Dinastías Shang y Zhou: bronce chino
Prof. Julio López Saco
La dinastía Shang o Yin, arcaica civilización de la Edad del Bronce en China, desplegó su influencia, especialmente, en la provincia de Henan, en torno al núcleo de Anyang, entre 1766 y 1122 a.C., según la cronología tradicional, y 1750 a mediados del siglo XI a.C. según los registros arqueológicos. No obstante, la arqueología de la última capital Shang (Dayi Shang), ocupada por los últimos once reyes de la dinastía, de los más de treinta que tradicionalmente se le atribuyen, ha demostrado la presencia de tradiciones Shang en Shandong occidental, Hebei y norte de Anhui, además de en Henan.
Esta cultura supone el inicio de lo que se ha venido denominando la época “histórica” en China, evidenciada en los yacimientos arqueológicos, las informaciones tradicionales de textos Zhou y los llamados textos de hueso, y el comienzo de un período formativo de la alta cultura china, plasmada en la fundición de vasijas de bronce rituales y sacrificiales, con sus sugerentes motivos decorativos (entre ellos el dragón, long, y la máscara taotie, además de un arte animalístico, ausente en el neolítico, y que pudiera provenir del noreste de Asia, en la Siberia meridional y de la cultura Karasuk), en el uso del caballo y el carro de guerra, así como las técnicas arquitectónicas, en las prácticas adivinatorias, en la presencia de ciudades amuralladas y de sistemas de gobierno desarrollado, y en la creación de la lengua escrita, verificable en pequeñas inscripciones sobre hueso o en marcas en las vasijas de bronce identificables como blasones familiares, si bien es bastante probable la presencia de vestigios escritos rudimentarios sobre vasijas neolíticas, como los enigmáticos signos hallados en recipientes pertenecientes a la cultura Ba.
La ciudad amurallada, el carro de guerra, y las armas y vasijas de bronce son típicos de una clase noble, aristocrática, que nutrirá los diferentes cargos públicos, conformando la base del Estado burocrático, y guerrera, que emplea esclavos en las tareas domésticas y agrarias, y cuya superioridad militar estriba en el dominio del carro y las armas. Esta clase dominante puede definirse, en definitiva, por su participación en los sacrificios, en los rituales mágicos y en la guerra. El orden social estaba encabezado por el rey o wang, cuyo centro de actividad, ceremonial y bélica, es el palacio, seguido por una administración cortesana, conformada por los ministros y parientes del rey, otra administración, esta vez provincial, con la presencia de nobles con tierras propias y con dominio bastante efectivo sobre las mismas y, finalmente, un campesinado, sólo entrevisto, cuya base esencial es la familia agrupada en torno al trozo de tierra que trabaja. Este esquema indica una indiferenciación genérica entre las funciones religiosas, políticas, administrativas, económicas y guerreras. El linaje real encabezaría una organización clánica en la que los jefes de linaje serían, al tiempo, jefes del culto familiar. Desde un punto de vista económico, la agricultura sigue siendo la base alimenticia, en especial el mijo, la avena, el trigo y el sorgo, si bien la caza tiene alguna relevancia, aunque únicamente para las clases superiores, mientras que la artesanía en las ciudades cobra cierto auge como medio para colmar las necesidades suntuarias de las clases dirigentes. A todo esto, hay que unir la aparición del uso de monedas, si bien en forma de sartas de conchas. En esta época es cuando, con bastante probabilidad, y gracias a la presencia del loes fértil de las llanuras y de los valles del Huanghe, se forja el ideal del sentido profundamente agrícola del chino, alejado, separado o de espaldas al mar, concepto que, sin ser necesariamente erróneo, tampoco es fiel a la realidad de poblaciones con una profunda vocación marina, evidenciada desde la antigüedad y con su cenit en las grandes campañas de la impresionante flota de Zheng He a comienzos del siglo XV.
