19 de octubre de 2020

Mitos cosmogónicos y antropogónicos tibetanos


Placa cerámica con las figuras de los Cuatro Señores Trascendentes, descubierta en Jigang, provincia de Sichuan, China. Se trata de una concreta combinación en relieve del Bon Yungdrung.

Los arcaicos relatos mitológicos tibetanos fueron transmitidos oralmente hasta ser vertidos por escrito en épocas posteriores. Entre las cosmogonías o mitos de origen del mundo destaca una singular cosmogonía de tenor heliolátrico en la que parece asomar un principio trinitario. En este mito el Sol es una suerte de deidad creadora y la gigantesca ave Garuda es la encargada de comunicar Cielo y Tierra por medio de su capacidad de vuelo hacia las alturas. Siguiendo los principios metafísicos del Bon[1], se puede señalar que existe algo por encima del Sol, denominado Yungdrung o la Esvástica, sustancia y símbolo de lo Absoluto y de la Vacuidad, un principio eterno e infinito que ni se puede nombrar ni explicar. El Sol es la plasmación luminosa de tal Vacuidad-Esvástica. La alusión general nos recuerda otras cosmogonías antiguas, en tanto que el estado primordial es una especie de Caos en el que inicialmente Tierra y Cielo estaban unidos, para después separarse, ascender el Cielo y hundirse la Tierra. En este escenario aparecieron los seres humanos.

No existe un mito común acerca del origen del ser humano entre las diversas tribus tibetanas antiguas. El más relevante, además del más extendido, tuvo su origen en el Tíbet central, mientras que la zona de Amdo, al noreste de la Meseta tibetana, fue el origen, tal vez, del más conocido de tales mitos. En tiempos pretéritos Tíbet era un sitio desierto, aunque habitaba allí un mono el cual, unido a una mujer (en realidad una ogresa de nombre Tra Sinmo, Ogresa de los Riscos), tuvo seis hijos. Se vio obligado a esa unión ante las amenazas de la ogresa que le dice que si no es con él lo hará con un demonio con lo cual dará a luz una prole que inundará de demonios el País de las Nieves.

Aunque al principio de alimentaban de cortezas, hierbas, raíces y hojas, con el tiempo aprendieron a comer productos ya aderezados. Crecieron y paulatinamente perdieron tanto la cola como el pelaje, convirtiéndose así en humanos, que vendrían a ser, por consiguiente, los ancestros de los tibetanos. No por casualidad el sitio en el que se instaló la pareja primordial mujer-mono se denomina Castillo del Mono de la Roca Blanca, un espacio geográfico hoy en China, concretamente en la provincia de Qinghai llamado Xinghai.

En los antiguos textos Bonpos es el huevo cósmico el que se manifiesta como origen del universo. De un huevo de gran tamaño, surgido de manera espontánea, procede todo lo que se conoce. De sus partes constitutivas proviene el mundo (de la clara los océanos mientras que de la yema los animales y el propio humano). En ciertos documentos se menciona un demiurgo, que fue el encargado de reunir los cinco elementos (aire, fuego, agua, tierra y espacio), con los cuales configuró un ciclópeo huevo blanco muy luminoso y otro sin luz, negro. Golpeó el huevo blanco con una rueda de luz haciendo que brotara una luz blanca, con la que surgió la primera de las divinidades y de los humanos, cuyo origen es común. Se trata de Sipa Sangpo Bumtri, de tez blanca y cabello verde. Por su parte, el huevo negro explotó y salió Mumpa Serden Nagpo, el Señor del Mal, con el cuerpo cubierto de luz oscurecida y de piel negra.

Con posterioridad a estos acontecimientos, al soplar el viento sobre la superficie del mar se formó una gigantesca burbuja, que chocó contra un huevo azul del cual, al quebrase, emergió una mujer también de color azul. Esta mujer se unió con Sipa Sangpo pero sin entrechocar sus respectivas narices, de forma que de ella salieron los animales. Luego entrechocaron sus apéndices nasales y ella ahora dio a luz a nueve hembras y otros nueve varones, de los cuales procede la estirpe de los seres humanos que pueblan el mundo.



[1] El Bon es una religiosidad con unas evidentes tonalidades chamánicas que recibiría las influencias, sobre todo a lo largo del I milenio a.e.c., de creencias y pensamientos provenientes de Occidente, de parte de las poblaciones iranias. Gracias a este enriquecimiento se estableció el Bon de la Esvástica, que pudo tener determinados influjos mazdeístas. 
 

 

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