1 de septiembre de 2025

El budismo en Japón: penetración, consolidación y evolución







Imágenes: Gran Buda en bronce de Asukadera, de inicios del siglo VII, obra de Kuratsukuri no Tori; deidad Kannon, datada a fines del siglo VII, hoy en el Museo Nacional de Nara; porción del Sutra ilustrado del karma pasado y presente, también en el Museo Nacional de Nara; escultura del monje Kûya entonando el nenbutsu o invocación al Buda Amida, en el templo de Rokuharamitsuji, en Kioto; grupos de personas observando el baile del nenbutsu de Ippen y sus discípulos en la ciudad de Kioto, hoy en la Biblioteca de la Dieta Nacional; el monje Myôe (siglos XII-XIII), con un sutra, en el Museo Nacional de Nara; y suibokuga (Paisaje de tinta salpicada), de Bokushô Shûshô, monje Rinzai de principios del siglo XVI, hoy en el Metropolitan Museum of Art, Nueva York.

El budismo supuso una relevante importación cultural para la historia de Japón. Su introducción, por parte de emigrantes coreanos, y su primera difusión por el país se produce en los siglos VI y VII. Oficialmente este transmisión acontece entre 538 y 552, cuando el rey Seong del reino coreano de Baekje, le envía al rey de Wa, a la sazón Kinmei (alrededor de 530-570), una serie de estatuas, diversos objetos rituales y sutras, recomendándole su propagación. La finalidad del rey coreano era consolidar una alianza militar con Wa en virtud del acoso de otro reino coreano, concretamente el de Silla. Se trataba de un tipo de diplomacia cultural a cambio de ayuda militar, una estrategia que permitiría la entrada en Japón de eruditos y monjes budistas con amplios conocimientos de medicina, de técnicas de adivinación y de principios taoístas y confucianos.

Inicialmente, la recepción del budismo fue bastante atenuada. Únicamente unas cuantas décadas después se comenzó la construcción del primer gran templo en Japón, el Asukadera, gracias al patrocinio del clan de los Soga. Una vez adoptado por la corte imperial, el resto de clanes regionales hicieron lo propio, favoreciendo la erección de templos budistas en lugar de las grandes tumbas. Hay que destacar que, al margen de una doctrina religiosa, el budismo también fue un medio capaz de proporcionar una autoridad y una legitimidad sagradas, algo que en Japón fue un rasgo acentuado porque hubo una vertical transmisión de las élites hacia la población común.

Por otra parte, su introducción incluyó la llegada de diversas técnicas, tanto en las artes (escultura, pintura, arquitectura, orfebrería), como en la ingeniería o el calendario, actividades todas ellas esenciales entre los inmigrantes coreanos. Un rasgo que, sin duda, favoreció la adopción del budismo fue que se concebía como parte fundamental de la civilización china y, por ello, en consecuencia, un requisito necesario para que el país fuese aceptado como parte de la comunidad internacional. Tanto es así, que en toda la región de Asia oriental se comenzó a considerar como un signo de barbarie e incivilidad, no incorporar la corriente budista a los sistemas políticos.

Fue a partir del siglo VII cuando la corte tuvo una decidida actitud de favorecer sin rodeos al budismo, propiciando la construcción de templos imperiales, entre los que sobresalen los llamados cuatro templos; a saber, el Kudara Ôdera, el Yakushiji, el Kawaradera y, naturalmente, el Asukadera. Todos ellos estaban ubicados en la región de Asuka, espacio de asentamiento de las distintas cortes del siglo séptimo. Con el paso del tiempo, se consolidó el estrecho vínculo entre política y budismo. Así, los monjes precisaban el permiso de las autoridades seculares para su ordenación, pudiendo realizar sus actividades exclusivamente en el interior de los templos del estado, en donde utilizaban una parte significativa de su tiempo a la lectura de sutras con el objetivo de beneficiar al país.

A fines de la mencionada centuria, la propagación del budismo y su acérrima defensa se configuraron como aspectos cruciales, con el carácter propio de empresa del estado. El propio emperador Tenmu mandó instalar altares hogareños para honrar imágenes y escrituras budistas con el expreso objetivo de proteger a Japón. Muchos líderes locales, tomando como ejemplo la actitud de la corte, edificaron templos y facilitaron la copia de sutras.

