24 de junio de 2014

Aspectos esenciales de los Pueblos del Mar

ESTELA DE MERNEPTAH, HACIA 1215 A.C. MUSEO DE EL CAIRO.

Una serie de malas cosechas en diversas zonas del Mediterráneo, particularmente en el norte y este, entre los siglos XIII y XII a.C., parecen haber sido las desencadenantes de un conjunto de migraciones a gran escala por Anatolia, el Egeo y la zona levantina del Mediterráneo oriental. Tales circunstancias de precariedad agrícola fueron las desencadenantes de que el soberano egipcio Merenptah (Dinastía XIX) tuviera que enviar grano a los hititas, asolados por las hambrunas. También las mismas parecen coincidentes con la destrucción de una significativa parte de los núcleos urbanos micénicos. Estos emigrantes mediterráneos conformaron una especie de confederación de diferentes grupos étnicos que los egipcios etiquetaron como Pueblos del Mar. Algunos de sus componentes, como los lukka, sherden y denen, se constatan ya en época del faraón Ajenatón (1352-1336 a.C.), en tanto que miembros de los sherden, lukka y peleset fueron representados como mercenarios en el ejército de Ramsés II (1253-1213 a.C.) durante la batalla de Qadesh, en Siria.
Durante la etapa ramésida egipcia los Pueblos del Mar están descritos, e iconográficamente representados, en el Gran Papiro Harris (en donde se hace una lista de donaciones a los templos de época de Ramsés III, 1183-1153 a.C.), y en algunos de los relieves de Medinet Habu y Karnak. Según tales fuentes, estos pueblos no se dedicaron simplemente a saquear, sino que conformaron un gran movimiento poblacional de personas desplazadas que migraron hacia Siria, Palestina y Egipto, con la intención de asentarse en esas regiones, ya que no aparecen representados como ejército de combatientes sino con sus familias, acompañadas de sus posesiones cargadas en carros de bueyes. En análisis de los nombres tribales que se pueden detallar en las fuentes egipcias e hititas hace factible su relación con concretos lugares de origen o con las zonas donde se asentaron. Así, los ekwesh y los denen muy probablemente pueden asociarse con los griegos aqueos y dánaos de la Ilíada, respectivamente, en tanto que los lukka factiblemente pudieron proceder de la región de Licia, en Anatolia, los sherden de Cerdeña y los peleset (quienes darán el nombre a Palestina) ser identificados, casi con total seguridad, con los filisteos bíblicos[1].
El primer ataque de estos Pueblos del Mar contra la zona del delta del Nilo, aliados de contingentes libios, se fecha en el año quinto del reinado del mencionado Merenptah (1208 a.C.). En uno de los relieves de este rey en los muros del templo de Amón en Karnak, así como en el texto de una estela de su templo mortuorio (Estela de Israel), se muestra al soberano reprimiendo exitosamente a dichos pueblos. No obstante, la confrontación final con los Pueblos del Mar se produjo en el año 8 del reinado de Ramsés III, cuando los mismos habían ya capturado Alalakh y Ugarit. Los Pueblos del Mar atacaron por mar y tierra, siendo la batalla naval la que se conmemora en los relieves que se observan en el templo mortuorio de Ramsés III en Medinet Habu. Aunque la victoria egipcia impidió invasiones desde el norte, no pudo evitar, sin embargo, la progresiva infiltración de gentes libias desde el desierto occidental.

Prof. Dr. Julio López Saco 
UCV-UCAB, Caracas-Venezuela


[1] Los grupos individuales de estos pueblos, además de los meshwesh libios, son mencionados como lukka, erwesh, shekelesh, sherden y teresh.

19 de junio de 2014

Elementos clave en los ritos de iniciación de los misterios eleusinos


Imágenes: arriba, una escena en un fragmento del friso del teatro de Nisa del Meandro (Caria), en el que se aprecia a Demeter, Perséfone y Triptólemo en lo que parece un cultivo de trigo; abajo, una figura femenina en terracota, de Tanagra, portando un pequeño cerdo para los cultos de Perséfone y Deméter. Entre 400 y 350 a.C.

