ENTRE REYES Y DIOSES: UNA IMAGEN DE LA SOCIEDAD Y LA CULTURA EN LA CHINA ARCAICA
Prof. Dr. Julio López Saco
Escuela de Historia, UCV
yogonbus@hotmail.com
Prof. Dr. Julio López Saco
Escuela de Historia, UCV
yogonbus@hotmail.com
Las actitudes de divinidades, inmortales y otras “entidades” míticas en el seno de la literatura mitológica china clásica repercuten directamente en la racionalizada y humanizada literatura confuciana y en una variedad de textos filosóficos que se ubican en el taoísmo. En el primer caso, se utilizan las actividades de tales personajes como modelos estereotipados, modélicos e ideales, que es conveniente seguir, para, de este modo, estimular y justificar el modo ético y moral de conducirse en el gobierno del estado y en la organización familiar y social; en el segundo, como paradigmas que sirven para argumentar, elucubrar y constatar principios, conceptos y especulaciones diversas, también vinculadas con las particulares condiciones (de efervescencia cultural a la par que de conflictos armados) de la sociedad china de la antigüedad, en especial de los períodos denominados de Primavera y Otoño y Reinos Combatientes (771-484 y 484-221 a.n.e., respectivamente)
Los antiguos textos chinos recogen y sistematizan tradiciones míticas que tratan de hacer asimilable los orígenes del mundo y del hombre, y que son aprovechadas como modelos didácticos aplicados a la política, al concepto del buen gobierno y a la moral del gobernante ideal. En estas tradiciones, dioses y héroes, salvadores, culturizadores y fundacionales, son concebidos como estereotipos ideales de perfección. Los historiadores chinos, muy influidos por el confucianismo y, por lo tanto, profundamente “burocratizados” siguiendo un estilo cancilleresco recurrieron, para explicar los inicios del tiempo histórico, a esta serie de divinidades y ancestros para ensamblar un sistema unitario fundamentado en aspectos metafísicos y religioso-morales. Con este grupo de “personalidades” se buscaba, en consecuencia, moralizar y enseñar la progresiva degradación del orden, el equilibrio y la armonía del mundo, que pasa de la soberanía perfecta a la violencia y la decadencia. Una de las tradiciones mitológicas más significativas al respecto, y que será el objeto del presente ensayo, es la de los Tres Augustos y los Cinco Soberanos. A través de su análisis queremos constatar como se oficializa el ideal ortodoxo de nación y civilización china en el contexto del grupo étnico mayoritario denominado Han (con más del 95% de la población, pero en un espacio no mayor al 35% de la superficie de la actual República Popular de China).
Las fuentes que refieren las listas de estos augustos y reyes presentan gran cantidad de contradicciones y confusiones. Según los textos denominados Tableta de los Anales de Bambú y Genealogía de los Emperadores existieron treinta generaciones desde Huangdi (el Emperador Amarillo) a Yu (héroe que canaliza una destructiva inundación). No obstante, este desarrollo genealógico lineal presenta ciertas incongruencias. Es el texto Anales de Primavera y Otoño del Estado de Lu el que “ordena” a los Cinco Soberanos (Tai Gao (Fuxi), Yandi (Shennong), Huangdi, Shao Gao y Rui Hang), ofreciendo un modelo que deriva claramente de la idea de nacimiento cíclico sucesivo de los Cinco Elementos, y no de un orden “genealógico”. Sólo tardíamente, y para mitigar esta serie de contradicciones, se añadió la idea de los Tres Augustos; el prefacio del Libro de los Documentos, habla de Fuxi (domeñador de fieras), Shennong y Huangdi, mientras que Shao Gao, Rui Hang, Gao Xin, Yao (Tang) y Yu, quedarían como los Cinco Reyes. En toda esta confusión lo único medianamente claro es la privilegiada ubicación de Huangdi que, gracias a la ortodoxia confuciana, adquiriría el rango de patriarca de los chinos y cimiento con el que comienza la historia china, o lo que es lo mismo, “la civilización”. Esta mezcolanza