22 de septiembre de 2017

Entidades sobrenaturales de la religión popular en China





Imágenes, de arriba hacia abajo: caja de laca con ocho luohan o inmortales daoístas reunidos en un bosque. Siglo XVIII; Guanyu, antiguo general Han, convertido en dios protector, acompañado por dos de sus capitanes; inmortal daoísta sobre una tortuga. Nanyang-Xijiao; y pintura que muestra al Emperador de Jade y los Reyes Celestiales. Tinta sobre seda.

La religión popular china consiste en la creencia en una multitud de seres divinos, así como en la práctica de ceremonias y rituales que permitan estar en consonancia con ellos. Las entidades divinas pueden dividirse en dioses naturales, ancestros y deidades que derivan de algunos ancestros, y fantasmas y demonios. 
Los dioses naturales, son divinidades del Cielo y la Tierra, de ríos y lagos, montañas y campos, planetas y estrellas, lluvia y viento, o rayo y trueno, entre otros aspectos. Se conciben como seres semi antropomórficos o semi bestiales (como las deidades asociadas al agua, que se perciben habitualmente con forma de dragón), y se piensa que están organizadas en un sistema jerárquico de mando, con el Cielo en la cumbre y otros varios dioses a su servicio. En tal sentido, por ejemplo, las deidades de las cinco montañas sacras dominan sobre aquellas de cumbres bajas.
El impacto de estos dioses naturales sobre la vida humana es grande. Determinan la fertilidad de la tierra, las precipitaciones o el acontecer de los desastres, como terremotos o inundaciones, pero también la armonía de la sociedad y la selección del gobernante. Son propiciados a través de los regulares sacrificios estacionales que se ofrecen en altares naturales especiales. Son observados por todos, tanto por el rey y la nobleza como por parte de la población campesina común. Cielo y Tierra deben ser adorados particularmente por el rey o el emperador, mientras que los varios dioses de las montañas, campos y cursos de agua, lo deben ser por la gente local.   
A este panteón natural básico, los cosmólogos de la época Han añadieron diversas otras figuras, entre las cuales destacan, principalmente, los Cinco Emperadores (wudi), como representantes de los poderes cósmicos de las Cinco Fases. Cada uno era adorado en su correspondiente estación y con su particular color, número o tono musical. Ellos establecen una deidad central conocida como la Gran Unidad (Taiyi), con la intención, precisamente, de mantener una posición central. El Gran Uno fue cercanamente asociado con Dao, que se convirtió en deidad en la etapa dinástica Han, siendo adorado en la figura de un Laozi santificado, equipado con poderes cósmicos y sobrenaturales. Hubo, asimismo, una tendencia en la religión popular (y en la oficial) a añadir representaciones con forma humana de abstracciones de entidades cósmicas al panteón básico de los dioses basados en la naturaleza.
El segundo grupo principal de deidades fueron los ancestros, definidos como parientes muertos recientemente en la línea masculina familiar, que eran usualmente venerados hasta por cinco generaciones. Su adoración fue especialmente prominente en la época Shang, cuyas gentes creían que la mayoría de los sucesos vitales eran causados por la buena voluntad o las maldiciones de un antepasado. Su calendario (en semanas de diez días) se establecía en función de ellos, de modo que se pudieran llevar a cabo sacrificios regulares en honor de todos. Desde el período de los Estados Combatientes, la existencia de los antepasados ha sido entendida en dos partes, como almas hun y po, que se separarían en el momento de la muerte y tomarían diversos caminos. La parte hun o espiritual se movería hacia un cielo ancestral, y se podría acceder a ella a través de la adoración de las tablillas de los ancestros en la casa. Por su parte, la parte material (po), quedaba en la tumba, en donde debía ser cumplimentada con un contrato legal que la asociaba a la tierra de la sepultura, al igual que con bienes y el cuidado preventivo necesario para evitar que regresase en la manera de un fantasma.
Se creía que los ancestros eran más o menos conscientes y “conocían” los asuntos de sus descendientes. Requerían complementos regulares de alimentos, incienso, vino y encantamientos. En contrapartida, retornaban buena fortuna y proveían protección. La relación es, por tanto, estrictamente recíproca. Los desastres o las enfermedades, se atribuían, muy a menudo, a la negativa de satisfacer los deberes ancestrales.   