Pisístrato, el tirano ateniense, fue el que, en la segunda mitad del siglo VII a.C., le confirió a los misterios de Eleusis el carácter de gran festividad con pretensiones panhelénicas, integrándose en el calendario cívico de Atenas.
En el Himno a Deméter (siglos VII-VI a.n.E.) se lee que los ritos que la diosa revela  son imposibles de transgredir. Los misterios de Deméter son inefables y no se pueden divulgar. La iniciación eleusina era individual y se llevaba a cabo en dos etapas: la preliminar, durante los pequeños misterios, y la iniciación misma en el curso de los grandes misterios. El iniciado (mystes) era guiado por el mystagogos. Los pequeños misterios se celebraban a comienzos de la primavera en Atenas, en concreto en Agra (bancada oriental del río Ilisos); los grandes, a finales de septiembre y comienzos de octubre durante diez días. En la víspera del comienzo de las ceremonias eran traídos objetos sacros desde Eleusis a Atenas, que eran mantenidos en el Anaktoron (en el centro del Telesterion), y transportados en cestas en procesión hasta el Eleusinion, al pie de la Acrópolis.
En el primer día se examinan los candidatos; en el segundo, aquellos admitidos se purificaban en el mar ofreciendo un cerdo como sacrificio. En el tercer día se hacían nuevos sacrificios y el cuarto era de descanso. En el quinto día los objetos sacros eran traídos, mientras que en el sexto, los candidatos, después de beber kykeion (una suerte de agua de cebada), comenzaban su iniciación (teletê). En el séptimo día se declaraba la clausura de las ceremonias, en tanto que en el octavo se ofrecían libaciones y ritos en honor de los muertos. En el noveno, se producía el regreso, pero sin procesión, y en el décimo el Consejo de los Quinientos se reunía en el Eleusinion ateniense para escuchar las palabras del arconte en relación a las ceremonias.
Los ritos de iniciación incluían, con casi total seguridad, tres elementos: drômena o representaciones dramáticas (cosas cumplidas), deiknymena o difusión de los objetos sacros (cosas que se muestran), y legomena o comentarios (cosas dichas) sobre el drômena. El primero consistía en una representación teatral que trataba del rapto de Kore, la hija de Deméter así como de la búsqueda que esta efectuaba de su hija raptada. Los objetos sagrados, probablemente reliquias micénicas que pasaron de generación en generación hasta las familias de los Eumólpidas y los Kérykes (ambas reclamaban el honor de haber sido las primeras en instaurar los misterios), eran mostrados[1] por el más relevante sacerdote de los misterios, el hierofante[2]. No se sabe a ciencia cierta si los legomena consistían en breves comentarios acerca de los drômena, es decir de los mitos asociados a los rituales, o en algo más sofisticado.
El sacerdocio eleusino tenía varios miembros. En la cumbre de la jerarquía estaba el hierofante, gran sacerdote del culto a Deméter en Eleusis, un cargo vitalicio perteneciente, como se dijo, a los Eumólpidas. El portador de la antorcha (dadouchos), así como el hierokeryx o heraldo sacro, eran dos sacerdotes de la familia de los Kerikes. Otros sacerdotes con funciones menos relevantes eran  las vírgenes que administraban el culto (melissai); el encargado de las estatuas de las deidades; el neokoros, que limpiaba el santuario; el hydranos, que conducía la purificación de los neófitos con el agua. En las ceremonias iniciales también participaba el Basileo, magistrado ateniense responsable de los asuntos religiosos, asistido por un paredros y cuatro epimeletai.
Un año después de la iniciación propiamente dicha, algunos iniciados eran admitidos en un más elevado rango, el de la epopteia[3] (última parte de los ritos que consistía en la recepción en los arcanos secretos).
Estos cultos debían revelar secretos asociados al ciclo vital y de la vegetación, a los misterios vinculados con el nacimiento y la muerte, y cómo al final de la vida humana, el hombre puede alcanzar esperanzas valederas en el Más Allá. En tal sentido, a través de los misterios el hombre logra nuevas relaciones y más profundos contactos con lo divino.
Los misterios estuvieron activos hasta el siglo IV, cuando fueron proscritos por Teodosio y el santuario fue destruido por una incursión de los godos.