Aquello que es distintivo de la civilización Shang son sus prácticas religiosas: el culto a los antepasados, a los reyes difuntos, el carácter fastuoso de los sacrificios, los recursos mágico-adivinatorios y los sacrificios humanos. Las diversas tumbas de personajes nobles descubiertas, con ricos ajuares compuestos por armas, viandas, caballos, mujeres y joyas, hace posible que las gentes Shang tuviesen una desarrollada creencia en la vida de ultratumba. En particular, la práctica adivinatoria de someter al fuego los huesos de animales con inscripciones es prácticamente privativa de Asia oriental que, en cambio, no practica el minucioso examen de las vísceras, como los arúspices tan característicos de la Roma antigua. Esta actividad real, iniciada en el neolítico, propicia una verdadera ciencia adivinatoria que era privilegio de grupos de especialistas. Los sacerdotes-escribas de las cortes, que ayudaban a ejecutar las ofrendas, y a los que se les confiaba los oráculos, crean, a partir de los comentarios a las inscripciones, verdaderos archivos de ciencia adivinatoria que constituyen, quizá, la forma más antigua de la historiografía china, caracterizada por su estrecha vinculación con la actividad política. El contenido de los textos de hueso revela que lo que se decían el rey y sus interlocutores, los espíritus, dependía del objetivo que quería lograr el soberano. Dicho objetivo era doble: por un lado, el rey quería saber qué hacer ante determinada disyuntiva, y por otro, deseaba inclinar a los interlocutores a su favor antes de acometer cualquier empresa o de tomar cualquier decisión. Estos ritos no tenían carácter propiamente privado, sino de Estado, seguían un calendario predeterminado y riguroso, y eran el centro de la toma de decisiones políticas de la casa de Shang. Sin lugar a duda, los textos en huesos son los registros de unos diálogos que indicaban a los reyes Shang cómo debían proceder y gobernar el mundo de los vivos según los consejos y las contestaciones que recibían de los interlocutores espirituales. Estas entidades inmateriales eran espíritus de los antepasados reales después de su muerte y tras su deificación; espíritus de la Naturaleza; los espíritus de antiguos ministros de los soberanos Shang; aquellos de los familiares difuntos; y, principalmente, el espíritu del fundador de la familia Shang, que sería identificado con la figura que encarnaba el poder supremo, el Emperador en lo Alto, del Señor de Arriba (Shang Di, término que designará a los soberanos míticos del remoto pasado y que servirá al primer emperador para crear el vocablo huangdi, que originó la idea de una divinidad superior, garantizadora del orden político y natural).
La adivinación se aplicaba a todas aquellas actividades relacionadas con la función real: el culto de los antepasados, el nombramiento de cargos, las expediciones militares, la construcción de ciudades, las campañas agrícolas o las enfermedades.
El carácter de los sacrificios humanos parece relacionarse con los ritos de consagración de las construcciones, con el culto funerario o con el honor debido a los reyes difuntos. Con el tiempo, subsistirá, y de modo esporádico, la práctica por la que los compañeros y allegados próximos, y las concubinas del príncipe lo seguirán en la muerte, aunque las víctimas serán, cada vez más a menudo, sustituidas, ya desde el primer milenio a. C., por figurillas y maniquíes, denominados mingqi.
En definitiva, en época Shang se establecen algunos de los elementos culturales tradicionales chinos, que pervivirán durante siglos: la decoración de los bronces, como un desarrollo estético y religioso; el comienzo de la monarquía de lazos rituales, que desembocará en el imperio; el culto a los antepasados, fundamento ético-moral, a través de la piedad filial, del confucianismo, futura ortodoxia ideológica oficial desde la dinastía Han; el inicio de un Estado de burócratas y funcionarios, y el mantenimiento de la agricultura como la base vital del pueblo chino, mientras que la artesanía y el comercio, acabarían desempeñando un papel siempre secundario.
Hacia mediados del siglo XI a.C., un reino de la región de Shanxi, en torno a la cuenca del río Wei, exterior al dominio Shang, y caracterizado por costumbres guerreras, los Zhou, instaurará la época de los principados, un período de feudalismo en la historia antigua de China. La tradición cuenta cómo el último rey de los Shang, Zhouxin, es sucedido por el rey Wu, primero de los Zhou, tras la batalla de Muye, que gana Wu, inspirado por el espíritu de su fallecido padre Wen. Esta usurpación, quizá arbitrariamente justificada en una pérdida de la voluntad del Mandato del Cielo hacia el rey Shang, debido a un comportamiento nada virtuoso, verificado en un cambio de la importancia de su clan por el de su esposa, y en diversas faltas de carácter ritual, supone el asalto legítimo al poder de Shang organizando el ejército y a través de otra serie de mecanismos burocráticos. Para asegurar el dominio sobre los antiguos territorios de los Shang o Yin, los Zhou acabarían ubicando al frente de las ciudades a miembros de su linaje o de familias aliadas. La historia tradicional, que parece ser confirmada por al arqueología, nos señala un período de expansión entre el siglo XI y IX: hacia el Gansu, el Xinjiang oriental y noreste de Shandong, y una etapa de luchas contra las etnias quanrong.
