Una imagen reconstruida de Cartago, con sus puertos comercial y militar en un primer plano.
A
fines de la Edad del Bronce, ciertas ciudades y puertos comerciales prósperos y
de gran relevancia, caso de Biblos y Ugarit, iniciaron una fase de decadencia.
Ugarit desapareció, mientras que Biblos fue reemplazada al frente de las
actividades comerciales por otras (Tiro, Sidón). Una de estas, Tiro, promovería
un movimiento de colonización hacia el Mediterráneo occidental.
Por
efecto del empuje migratorio de esta época, varias nuevas poblaciones se
instalaron en el antiguo territorio cananeo, amenazando con ello un precario
equilibrio existente entre población y recursos, ya debilitado desde tiempo antes
por la deforestación o el sobrepastoreo forzado por barreras geopolíticas. Las consecuencias
tuvieron trascendencia histórica, pues a partir de entonces muchos habitantes se
verían impelidos a buscar lejos, cruzando el mar, los sustitutos a la escasa riqueza
agrícola de sus campos y maderera de sus
bosques. En primer lugar, un pueblo nómada, los israelitas, a mediados del
siglo XIII a.e.c., aprovecharían la fragmentación política de los cananeos para
apoderarse de zonas inhóspitas interiores por las que acabarían diseminándose.
En segundo término, en torno a 1200 a.e.c., los llamados “Pueblos de Mar” se
dirigían desde el norte hacia Egipto. A su paso, asolan el Imperio hitita,
atacan Chipre y destruyen Ugarit. Incluso Tiro se vio afectada, siendo
parcialmente destruida. Más al sur, además, los filisteos, se establecieron en localidades
como Asdod, Ascalón, Ekron y Gaza, desde donde atacaron Sidón. Sin embargo,
esta ciudad cananea resistió y tuvo fuerzas para repoblar Tiro.
Finalmente,
y en tercer lugar, llegarían los
arameos, nómadas semitas que devastaron el Próximo Oriente. En Canaán se instalaron
en la región septentrional y el valle de la Beqaa, mezclándose en cierta medida
con la población local. Su presencia supuso la pérdida de territorio agrícola y
con ello una significativa merma del abastecimiento de alimentos. Como
resultado de tales presencias, únicamente la franja costera central del
territorio cananeo (luego llamado “Fenicia” por los griegos) conservaría su
independencia. El norte estaba devastado; de hecho, Ugarit y Alalah habían desaparecido.
Durante
un tiempo las comunicaciones en el Mediterráneo oriental estuvieron colapsadas,
pero posteriormente, un período de calma propició un aumento de la población.
Pero a estas gentes, sin buena parte de sus antiguas posesiones, le resultaba
cada vez más complicada la autosuficiencia económica, especialmente en lo
referente al aprovisionamiento de productos agrícolas. Así, con un territorio
mermado y empobrecido (deforestación, explotación ganadera) los fenicios
volvieron su mirada al mar como plausible solución. Mediada la Primera Edad de
Hierro (1200-900 a.e.c.), como consecuencia de la falta de tierras y de una
fuerte presión demográfica, los fenicios no podían producir los alimentos
necesarios para mantener a su población en crecimiento, aunque dispusiesen de
una desarrollada tecnología agraria. Por la necesidad de importar vino, aceite
y cereales de Siria, Egipto e Israel, comenzaron a depender de su entorno para
garantizarse un aprovisionamiento de recursos. En contrapartida, tuvieron que
desarrollar novedosas estrategias económicas para posibilitar las
importaciones.
Con
la impostergable obligación de pagar los alimentos que provenían de fuera, y con
su riqueza en maderas ya escasa, los fenicios confeccionaron un sistema de
producción manufacturero especializado, cuyos productos se podían emplear para
el intercambio con los países vecinos. Se intensificó la búsqueda de materias
primas (escasas, salvo en cierta medida la púrpura, el cobre, y la cada vez
menos abundante madera), imprescindibles para elaborar las nuevas manufacturas.
Para lograr ese objetivo emplearon su antigua experiencia como navegantes. Siguiendo
rutas que previamente habían frecuentado los micénicos, intentaban llegar a
lugares alejados en donde procurarse las materias primas.