pudo ser el resultado de sucesivas acumulaciones míticas a lo largo del tiempo, sin que hubiese diferencias entre una versión canónica y otras, digamos, apócrifas. Nuestra sugerencia inicial es que augustos y emperadores, que han prosperado, esencialmente, como héroes culturales o gobernantes sabios y virtuosos, reflejan la evolución histórica china, representan la personificación de los diferentes estados de desarrollo de la cultura de la antigüedad y se refieren a divinidades tribales o nombres de tribus o clanes específicos. Estos clanes, mezclados entre sí, factor que pudo motivar, asimismo, las sucesivas confusiones, producirían la nación china (Huaxia) y su civilización. Estos soberanos serían, en consecuencia, una especie de ancestros comunes al pueblo chino y, naturalmente, pioneros de su cultura, tal y como sus leyendas palpablemente relatan. Sólo tardíamente imperó la necesidad de confeccionar secuencias genealógicas generacionales para ordenar racionalmente estos acontecimientos y que así pudiesen ser asimiladas. Las mezclas de héroes-soberanos son bastante consistentes con la sintetización de las variadas culturas arqueológicas chinas en la región central. Creemos, pues, que esta imaginación mítica es un referente esencial para el primer imperio y su inherente unificación, justificando con ello una línea directa que permita concluir en un poder centralizado. La primacía de Huangdi implica, evidentemente, la anterioridad de otras culturas primitivas que acabaron sometidas al poder centralizador del Emperador Amarillo. Su lucha con el monstruoso Chiyou supondría, de este modo, el paso de una sociedad arcaica a otra más “civilizada” y, por supuesto, uniformizada (Changwu, T. 1988: 22-23; Birrell, A. 2000: 29-30). En resumen, se harán esenciales esta serie de actuantes míticos para sistematizar la cultura material, pero también para clarificar la sociedad política y el desarrollo espiritual:
“En la Edad de la remota antigüedad los seres humanos eran pocos, mientras que había muchos pájaros y bestias, y los hombres eran incapaces de superar a las aves, bestias, insectos y serpientes. De este modo, surgió un sabio que sujetó árboles y ramas juntas e hizo nidos, de manera que todo daño fue evitado. La gente se maravilló con esto y le convirtieron en gobernante del mundo, confiriéndole el título de “Constructor de Nidos…”. (Watson, B., 1964: 96)
Inicialmente, los Tres Augustos, cuyo significado es brillante, se referían a los rectores soberanos del Cielo, de la Tierra y de los Hombres, como elementos constitutivos del mundo, para luego ser identificados con algunos personajes míticos significativos. Estos Soberanos Supremos, Celestiales y Terrestres, pudieron ser símbolos arcaicos de una divinidad suprema, posibilidad que los asociaría con el primigenio Único Supremo, que representa el tao metafísico, ancestros o espíritus naturales de carácter totémico (Mori, Yasutaro, 170: 85-86; Hsiao-lien, W. 1977: 293-294). En cualquier caso, desde una óptica genealógica abren el espacio a tres períodos sucesivos, plenamente míticos: el primero, con el “reinado dinástico” de doce hermanos celestes, regidos según el elemento madera; el segundo, con otros once “soberanos terrestres”, vinculados al fuego y, el tercero, con “nueve reyes humanos”, hermanos entre sí, cada uno de los cuales controla una de las nueve provincias en las que se divide el reino, entiéndase la China clásica, construyendo ciudades y civilizando. Tras ellos se instalaría un período de Cinco Dragones, después del último de los cuales surgirían los Cinco Soberanos, encabezados por el mencionado Huangdi. Con su presencia se cubriría el período que abarca desde la creación misma hasta el comienzo del período de los Reinos Combatientes, es decir, globalmente hablando, los inicios de ese mundo que se va a llamar China y de su historia, oficializada y hecha ortodoxa por los letrados confucianos.
