9 de junio de 2022

Mito y fantasía en la cultura japonesa. Animales mitificados



Imágenes. Arriba, un Tanuki en un día lluvioso. Grabado ukiyo-e de Tsukioka Yoshitoshi. Siglo XIX; abajo, Nureonna o mujer del mar, en grabado de Toriyama Sekien. Gazu Hyakki Yagyō (Desfile Nocturno Ilustrado de Cien Demonios).

En el seno de las creencias populares japonesas abundan los relatos que cuentan mitos, historias y fábulas sobre entidades de diverso tipo. En Japón la presencia de criaturas fantásticas adquiere una poderosa carga de realidad, infrecuente en relatos occidentales. Al margen de las leyendas y creencias populares regionales o locales, estos seres de la imaginación  trasmiten el concepto original del que surgieron, lo que significa que su presencia todavía es válida en la sociedad, pues los requiere como modo de mirarse a sí misma. Semejante apreciación de una posible realidad del ámbito de lo fantástico anula los límites que se establecen habitualmente para clasificar los relatos en diversas tipologías.

El ámbito de lo maravilloso aparece ya en los relatos escritos del período Nara, en el siglo VIII. En ellos se mezcla la fantasía de las historias populares, las leyendas y la realidad del mito. Se muestran fusionados elementos de la tradición autóctona, particularmente de la cosmovisión shintoísta, con otros heredados de otras tradiciones culturales, sobre todo de China. La riqueza de este sustrato mítico y legendario está detrás del hecho cierto de que muchas versiones diferentes se muestran y reinterpretan en el teatro más clásico, el manga, el cine de animación y hasta los vídeo juegos.

Distintos tipos de situaciones o de personajes se emplean como una respuesta a necesidades variopintas, como enseñar los aspectos mítico-religiosos, espantar espíritus, cuestionar las realidades, simplemente entretener o recoger historias  extranjeras de carácter extraordinario. La peculiar visión animista y vitalista de la sociedad nipona, que entiende que todo contiene impulso vital, además de la extendida creencia en una realidad llena de divinidades (kami) que otorgan vida a la naturaleza, tanto animal o vegetal como a las rocas o a los objetos, contribuyeron al despliegue de una literatura en la que se percibe una concepción misteriosa de la realidad.

En la etapa medieval de Japón se observa una ligera disminución del poder divino de la casa imperial, cuyo origen se asienta en el mito y su empleo como recurso de justificación política, sobre todo aquel relacionado con la deidad solar Amaterasu, en tanto que comienza a exaltarse la austeridad y sobriedad, no exentas de refinamiento, de las clases tanto sacerdotal como militar. En cualquier caso, la concepción de la realidad se mantiene, en virtud de que sigue plagada con mucha frecuencia, de hechos fabulosos y de héroes que deben enfrentar criaturas sobrenaturales, así como de piadosos monjes cuya misión es liberar del sufrimientos a espíritus en pena que deambulan con pesar por el mundo de los vivos.

Las entidades fantásticas provenientes de las creencias de Yamato y del acervo cultural chino, ayudan a observar la realidad de la sociedad, a comprenderla y a conocer sus obsesiones, valores y temores. Incluso facilitan la explicación de los acontecimientos que resultan incomprensibles y que habitan la realidad más inaprensible. Sobre todo presentes en la literatura japonesa, han estado conviviendo en equilibrio armónico con el mundo humano del que, hay que destacarlo, forman parte ineludible. La normalidad con la que se percibidos los sucesos que pueden catalogarse como anómalos, y que narran las historias legendarias y míticas es un rasgo definitorio de la idiosincrasia japonesa.

Además de la presencia de sitios misteriosos y maravillosos, o de la presencia de seres celestes, es muy abundante el repertorio de extrañas criaturas animalescas, algunas de ellas inofensivas, pero otras terribles. Así, zorros, perros, mapaches, gatos, serpientes, tejones, dragones y hasta arácnidos, son recurrentes en muchos relatos.

Una criatura sobrenatural que puede cambiar de forma, aunque sea de modo temporal, es el obakemono u bakemono. De manera voluntaria puede convertirse en animal, generalmente en zorro o tanuki, pero también en gato o perro. También puede adquirir la forma de un ser  natural o la de un objeto inanimado, caso de los tsukumogami; es decir, objetos hogareños como escobas, por ejemplo, que cobran vida. La tradición proveniente del imaginario shintoísta recoge historias de animales que se metamorfosean en humanos manifestando grandes poderes sobrenaturales. Uno de los más populares es el mencionado zorro (kitsune). La leyenda cuenta que el zorro cambia de apariencia con la finalidad de engañar a los seres humanos tomando el aspecto seductor de una bella mujer. Estos  cuentos de zorros se originaron en leyendas chinas, indias y coreanas. En la versión japonesa, no obstante, el zorro resulta dulcificado, y es un animal menos peligroso. Incluso su carácter es más sosegado, de tono travieso y lúdico.

Esta  positividad en el imaginario japonés se debe a la filiación del animal con la deidad shinto Inari, encargado de proteger los campos de arroz, la agricultura y la industria. En la comunidad de zorros existe una organización jerárquica, que señala que cuantas más colas tenga el animal (llegando hasta nueve) mayor será su poder y su experiencia. La relación de los zorros con los seres humanos se explica de una doble manera. Están los zorros transformados que mantienen una relación amorosa con un ser humano (sobre todo un zorro-mujer que se casa con un campesino y con el que tiene un hijo). Parece factible interpretar aquí que el casamiento de humano con zorro-hembra podría ser una referencia a casamientos exógenos.