Bajo
estos presupuestos, se intensificaron los contactos con Chipre, a los que no
mucho después siguió la colonización de parte de la isla, y posteriormente con
Rodas, desde donde incursionaron en el Egeo. Las primeras empresas comerciales fueron
auspiciadas por los templos, que en Fenicia, al igual que en el resto de
Oriente, desempeñaban un relevante papel económico. Tras estas iniciativas seguiría
una colonización propiamente dicha. Así,
fueron apareciendo paulatinamente muchos lugares y asentamientos fenicios en
las islas y las costas del Mediterráneo. El debilitamiento del sistema de economía
palacial facilitó la iniciativa de la empresa privada, la cual tuvo parte activa
en este proceso bajo la protección económica, muchas veces, de los templos. A
la vez, una economía centrada en la tecnología del hierro sería un motor que
incentivaría la búsqueda de sitios donde obtener este metal, de manera que se
ampliaría el horizonte geográfico de las expediciones marítimas de los fenicios.
Esta
expansión ultramarina, que implicaba una organización comercial a gran escala, propiciaría
que las ciudades fenicias se transformaran en centros económicos y políticos de
relevancia, debido en buena medida, al interés estratégico del hierro, elemento
tecnológico clave en aquella época, y cuyo flujo controlaban los fenicios. Ahora
bien, todo ello habría de conllevar riesgos, en virtud de que asirios y
babilonios pugnaban, a su vez, por el mismo control, puesto que carecían de una
salida directa al mar. A la amenaza externa de asirios primero, y babilonios posteriormente,
capaz de mermar de manera notable la independencia de las urbes fenicias, se
añadiría una agitación interna consecuencia de los cambios socioeconómicos que
la expansión conllevaba.
En
la ciudad de Tiro, tras el fallecimiento de su rey Muto, su heredero Pigmalión
era demasiado joven para acceder al trono. En consecuencia, su hermana mayor Elisa
asumiría temporalmente la regencia. Elisa simpatizaba con nobles, mercaderes y
oligarcas, cuyos intereses se depositaban en el comercio ultramarino. Todos
ellos eran contrarios al entendimiento con Asiría y sus exigencias tributarias.
La facción tiria que apoyaba a Elisa pretendía romper los compromisos con
Asiría y forzar, como contrapeso geopolítico, un acercamiento a Egipto. La
realeza tiria, así como la aristocracia tradicional, cuyos intereses radicaban en
la tierra, estando menos expuesta a las imposiciones tributarias asirias, pero más
amenazada por las incursiones de castigo, no veía bien esta maniobra política.
Se temían las represalias asirias una vez superados los problemas internos. Se
pensaba que sus ejércitos devastarían el territorio, los campos y las propiedades.
De tal modo, la realeza tenía más que perder que oligarcas, comerciantes y marineros,
todos ellos con sus propiedades a salvo en el puerto y detrás de los muros de
la ciudad. Por tales motivos forzaron a Pigmalión
a ocupar el trono, relegando a su hermana del poder. Ante tales hechos, Elisa
intentó recuperarlo por medio de un matrimonio con su tío materno Acerbas, sumo
sacerdote del templo de Melqart, un dios protector del comercio y las navegaciones
y, en con esta dignidad, personaje que ostentaba el máximo rango en la ciudad inmediatamente
después del propio monarca. La decisión de Elisa situaba a Pigmalión en una
posición delicada, ya que Acerbas, cuñado del rey Muto y consorte ahora de una
hija de éste, podía, como miembro de la familia real, albergar aspiraciones al
trono.
Impulsado
por sus partidarios, el joven heredero ordenó asesinar a Elisa, mientras que
ésta y los suyos, sin poder hacerse con el poder a corto plazo, emprendieron el
camino del exilio hacia a Chipre, escapando de la represión comandada por su
hermano. Pero Chipre estaba demasiado cerca de Tiro y al alcance, por consiguiente,
del castigo decretado por Pigmalión. Así pues, el grupo de expatriados marcharía
hacia la costa occidental norteafricana en donde, muy cerca de Utica, antigua
factoría comercial fenicia fundada por los primeros impulsos expansionistas
tirios por el Mediterráneo, fundarían Cartago.
Prof. Dr. Julio López Saco
UM-FEIAP, mayo, 2019.
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