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1 de agosto de 2024

El dios egipcio Anubis: mito, rito e imagen (II)



Imágenes, de arriba hacia abajo: una escena ilustrada del libro de los Muertos del Papiro de Hunefer, datado hacia 1275 a.e.c. La momia de Hunefer, está siendo sujetada por el dios Anubis o por un sacerdote que porta la máscara de un chacal. Todo ello en la ceremonia de la Apertura de la Boca; estela de Ipi, un escriba real. El destinatario se representa mientras adora a Anubis. Datada a finales de la XVIII Dinastía, en el Reino Nuevo. Museo del Hermitage de San Petersburgo, Rusia.

Como antiguo dios del Duat, (Amenti, inframundo mítico egipcio), el rol de Anubis acabará siendo secundario al aparecer Osiris en el escenario ultramundano, de forma que su labor se limitará a embalsamar a los faraones fallecidos, guiarlos en la necrópolis y protegerlos en su largo y complicado camino. En el Reino Antiguo Anubis era un dios primordial en el panteón egipcio, como deidad de los fallecidos y juez de los muertos. En la Sala del Pesaje o Sala de la Doble Verdad, acompañado de Horus conducía al fallecido para que su corazón fuese pesado en la balanza en donde estaba la pluma de Maat, encargándose especialmente de que el fiel de la balanza no estuviese trucado o alterado. En su origen un dios funerario, estuvo inicialmente asociado al faraón, aunque paulatinamente se convirtió en deidad universal de los fallecidos. Así, en las tumbas del período proliferaron oraciones dedicadas a Anubis y destinadas a la sobrevivencia del difunto tras la muerte.

En el Reino Medio (entre 2150 y 1800 a.e.c.) el papel de deidad principal ultramundana pasó a manos de Osiris, de forma que Anubis quedaría relegado a la triple tarea, nada menores, de guía de almas, embalsamador y guardián de las necrópolis. En el Libro de las Cavernas, libro funerario del Reino Nuevo, que describe el viaje de Ra por las seis cavernas del inframundo, se señala a Anubis iluminando a los difuntos con la luz de la Luna, astro que el dios porta en sus manos.

Representado iconográficamente como un hombre con la cabeza de un cánido, también como un perro egipcio o un chacal negro, probablemente en alusión al negruzco color de la carne en putrefacción de los cadáveres, pero asimismo como símbolo de la tierra fértil con el oscuro limo del Nilo, Anubis simbolizaba la resurrección de los muertos. En la forma antropomorfa suele verse con una peluca azul en la cabeza, brazaletes y el collar usekh. Totalmente como cánido acostumbra a portar un collar hecho de venda, acostado sobre un cofre y con la cola desplegada dirigida hacia abajo. A veces lleva en la espalda un cetro o el sekhem, un símbolo de la autoridad. En unas pocas ocasiones se aparece como un perro que acompaña a Isis. Se le representaba con el pelaje negro, aunque los chacales del Antiguo Egipto lo poseían rojizo. Esta particularidad pudo deberse a que el negro simbolizaba la resurrección y la fertilidad, en virtud del carácter negruzco del limo que el río Nilo dejaba cada año en los campos tras su crecida, imprescindible para la renovación de la fertilidad de la tierra.

En la plástica funeraria, Anubis se observa atendiendo siempre a la momia de muerto y sentado sobre la tumba protegiéndola, de ahí su carácter apotropaico. Los sellos de los sepulcros del Reino Nuevo mostraban al chacal Anubis sentando sus posaderas sobre los "Nueve Arcos" (tradicionales enemigos egipcios y símbolo de los extranjeros sometidos por el faraón), con lo cual simbolizaba su dominio sobre todos los enemigos que Egipto tuviese que sufrir o enfrentar.

En este mismo sentido, en los Textos de las Pirámides aparece con el epíteto Imy-ut, vinculado con las vendas usadas en la momificación, uno de sus símbolos más específicos, pues según la tradición mítica, Anubis sería el encargado de realizar la primera momificación; como no podía ser de otro modo, sobre Osiris. Sea como fuese, los epítetos de esta deidad resaltan sus íntimos vínculos con los cementerios y su papel principal como deidad funeraria. De hecho, su culto estuvo atestiguado en todo el territorio egipcio, únicamente disminuido en épocas tardías, ya desde el siglo IV a.e.c. y hasta el III, cuando el cristianismo empezó a proliferar por doquier. Los sacerdotes encargados de la momificación portaban en el ritual máscaras con forma de chacal, implicando así el carácter de guía y protección del dios.