Prof. Dr. Julio López Saco
Doctorado en Historia, Doctorado en Ciencias Sociales, UCV-Caracas.


[1] Los objetos podrían ser mostrados a individuos elegidos que había completado ya una doble preparación que los convertía en dignos de ver esos objetos: la purificación y algún “aprendizaje” que les capacitara para entender el verdadero significado de los símbolos que se referían al drama divino.
[2] Se trata de un dignatario religioso perteneciente a la familia de los Eumólpidas. Es el que interpretaba las leyes no escritas que gobernaban las celebraciones. 
[3] Visión trascendente y transformadora; revelación. Se trata del grado de clarividencia divina en que todo cuanto pertenece a la tierra desaparece y el alma se une, de modo libre y puro con lo divino.

14 de junio de 2014

Las deidades de la Arabia Felix


A través de las inscripciones y las excavaciones arqueológicas se saben algunos detalles de las divinidades del sur de Arabia. De divinidades como Shams y Attar (el Sol, femenino, y el planeta Venus, respectivamente), se deduce el carácter astral de ciertas deidades. Attar en concreto, simbolizado por una gacela y vinculado a la diosa Hawbas, era un dios asociado a la irrigación. Muchos reinos del sur de Arabia parece que tuvieron dioses “nacionales” protectores. En tal sentido, la federación de tribus sabeas rendía culto en el templo de Marib a una divinidad de nombre Ilmakah, deidad de carácter lunar, que se presentaba con cabeza de toro y una piel de león. Se trataba de un dios sol guardián, verdadera hipóstasis de Shams (diosa nacional del reino de Himyar). El dios nacional de Ma’in, en el norte de la Península arábiga, fue Wadd, mientras que el dios protector se llamó Nitrah, sobre el cual regía un oráculo más o menos conocido. En Hadramawt, por su parte, Syn era el nombre del dios nacional, también de carácter lunar, aunque Plinio y Teofrasto, además de algunas acuñaciones monetarias, lo contemplan como una deidad solar. En Kataban se tributaba culto a Hawkan y Anbay, personificaciones de una deidad semejante al Nabu babilónico, divinidad de la ciencia.
Los grupos tribales poseían sus dioses-patrono: en Saba, Talab era el protector de la federación tribal de Sumay; la tribu beduina caravanera de Amir, al norte del actual Yemen, tenía como dios patrono a un tal Somawi, al que ofrecían exvotos en forma de camello para solicitar la prosperidad para sus rebaños de animales domésticos. Existían dioses protectores de las personas, de las construcciones, de las casas particulares, de las familias, que solían ser representados en formas de animales (águila, gacela, toro), o por mediación de símbolos abstractos, como el rayo. Las deidades con aspecto antropomorfo eran, en cualquier caso, escasas. En su mayoría son tardías y fueron influenciadas por el paganismo romano.

Prof. Dr. Julio López Saco
UCV-UCAB, junio 2014

9 de junio de 2014

Elementos de la religión hitita


IMÁGENES: ARRIBA, LOS RELIEVES DEL SANTUARIO DE YAZILIKAYA, EN HATTUSA, CERCA DE BOGAZKOY, TURQUÍA. FINES DEL SIGLO XIII A.C.; ABAJO, FIGURA SEDENTE HITITA. SIGLO XIII A.C.

