser un indicio de que, en efecto,
existieron esas otras personificaciones. El nombre genérico para dios se encuentra bien documentado en sanscrito devas, avéstico daeva, latin deus, celta antiguo Deva, nórdico antiguo (en plural) tlvar, y lituano dievas. Su etimología parece confirmar que se trata de diferentes personificaciones de tales fenómenos atmosféricos. Otra particularidad, en relación a lo que se ha señalado, es que en algunas lenguas el arcaico nombre genérico se transforma en un teónimo, como ocurrió en nórdico antiguo y en sajón antiguo, en donde Tyr y Tig viene a ser el nombre propio de la deidad germánica de la guerra, que Tácito identificó con el Marte romano. Algo análogo ocurre en español, donde en plural “dioses” conserva su valor genérico, si bien en singular Dios se ha convertido en el nombre propio de la única divinidad cristiana.
Muy probablemente, los indoeuropeos no construyeron templos, aunque sí tuvieron lugares sagrados al aire libre. Hay fundados indicios para pensar que entre los ritos de la religión indoeuropea debió existir uno en concreto que consistiría en la ofrenda sacrificial de diferentes animales, sobre todo, la oveja, el cerdo y el toro, un hecho evidentemente natural en poblaciones de pastores ganaderos. En Roma, ese ritual se conoció con el apelativo suovetaurilia, mientras que los lusitanos tuvieron también uno semejante, según se desprende de la inscripción del Cabeço das Fraguas, en Portugal.
Un elemento neurálgico en la religiosidad de cualquier pueblo son sus ritos funerarios, su concepción de la otra vida y, por consiguiente, su actitud ante la muerte. En este sentido, se destacan los kurganes (que dieron nombre a la cultura esteparia), túmulos característicos tanto de la región originaria, las estepas, como de las zonas de expansión subsiguiente, en la Europa centro-oriental. El túmulo o kurgan cubría una sepultura construida en forma de vivienda, a veces con las paredes decoradas. Los indoeuropeos han oscilado constantemente, en cuanto a los modos funerarios, entre la cremación y la inhumación. A veces, incluso, en regiones habitadas por indoeuropeos en las que se practicaba la cremación, las cenizas eran depositadas en urnas con figura de vivienda. En las tumbas aparecieron gran cantidad, y mucha variedad, de objetos como ofrendas, tales como armas, instrumentos y útiles diversos, así como animales sacrificados. La abundancia y la variedad de esos presentes se modifican en función del rango social del difunto.
La otra vida aparece presuntamente concebida como una continuación de esta y, por ello, sería deseable conservar el rango, los privilegios y las ocupaciones habituales del difunto. Para que el muerto lo consiga, se incluyen en su tumba armas, riquezas de todo tipo y hasta los animales que lo pueden hacer posible. Esta costumbre, llevada al extremo, implica el sacrificio sobre la tumba de las esposas, esclavos o concubinas del fallecido, siempre con ese mismo propósito. Todo esto significa, indudablemente, que en esta vida la sociedad indoeuropea estaba sólidamente jerarquizada.
En general, la muerte es concebida entre los pueblos indoeuropeos como el final irreversible de algo (esta vida material) y el principio incierto de otra, en un lugar distinto y, se piensa, en mejores condiciones. Ese carácter de final irreversible le confiere un componente trágico, doloroso, que se ve reflejado en las manifestaciones físicas de duelo y en las lamentaciones, en ocasiones histriónicas, que solían acompañar a los rituales fúnebres.

Prof. Dr. Julio López Saco
UCV-UCAB. Caracas. FEIAP, Granada.

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