La historiografía tradicional divide la dinastía en dos etapas: Zhou del oeste, con capital en Zhouzong, en la región del río Wei, entre el fin del siglo XI y el año 771 a.C., y Zhou del este, con capital en Zhengzhou, cerca de Luoyang, en Henan, hasta el comienzo de mandato imperial de Qin en 221 a.C. Esta última etapa dinástica se subdivide, a su vez, en período de Primaveras y Otoños (Chunqiu, 771-484 a.C.), nombre recibido a partir de los Anales del reino de Lu en Shandong, momento en que se independizan algunos estados feudales, como Song, Qi, Chu o Jin, y período de los Reinos Combatientes (Zhanguo, 484-221 a.C.), una época de incesantes luchas entre diversos estados feudales, que precede a la unificación imperial del año 221 a.C.
En términos genéricos esta época corresponde a la presencia de un mosaico de estados surgidos de los antiguos feudos de nobles de la etapa Shang. El poder nominal familiar Zhou es relativamente precario frente a un sistema feudal en el que los reinos poseían sus propios ejércitos y sus territorios estaban amurallados. Buena parte de lo que conocemos de la dilatada dinastía Zhou proviene de una crónica llamada Tradiciones de Zuo (Zuozhuan), recopilada entre los siglos V y IV a .C., que nos permite reconstruir, con la inestimable ayuda de otras fuentes escritas y de la arqueología, el tipo de sociedad de los principados chinos. La base fundamental es una jerarquía de dominios y cultos familiares que presenta en la cúspide el dominio real y el culto a los antepasados. El rey lleva ahora el título de Tianzi o Hijo del Cielo, por que ha recibido directamente su mandato del Señor de Arriba, a quien sólo él tiene el derecho de ofrendar sacrificios. En cada ciudad el poder es ostentado por familias cuya fuerza se fundamenta en la posesión de carros, en sus privilegios religiosos, en sus vínculos con la casa real y en la posesión de emblemas. Los territorios se extendieron al modo de un enjambre: el sistema de feudo, que permitía entregar a una familia noble un poder militar y religioso sobre un dominio perfectamente delimitado, cuya cohesión se garantiza a través del ordenamiento jerárquico de los cultos familiares. La organización de los diversos principados (guo, ciudad rodeada de muralla), asemeja la de la casa real: alrededor del jefe del principado, que lleva el título de señor (gong), se encuentran los barones (daifu) y los grandes oficiales (qing). Ahora, en definitiva, ya no priva la soberanía religiosa o guerrera de los reyes, aunque siga siendo una costumbre recurrir a ellos para arbitrar litigios o apoyarse en su autoridad moral. La dispersión geográfica que, lógicamente, acentúa las diversidades regionales, y la tendencia de los principados a engrandecerse, formando grandes unidades políticas, modificará el equilibrio previo, hasta precipitar la unificación imperial.
En el período de Primaveras y Otoños, las incursiones de algunas poblaciones bárbaras de la China septentrional, ayudaron a que los príncipes de algunos de los reinos más poderosos, como Jin o Qi, se convirtieran en jefes de confederaciones de estados y en protectores de muchos reinos, dando lugar a la proliferación de las hegemonías o ba. Este mecanismo servirá para que los reinos más poderosos impongan su voluntad a los más débiles. Las condiciones geográficas favorables de algunos Estados y la preponderancia de factores militares en una sociedad cuyas bases eran rituales, afectarán las relaciones tradicionales y apoyarán confrontaciones y usurpaciones que preludian las guerras del período de los Reinos Combatientes, anunciando la concentración de poder en unas únicas manos, aquellas militarmente más poderosas, y la formación de un estado centralizado de carácter imperial.