Algunos antepasados acabaron siendo considerados meritorios y muy benéficos para la sociedad, de tal modo que se creyó necesario que no se limitasen a servir a una determinada familia. Por medio del consenso popular, y gracias a ratificaciones en largos procesos de reconocimiento, tales ancestros eran convertidos en deidades populares que servían a una específica comunidad, o crecían hasta llegar a ser deidades nacionales. Ejemplos notables muy conocidos son el del dios de la ciudad de Shanghai, un meritorio oficial local que vivió en el siglo XIV, y que fue promovido a sus sobrenatural posición por petición popular, o el dios de la riqueza, Guandi, en origen un militar, en concreto un general, quien vivió en el siglo III. Fue adorado, en principio, localmente y luego nacionalmente, hasta el punto de que sus templos están diseminados por las principales ciudades chinas. 
Los dioses populares que crecieron a partir de los ancestros también se establecieron en jerarquías organizadas, dividiéndose, no obstante, en departamentos separados, todos ellos bajo la supervisión y control del Emperador de Jade (Yuhuang), la personificación del Cielo. Uno de esos departamentos relevantes es el llamado Departamento del Destino, gestionado por el gobernante del Destino (Siming), una deidad que fue primero documentada en el siglo IV a.e.c. y que todavía en la actualidad es relevante. Un comportamiento apropiado en la tierra y una regular adoración de estas divinidades aseguraba la buena fortuna y la prosperidad, incluso a las generaciones venideras.   
Los fantasmas y demonios, definidos para la mayoría como muertos infelices o descontentos, suelen ser entidades que fueron personas fallecidas y que han regresado buscando venganza. Otros fantasmas y demonios son, por el contrario, ancestros que han sido negados por parte de sus familiares y están hambrientos y, por tanto, se encuentran en busca de sostenimiento. Incluso algunos pueden ser animales mutantes, criaturas que alguna vez ganaron el poder de cambiar de forma y causar problemas e inconvenientes de diferente consideración.
Al tratar con este tipo de entidades la gente toma sus precauciones más básicas, como es el caso de colgar ramitas para espantar demonios (especialmente de madera de melocotonero), ubicar talismanes sobre las puertas de las casas, recitar encantamientos contra los fantasmas cada vez que entran en un área desconocida e, incluso, llevar a cabo una ritual de adivinación. No obstante, una vez que un demonio se ha dado a conocer, deben tomarse otra serie de medidas más activas, como arrojarle una zapatilla, mantener cerca de él un espejo, que revela su verdadera y repugnante forma, o llamarle por su nombre. En algunas ocasiones, se hacen necesarios ritos de exorcismos o ritos chamánicos en los que los demonios son invocados e identificados para ser convenientemente expulsados y desterrados.
Las comunidades daoístas antiguas participaron de esta cultura popular y adoptaron sus rasgos clave. Sin embargo, también añadieron un diferente tipo de deidades al panteón, no basadas ni en la naturaleza ni en personas fallecidas. Este tipo de divinidades está representado por los inmortales, quienes fueron originalmente humanos pero cuya metamorfosis en seres espirituales no incluyó la separación de dos almas y, por consiguiente, no tuvieron una muerte como comúnmente se entiende. Entre las divinidades se incluyeron personificaciones de fuerzas cósmicas mayores, como Laojun (Señor Lao), personificaciones del Dao, la Reina Madre de Occidente  (Xiwangmu), representante del yin cósmico y reina de los inmortales, y el Señor Rey del Oriente, símbolo del yang cósmico. Todos ellos se consideraron seres de elevada pureza y fueron, de tal manera, superiores a los dioses derivados de gente fallecida.
Por otra parte, los daoístas antiguos rechazaron también los trances chamánicos, los sacrificios sanguinolentos y los rituales orgiásticos de fertilidad, remplanzándolos por comunicaciones escritas a los dioses. Expresaban sus oraciones y deseos en peticiones, memoranda y anuncios, estableciendo así una línea formal de comunicación con el otro mundo. Para ello el maestro hacía las veces de oficial ultramundano y, en consecuencia, portaba sellos y poderes que le permitían la comunicación con la esfera divina. 

Prof. Dr. Julio López Saco
UCV-UCAB. FEIAP-UGR. Septiembre del 2017. 

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