Imagen: El tzompantli, o estante de calaveras, en la mitad derecha de la imagen, aparece asociado con la representación del templo azteca dedicado a la deidad Huitzilopochtli. Es parte del manuscrito azteca de 1587, conocido como el Códice Tovar. El templo piramidal está coronado por las imágenes de dos dioses flanqueados por nativos mexicas. En ese templo hay una imagen de Huitzilopochtli a la derecha y otra de Tlaloc sosteniendo una serpiente turquesa, a la izquierda. El templo está rodeado por un muro de serpientes que se devoran las cabezas unas a otras. A la derecha, el tzompantli mencionado. Huitzilopochtli (colibrí azul a la izquierda), era el dios azteca del sol y la guerra. El xiuhcoatl, la serpiente turquesa o de fuego, era su arma mística. Tlaloc, por su parte, era el dios de la lluvia y la agricultura. Su origen era tolteca. Un coatepantli o pared hecha de serpientes esculpidas solía rodear los templos aztecas. El tzompantli contenía los cráneos de las víctimas sacrificadas. El gran templo de Tenochtitlán estaba coronado por dos santuarios: el de la izquierda dedicado a Tlaloc y el de la derecha a Huitzilopochtli.
¿Se puede atribuir una crueldad gratuita a los aztecas, que se denominaban a sí mismos como mexica o tenochca, debido a sus “célebres” sangrientos sacrificios humanos?. Naturalmente, no. Responde a una serie de factores de carácter político, religioso y social.
La estructura militar de los aztecas dominada por los guerreros y una mitología al servicio de ese poder, dieron pie a que el dios de la guerra Huitzilopochtli se convirtiera en una deidad principal al que había que sacrificarle prisioneros de guerra. Esta necesidad justificaba un sistema de guerras constante. La cosmología imperial sostenía que los aztecas debían inexorablemente capturar prisioneros en la guerra y sacrificarlos al dios; la fuerza espiritual de los guerreros enemigos sacrificados serviría para fortalecer al Sol, retrasando su ineludible destrucción por parte de las fuerzas de la oscuridad.
En esta esfera cosmológica estarían viviendo el fin del ciclo del Quinto Sol, que vendría acompañado de movimientos telúricos y hambrunas, factores que acrecentarían la necesidad de aumentar la cantidad de los sacrificios, en un intento, vano, eso sí, de frenar el proceso destructor y preservar el universo.
La forma más extendida de matar a una víctima era cortarle la cabeza, además de la conocida extracción del corazón, aunque también se practicaron el asaetamiento, el combate gladiatorio y deshollamiento de la víctima en vivo. El azteca se veía a sí mismo como el pueblo elegido de Huitzilopochtli, del Sol, y por consiguiente, encargado de proporcionarle alimento. En la conversión de esta divinidad, un dios inicialmente menor y local, en dios principal, se produce una confusión con Tonatiuh, el Sol, además de poseer rasgos del dios nocturno Tezcatlipoca, deidad creadora y de los guerreros. Hubo en ello un interés en favorecer a la clase dirigente.
En Tenochtitlán se practicaron sacrificios de la comunidad y sacrificios individuales, siendo los primeros ofrecidos en etapas de crisis y de desequilibrio, relacionadas con el ciclo anual de la naturaleza. Hay una consideración sacra de las víctimas, además de la concepción de ser trofeos de guerra para los guerreros (se adquiría la fuerza del enemigo al devorarlo), en especial en los sacrificios individuales. En cualquier caso, los sacrificios servían para reforzar el poder del Estado.
Prof. Dr. Julio López Saco
UM-AEEAO-AHEC-AVECH-UFM, diciembre, 2025.

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