Este período, y en parte también el siguiente, es, de modo irónico, intelectualmente muy fértil, pues es el momento de surgimiento de las escuelas de filosofía más relevantes de la historia china antigua, entre las que destacan la escuela confuciana, que será el fundamento de rujia o la Escuela de los Letrados, y que empezará a consolidar, a partir de una mayor preocupación por un pueblo necesitado frente al servicio tradicional de los dioses, un racionalismo y un humanismo que ensalza al hombre como mediador entre el Cielo y la Tierra; Mozi, cuya pretensión era crear una sociedad igualitarista, basada en la ayuda y solidaridad mutuas y en la dedicación al bien común, condenando el lujo, la acumulación de riquezas o la guerra; los legistas o legalistas (fajia), que establecen que el poderío y la riqueza del Estado descansa en las instituciones político-sociales, y en el sometimiento de los súbditos a la soberanía de la ley escrita, imperativa y objetiva, que arrincona las bases tradicionales de antaño; y las corrientes que conoceremos como “taoístas”, tanto aquellas “religiosas” como las “filosóficas”, estas últimas representadas por el mítico Laozi y por el relativista Zhuangzi (daojiao y daojia, respectivamente), que propugnan, a partir de tradiciones mágicas arcaicas, un ideal de vida autónoma, natural, libre, en armonía con la naturaleza, y la práctica de procedimientos que permitan acrecentar la potencia vital y alcanzar la inmortalidad, entre otras varias. Algunas de estas escuelas enviaban a sus aprendices y discípulos a las capitales para aconsejar a aquellos nobles acosados por grupos bárbaros o por otros nobles feudales más poderosos, de modo que algunos se convirtieron en eficaces e influyentes asesores de corte.
A pesar del sistema de principados imperante, empezamos a vislumbrar en esta época una economía basada en el dinero que, relativamente, sustituye al antiguo concepto de riqueza, fundamentado en la propiedad del suelo y en el trabajo. En este ámbito económico y social, no debemos olvidar que los artesanos en las ciudades trabajarán para cubrir las necesidades de la clase dirigente, conformada por la realeza, los nobles guerreros y los funcionarios de la corte, que configuran un sistema patriarcal y hereditario, mientras que los campesinos serán los que laboren en las tierras de los nobles feudales. En los siglos IV-III a.C., finalmente, una etapa de rápido desarrollo económico y de grandes invenciones técnicas, como las intensas roturaciones, una agronomía desarrollada, el desecamiento de zonas pantanosas y el drenaje de salinas, además de las obras de irrigación, que propician la puesta en cultivo de nuevas tierras, contribuirá, decisivamente, al reforzamiento del futuro poder central, pues proporcionará al nuevo líder la posibilidad de liberarse de la tutela de las grandes familias y la adquisición de nuevos recursos regulares, a la vez que se asegurará el control directo sobre la población campesina, que ya no dependerá, como en la antiguas ciudades, de la alta nobleza.
Esta cultura supone el inicio de lo que se ha venido denominando la época “histórica” en China, evidenciada en los yacimientos arqueológicos, las informaciones tradicionales de textos Zhou y los llamados textos de hueso, y el comienzo de un período formativo de la alta cultura china, plasmada en la fundición de vasijas de bronce rituales y sacrificiales, con sus sugerentes motivos decorativos (entre ellos el dragón, long, y la máscara taotie, además de un arte animalístico, ausente en el neolítico, y que pudiera provenir del noreste de Asia, en la Siberia meridional y de la cultura Karasuk), en el uso del caballo y el carro de guerra, así como las técnicas arquitectónicas, en las prácticas adivinatorias, en la presencia de ciudades amuralladas y de sistemas de gobierno desarrollado, y en la creación de la lengua escrita, verificable en pequeñas inscripciones sobre hueso o en marcas en las vasijas de bronce identificables como blasones familiares, si bien es bastante probable la presencia de vestigios escritos rudimentarios sobre vasijas neolíticas, como los enigmáticos signos hallados en recipientes pertenecientes a la cultura Ba.