Con el emperador Yômei (585-587) y su célebre hermana Suiko, se inicia la generalización de la comprensión del budismo entre los miembros de las capas más altas de la sociedad, lo que implicó la construcción de estatuas por algunos clanes y un gran interés por el patrocinio de templos. De esta época es la estatua de madera de la deidad búdica Kuse Kannon, la más arcaica en Japón (principios del siglo VII); la tríada en bronce del Buda Shaka, con el Buda y dos asistentes, que ofreció la emperatriz Suiko en el primer cuarto del siglo VII; y el santuario Tamamushi, en madera tallada y en forma de palacete, con pinturas al óleo que se inspiran en un par de historias jâtaka.

La mayor interacción entre la corte y el budismo aconteció durante el reinado del emperador Shômu (724-749), propiciando la celebración de ritos y oficios budistas en la corte, facilitando impartir lecciones magistrales sobre algunos sutras en las oficinas gubernamentales, que serían copiados y difundidos. Además, ordenó construir un convento y un templo estatal en cada provincia y ordenó, en fin, la creación del gran Buda Vairocana, alojado en el Templo del Este de Nara (Tôdaiji), que se convertiría en el centro oficial de las enseñanzas budistas y lugar en donde los monjes eran ordenados. El emperador anhelaba aliviar el sufrimiento de los súbditos contando con la ayuda de Buda, aunque el resultado fue el opuesto. Sería, asimismo, el primer emperador en tomar las órdenes budistas tras su abdicación, costumbre que fue posteriormente seguida por otros mandatarios.

En el siglo VIII el budismo fue promovido por la corte como la doctrina fundamental que podía defender a Japón de la presencia o la conquista de potencias foráneas y protegerlo de cualquier tipo de desastre natural. De este modo, es el Estado el encargado de mantener los templos y de supervisar que los monjes se centren, en exclusiva, en sus actividades oficiales, que no son otras sino copiar y salmodiar sutras y orar por el bienestar del país. No obstante, hubo un buen número de monjes que ya en el siglo VII, haciendo caso omiso de las prohibiciones, viajaron a lo largo de Japón acercando la doctrina budista a la población común. En particular, el monje Dôshô, en la séptima centuria de la Era, y su discípulo Gyôki, ya en el siguiente siglo (668-749), buscaron aliviar el sufrimiento de la población construyendo infraestructuras como obras de irrigación, puentes, carreteras o presas, lo cual les hizo muy populares.

Las instituciones budistas servían para transmitir conocimientos, tanto tecnológicos como religiosos, procedentes del continente. En este sentido, los monjes budistas se convirtieron en la elite científica e intelectual de Japón. La población común contactó con el budismo a través de estos monjes itinerantes y por medio de los ritos budistas que se oficiaban en las sedes provinciales del gobierno. Así, a lo largo del siglo VIII los aldeanos empezaron a erigir capillas para llevar a cabo rituales en provecho de la comunidad.

A nivel estatal y local, el budismo se amalgamó con el antiguo culto animista japonés centrado en los kami sintoístas. Este sincretismo se manifestó en la construcción de capillas y templos al lado de sitios locales considerados sagrados, en donde los monjes recitaban sutras para salvar a los kami de su dolor. Estos, en agradecimiento, se convertían en fieles protectores de la ley búdica. Por otra parte, los emperadores del siglo VIII, atentos seguidores del budismo, patrocinaron el eclecticismo religioso. De este modo, por ejemplo, la emperatriz Shôtoku, mandó erigir el Gran Buda en Ise, a la sazón santuario de la diosa solar Amaterasu. Fue así como los kami se transformaron en manifestaciones locales de las deidades budistas.

Será el tempo Tôdaiji el que simbolice la consolidación del vínculo entre el budismo y la casa imperial. Fue construido en 738 por orden del precitado emperador Shômu. La asociación adquiere su forma visual a través de la estatua del Gran Buda Vairocana, aunque las divinidades más representadas en el marco d ella imaginería religiosa fueron Miroku, el Maitreya sánscrito, y Kannon, en virtud de su función salvífica, así como los shitennô, los cuatro reyes celestiales, protectores tanto de la fe búdica como del país. Haciendo gala de una feroz expresión y engalanados con ropas militares, coronaban templos como el Gangôji, el Yakushiji, el Daianji y el propio Tôdaiji, todos ellos centros esenciales del budismo.