Los Cinco Soberanos o Emperadores son potencialidades abstractas anónimas y de carácter trascendente, que se refieren, en principio, a los Cinco Elementos, que cada uno controla, a las estaciones anuales, así como a los puntos cardinales, incluyendo el centro como un oriente más. La acción sucesiva de los elementos o fases triunfando unos sobre otros facilitó, a partir de esta elite primordial, la conformación de la organización mítica como hechos históricos sucesivos en el tiempo, donde unos héroes luchan contra otros por el “poder”. Su poder civilizador se produce al irradiar una fuerza ordenadora que se difunde en el tiempo y el espacio, constituyendo la futura unidad del Imperio. Sin embargo, también estos monarcas son asociados a espíritus celestiales que son diferentes animales, con un color distintivo propio (rojo, blanco, negro, azul y amarillo), y que pueden ser un recuerdo totémico de clanes chinos principales. Como fundadores de grandes familias nobles o principescas, se consideran auténticas hipóstasis del soberano celeste (denominado Shangdi, Soberano de lo Alto, Augusto Cielo), y emblemas conectados con animales míticos significativos (tigre, dragón, tortuga, serpiente, pájaro). En este sentido, podríamos verlos como antepasados que son emanaciones de un lugar fundacional que propició el inicio de la familia o de una dinastía concreta. Quizá en un principio de índole materno-femenino, luego serían solapados por el humanismo confuciano, como se desprende de la relevancia que muchos mitos conceden a las madres de los grandes héroes aculturadores y fundadores. No sería extraño, por consiguiente, considerar a estos monarcas míticos como recuerdos de jefaturas neolíticas o de grupos legendarios de antepasados pre-dinásticos de la edad del bronce, probablemente de los Shang (segunda dinastía, ss. XVIII-XI a.n.e.). Más tarde estos soberanos acaban siendo también identificados con diversos personajes heroicos, como Fuxi o Shennong. (Yuan, Ke 1998: 25-27; García-Noblejas, G. 2004: 50 y ss. y Zhang, N.S. 2002: 4-5).
Además de estos emperadores celestiales existió otro grupo de monarcas terrestres entre los que destacan Yao, Shun y Yu, humanos semi-divinos o emperadores-héroes de extrema sabiduría, y cuyas vinculaciones parecen recordar las relaciones feudales entre señores y vasallos, o entre nobles en una administración de tenor casi feudalista, donde gobernaba “nominalmente” el primero de ellos Yao (Yuan, Ke, 1996: 243-244; Changwu, T. 1988: 61-62). Los soberanos, como los augustos, mantuvieron una relación de continuidad y no de parentesco, de desempeño administrativo, mecanismo útil, “político”, para vincular oficialmente a “individuos” que representan, en realidad, clanes diferentes pertenecientes, fundamentalmente, al neolítico chino. Las sucesiones entre los soberanos, especialmente entre los mencionados, son por abdicación, usurpación o sucesión natural, pero no de padres a hijos, es decir, no son hereditarias. Este hecho hace plausible pensar que los tres referidos representarían diversos reinos que habrían ido surgiendo sucesivamente, y uno al otro se habrían sucedido en la jefatura de las alianzas de esos territorios “culturalizados”. Desde una óptica arqueológica esta situación pudo corresponderse con la cultura Longshan, en cuyo seno hubo diversas comunidades internas. Así pues, entre ellos las relaciones son del orden soberano-vasallo, en tanto que un “parentesco indirecto”, de tipo político, relaciona sus respectivos clanes. Estos soberanos mitológicos terrenales son el fundamento de las Tres Dinastías, es decir, de las primeras del espectro político anterior a la unificación imperial: Xia, Shang y Zhou. (Chang, K.C. 1983: 124). Los números tres y cinco tienen aquí, asociados a estos gobernantes, un valor, naturalmente, simbólico: tres, como expresión de perfección y totalidad, y cinco, de universalidad. En cualquiera de los casos, en definitiva, todos ellos son vestigios de la conformación de la autoridad política, que requirió diversos factores: segmentación de linajes, la creación de la autoritas moral, una fuerza coercitiva imprescindible para el control, y un acceso a una sabiduría “elitesca” a través de la exclusividad del manejo del ámbito ritual-adivinatorio por mediación del culto a los ancestros del clan.
