22 de julio de 2021

Influencias orientales en la mitología y religión griegas. Una visión historiográfica

No es ya discutible hoy la influencia oriental (Mesopotamia, Próximo Oriente, Anatolia) sobre el ámbito cultural griego en aspectos como las ciencias, el arte, el comercio o la filosofía. No obstante, los campos en los que los paralelismos existentes entre el mundo griego y el oriental han llamado poderosamente la atención de los investigadores y estudiosos ha sido el de la mitología, tal como aparece reflejada, naturalmente, en la literatura, y el de la religión, sobre todo después del desciframiento de los textos mitológicos hititas y de la literatura ugarítica. En los años treinta del pasado siglo fue Franz Dornseiff uno de los primeros clasicistas que apostó, aunque no exento de cierta polémica, por el estudio de las formas paralelas de la poesía griega y la oriental, babilonia o fenicia, contribuyendo con una importante lista de préstamos griegos tomados de Oriente.

Sería la publicación del texto hitita Reinado del cielo, que menciona la castración de la deidad celestial por Kumarbi, la que acabaría siendo un notable punto de inflexión en función de las evidentes similitudes que ofrecía con el mito griego de Urano y Cronos tal y como se refleja en la Teogonía hesiódica. Otros trabajos pioneros relevantes fueron los de Peter Walcot sobre la relación entre la poesía de Hesíodo y Oriente Próximo, así como el enorme compendio sobre las relaciones de la mitología y la literatura griegas con las de Oriente Próximo de Martin West. Esta íntima relación entre los mitos griegos y los del Oriente Próximo fue explorada también en la segunda mitad del siglo xx por la investigadora francesa Jacqueline Duchemin, el historiador suizo de la religión griega Walter Burkert o la estudiosa española Carolina López Ruiz, por mencionar solamente algunos nombres de prestigio.

Debe mencionarse, del mismo modo, la sustancial contribución egipcia al desarrollo de la religión griega arcaica y clásica. En tal sentido, sobresale la arqueóloga estadounidense Emily Vermeule quien identificaba como préstamos procedentes de Egipto ideas griegas como la geografía del mundo subterráneo (modelada como un palacio de un reino de la Edad del Bronce) y la figura de Caronte, el peso de las almas de los muertos, o el concepto de los bienaventurados y su denominación (Makares), equivalente al egipcio Maakherou, alma en forma de ave. Incluso los juegos de mesa por parte de los difuntos también habría tenido su origen en las tierras del Nilo. El reconocido Walter Burkert sumaría el motivo del fuego dador de vida, idea que desempeña un rol relevante dentro del mito de los misterios de Eleusis.

La serie de comparaciones al respecto de las distintas realizaciones entre las culturas orientales y entre éstas y la griega se vio además facilitada por los muy sesudos estudios de ciertos indoeuropeístas de indudable prestigio, como es el caso, por ejemplo, de Jaan Puhvel.

A estos aspectos reseñados ha de sumarse también una determinada tendencia a desacralizar la cultura griega de parte de unos pocos reputados helenistas que han querido detectar la presencia de elementos “distorsionadores” dentro de un luminoso (e idílico) marco generado por los promotores del ideal milagro griego, presidido por la racionalidad, la armonía y el equilibrio. En semejante dirección se tiene que mencionar el celebérrimo trabajo de Eric Dodds, Los griegos y lo irracional, que se centraba en mostrar la cara oculta de la mentalidad griega, destacando la presencia y relevancia de determinadas formas de culto muy impregnadas de aspectos irracionales. En la misma línea se hallan los trabajos de la escuela de París, a cargo de los afamados Marcel Detienne y Jean-Pierre Vernant, quienes siguiendo los pasos del antropólogo Louis Gernet, pusieron de relieve las facetas de la cultura griega que no se ajustaban al esquema racionalista y modélico diseñado desde una clara óptica clásica idealizante.

