Los mitos son estructuras profundas
que forman los contenidos de la conciencia y muestran un común proceso
cognitivo. En las sociedades actuales son, a menudo, aspectos propios de la
ideología científica y política: la teoría del Big Bang es una cosmología sacra para los modernos físicos y
astrónomos, como lo puede ser el Génesis para los cristianos, el tiempo del
sueño para los aborígenes australianos, o la obra El Capital para los
marxistas. Las etiquetas políticas convencionales, que son de uso común,
(Partido Verde, Derecha, Izquierda), se asocian con creencias personales que se
manifiestan como auténticos credos sagrados. Esto ocurre porque la política
comunicacional se extiende más allá del discurso verbal, lo que implica la
presencia de rituales y ceremonias verbales, acciones y localizaciones
particulares, objetos icónicos, música, canciones e imágenes visuales estáticas
en el ámbito de la política actual. Todo ello, sin menosprecio de un poderoso
efecto persuasivo. Los mitos se interiorizan a través de exposiciones
acumulativas, no por procesos de aprendizaje consciente. De esta manera, los elementos
del discurso político que nos inundan en la actualidad, pueden ser evocados por
eslóganes, etiquetas, alusiones metonímicas, citas y diversos ecos, además de
las habituales representaciones ritualísticas e icónicas.
Del mismo modo, algunos “géneros”
cinematográficos, especialmente la ciencia-ficción y la animación, han creado
mundos ilusorios y fantasiosos, míticos e imaginativos. En muchas películas de
ciencia-facción el desarrollo tecnológico y el poder establecido de la ciencia
han jugado, en ocasiones, un maquiavélico poder, destructor y benefactor,
desquiciante y renovador. Muchas de sus imágenes se han centrado en una
escatología planetaria y en la conformación de un futuro posible enormemente
ficcional y hasta aterrador. Por el contrario, los trabajos de animación (por
ejemplo el anime japonés de H. Miyazaki), han servido para rescatar del fango
de la tradición y de los bajíos de la conciencia, seres, entidades, recuerdos,
espíritus y mundos míticos con los que se identifican tanto los adultos como
los niños y adolescentes. Se evidencian, de tal modo, mundos vividos y
contrapartidas psíquicas necesarias, y se reivindica el retorno al ámbito
prístino de la sencillez natural.
Una de las principales
manifestaciones contemporáneas de la sobrevivencia de los aspectos míticos de
la cultura humana son, en efecto, los juegos y sus roles, los productos de
entretenimiento, en especial los juegos electrónicos. Cada juego viene con un
conjunto de historias y posee su propio mundo o cosmología narrativamente
construido. Tales “mundos” replican escenarios míticos-religiosos y muchos de
esos juegos poseen rasgos cuasi rituales. El predominio de los mitos actuales
se hace evidente para padres y profesores, en tanto que a través de los medios
de masas (animaciones, propaganda y publicidad, revistas), se influye de un
modo notable en la imaginación de los niños. Frente a los mitos tradicionales,
la experiencia actual de los mitos es no solo secular sino totalmente
penetrante e invasiva. Narraciones folclóricas y míticas tradicionales han
fluido de modo natural en los mencionados juegos de rol (Dragones y Mazmorras,
de los años setenta, o Tomb Raider,
de los noventa, que adapta el mito de Indiana Jones, ese híbrido entre Odiseo y
el héroe de cómic Tintín, y cuya “mitología” incluye el antiguo Egipto, Grecia
o los Incas). Podemos comprobar, así, que el materialismo racional de la
cultura occidental es una ávida consumidora de mitos y fantasías irracionales.
La web, internet, por su intrínseca naturaleza, resulta ser, en un sentido
analógico, la más postmoderna de las interacciones existentes entre motivos
míticos tradicionales y las manifestaciones contemporáneas de los mismos.
También nuestros tiempos modernos,
signados por los circuitos integrados informáticos, destilan simultaneidad e
instantaneidad, rompiendo la tradicional visión temporal lineal en beneficio de
una circularidad espiriliforme progresiva, casi indetenible en su vorágine.
Nuestra acelerada sociedad representa el imperio de la velocidad, con nuevos ritmos
que alteran las habituales maneras de ver, pensar y concebir el mundo. El culto
a la velocidad ha traído al mundo divismos y heroicidades asociados a las
vertiginosas tecnologías, como los que han surgido en la fórmula 1, entre los
esquiadores de eslalon o los motociclistas, nuevos héroes que condicionan los
patrones de conducta de una parte significativa de la juventud. Pero todavía
hay otro efecto mitificante en la extrema velocidad de las sociedades del siglo
XXI, o de muchas de ellas: al acelerarse la realidad el mundo se hace más
pequeño, se sincroniza y hasta se podría decir que se uniformiza, en una
tendencia cercana a la cosmovisión mítica holística del Universo.
Prof. Dr. Julio López Saco
UCV-UCAB
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