El Tôdaiji se convirtió en centro de copiado y entonado de sutras, una labor de divulgación de textos entre los que destaca el Dharani del millón de pagodas (Hyakumantô), un millón de hojas en papel impresas con dharani, breves cánticos mágicos que se guardaban en pequeñas pagodas hechas en madera. En la promoción de esta labor se destaca la emperatriz Shôtoku, quien los mandó producir en 764 para enviarlos en grupos de cien mil a la decena de templos principales del Japón. El objetivo, con la impresión y distribución, era obtener los favores de la deidades. En sentido general, el copiado de sutras se entendía crucial para el mantenimiento de la estabilidad nacional. Probablemente, el más conocido de los textos budistas sea el Sutra ilustrado del karma pasado y presente, en donde se relatan las vidas pasadas de Shaka y la manera en que su mérito acumulado se hizo visible en todas sus vidas subsiguientes. Esta obra, plena de ilustraciones, es el antecedente de los posteriores rollos ilustrados.

Durante el período Heian (794-1185), la corte japonesa mantuvo la conexión diplomática con el continente a través de monjes budistas que desde el siglo X viajaban a China con la intención de peregrinar a las montañas sacras de Wutai o Tiantai. Si bien las seis sectas de Nara siguieron siendo las bases del budismo estatal, el emperador Kanmu patrocinará nuevas corrientes ubicadas en Kioto. La embajada a la China Tang del año 804 tenía como finalidad primordial importar el budismo que estaba más presente en China en aquel tiempo, el Tendai. El emperador encomienda tal misión al monje Saichô, quien viaja en esa embajada con otro monje de renombre, Kûkai. Este último se desplaza hasta Chang’an, en donde estudió budismo esotérico y filosofía india. Sería el responsable de la introducción en Japón de ese budismo esotérico por medio de una nueva secta, Shingon. Este tipo de budismo, a diferencia de las sectas de Nara, que buscaban la iluminación por mediación del aprendizaje de la doctrina presente en las escrituras, se fundamentaba en la transmisión de enseñanzas secretas de maestro a discípulo en forma de rituales y oficializándose en una imaginería atractiva para la aristocracia de Kioto así como para los sucesores de Saichô, particularmente Ennin y Enchin (siglo IX), por medio de los cuales el esoterismo permeó el budismo Tendai.

Kûkai estableció el centro Shingon en el monte Kôya, mientras Saichô fundaba el monasterio Enryakuji en la montaña Hiei, configurando como texto básico del budismo Tendai el Sutra del Loto, con el tiempo la obra de mayor influjo en la historia de Japón. El esoterismo búdico dominaría el budismo de las clases altas durante todo el período. Así, ahora la sectas de Nara, sumadas a las de Tendai y Shingon, configuraban las ocho sectas oficiales, todas ellas formando parte de un budismo institucionalizado y esencialmente elitista.

Será a fines del siglo X cuando se empiece a notar la influencia de la nueva corriente del budismo amidista, es decir, de la Tierra Pura, de gran repercusión popular. Su objetivo primordial, a diferencia del budismo esotérico, se centraba en la salvación de las almas y en el renacimiento en el paraíso de la Tierra Pura del Buda Amida. En este amidismo, que se hizo muy efectivo en una época de hambrunas y de epidemias, convivieron dos corrientes, una popular, por medio del proselitismo de religiosos itinerantes, entre los que sobresale Kûya (entre 903 y 972); y la otra, dentro de la secta Tendai desde Genshin, gracias a monjes especialmente interesados en asuntos soteriológicos.

Por otra parte, el eclecticismo religioso entre los cultos nativos y el budismo, siguió siendo una labor fomentada desde las altas esferas. De este modo, en los santuarios sintoístas se llevaban a cabo ceremonias budistas y se erigían pagodas. El propio emperador poseía en privado un cuerpo oficial de monjes esotéricos cuya finalidad era defenderlo orando por su bienestar. Sería en el período de los emperadores retirados cuando se inició la identificación del Buda del Gran Sol (Dainichi Nyorai), divinidad capital del budismo esotérico, con la diosa Amaterasu. El rol de la mujer en el marco del budismo fue en declive, en tanto que se dejaron de construir conventos y su presencia fue desapareciendo de los ritos oficiales.