La ciudad amurallada, el carro de guerra, y las armas y vasijas de bronce son típicos de una clase noble, aristocrática, que nutrirá los diferentes cargos públicos, conformando la base del Estado burocrático, y guerrera, que emplea esclavos en las tareas domésticas y agrarias, y cuya superioridad militar estriba en el dominio del carro y las armas. Esta clase dominante puede definirse, en definitiva, por su participación en los sacrificios, en los rituales mágicos y en la guerra. El orden social estaba encabezado por el rey o wang, cuyo centro de actividad, ceremonial y bélica, es el palacio, seguido por una administración cortesana, conformada por los ministros y parientes del rey, otra administración, esta vez provincial, con la presencia de nobles con tierras propias y con dominio bastante efectivo sobre las mismas y, finalmente, un campesinado, sólo entrevisto, cuya base esencial es la familia agrupada en torno al trozo de tierra que trabaja. Este esquema indica una indiferenciación genérica entre las funciones religiosas, políticas, administrativas, económicas y guerreras. El linaje real encabezaría una organización clánica en la que los jefes de linaje serían, al tiempo, jefes del culto familiar. Desde un punto de vista económico, la agricultura sigue siendo la base alimenticia, en especial el mijo, la avena, el trigo y el sorgo, si bien la caza tiene alguna relevancia, aunque únicamente para las clases superiores, mientras que la artesanía en las ciudades cobra cierto auge como medio para colmar las necesidades suntuarias de las clases dirigentes. A todo esto, hay que unir la aparición del uso de monedas, si bien en forma de sartas de conchas. En esta época es cuando, con bastante probabilidad, y gracias a la presencia del loes fértil de las llanuras y de los valles del Huanghe, se forja el ideal del sentido profundamente agrícola del chino, alejado, separado o de espaldas al mar, concepto que, sin ser necesariamente erróneo, tampoco es fiel a la realidad de poblaciones con una profunda vocación marina, evidenciada desde la antigüedad y con su cenit en las grandes campañas de la impresionante flota de Zheng He a comienzos del siglo XV.
Aquello que es distintivo de la civilización Shang son sus prácticas religiosas: el culto a los antepasados, a los reyes difuntos, el carácter fastuoso de los sacrificios, los recursos mágico-adivinatorios y los sacrificios humanos. Las diversas tumbas de personajes nobles descubiertas, con ricos ajuares compuestos por armas, viandas, caballos, mujeres y joyas, hace posible que las gentes Shang tuviesen una desarrollada creencia en la vida de ultratumba. En particular, la práctica adivinatoria de someter al fuego los huesos de animales con inscripciones es prácticamente privativa de Asia oriental que, en cambio, no practica el minucioso examen de las vísceras, como los arúspices tan característicos de la Roma antigua. Esta actividad real, iniciada en el neolítico, propicia una verdadera ciencia adivinatoria que era privilegio de grupos de especialistas. Los sacerdotes-escribas de las cortes, que ayudaban a ejecutar las ofrendas, y a los que se les confiaba los oráculos, crean, a partir de los comentarios a las inscripciones, verdaderos archivos de ciencia adivinatoria que constituyen, quizá, la forma más antigua de la historiografía china, caracterizada por su estrecha vinculación con la actividad política. El contenido de los textos de hueso revela que lo que se decían el rey y sus interlocutores, los espíritus, dependía del objetivo que quería lograr el soberano. Dicho objetivo era doble: por un lado, el rey quería saber qué hacer ante determinada disyuntiva, y por otro, deseaba inclinar a los interlocutores a su favor antes de acometer cualquier empresa o de tomar cualquier decisión. Estos ritos no tenían carácter propiamente privado, sino de Estado, seguían un calendario predeterminado y riguroso, y eran el centro de la toma de decisiones políticas de la casa de Shang. Sin lugar a duda, los textos en huesos son los registros de unos diálogos que indicaban a los reyes Shang cómo debían proceder y gobernar el mundo de los vivos según los consejos y las contestaciones que recibían de los interlocutores espirituales. Estas entidades inmateriales eran espíritus de los antepasados reales después de su muerte y tras su deificación; espíritus de la Naturaleza; los espíritus de antiguos ministros de los soberanos Shang; aquellos de los familiares difuntos; y, principalmente, el espíritu del fundador de la familia Shang, que sería identificado con la figura que encarnaba el poder supremo, el Emperador en lo Alto, del Señor de Arriba (Shang Di, término que designará a los soberanos míticos del remoto pasado y que servirá al primer emperador para crear el vocablo huangdi, que originó la idea de una divinidad superior, garantizadora del orden político y natural).
La adivinación se aplicaba a todas aquellas actividades relacionadas con la función real: el culto de los antepasados, el nombramiento de cargos, las expediciones militares, la construcción de ciudades, las campañas agrícolas o las enfermedades.
El carácter de los sacrificios humanos parece relacionarse con los ritos de consagración de las construcciones, con el culto funerario o con el honor debido a los reyes difuntos. Con el tiempo, subsistirá, y de modo esporádico, la práctica por la que los compañeros y allegados próximos, y las concubinas del príncipe lo seguirán en la muerte, aunque las víctimas serán, cada vez más a menudo, sustituidas, ya desde el primer milenio a. C., por figurillas y maniquíes, denominados mingqi.