Anatolia fue una región que en la antigüedad no tuvo homogeneidad étnica: sobre la presencia de los hattis se yuxtapusieron palaítas, luvitas e hititas nesitas, todos ellos de lenguajes indoeuropeos, en tanto que en la región del sudeste la influencia hurrita era muy fuerte. La integración político-territorial imperial hitita propició que las deidades locales entrasen a formar parte del panteón oficial, unas divinidades cuyos cultos se seguirían llevando a cabo en la lengua de su lugar de origen. En tal sentido, por ejemplo, los hititas reconocieron al Dios de la Tempestad en el dios Tarru de hatti, en el Teshub hurrita y en el Tarhun luvita.
Inicialmente, los dioses eran representados por símbolos (diversos objetos, armas o estelas), o por animales: el Dios de la Tempestad era un toro, y los dioses guerreros leopardos o leones, por ejemplo. Con el paso del tiempo, serían reemplazados por pequeñas estatuas estandarizadas, con posturas fijas: las diosas sentadas y las deidades masculinas de pie. Sin embargo, los objetos o animales asociados a ellos permanecían al lado de las representaciones figuradas, por ejemplo en la forma de un jeroglífico que la deidad sostenía[1].
En el mundo hitita las divinidades aparecen clasificadas y ordenadas en función de las diversas realidades anatólicas y en virtud de las variadas necesidades. Así, había panteones y cultos locales y provinciales, el panteón oficial de la religión del estado, y los sincretismos, magistralmente ejecutados en el santuario rupestre de Yazilikaya.
En relación a los panteones locales no debe olvidarse que las poblaciones minorasiáticas organizaron el mundo divino en torno a una pareja conformada por un dios de las alturas, de las montañas y colinas, de naturaleza celeste, amo del trueno y los rayos y simbolizado por el toro, y una diosa del agua, de las fuentes, arroyos y manantiales, de naturaleza terrestre y caracterizada cono deidad de la fecundidad. De esta pareja primordial nacerá una progenie de diversas individualidades.
En cuanto al panteón de la religión oficial estatal, lo primero que debe mencionarse es que la formación del imperio, agregando regiones étnicamente distintas del núcleo primitivo hitita, trajo consigo la necesidad de conformar un panteón oficial, ortodoxo, organizado jerárquicamente. Entre los dioses indígenas se integraron aquellas deidades hurritas, mesopotámicas y sirias, mientras que las diosas de las ciudades se disgregaron de sus paredros. Se establecieron grupos: el primero, formado por Soles, en sus dos aspectos, masculino (Istanu) y femenino (Diosa Sol de Arinna, esto es, Wurusemu), y deidades de la Tempestad; el segundo, compuesto de divinidades protectoras; el tercero, conformado por divinidades asociadas a zonas geográficas variadas, pero esencialmente relacionadas con la tierra, que cuidan de las riquezas agrícolas, como Telebinu o Halki; el cuarto, configurado por dioses guerreros; el quinto, establecido a partir de la conjunción de diosas de las ciudades anatólicas clasificadas geográficamente; el sexo, formado por dioses de los bárbaros; el séptimo, configurado por los dioses antiguos; es decir, divinidades reformadas, sustituidas por otras, lo que supone reconocer la presencia de un préstamo de antiguos fondos religiosos sumerios por mediación de los hurritas; y el octavo, integrado por elementos de la naturaleza (montes, vientos, nubes, ríos) y abstracciones genéricas (Cielo y Tierra). Tras el sometimiento de Kizzuwatna y Mitanni por el rey Suppiluliuma I, este panteón oficial fue la herramienta primordial a través de la cual los Grandes Reyes hititas sancionaban su poder territorial en los tratados diplomáticos.
En lo tocante a los sincretismos, el más ilustrativo y revelador ejemplo a nuestro alcance es que representan los relieves del santuario de Yazilikaya, conformado por dos cámaras a cielo abierto. En las representaciones de la cámara A, se muestran dos comitivas de divinidades que convergen hacia una escena en el centro. Esta imagen es la de un panteón, en la que los dioses masculinos están esculpidos en el sector izquierdo, mientras que las diosas lo están en el margen derecho. Es probable que el panteón de Yazilikaya proceda del ámbito hurrita occidental de Kumanni (la Comana clásica en la Capadocia turca); es decir, de la capital de Kizzuwatna, y de la metrópolis siria de Alepo.

Prof. Dr. Julio López Saco
Doctorado en Historia, UCV-Escuela de Letras, UCAB


[1] El ya mencionado Dios de la Tempestad se representó en Anatolia y Siria con un mazo y un rayo sobre un toro, un aspecto que se mantuvo durante siglos hasta el inicio de la era cristiana en la forma y advocación de Júpiter Dolichenus.