Esta época será el período que verá la proliferación de estatuas de Fudô Myôô, una agresiva divinidad de origen indio, representada con colmillos, espada, el cuerpo en llamas y un rostro oscuro, encargada de proteger las enseñanzas del Buda. Será el referente crucial de las sectas del budismo esotérico. No obstante, también sobresalen los raigôe, pinturas en las que se muestra la llegada de Amida y su séquito de deidades acompañantes, que vienen a recoger el alma de una persona fallecida que ha sido merecedora de renacer en el paraíso.

Durante el período Heian, la orientación del budismo hacia las clases populares se centró en las corrientes amidistas y en el proselitismo llevado a cabo por monjes itinerantes, que preferían esa labor a dedicarse a la oración y la observancia religiosa en los monasterios. En el período Kamakura (1185-1333), las instituciones religiosas tradicionales ligadas al Estado comienzan su apertura, de manera que la gente se acerca a los templos a practicar actos devocionales y los grandes santuarios abandonan su aislamiento del entorno social transformándose en lugares de peregrinación. Un cambio que responde a la falta de ingresos suficientes, de tal modo que santuarios y templos se vieron obligados a usar otros mecanismos de financiación.

La gente empezó a rezar en los templos y santuarios porque se modificó la cosmología. Anteriormente, se creía que las divinidades moraban en este mundo y permanecían en contacto con las personas, lo que facilitaba pedir su ayuda para soportar los retos inherentes de la cotidianidad; posteriormente, el interés cambió hacia la salvación y una existencia absoluta que moraba en el más allá. Un nuevo y sencillo budismo, liderado por monjes como Shinran u Hônen (siglos XII-XIII), se orientaba a la salvación de las almas; un budismo que se oponía al antiguo, patrocinado por la aristocracia y que, de algún modo, limitó sus lazos con el Estado para involucrarse en mayor medida con la sociedad común.

Los amidistas del período Kamakura muestran su fe en la salvación a través de la misericordia del Buda, simplificando el modo de lograrla. Entendían que eran innecesarios los mediadores para alcanzar el paraíso. Ahora, cada persona podía renacer en el Paraíso de la Tierra Pura únicamente recitando el nenbutsu, la invocación a Amida. La secta de la Tierra Pura fue fundada por Hônen, si bien los sucesores de Shinran serían los que extenderían el culto a Amida entre los grupos de samuráis y campesinos. Esto hizo que se le considerase el creador de la secta de jôdoshinshû, la Verdadera Tierra Pura. Otro monje que sobresale en este momento en el amidismo es Ippen. Por su parte, el célebre monje Nichiren (siglo XIII), señalaba que la fe debía dirigirse hacia el Sutra del Loto, y no hacia la invocación a Amida.

Los continuos viajes por parte de monjes entre Japón y China fue el motor principal de la entrada del Zen, el tipo de budismo predominante en la China de las dinastías Song (960-1279) y Yuan (1271-1368). Fueron creados los monasterios zen en Kioto y Kamakura bajo el patrocinio de los Hôjô. Su prestigio como una corriente china le confirió un halo de legitimidad y respetabilidad, facilitando su confrontación con las ocho sectas de Nara y Kioto protegidas por la corte. Los monjes zen, imbuidos de la cultura china, podían actuar como diplomáticos, y como contaban con apoyos continentales, propiciaban los intercambios comerciales.

El budismo tradicional se preocupaba de ejecutar con corrección los rituales y de estudiar los sutras. Por otra parte, con el paso del tiempo, se habían secularizado y ciertas prácticas como el juego, el sexo o el consumo de alcohol, se había convertido en habituales en el interior de los monasterios. Por lo contrario, los monjes zen proponían un budismo institucionalizado decidido a defender al Estado, sustentado en dos pilares clave: la disciplina moral y la búsqueda de conocimientos.

Por su parte, los monjes de la antigua secta Risshû desarrollaron labores de asistencia de marginados, indigentes y pobres, amén de ayudar en la erección y consolidación de obras públicas (puentes, puertos), motivos que propiciaron el apoyo del bakufu. Hay que recordar que ayudar a los más necesitados era el modo de llevar a la práctica la compasión originaria budista.

Las mujeres seguirán perdiendo presencia en la jerarquía búdica, y aunque las escuelas Risshû y zen abrieron conventos, eran siempre supervisados por varones de la orden.

