El Kebra Nagast (Gloria de los
Reyes), es un texto etíope escrito en la arcaica lengua de ese país,
inicialmente en el geez de los habitantes del reino de Aksum y, posteriormente,
en amárico. Su compilación, quizá a manos de un sacerdote copto, se produjo
entre los siglos IV y VI, aunque su establecimiento definitivo solo se produjo
en el XII. En él se narra la tradición religiosa del arcaico imperio cristiano
de Etiopía. Se conforma a partir de textos judíos rabínicos
veterotestamentarios, extractos del Corán y algunos de sus comentarios, ciertos
Evangelios cristianos, leyendas tradicionales árabes, sobre todo sirias y de
Palestina, leyendas coptas, etíopes e, incluso, del antiguo Egipto, así como
textos apócrifos, como el Libro de Adán y Eva, El Libro de la Perla o La vida
de Ana, madre de la Virgen María, entre otros. Por medio de notas de carácter
histórico, arqueológico, mítico y religioso, se menciona el traslado de la
dinastía regia de Israel desde Jerusalén hasta la antigua Sheba o Saba
(Etiopía), simbolizado en el cambio de localización del Arca de la Alianza y el
decálogo[1].
El Arca pasa de Salomón a un hijo ilegítimo tenido con la Reina del Sur, esto
es, Etiopía, llamada Makeda[2].
Este vástago, de nombre Bayna-Lehekem[3],
es coronado como rey de Etiopía con el título de David II o Menyelek I, en
algún momento del siglo X a.C. Con él se iniciaría la línea de los reyes de
Etiopía, cuyo comienzo se conecta, por lo tanto, con la descendencia salomónica
y la línea en la que se encuentran renombrados personajes bíblicos[4],
como David, Moisés y Abraham[5].
El texto podría considerarse, en
esencia, un intento de elaborar una mitología historizada o una historia
nacional fundamentada en elementos mítico-religiosos para justificar la
dinastía divino-imperial etíope, cercana al modo del Kojiki japonés. La
sustentación mitológica y religiosa confiere a la dinastía un poder
indiscutible e indiscutido, una fuerza sancionadora y de posterior
reivindicación étnica nacional. El Kebra Nagast es, en definitiva, uno de los
textos clásicos para comprender la hermenéutica bíblica de los Rastas, pues al registrar
la historia del linaje del rey David, completa algunas historias bíblicas y
recupera otro sentido de la propia tradición cristiana.
Prof. Dr. Julio López Saco
Doctorado en Ciencias Sociales, UCV
[1] Tal cambio supone la
instauración en Etiopía de la monarquía teológica israelita y una conexión
genealógica con la Biblia, en especial, con el Antiguo Testamento.
[2] Esta reina, antigua adoradora
del sol, empezará a adorar al Dios de Israel cuando conoce a Salomón. En esta
transformación reside el paso de una arcaica tradición politeísta a una
monoteísta.
[3] Ebna Hakim o “hijo del Sabio”,
también denominado Menekik I.
[4] Pudiera no resultar apropiado
para el status quo de la Iglesia
Católica enfrentarse con una historia que ubica en África la tierra prometida,
entre un pueblo negro como el abisinio.
[5] El último rey etíope fue Ras
Tafari Makonnen, coronado emperador en 1930 con el título de negus negesti Haile Selassie I. La idea
subyacente aquí es la de un rey negro, líder de un continente, el africano,
libre, soberano y poderoso, que propicia el culto espiritual del rastafarismo,
símbolo de la definitiva emancipación de la esclavitud.
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