A pesar de la creciente cantidad de evidencias que apuntan al reconocimiento de la influencia de las civilizaciones orientales en la formación de la cultura griega en determinados momentos de su desarrollo, han existido  resistencias por parte de algunos especialistas. Estos estudiosos se niegan a asumir la susodicha dependencia, argumentando disímiles y complejas estrategias para paliar los efectos de la misma si no queda más remedio que asumir tal posibilidad histórica. En ese orden de acontecimientos, cobró fuerza la idea de separar el legado mitológico griego del de sus vecinos orientales, sobre todo de la mano de renombrados estudiosos de la filología clásica, caso de U. Wilamowitz, M. Müller, Ch. G. Heyne o Friedrich Welcker. Aunque se maquillaban simplemente determinadas tendencias ideológicas antisemitas, la principal estrategia académica consistía en apuntalar el bien conocido ideal del genio griego particular, capaz de articular y generar por sí mismo las ingeniosas narraciones que han trascendido como mitos gracias a la tradición literaria  que  ha sobrevivido. Estos especialistas, herederos intelectuales de los conceptos de Winckelmann, fueron personalidades de gran erudición filológica, capaces de configurar el mito de la autarquía creativa-intelectual helénica, que marcaría a fuego al neohumanismo alemán originando el etéreo “milagro griego”.

La contribución oriental a la cultura griega se llegó a minimizar hasta el paroxismo. Quedaría reducida a unas pocas costumbres, habilidades manuales, fetiches, ornamentos anticuados y utensilios específicos de unas repelentes divinidades. Algunos, como Julius Beloch, acabarían negando de forma drástica la presencia oriental (en un marco genérico de antisemitismo, hay que remarcar), así como la posibilidad de que en las leyendas pudiera encontrarse cualquier atisbo de realidad histórica, relegando al terreno de la mera fantasía insustancial cuestiones como el Cadmo fenicio o el Heracles de Tasos. Llegó a sostener incluso que los fenicios fueron solo un pueblo oriental de carácter mítico (denominación heredada de Phoenix, divinidad solar con credencial  de existencia histórica), que ulteriormente serían identificados con los habitantes de la costa del Levante oriental en el periodo arcaico griego.

Similares reacciones de esta suerte de negación radical de influencias orientales se oficializaron sin rodeos en terrenos como al arte o la filosofía (Eduard Zeller, Robert Cook o John Boardman, por ejemplo).

El ámbito clasicista fue el propiciador de ese modelo ideal, abstracto, denominado ”milagro griego”, en el sentido de la plasmación de un espíritu o genio específicamente helénico que marcaría todas las creaciones surgidas en el ámbito de la civilización griega con un sello distintivo propio, incomparable con el de otras culturas de la Antigüedad. Semejantes ideas fueron expuestas en obras de historiadores como Jacob Burckhardt, en trabajos de helenistas alemanes como Helmut Berve, Werner Jaeger y V. Ehrenberg, empeñados en descubrir valores y esencias protitípicos de la helenidad, así como en otros autores, de la talla de Johann G. Droysen o Victor Duruy.

En fechas ya bastante recientes (fines de los años ochenta del pasado siglo), se reabrió el debate (nunca realmente finalizado), sobre las relaciones entre la cultura griega y las civilizaciones orientales, gracias al seminal libro de Martín Bernal (Atenea Negra. Las raíces afroasiáticas de la civilización clásica), que provocó la reacción de quienes defendían los cimientos sobre los que se asentaba el predominio intelectual y educativo de la cultura clásica. El fin primordial, en consecuencia, era establecer el concepto de identidad griega nacional a modo de modelo de civilización autónoma y autosuficiente. En esta obra (hoy justamente desautorizada) se defiende la influencia ejercida por fenicios y egipcios sobre el mundo griego en el II milenio a.e.c., a través de oleadas invasoras y colonizaciones llevadas a cabo por egipcios y semitas en el Egeo hacia fines de la Edad del Bronce. Tales acontecimientos habrían quedado fijados de manera imborrable en las leyendas y mitos griegos.

Prof. Dr. Julio López Saco

UM-FEIAP-UFM, julio, 2021.

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