Pero también el personaje del zorro puede verse como un yōkai, quien no establece relación alguna con los seres humanos. De hecho, por el contrario, suele molestarse al sentirse observado. Este tema se puede observar en el cine,  en el baile de los zorros de la película Sueños (1990), de Kurosawa Akira, así como en el anime titulado La guerra de los mapaches de Pompoko (1994), de Takahata Isao. Según esta versión tradicional, los zorros salen tras las lluvias, con el arco iris, a realizar su ceremonia de apareamiento.  Finalmente, los kitsunebi se consideran fuegos fatuos que originan los espectros de los zorros.

Goza de gran popularidad el tanuki en el marco del imaginario japonés. Se trata de una suerte de mapache  juguetón. Al tanuki le encanta beber sake y comer, y es capaz de cambiar de forma. De barriga gigante, los machos pueden agrandar a voluntad sus testículos para conseguir ciertos propósitos.

Parecido al tanuki es el tejón, aunque se muestra con un carácter más agresivo que el mapache. En el cuento titulado El campesino y el tejón, una pareja de ancianos sufre la presencia destructiva de este animal. Un día el anciano logra cazarlo y luego se va a laborar al campo, quedando el tejón a cargo de la anciana que será engañada y asesinada por el astuto animal. Al volver el anciano, su esposa le dice que le preparó una sopa de tejón, si bien en realidad se trata del tejón que ha cocinado a la anciana. Una vez descubierto, huye.

Debido a la tristeza del anciano, un conejo decide ayudarlo a tomar venganza por la muerte de su esposa.  Invita al tejón a buscar hierba para el invierno. El tejón acepta sin sospechar, pero el conejo enciende la hierba que el tejón llevaba cargada, hiriéndolo gravemente El animal se recupera, de forma que el conejo lo invita a pasear en barca, pero le ofrece una barca de arcilla que acaba deshaciéndose.  El tejón se hunde en el agua, mientras el conejo lo golpea con el remo en venganza por la esposa asesinada del campesino.

Las mujer-gato, conocida como nekomusume, corresponde a un gato que se transforma en mujer con la intención de  hacer travesuras aunque posteriormente no puedan volver a su forma original. También puede referirse a mujeres que adoptan la apariencia gatuna por la ira que sienten. Se trata de dos versiones del mismo personaje. En el primer caso se habla de un ser juguetón, mientras que el segundo pertenece a la categoría que agrupa a seres vengativos (yūrei). Se le identifica, en ocasiones, con el kuroneko.

La serpiente es un reptil muy presente en el marco legendario japonés tradicional. El mizuchi o gran serpiente monstruo, posee patas y cuernos. Se trata de un personaje femenino capaz de matar con su venenoso hálito. Se suele vincular con las mujeres que sufren de celos. Existen diversas versiones de tal personaje, como ocurre con Nureonna, mujer serpentiforme que vaga por las playas.

Muy parecido a mizuchi es el dragón, cuya forma es de ofidio. De hecho, el origen de una y otro se confunde habitualmente desde su primera aparición en el texto Kojiki (del 712), cuando el dios de la tormenta Susa no wo combate al monstruo serpentino (o dragón) antes de conferirle forma al mundo de los seres humanos. La significación de ambos puede, no obstante, ser muy diferente, en tanto que la serpiente no deja de ser, casi siempre, un animal negativo, mientras que el dragón, animal esencialmente acuático, tanto en Japón como en China y, por consiguiente, generador de vida, tiene como destino unir el mundo divino con el  humano.

El dragón se asocia así al agua de los pozos, mares o   fuentes, lugares en los que vive y sobre los que gobierna. También se puede vincular con la lluvia fertilizante de los campos. Su espíritu lleva por nombre ike no mushi, si bien el auténtico guardián de los pozos es el dios Suijin. Fuerza reproductora y fecundadora en el seno del imaginario oriental, no es común que posea características malignas. Incluso si las posee, se encuentra sometido al poder de las deidades del shinto. Parece evidente el origen ancestral de esta criatura, previo al posicionamiento moralizante del budismo, motivo por el que su conducta es la de un animal mágico y divino, alejado de las concepciones terrenales del bien y el mal. En un antiguo cuento se narra cómo el guerrero Fujiwara Hidesato ayuda al Rey Dragón de una laguna a derrotar a su enemigo, un terrorífico ciempiés de la montaña que devora sin piedad a los hijos del rey.

La más célebre historia es aquella que menciona a una mujer que se metamorfosea en dragón, o también en serpiente, en el cuento llamado La campana de Dōjōji. En el relato, un sacerdote se enamora de Kiyohime, con la que mantiene relaciones sexuales. Pero una vez arrepentido de su acto, huye a su monasterio, hasta donde lo persigue Kiyohime, transformándose en dragón para cruzar un río. El monje se esconde en el interior de la campaña del monasterio, pero Kiyohime la envuelve con sus anillos y la derrite con el calor de su cuerpo. Uno y otro perecen fundidos en la misma campana.

Finalmente, Tsuchigumo es una criatura sin historia propia, aunque aparece en numerosos cuentos con temáticas disímiles. Resulta constituido por una mitad araña y la otra mujer. Habita en las más altas cumbres. En ciertas versiones se puede transformar voluntariamente en una araña de tierra o en una mujer. En el cuento en que enfrenta a Minamoto no Raikō, después de muerta salen innumerables diminutas arañas de su vientre que deben ser también exterminadas por Raiko. En la película Dororo (Shiota Akihito, 2007) se aprecia a una bailarina enmascarada que muta en una horrible araña gigante que combate con el protagonista. Es un personaje que manifiesta análogas características a jorōgumo, la araña prostituta.

Prof. Dr. Julio López Saco

UM-AEEAO-UFM, junio del 2022.

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