Estos reyes legendarios de carácter mítico, abstractos en su naturaleza, héroes culturales y ancestros de clanes, moralmente superiores en el seno del poder político-social chino, merecieron la consideración de ser honrados en cultos a los antepasados por sus hazañas, y que se les rindieran sacrificios en virtud de que ofrecieron leyes, evitaron o sofocaron calamidades y salvaron a la humanidad de males y calamidades de diversa índole. Muchas de sus hazañas fueron sobrenaturales y mágicas, convirtiéndose su comportamiento en un ejemplo a seguir por los futuros gobernantes, en una experiencia generadora de “autoridad” porque se consideraban guías para los habitantes del mundo presente. (Xunsheng, Xu, 1985: 200-202; Liu Li 1999: 604).
En su catalogación como remanentes de antiguas divinidades tribales, esta serie de personalidades mitológicas pudieron haberse vinculado con el chamanismo y con un explícito reconocimiento del poder de la naturaleza, aunque sus asociaciones chamánicas fueron, ulteriormente, modeladas por las virtudes morales ejemplarizantes de tendencia confuciana. De hecho, muchos de estos héroes civilizadores habían sido, en un principio, animales fundadores totémicos de los clanes, en particular, serpientes, dragones, osos y aves y, sólo ulteriormente, serían convertidos en grandes y sabios fundadores. La idea más común en el arcaísmo chino, era, en efecto, que los sabios de la remota antigüedad habían sido generados por sus madres emparejándose con criaturas no humanas, como dragones, o fuerzas de la naturaleza, que aportarían los elementos propios de “divinidad” en ellos. Esto es lo que sucede con Yi el arquero, por ejemplo, cuyos rasgos “chamánicos” son básicos: poderes como volar sobre el viento o montar en nubes o pájaros, o también con Gun, quien podía adquirir forma de caballo blanco y que después de muerto fue transformado en un gran oso amarillo. Otros tienen apariencias no humanas, híbridas, un recuerdo, entre otras cosas, de que los antiguos sabios podían hablar con los animales y entenderlos. Los rasgos terioantrópicos, con colas de serpiente, cuernos de bovinos o alas de pájaros, funcionan como emblemas de fertilidad o agresión. Sólo las figuras míticas clásicas de la ortodoxia, de tradición masculina, se representan como plenos seres humanos, portando emblemas funcionales de carácter cultural, como el arado o la draga.
Tanto los Tres Augustos como los Cinco Soberanos han sido asociados con el Supremo Uno o Unidad Primigenia, Taiyi. La vinculación divina está visiblemente presente, por ejemplo, en el título póstumo para honrar a los ancestros reales que fue usado como titulación imperial (huang o huangdi). Los sabios-reyes arcaicos pueden, por consiguiente, estar íntimamente vinculados a una divinidad personal o a espíritus ancestrales dependientes del Ser Supremo, un factor que los relaciona con la cosmogonía filosófica de raigambre taoísta.
Con todas sus características divinas y heroicas, no dejamos de ver aquí reyes realistas y humanizados, de gran actividad creadora y salvadora, cuyos actos, decisivos para el desarrollo cultural, e inspirados en patrones observados y copiados de la naturaleza, se verifican históricamente en las diferentes etapas neolíticas locales. La tradición china “personaliza”, en consecuencia, los avances técnicos y socio-políticos propios del neolítico y la edad del bronce, a través de héroes humanizables y sabios virtuosos creadores de una “civilización nacional”. Representan una Arcadia modélica e ideal, a la que únicamente se accede a través de la propagación de virtudes cívicas y de acciones que portan cultura. Los “herederos” de augustos y soberanos serán, de este modo, gobernantes “históricos”, que han perdido su condición divina o semi-divina, pero han conservado, por el contrario, un aura de sacralidad, magnificada por la filosofía y recordada por el ritual (Ching, J., 1997: 62-63; de Bary, W.T., 1964:179-180). Los mitos recuerdan, de forma antropomorfizada, situaciones primordiales de carácter étnico-histórico: los pueblos del sur, denominados Sanmiao, serían descendientes de la gran familia de Huangdi; los famosos Qiang, origen de los tibetanos, serían descendientes de Yandi (Señor Ígneo), y Yu, entre los pueblos Xia o Huaxia del oeste, sería considerado su patrón.
