La explicación en los mitos no viene dada por una serie de análisis, razonamientos o mecanismos lógicos realizados a partir de datos conceptuales y universales, sino por medio de historias, de la sucesión de episodios, del encadenamientos de hechos materiales, escogidos y dispuestos de forma tal que de ellos surgiese, de modo natural, aquello que se cuestiona, dando cuenta de una manera suficiente de su existencia y su estado. A diferencia de lo que ocurre con los procedimientos científicos, no se hace necesario que la solución adoptada fuese el fruto de un razonamiento preciso, ni que se basase en una sólida serie de pruebas. Lo que se trata con el mito es de ofrecer una respuesta satisfactoria, conveniente y verosímil aun determinado interrogante planteado. Desde esta perspectiva un mito es, como decía Platón en el Timeo, un cuento satisfactorio.
La lógica de la ciencia es una lógica de la verdad, que busca de forma directa su único fin a través del único camino auténtico; la del mito es la lógica de lo verosímil, que salva las apariencias, en tanto que se puede servir de múltiples vías. La mitología se aparece, así, como el resultado de una larga historia, de una infinita secuencia de reflexiones, suposiciones y planteamientos contrapuestos (o de cuestionamientos acumulados desde los albores de los tiempos).
Una organización científica como la moderna nunca toleraría la existencia de explicaciones diferentes, e incluso contradictorias, para un mismo fenómeno. Todas se anularían entre sí. Sin embargo, en el pensamiento mesopotámico, como en el egipcio, por ejemplo, todas tales explicaciones eran compatibles, porque todas daban, cada una a su manera, una respuesta correcta (y satisfactoria) al problema planteado. Desde esta perspectiva lo que importaba era, sobre todo, dar cuenta de forma plausible de los interrogantes que se planteaban esas “arcaicas” mentes. No importaba el método, el camino por el que se llegaba a una respuesta. Mientras, desde nuestro científico punto de vista, lo único que importa es el rigor y la exactitud, controlable y controlado, de la demostración que conduce de la causa al efecto o que desde el efecto remonta hasta la causa, por medio de un único hilo que, ontológica y objetivamente, une a las dos.
Desde una actual óptica, los elementos del progreso del conocimiento (ideas, conceptos, leyes) son inanimados instrumentos en los que solamente importa su contenido inteligible. Se parecen a las letras de los alfabetos, cuya única consistencia y existencia se deriva de que sirven de soportes a los fonemas, de que indican sonidos. El funcionamiento desde la perspectiva mítica es, de alguna manera, como la escritura china, en la que cada caracter gráfico, debido a que es un ideograma y que, por lo tanto, no se relaciona, de entrada, con un sonido sino con una palabra, una imagen o con algo que está más allá de la palabra, sirve como vehículo de un animado conjunto de recuerdos, imágenes, imaginaciones y sensaciones.
Las imágenes, las representaciones, las situaciones y los acontecimientos con los que trabajan los mitos, deducidos de las experiencias y recuerdos, impactaban sobre el espíritu y la mentalidad de los antiguos de una forma diferente a como lo hacen nuestros descarnados conceptos. Si en nuestra infancia, etapa en la que nuestra alma está abierta a la fantasía y a la fábula y se orienta más hacia la vida que hacia el análisis y el desmenuzamiento de la propia vida, alguien escribiese la proposición “todos los aduladores viven a expensas de quienes los escuchan”, el enunciado, frío, descarnado y radiográfico no nos habría conmovido, ni marcado tanto, como la famosa fábula del cuervo y del zorro.
Se podría decir del mismo modo, que la lectura del relato del pecado original contenido en el Génesis bíblico contribuyó bastante más al desarrollo del sentimiento de culpa como consecuencia de nuestras faltas, que la retórica de las moralizantes homilías en una iglesia.
Durante la infancia nunca se siente la obligación de preguntarnos si había que creer estas historias. Esos relatos se narraban como historias verídicas, verdaderas; unas historias dotadas de una verdad que les era propia. Al margen de que fuesen o no extraídas de una real sucesión de acontecimientos, o estuviesen cargadas de una realidad diferente a la existencia histórica, contaban con un emotivo y potencial dramático que quedaba grabado en nosotros y nos convencían de la verdad de las enseñanzas que de ellas se deducían.
Los mitos tenían, así, una carga emocional, una capacidad para impresionar la imaginación y la memoria; una fuerza de convicción distinta a las que pueden aportar las exposiciones científicas o lógicas rigurosamente estructuradas. Las abstracciones con las que se opera hacen referencia a ideas que derivan de manera directa de la realidad imaginable. Los mitos, en cambio, hunden sus raíces en todos los aspectos de la existencia cotidiana (social, económica, política, sentimental, intelectual) de las personas que los practicaban y que, al igual que sucede con los recuerdos, siempre están presentes tanto en el ánimo como en la memoria.
Prof. Dr. Julio López Saco
UM-AEEAO-UFM, junio, 2024.
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