3 de octubre de 2005

Opinión académica

ENTRE EL FLAGRANTE PREJUICIO Y EL RANCIO CONSERVADURISMO

Prof. Julio López Saco


El campo de la investigación de muchas universidades del mundo, especialmente el de las ciencias humanas, se asemeja más, en muchas ocasiones, a un gran y cruel campo de batalla, que a un centro del saber donde, de modo sereno e intelectual, se intercambien ideas o se discutan posturas encontradas. En determinadas circunstancias la aceptación o rechazo por parte de la comunidad académica de informaciones o interpretaciones nuevas o diferentes de sus colegas, depende más del nombre ( sobre todo si este es de una autoridad consagrada ), que de los méritos del investigador. En función de esa firma nominal el punto de vista será absolutamente favorable, completamente destructivo o totalmente neutro. La resistencia irracional ante nuevas hipótesis o planteamientos rigurosos o frente a ideas que contradicen las asentadas por consenso en una determinada época o de un particular departamento, pudiera conectarse con atávicos recuerdos de la especie humana: los imperativos de supervivencia en épocas arcaicas, donde todo lo novedoso podía ser, potencialmente, peligroso y perjudicial. El carácter de antígeno de algunas nuevas corrientes de pensamiento o conceptos provoca, incluso, la argumentación contraria antes del enunciado público de la novedad, sacando a la luz una actitud defensiva corporativa muy poco objetiva y neutra. Algunas reacciones de este tipo pueden ser bien intencionadas, en específico, cuando los colegas impactados por las nuevas propuestas, rechazan adherirse a ellas por múltiples razones, que pueden ir desde los celos profesionales y la hostilidad personal hasta la rivalidad competitiva o cualquier otro sentimiento humano puesto a prueba, evitando así discusiones o alusiones abiertas o veladas a las nuevas hipótesis desarrolladas. Quizá esta actitud se pueda explicar por simple pereza profesional o por comedida prudencia, pues, de este modo, si no discutimos un problema podremos conservar sin grandes cambios ni esfuerzos, nuestra opinión ya formada y, a veces esclerotizada, considerada, en función de ciertas circunstancias, sino indiscutible, al menos insuperable. Nuestro accionar debe dirigirse, en consecuencia, a evitar los flagrantes prejuicios y el rancio conservadurismo, ya que la historia no sobrevive con certezas absolutas inmutables, sino con nuevos interrogantes que fomenten nuevas ideas y sugerencias.

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