IMÁGENES: LA PRIMERA MUESTRA A DOS CENTAUROS CON EL LAPITA CENEO, AL QUE QUIEREN ENTERRAR VIVO. LÁMINA DE PLATA, 650-625 A.N.E., MUSEO ARQUEOLÓGICO DE OLIMPIA; EN LA SEGUNDA VEMOS A UN CONJUNTO DE SÁTIROS Y MÉNADES DIVIRTIENDO A DIONISO EN UN BANQUETE. HEFESTO TAMBIEN ESTÁ PRESENTE. CÁNTARO, 530-520 A.N.E. MUSEO BRITÁNICO.
Los centauros son seres híbridos (una mezcla de caballo y hombre), que
viven, como tribus, en los bosques y montes apartados (en Tesalia y Arcadia),
comen carne cruda y poseen, en general, rudas costumbres: son incapaces de
guardar las leyes de la hospitalidad y se muestran intemperantes y
desenfrenados, especialmente ante el vino y frente al lujurioso y lascivo deseo
sexual ante las mujeres. Se consideraban, según la tradición, hijos de Ixión y
de una nube en forma de Hera, salvo Quirón y Folo, dos de los más renombrados
centauros que participan en diversos mitos, cuyo temperamento no es salvaje,
sino que se muestran hospitalarios, imparten cultura y no suelen recurrir a la
violencia. Representan la tensión contradictoria entre hombre y naturaleza,
aunque también, a la par de los sátiros, son depositarios de una antigua
sabiduría, de carácter iniciático, que transmiten a ciertos héroes, como hace
Quirón con Aquiles, a quien enseña los secretos de las plantas medicinales del
bosque. De tal modo, en sí mismos transitan ambos polos contradictorios, el de
la naturaleza desbocada pero también el de la natura sabia que, domeñada,
aporta cultura. Forman un mito con dos polaridades, uno de ellos es el salvaje
con aspecto casi humano, y el otro es un hombre sabio y justo con rasgos
bestiales, como ocurre con los mencionados Folo y Quirón. Los centauros
simbolizan la vida agreste y los apetitos salvajes, instintivos, relacionándose
con las montañas, las cavernas, los árboles y las corrientes de agua. Los
centauros, como las amazonas, actúan como seres liminales que señalan las
fronteras de la polis. Para los griegos de la antigüedad el espacio civilizado
era eminentemente masculino y, por consiguiente, las mujeres podían equivaler a
seres salvajes, al estilo de los cíclopes o los centauros.
En su origen, los sátiros y los
silenos eran genios de la naturaleza posteriormente incorporados al cortejo de
Dionisos. Se trata de criaturas rudas y desvergonzadas que sobreponían a su
naturaleza humana las más groseras cualidades animales. Los primeros eran
jóvenes y adoptaron de Pan sus características caprinas, mientras que los
segundos solían ser viejos con atributos equinos. Los silenos eran, de lejos,
los más monstruosos, pues se les representaban con nariz chata y con una
barriga prominente, montando un asno y generalmente ebrios. A ambos, al igual
que los centauros, se les atribuía una lascivia incontenible (que padecían
esencialmente las ninfas), aunque como seres duales también eran considerados
como salvajes sabios. Lucían cuernos y orejas de cabra, cola de caballo y un
falo siempre erecto, en alusión a su sexualidad desmedida.
Parece que al principio los sátiros
y silenos no eran exactamente iguales. La leyenda de estos últimos se
origina en Asia Menor, fruto de un posible acercamiento de algunas tribus
de humanos a los equinos; los sátiros, en cambio, procedían del Peloponeso
o de alguna de las islas del Egeo, y siempre fueron humanos con
ciertas transmutaciones caprinas. Sin embargo, muy pronto estas diferencias
dejaron de existir y ambos, sátiros y silenos, adquirieron las mismas
características, quedando adscritos al culto
dionisiaco. Se les representaba como seres despreocupados, salvajes y
alegres, amantes de la música y propensos a la embriaguez, casi siempre
desnudos, pero portando pieles de cabra y coronados de pámpanos y racimos.
Prof. Dr. Julio López Saco
Doctorado en Historia y en Ciencias Sociales, UCV
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