El
imaginario mágico, expresado en leyendas, mitos y cuentos, sobre todo de hadas,
es un elemento crucial de la cultura popular. Esos cuentos y leyendas, lejos de
ser solamente entretenimientos, se configuran como historias que hacen llegar a
nuestro tiempo una concepción del mundo tradicional, abriendo la puerta a una
espiritualidad que concebía el mundo y la naturaleza como un lugar de
significado y de sentido plenos. En ese mundo de la tradición, la naturaleza y
sus fuerzas estaban dotadas de alma; estaban vivas, un hecho que implicaba que
el universo no era únicamente algo, sino también alguien. Un universo que no
sería visto como un mecanismo, más o menos complejo, de engranajes y materiales
fuerzas ciegas, sino como un organismo con vida.
Las
fuerzas elementales, asociadas a la tierra, el agua, el viento o el fuego, no
refieren la existencia de un plano superior trascendente, sino uno intermedio,
contemplado como una dimensión espiritual, sutil, poblado de seres mágicos
(feéricos) en espacios y lugares naturales, como bosques, manantiales, grutas o
montañas. Sería un plano espiritual intermedio vinculado al mundo; es decir, al
más acá. La existencia de tales seres o entidades se relaciona con la
naturaleza, desarrollando el papel de alma del mundo. Su ocultamiento, o final
desaparición, sería una inequívoca señal de la materialización y
desencantamiento del mundo, que poco a poco quedaría a merced de un tiempo
humano, mientras los seres feéricos harían las veces de antiguas deidades
propias de un tiempo ya desaparecido, fenecido.
Los
pobladores de esta suerte de reino intermedio no son buenos ni malos. Su
conducta es bondadosa o malvada según las circunstancias. En cualquier caso, de
este plano intermedio no se deriva la condenación o salvación de almas, sino
una armónica relación con la naturaleza, de estrecho vínculo con una realidad
natural de la que son parte sutil y, por consiguiente, invisible.
Por
otra parte, este reino escondido parecerá asociado a determinados lugares,
naturales (manantiales, colinas, lagos, grutas, claros del bosque, cumbres o troncos
huecos), y artificiales, construidos por el ser humano, particularmente
vestigios arqueológicos de la prehistoria y la protohistoria (menhires,
dólmenes, castros, tumbas neolíticas). Los mitos y las leyendas abundan en
significar que la naturaleza posee alma y que en ciertos, específicos lugares,
dicha alma tiene la capacidad de poder materializarse, si bien siempre de un
modo especial. Estos espacios, auténticas bisagras entre el plano humano y el
reino oculto, asociados a restos arqueológicos, serán ideales para la creencia
en la manifestación de la caterva de seres que pueblan el plano intermedio. De
esta forma, la relación entre los vestigios arqueológicos y los cuentos de
hadas, por ejemplo, será habitual y notoria. De ahí su valor espiritual y simbólico.
El
hecho religioso, generalmente cristiano, ha negado la dimensión espiritual del
mundo de la naturaleza, y aunque el mundo es creación, no deja de ser un lugar
desencantado. Además, cuando la religión pone su atención no tanto en la
trascendencia como en la inmanencia, acaba por orientarse hacia un panteísmo
inmanentista, que sugiere un pacto con las fuerzas naturales para propiciar
salud o bienes de la existencia material. La religión debe, por supuesto,
reconocer la trascendencia como fuente y destino de la manifestación, pero al
tiempo reconocer también el anima mundi
como una dimensión espiritual de tal manifestación.
Como
es bien sabido, la modernidad no se detiene en considerar un atisbo de
trascendencia, negando, asimismo, la dimensión espiritual del plano natural. No
obstante su concepción materialista de la realidad, no impedirá el surgimiento
(o resurgimiento “encantado”) de cuentos, mitos y leyendas en el sensible
entorno del romanticismo, configurándose reelaboraciones realizadas desde las
narraciones populares de tradición oral.
Un
aspecto destacable es, por demás, la fascinación que semejante reino escondido,
y sus habitantes, ha venido despertando, sirviendo de nutriente e inspiración
de corrientes estilísticas, tanto de las artes plásticas, como de la música o
la literatura. Por mencionar unos pocos casos, la pintura prerrafaelita, la
poesía de William B. Yeats, las obras de J.R.R. Tolkien, o la música de
Waterboys o de la muy célebre Enya. Dicho
de un modo abierto y claro: los mitos y las leyendas del intermedio mundo
escondido animan parte de la producción cultural de un mundo contemporáneo que,
a la postre, quiere observar algún resquicio para alejarse de las poderosas
seducciones de la modernidad.
Un
reencuentro con el mundo natural no ha de ser únicamente en clave ecologista,
sino aquel de la mirada, digamos tradicional y pagana, en el que se vuelva a otear
un mundo nuevamente encantado, entendido como un lugar a la par maravilloso y
peligroso, pero dotado de misterio y de sentido.
Prof. Dr. Julio López Saco
UM-AEEAO-UFM, febrero, 2022.
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