Imágenes: arriba, una escultura
de Palamedes del artista neoclásico A. Canova, en Villa Carlotta; abajo, pintura
al óleo de Anton van Dyck y Paul Rubens, titulada Aquiles descubierto por Ulises.
Pintura flamenca del siglo XVII.
El
héroe astuto por antonomasia ha sido, desde antiguo ya, Ulises. Mientras
Aquiles era el símbolo del arquetipo del heroico guerrero más tradicional,
cuyas virtudes eran la fortaleza de sus brazos y sus armas, Ulises (aun sin
renunciar a la fuerza), recurría a la capacidad de pensar, discurrir, razonar,
si bien siempre vinculada a la astucia. Representaba el prototipo del héroe más
humano. Pero como ser humano, también poseía su lado sombrío, en tanto que su
inventiva lo hacía experto en mentir y manipular, buena parte de las ocasiones
con fines nada honorables.
Tal
vez únicamente Palamedes tuvo también la fama de ser tan inteligente como
Ulises, aunque con una singular diferencia: mientras Ulises la empleaba para su
beneficio, para obtener aquello que buscaba, Palamedes la ponía altruista
servicio de la comunidad. Tal rival competencia no pasaría desapercibida para
el soberano de Ítaca, quien fue capaz de aniquilarlo gracias a un canallesco
ardid: acusarlo falsamente. También otras grandes personalidades resienten la
presencia de Odiseo. Es el caso de Ayax, quien se sintió humillado (lo que le
llevó al suicidio) cuando Ulises manipuló con su característica habilidad a los
que decidían el destino de las armas del fallecido Aquiles, o de Filoctetes, el
espléndido arquero abandonado sin piedad por Ulises en una desierta isla.
Tampoco los grandes reyes, como Menelao o el mismo Agamenón se sentían
confiados a su lado.
Es
Ulises una personalidad pragmática, sin duda, pero sin moral. En sus Narraciones, Conón, aludiendo al famoso robo
del Paladio que garantizaba la victoria aquea en Troya, no tiene reparos en
mostrar el lado oscuro, traicionero de Ulises, quien intentó matar a su compañero
de hurto, Diomedes, porque éste será el que se lleve el crédito y la gloria de
tal necesaria acción. Diomedes, siempre prevenido, evita el desastre. Puede
aparecer Ulises como una persona piadosa, sí (en el Ayax sofócleo), pero al tiempo como un ser inescrupuloso, artero,
amoral, jactancioso, además de pragmático (como el en mismo Sófocles, ahora en Filoctetes, o en la Hécuba de Eurípides).
En
la literatura latina la visión del héroe resulta habitualmente desoladora. Así
ocurre en las Metamorfosis de Ovidio,
en donde el gran Ayax le recrimina que pertenezca a la progenie de Sísifo, el
engañador por antonomasia de la mitología griega, o que sus hazañas, como la
del mencionado robo del Paladio o de los caballos de Reso, las hubiera llevado
a cabo en la nocturnidad y con ayuda (Diomedes en ambos casos). Sin embargo, el
rey de Ítaca se defiende de tales acusaciones empleando uno de sus mejores
recursos, la elocuencia (teñida, eso sí, de cinismo). Dice así que Héctor muere
por porque fue él quien astutamente sacó de Esciros a Aquiles, donde se había
refugiado huyendo del conflicto troyano, o que aconseja con sabiduría a quien
lo necesita. Los romanos, en esencia, quienes se consideraban descendientes de
los troyanos por mediación de Eneas, no olvidan, ni perdonan, que haya sido el
famoso hijo de Laertes el inspirador de la estratagema del célebre caballo de
madera que conllevó, a la postre, el fin de la ciudadela.
Los
escritores más modernos, tal vez obviando estos recursos de la personalidad de
Ulises, se han decantado en su mayoría por la visión del héroe de la Odisea. Acontece con La curación de Troya, de Seamus Heaney
(reactualizada a través del infame apartheid
sudafricano), o del Filoctetes de
André Gide, para quien Ulises es la representación del patriotismo y el deber.
Los episodios fantásticos y muy aventureros de la Odisea han sido los
inspiradores de los artistas, de diversas artes, que se han acercado a la
figura de Odiseo. Y ya desde la antigüedad esto es moneda común. Así, por
ejemplo, ocurre con una jarra para el vino (enócoe)
de Apulia, de figuras rojas, datada a mediados del siglo IV a.e.c., o los mosaicos
de Zeugma y Susa (Turquía y Túnez, respectivamente), en donde se representa a
Ulises desenmascarando a Aquiles en Esciros, o también en la Casa de los
Dioscuros pompeyana y sus frescos.
En
épocas más modernas, de los siglos XVI al XIX, la popularidad del rey de Ítaca
lo encontramos reflejado en pinturas como las de van Dyck, A. Gentileschi, N.
Poussin, Gérard de Lairesse, G.B. Gamberini o Jan de Bray. Asimismo, en los
neoclásicos N.A. Abildgaard, J. Germain Drouais o J. Barry (en la escultura
neoclásica A. Canova), y en los románticos como F. Hayez.
Debemos destacar, además a Antonio Zanchi (en su famoso Palamedes y Ulises) y hasta al mismísimo Rembrandt. Entre los
siglos XVII y XIX, Ulises también fue motivo predilecto de inspiración de
óperas musicales, la gran mayoría a partir de un libreto de Pietro Metastasio
llamado Aquiles en Esciros. Le
pusieron música autores italianos representantes de la opera seria, como
Domenico Sarro, A. Caldara, Francesco Sacrati (La loca fingida) y N. Jommelli, o alemanes de la talla de J. Adolph
Hasse y, sobre todo, de G.F. Händel, con su muy conocida Deidamia.
Prof. Dr. Julio López Saco
UM-FEIAP, julio, 2020
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