Características esencial del budismo zen fue la creación de representaciones de maestros fundacionales, costumbre procedente de la necesidad de venerar la imagen del maestro, en tanto que proporcionaba legitimidad a los monjes y a los templos que contaban con tales imágenes. Del mismo modo, los emakimono o rollos ilustrados se convirtieron en una herramienta propagandística empleada por varias escuelas budistas. Muchos rollos ilustrados presentaban una visión satírica de las actividades realizadas por las distintas escuelas o sectas, como fue el caso de los Rollos ilustrados de historias de tengu. En ellos se mostraban monjes con picos o narices enormes, análogos a los de los tengu, míticas criaturas híbridas, mitad ave y mitad ser humano, que solían perjudicar y retrasar la iluminación.

Las funciones religiosas monopolizadas por la corte fueron paulatinamente absorbidas por el bakufu de Muromachi, de forma que los Ashikaga comandaron y organizaron la celebración nacional de las ceremonias budistas. Con la finalidad de compensar pérdidas, los monasterios tradicionales se enfocaron en actividades como los préstamos y el suministro de capital para sufragar empresas comerciales. Algunos se convirtieron en fortalezas sirviendo a las gentes de protección frente a los excesos de los daimios. Ello posibilitó su rápido crecimiento y su conversión en ciudades.

La secta de la Verdadera Tierra Pura se expandió por todo el archipiélago por la actividad proselitista de Rennyo, en la segunda mitad del siglo XV, y cuyo mensaje se centraba en el igualitarismo social, en tanto la secta del Loto tiene su auge en los ambientes urbanos a través de la defensa de una moral religiosa que asocia riqueza con virtud. Un aspecto relevante se de este tiempo es la creación de ligas de creyentes, que intentaron competir con el poder secular usando medios bastante violentos.

El período Edo (1603-1867), se caracteriza por el deseo de terminar con el poder secular de las instituciones religiosas. Así, los Tokugawa encomendaron a los templos funciones de control social. En busca de que aquellas se ciñesen a ámbitos religiosos y sociales, el régimen proporcionó a los monjes y a las escuelas religiosas seguridad jurídica y económica. El mundo budista popular, en cambio, no entró en decadencia, floreciendo numerosos lugares de peregrinación, como el monte Fuji, el monte Kôya, la montaña Konpira, los peregrinajes de Kannon en Kantô y Kansai, o el santuario de Ise. El elemento clave que integró al budismo en el aparato gubernamental Tokugawa fue el cristianismo, pues el sogunato empleó los templos en su particular cruzada anticristiana. Los ritos de enterramiento serán cruciales a la hora de demostrar el no cristianismo. Es así que la población quedó sometida a prácticas funerarias budistas, al margen de las creencias de las personas.

Los templos ya no eran grandes terratenientes, y ahora sus fuentes de ingresos consistían en el dinero que recibían por la celebración de los oficios de difuntos y las exequias. En consecuencia, el budismo de esta época se le conoce como budismo funerario. Los bonzos, como curanderos y profesores, pero también centrados en el negocio de la muerte, hacían de mediadores en los conflictos entre los aldeanos o entre estos y las autoridades. Los recintos templarios se utilizaban como escuelas parroquiales de enseñanzas básicas.

Se llevó a cabo un sistema nacional de clasificación de los templos por el que cada escuela tenía que organizarse en un sistema piramidal, con la presencia de un monasterio principal (honji) como único interlocutor válido con el bakufu. Por debajo, habría una serie de templos dependientes o matsuji, divididos en ramas. De este modo, la sectas quedaron oficialmente compartimentadas. Esta ordenación del mundo búdico se extendió a otros grupos, caso de los populares ascetas montañeses o yamabushi, que se dedicaban a la labor de exorcistas o de sanadores.

El período Meiji, entre 1868 y 1912 comienza con la desvinculación de la figura imperial del budismo. Los templos budistas fueron los principales perjudicados en el proceso de unión del Estado y el sintoísmo, perdiendo sus privilegios. Se produjo una división forzosa entre el sintoísmo y el budismo, lo que trajo consigo una importante destrucción de templos y de imaginería budista. Ciertos movimientos populares alentados por el gobierno persiguieron al budismo, en tanto que en él veían una manifestación contraria a la razón y una asociación con un pasado reaccionario, rancio.

Referencias esenciales

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Prof. Dr. Julio López Saco

UM-AEEAO-AHEC-UFM, septiembre, 2025.