En definitiva, en época Shang se establecen algunos de los elementos culturales tradicionales chinos, que pervivirán durante siglos: la decoración de los bronces, como un desarrollo estético y religioso; el comienzo de la monarquía de lazos rituales, que desembocará en el imperio; el culto a los antepasados, fundamento ético-moral, a través de la piedad filial, del confucianismo, futura ortodoxia ideológica oficial desde la dinastía Han; el inicio de un Estado de burócratas y funcionarios, y el mantenimiento de la agricultura como la base vital del pueblo chino, mientras que la artesanía y el comercio, acabarían desempeñando un papel siempre secundario.
Hacia mediados del siglo XI a.C., un reino de la región de Shanxi, en torno a la cuenca del río Wei, exterior al dominio Shang, y caracterizado por costumbres guerreras, los Zhou, instaurará la época de los principados, un período de feudalismo en la historia antigua de China. La tradición cuenta cómo el último rey de los Shang, Zhouxin, es sucedido por el rey Wu, primero de los Zhou, tras la batalla de Muye, que gana Wu, inspirado por el espíritu de su fallecido padre Wen. Esta usurpación, quizá arbitrariamente justificada en una pérdida de la voluntad del Mandato del Cielo hacia el rey Shang, debido a un comportamiento nada virtuoso, verificado en un cambio de la importancia de su clan por el de su esposa, y en diversas faltas de carácter ritual, supone el asalto legítimo al poder de Shang organizando el ejército y a través de otra serie de mecanismos burocráticos. Para asegurar el dominio sobre los antiguos territorios de los Shang o Yin, los Zhou acabarían ubicando al frente de las ciudades a miembros de su linaje o de familias aliadas. La historia tradicional, que parece ser confirmada por al arqueología, nos señala un período de expansión entre el siglo XI y IX: hacia el Gansu, el Xinjiang oriental y noreste de Shandong, y una etapa de luchas contra las etnias quanrong.
La historiografía tradicional divide la dinastía en dos etapas: Zhou del oeste, con capital en Zhouzong, en la región del río Wei, entre el fin del siglo XI y el año 771 a.C., y Zhou del este, con capital en Zhengzhou, cerca de Luoyang, en Henan, hasta el comienzo de mandato imperial de Qin en 221 a.C. Esta última etapa dinástica se subdivide, a su vez, en período de Primaveras y Otoños (Chunqiu, 771-484 a.C.), nombre recibido a partir de los Anales del reino de Lu en Shandong, momento en que se independizan algunos estados feudales, como Song, Qi, Chu o Jin, y período de los Reinos Combatientes (Zhanguo, 484-221 a.C.), una época de incesantes luchas entre diversos estados feudales, que precede a la unificación imperial del año 221 a.C.
En términos genéricos esta época corresponde a la presencia de un mosaico de estados surgidos de los antiguos feudos de nobles de la etapa Shang. El poder nominal familiar Zhou es relativamente precario frente a un sistema feudal en el que los reinos poseían sus propios ejércitos y sus territorios estaban amurallados. Buena parte de lo que conocemos de la dilatada dinastía Zhou proviene de una crónica llamada Tradiciones de Zuo (Zuozhuan), recopilada entre los siglos V y IV a .C., que nos permite reconstruir, con la inestimable ayuda de otras fuentes escritas y de la arqueología, el tipo de sociedad de los principados chinos. La base fundamental es una jerarquía de dominios y cultos familiares que presenta en la cúspide el dominio real y el culto a los antepasados. El rey lleva ahora el título de Tianzi o Hijo del Cielo, por que ha recibido directamente su mandato del Señor de Arriba, a quien sólo él tiene el derecho de ofrendar sacrificios. En cada ciudad el poder es ostentado por familias cuya fuerza se fundamenta en la posesión de carros, en sus privilegios religiosos, en sus vínculos con la casa real y en la posesión de emblemas. Los territorios se extendieron al modo de un enjambre: el sistema de feudo, que permitía entregar a una familia noble un poder militar y religioso sobre un dominio perfectamente delimitado, cuya cohesión se garantiza a través del ordenamiento jerárquico de los cultos familiares. La organización de los diversos principados (guo, ciudad rodeada de muralla), asemeja la de la casa real: alrededor del jefe del principado, que lleva el título de señor (gong), se encuentran los barones (daifu) y los grandes oficiales (qing). Ahora, en definitiva, ya no priva la soberanía religiosa o guerrera de los reyes, aunque siga siendo una costumbre recurrir a ellos para arbitrar litigios o apoyarse en su autoridad moral. La dispersión geográfica que, lógicamente, acentúa las diversidades regionales, y la tendencia de los principados a engrandecerse, formando grandes unidades políticas, modificará el equilibrio previo, hasta precipitar la unificación imperial.
