Imágenes:
arriba, Mucio Escévola ante Lars Porsena, cuadro del pintor Giovanni Francesco
Romanelli. Palacio del Louvre, siglo XVII; abajo, el bifronte dios Jano
coronando la fuente en el patio de la Casa de Pilato, en Sevilla.
Tito Livio, historiador romano que
vivió a caballo entre el siglo I a.e.c. y la primera centuria de la Era, relata
en su célebre Historia de Roma un
episodio de ordalía en el río Tíber. Muy probablemente se pueda interpretar
como la historización de un mito que haría comprensible el origen de la Venus a
caballo.
La paz firmada entre Lars Porsenna, a
la sazón el rey de Clusium, ciudad etrusca, que había marchado previamente
sobre Roma para restablecer en el poder a los Tarquinios, y los romanos, trajo
consigo que el soberano etrusco, según se había estipulado, mandase descender
al ejercito desde el monte Janículo, para así abandonar el territorio romano.
Mucio Escévola, que había intentado asesinar a Porsenna, recibió un merecido
reconocimiento por su comportamiento y actitud valerosa en la guerra. Del mismo
modo, las mujeres también solicitaron la
obtención de títulos públicos en virtud
de su participación en la defensa de Roma.
Clelia había sido una de las
prisioneros del rey Porsenna. Eludiendo a los centinelas se puso al frente de
un grupo de mujeres que atravesaron el Tíber. Clelia las condujo sanas y
salvas, entregándolas incólumes a sus parientes. Enterado Porsenna de la fuga,
envió legados a Roma con la intención de solicitar la exclusiva entrega de
Clelia. Una negativa de los romanos supondría considerar roto el tratado, pero
si la recibía, la ofrecería sin un rasguño a su familia. Porsenna demostró su
admiración por Clelia, señalando que su empresa era muy superior a las hazañas
de Horacio Cocles y del propio Mucio Escévola.
Porsenna acabó regalándole a Clelia una
parte de los prisioneros, tal y como como ella misma había exigido. Clelia
eligió a los más jóvenes. Renovada la paz, Porsenna la obsequió una estatua en
reconocimiento de su valentía, algo considerado como desacostumbrado en una
mujer. La escultura representaba a una muchacha a caballo. Fue ubicada en la
parte más elevada de la Vía Sacra.
Ciertas variantes refieren que la
estatua ecuestre respondía al hecho de que Clelia había pasado el Tíber a
caballo, o a que Porsenna le había regalado un équido. El mito puede explicar,
en consecuencia, el origen de la Venus a caballo y su culto respectivo.
Cayo Μarco Curcio es también una figura
legendaria de Roma, reseñada por numerosos autores, como Tito Livio, Suetonio,
Plinio, Varrón o Plutarco, entre otros. En los inicios de la República romana
se abrió en el Foro romano una grieta, un enorme agujero. Los habitantes de la
ciudad intentaron colmarlo. Según un oráculo, para cerrar el gigantesco
agujero, los ciudadanos tendrían que arrojar en él, a modo de sacrificio,
aquello de más valor.
Curcio interpretó la profecía oracular
en el sentido de que lo más valioso que la República de Roma tenía era su
juventud y su soldadesca. Por tal motivo, determino sacrificarse por el bien
colectivo. Montado a caballo y armado, se consagro a los dioses infernales,
arrojándose a la gran sima, que de inmediato se cerró, apareciendo un lago, que
desde entonces se conoce con el nombre de Lacus
Curtius.
En sus orillas crecieron una vid, un
olivo y una higuera, árboles cuya simbología es siempre positiva. En la época
imperial se oficializó la costumbre de arrojar monedas al lago como ofrendas a
Marco Curcio, considerado el genio del lugar.
Otra variante del mito cuenta que Marco
Curcio era en realidad un sabino que, durante la guerra entre Rómulo y Tito
Tacio, se hundió con su caballo en los pantanos que existían en las
proximidades del Comicio, viéndose entonces obligado a abandonar su montura.
Sea de una manera o la otra, el factor agua está muy presente en esta leyenda
romana.
Jano es uno de los dioses más arcaicos
del panteón romano. Se le representa generalmente con dos caras. Sus mitos
señalan que había sido rey en Roma. No obstante, otras versiones apuntan que
Jano era oriundo de la región de
Tesalia, desde donde fue desterrado a Roma. Se decía de él que había sido el
primero en emplear barcos, así como el inventor de la moneda acuñada. Asimismo
se le atribuye la salvación de Roma de la conquista sabina.
Tito Tacio y los sabinos intentaron
apoderarse de la ciudad de Roma. Jano hizo brotar del suelo un surtidor de agua
cálida que asustó sobremanera a los atacantes, que al ver semejante prodigio
huyeron despavoridos. Los mitos asociados al dios le atribuyen a su reinado las
características específicas de la Edad de Oro; es decir, paz, abundancia de
riqueza, honestidad, tranquilidad. Se podría decir que Jano cumplió el rol de
soberano civilizador de los más arcaicos habitantes del Lacio, que ignoraban
cómo cultivar, desconocían las urbes y carecían de leyes. Sería Jano quien les
enseñase todos esos logros civilizatorios.
Después de su fallecimiento, Jano se
convierte en una divinidad. Presenta las mismas singularidades de los grandes
héroes de otros mitos, como Moisés, Habis o Rómulo. Una versión del mito cuenta
que Jano se casa con la ninfa Yuturna, con la que tiene un hijo, un dios de las
fuentes. Yuturna recibía honores en las orillas del rio Numicio, que pasaba cerca
de Lavinium (ciudad del Lacio fundada por Eneas). No obstante, su culto se
trasladó a Roma, lugar en donde una fuente sita en el Foro Romano adquirió el
nombre de la ninfa. Además, se construyó en su honor un santuario en el Campo
de Marte, en una zona pantanosa de la ciudad que Marco Agripa, en la época de
Augusto, desecó por completo.
Yuturna ejerció las funciones de una
divinidad salutífera, como solían serlo las ninfas. Una versión la convirtió en
amante de Júpiter, quien en correspondencia le concedió la inmortalidad, además
del reinado sobre el Lacio, las fuentes y los afluentes del Tíber.
Prof. Dr. Julio López Saco
UM-AEEAO-UFM, marzo, 2022.
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