16 de abril de 2013

Presencia y acción de los mitos en el mundo moderno III



La violencia de nuestras sociedades actuales, ilegal o legal, es ahora ordinaria y un elemento genésico, una versión actualizada del mito arcaico de los orígenes, fragmentador y violento. Las actitudes violentas (agresivas) de economistas, vendedores o políticos, por ejemplo, están en la base del deseo del poder y de la pasión por el dominio, aspectos sobre los que se articulan, aun inconscientemente, los valores sociales. No es extraño, en consecuencia, la fascinación que desata el sensacionalismo, las catástrofes o los atentados, así como el protagonismo simbólico del accidente. Los sistemas industriales eliminaron de lo cotidiano la naturalidad de la muerte  y sustituyeron su vacío por la mítica ilusión de una vida casi eterna, una suerte de inmortalidad, como la sugerida a través de la posibilidad de criogenización o por medio de la abundante presencia de religiosidades y / o espiritualidades al uso que prometen reencarnaciones sin pudor, sin ir más lejos. Algunos de los más relevantes movimientos de reivindicación histórica (el leninismo soviético, el maoísmo, las luchas en varios frentes del Che Guevara o los teóricos movimientos de liberación del tercer mundo de Gramsci y Lukács), se instalaron en un universo mítico de la radicalidad, en el que ídolos, ideas y culturas se asociaron con las utopías de lucha y con la violencia, planteando una existencia y una sobrevivencia a partir del rechazo de lo establecido y del enfrentamiento contra el entorno, entendido como hostil, injusto y también sumamente agresivo. Estas utopías de lucha, sin embargo, acabaron por convertirse en otras de huida, escapismo y evasión, utilizando para ello diversos vehículos , como ocurrió, por ejemplo, con los miembros de la generación beat, los hippies o la famosa Nueva Izquierda estadounidense.
Estas fugas se realizan buscando lo sacro, el retorno al mítico origen perdido. Tales actitudes o sentimientos sagrados son producidos por el desencanto de la razón, y son el resultado del fracaso de las ideologías del progreso. Estos fenómenos espirituales (metafísicas de la ausencia), religiosidades del inconsciente, de la Alteridad total o del abismo, eligen caminos salvíficos y místicos, aquellos de las ciencias ocultas, la astrología, el de los gurús visionarios o el de las peregrinaciones de carácter místico revelador. Se propician, así, cultos (milenaristas, apocalípticos, espiritualistas) que tiene como finalidad última ganarse el alma frustrada del habitante de las ciudades y consolarla. Para ello se hacen de uso común las sectas más extravagantes (asociadas banalmente al orientalismo más sesgado), como los Hare Krishna o los Niños de Dios, y los denominados negocios de lo irracional, la hipnosis, el magnetismo, la adivinación o el control mental, productos abundantes en esa suerte de supermercado espiritual en que nuestras sociedades se han convertido.
Un trasfondo crucial de las mitologías de huida responde al deseo de recuperar el paraíso perdido, contemplado en un mítica escenografía oceánica (playas solitarias y paradisíacas), en la evolución de la idea de residencia y hábitat, concretado en la huida de la gran urbe, contaminada y deshumanizadora, hacia la casa en el campo, alejada del mundanal ruido y los beneficios urbanos, en pos de una especie de Arcadia feliz, y en las denominadas utopías verdes o ecológicas, en las que la naturaleza se ha convertido en el gran referente, propiciando una tendencia a divinizar, de nuevo, algunos de los elementos naturales primordiales por excelencia, como el agua, el Sol, los bosques o el aire puro de la montaña. También tras la fuga se encuentra el espíritu lúdico  como nueva religiosidad profana que busca neutralizar el vacío moral del hombre contemporáneo y vuelve palpables la presencia de ciertas ritualidades de regreso a la naturaleza más salvaje, como ocurre con el surf y su desafío a los elementos naturales. Además, no debemos olvidar la serie de interpretaciones supersticiosas o mágico-religiosas de determinados juegos, especialmente de azar, en los que las apuestas se convierten en ceremoniales organizados en torno a la fortuna, prácticamente otra vez personificada como una diosa de gran poder.