En resumidas cuentas, los soberanos míticos, concebidos como mitificaciones de las tradiciones rituales y como padres de la humanidad, son auténticos estados de civilización, símbolos de las fases preparatorias de la sociedad china (Needham, J., 1973: 200-205; Levi, J., 1977: 75 y ss.; Granet, M., 1959: 351-355). Sus invenciones, modos de componer el mundo, sus leyes o formas de eliminar monstruos terroríficos, representan un modo de escenificar el orden universal. Tal actividad organizativa se superpone a un papel demiúrgico que les corresponde como reyes, asegurando, de esta manera, la permanencia de un ordenamiento humano calcado del cósmico, estructurado, jerarquizado y ordenado. Sus capacidades responden más al poder organizador que poseen como jefes que a una actividad intelectual o una habilidad especial. Dentro de este marco civilizador muchos monarcas-sabios se relacionan con la agricultura, con el desarrollo de sus operaciones de producción y con el surgimiento de la división social y la especialización laboral; es decir, con algunos de los elementos considerados clave del estadio de neolitización. En este mismo sentido, se asocian con la invención y tratamiento artesanal especializado en función de las diferentes necesidades sociales: objetos de jade, instrumentos musicales, cerámica u objetos de metal de carácter ritual o guerrero. En algunos mitos queda subrayada la intensificación de la división entre ricos y pobres, la aparición de la esclavitud y el sistema de rangos que implica diferentes identidades sociales, marcadas por la variedad de ropas, alimentos, costumbres o rituales, hecho que la arqueología neolítica y de la edad del bronce ha demostrado suficientemente. Los estandartes reales o las estructuras de los palacios reflejan estos rangos sociales y políticos distintivos. Estos reyes-sabios, constructores de ciudades y fortalezas, rasgos de cultura “urbana”, que la arqueología ha sacado a la luz en localidades como Anyang, Erlitou, Sanxingdui, Zhengzhou o Fenghao, hacen de ellos personalidades que crean un conocimiento cultural “profesional”: escritura, diagramas simbólicos, matemáticas o estudios científicos del comportamiento de los fenómenos celestiales. Todo ello reafirma, creemos que claramente, el papel de artífices culturales de estos sabios-reyes, creadores de las necesidades básicas para los grupos humanos como un reflejo de la división social del trabajo propio del desarrollo urbano de fines del neolítico y la edad del bronce, de la especialización de funciones y de la existencia de grupos o clanes distintos y diferenciados entre sí, que acabarían agrupándose, bajo la jefatura militar y legal, impositiva y dominadora del primer imperio hacia finales del siglo III a.n.e.
Estos soberanos míticos, que traen consigo un elemento civilizador, son expresión última, por consiguiente, del deseo de un estado centralizado y poderoso, y representan la superioridad moral del mérito frente al parentesco y el nacimiento (Bottom, F. 1984: 38-40; Puett, M.J., 2002: 252-256). Su mencionado carácter demiúrgico y fundador los convierte en modelos ejemplares en los que se fundamenta el prestigio de las principales familias nobles o principescas, adquiriendo, así, un sentido sacro y virtuoso, mítico-religioso, cuyo poder irradia en la eficacia de su prestigio, que abarca tanto el ámbito civilizador como pacificador. Imitando al Cielo estos personajes tienen poder para modelar, desde el mundo natural, el ordenamiento humano y organizar el mundo siguiendo una jerarquía normativa de control social.
Febrero, 2009
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