En el período de Primaveras y Otoños, las incursiones de algunas poblaciones bárbaras de la China septentrional, ayudaron a que los príncipes de algunos de los reinos más poderosos, como Jin o Qi, se convirtieran en jefes de confederaciones de estados y en protectores de muchos reinos, dando lugar a la proliferación de las hegemonías o ba. Este mecanismo servirá para que los reinos más poderosos impongan su voluntad a los más débiles. Las condiciones geográficas favorables de algunos Estados y la preponderancia de factores militares en una sociedad cuyas bases eran rituales, afectarán las relaciones tradicionales y apoyarán confrontaciones y usurpaciones que preludian las guerras del período de los Reinos Combatientes, anunciando la concentración de poder en unas únicas manos, aquellas militarmente más poderosas, y la formación de un estado centralizado de carácter imperial.
Este período, y en parte también el siguiente, es, de modo irónico, intelectualmente muy fértil, pues es el momento de surgimiento de las escuelas de filosofía más relevantes de la historia china antigua, entre las que destacan la escuela confuciana, que será el fundamento de rujia o la Escuela de los Letrados, y que empezará a consolidar, a partir de una mayor preocupación por un pueblo necesitado frente al servicio tradicional de los dioses, un racionalismo y un humanismo que ensalza al hombre como mediador entre el Cielo y la Tierra; Mozi, cuya pretensión era crear una sociedad igualitarista, basada en la ayuda y solidaridad mutuas y en la dedicación al bien común, condenando el lujo, la acumulación de riquezas o la guerra; los legistas o legalistas (fajia), que establecen que el poderío y la riqueza del Estado descansa en las instituciones político-sociales, y en el sometimiento de los súbditos a la soberanía de la ley escrita, imperativa y objetiva, que arrincona las bases tradicionales de antaño; y las corrientes que conoceremos como “taoístas”, tanto aquellas “religiosas” como las “filosóficas”, estas últimas representadas por el mítico Laozi y por el relativista Zhuangzi (daojiao y daojia, respectivamente), que propugnan, a partir de tradiciones mágicas arcaicas, un ideal de vida autónoma, natural, libre, en armonía con la naturaleza, y la práctica de procedimientos que permitan acrecentar la potencia vital y alcanzar la inmortalidad, entre otras varias. Algunas de estas escuelas enviaban a sus aprendices y discípulos a las capitales para aconsejar a aquellos nobles acosados por grupos bárbaros o por otros nobles feudales más poderosos, de modo que algunos se convirtieron en eficaces e influyentes asesores de corte.
A pesar del sistema de principados imperante, empezamos a vislumbrar en esta época una economía basada en el dinero que, relativamente, sustituye al antiguo concepto de riqueza, fundamentado en la propiedad del suelo y en el trabajo. En este ámbito económico y social, no debemos olvidar que los artesanos en las ciudades trabajarán para cubrir las necesidades de la clase dirigente, conformada por la realeza, los nobles guerreros y los funcionarios de la corte, que configuran un sistema patriarcal y hereditario, mientras que los campesinos serán los que laboren en las tierras de los nobles feudales. En los siglos IV-III a.C., finalmente, una etapa de rápido desarrollo económico y de grandes invenciones técnicas, como las intensas roturaciones, una agronomía desarrollada, el desecamiento de zonas pantanosas y el drenaje de salinas, además de las obras de irrigación, que propician la puesta en cultivo de nuevas tierras, contribuirá, decisivamente, al reforzamiento del futuro poder central, pues proporcionará al nuevo líder la posibilidad de liberarse de la tutela de las grandes familias y la adquisición de nuevos recursos regulares, a la vez que se asegurará el control directo sobre la población campesina, que ya no dependerá, como en la antiguas ciudades, de la alta nobleza.
*Este ensayo se publicó, con algunos detalles añadidos, en la Revista de Arqueología española.
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