Los mitos juegan un relevante papel en lo tocante a la creación y reafirmación de los derechos territoriales, hasta el punto que muchas guerras modernas se han producido a partir de las amenazas percibidas sobre tales derechos, como ocurre en el caso palestino-israelí. Cualquier amenaza a la establecida noción del estado-nación es garantía de pasiones desbordadas, de terribles consecuencias en numerosos casos (la limpieza étnica en los Balcanes, por ejemplo). Naciones y territorialidad son, en su esencia, mitos, que toman sentido en la imaginación. La peculiar guerra contra el terrorismo, preconizada y liderada desde EE.UU., abunda en nociones del bien contra el mal, muy al estilo de lo propio de la imaginación medieval. Los mitos profundamente enraizados, y los motivos míticos adaptativos, son parte relevante del camino por el que una sociedad imagina y crea su identidad. La cultura popular suele reinventarse a sí misma y sus aspectos mitológicos, como los estilos de vida individualistas de los consumidores y sus valores asociados, lo que conlleva que las sociedades modernas puedan estar al borde de la fragmentación en diversas subculturas cambiantes, pues estamos inmersos en lo que R. Barthes denominó “universos mitológicos”.
El propio concepto, abstracto de Crisis (aunque feminizado), tan manido en todas las épocas, ha sido empleado desde una óptica mitológica como una cortina de humo distractora de los síntomas que anuncian cambios inminentes de paradigmas. Hablar de Crisis es, en esencia, emplear una receta mágico-religiosa que engloba toda una serie de desórdenes, discontinuidades, alteraciones o rupturas que son muy difíciles de explicar tradicionalmente. Es por eso que toda crisis es impredecible y genera una importante dosis de incertidumbre. Esa misma incertidumbre es la que encontramos en la moderna imagen imaginada del futuro, ahora vacío, ignoto, inasible, y propiciador de un destacado número de movimientos de defensa contra lo que se estima el caos total y definitivo: el genocidio cultural, el apocalipsis ecológico o la destrucción del mundo urbano. Si bien detrás de tales catastrofismos reside una crítica a la burocracia, el industrialismo, la tecnocracia y hasta el Estado, el futuro solo se concibe en términos básicamente escatológicos, una concepción cuyo fundamento radica en esa serie continua de mitologías apocalípticas que asolan y perturban la imaginación de nuestras sociedades.
Muchos aspectos de la sexualidad son constructos mítico-culturales, en los que las mujeres se ven polarizadas (entre la depravación y la cuasi santidad, entre ser conquistadoras o víctimas). Los iconos homosexuales, por ejemplo, suelen percibirse, muy a menudo, al estilo de los héroes o deidades míticas. Los movimientos feministas de los años setenta del pasado siglo XX, desarrollaron sus propias heroínas y mitos de los orígenes, bien a través de mujeres elevadas a un estatus icónico concreto, o por medio de figuras míticas como las diosas paganas. A partir de la idealización de la Gran Madre, se han confeccionado los mitos modernos de una perdida edad áurea, de sabiduría ya olvidada, que contiene significativos aromas artúricos, célticos, egipcios o mayas, y que ejemplifica a la perfección, la necesidad humana de crear la imagen de un cosmos o utopía ideal, un ideal reconocido como inalcanzable y ubicado en el pasado lejano o, en ocasiones, como en la ciencia ficción, en el futuro próximo o hasta en otro planeta. Naturalmente, se aduce como causa directa de la pérdida de esta sabiduría idealizada el proceso de industrialización moderno y la presencia de un hombre nuevo, carente de espiritualidad y, quizá, abocado al más absoluto fracaso.

Prof. Dr. Julio López Saco
UCV-UCAB

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