Como guardián de las necrópolis, esperaba al fallecido en la misma puerta del sepulcro, para conducirle al más allá. En varias oportunidades puede aparecer con un asistente de condición análoga, Upuaut, otra deidad con forma de perro que se encarga de abrir las puertas y señalar los senderos por dónde transitar.

A partir del siglo VII a.e.c. Anubis se representaba muy frecuentemente como guía de las almas a través del umbral del mundo de los vivos hacia el otro mundo. Las fuentes griegas de época romana la concedieron, en tal sentido, el epíteto de psicopompo, empleado de forma análoga con Hermes. En el arte funerario de este período Anubis guía a personas con vestimentas griegas a la presencia de Osiris, gobernante del inframundo. Tal semejanza conceptual provocó que en la época tolemaica, especialmente entre los siglos IV y I a.e.c., Anubis fuese fusionado con Hermes, dando lugar a una entidad, Hermanubis, cuyo lugar cultual principal fue, por supuesto, Cinópolis. En calidad de guardián de sepulcros y deidad psicopompa se le representa ya helenizando en esculturas en las que lleva clámide, una coraza o una túnica, mostrando en sus manos una palma, un caduceo (atributo de Hermes) o un sistro y, en ocasiones, una espada, una cítara y hasta espigas de trigo. Su calzado, en semejantes ocasiones, suelen ser sandalias.

En la célebre obra de Apuleyo, El Asno de Oro, se hace referencia explícita a un culto a Hermanubis en Roma, activo todavía en el siglo II. Su carácter extraño y arcaico, contemplado desde la específica mentalidad grecorromana, facilitó su asimilación con híbridos tan reconocibles en la mitología griega como el can Cerbero de triple cabeza y hasta con el mismísimo dios infernal Hades heleno.

La evidencia arqueológica muestra la presencia de diversos objetos (numismáticos, epigráficos e incluso estéticos, como lámparas o esculturas), relacionados con el dios en varias zonas del Mediterráneo; una presencia que no se puede desligar del fenómeno de sincretismo helenizante de divinidades como Osiris en Serapis por los tolomeos y de la consiguiente difusión mediterránea de los cultos egipcios, como el de Isis o el del propio Anubis en época romana, cuando disfrutó de un carácter militar totalmente novedoso. En algunas figuras romanas en bronce, Anubis, como Horus o Apis, se representan uniformados y con armas, aspecto marcial que el mismo Virgilio señala como atributo en la Eneida (VIII, 695-701). Anubis pudo llegar a influir, finalmente, en el monoteísmo cristiano, si nos atenemos a la iconografía cristiana de San Cristóbal que, en ocasiones, fue representado con cabeza de perro.

En definitiva, Anubis fue un dios popular y perdurable, esencial en todos y cada uno de los aspectos relacionados con la experiencia de la muerte de una persona. Juzgaba muertos y acompañado de su nutrida cantidad de mensajeros castigaba a los violadores de tumbas o a los que ofendían a las deidades. De tal manera, controlaba los impulsos de los que quisiesen sembrar el caos, el desorden. El poderoso canino negro, patrón de los embalsamadores, protegía a los muertos, garantizándoles que recibiesen su entierro, y apoyándolos en la otra vida para ayudarles a resucitar. Por tal motivo se le asoció con la justicia divina eterna.

Bibliografía

Alegre García, S. (2018), Dioses, mitos y rituales en el Antiguo Egipto. Una panorámica de las creencias religiosas en el Egipto faraónico, edit. Dilema, Madrid.

Bontero, S. (2015), “Anubis y Upuaut, dioses caninos que se complementan en sus funciones funerarias”, Eikón Imago, nº 4-1, UCM, pp. 87-112.

Castel, E. (2009), Diccionario de signos y símbolos del antiguo Egipto, edic. Aldebarán, Cuenca.

Desroches Noblecourt, Chr. (2017), Cuando la naturaleza hablaba a los egipcios. Mitos y símbolos en tiempos de los faraones, edit. Confluencias, Almería.

Germond, Ph. & Livet, J. (2001), An Egyptian bestiary: animals in life and religión in the land of the Pharaohs, edit. Thames &Hudson, Londres.

Luco Contestín, E. (2020), La religión del Antiguo Egipto. La naturaleza de la cosmovisión egipcia, CEEMO, edit. SB., Buenos Aires.

Pinch, G. (2002), Handbook of Egyptian mythology, edit. ABC-CLIO, Nueva York.

Reyes Barrios, V. (2018), “Anubis, el dios funerario: revisión de su papel desde Egipto hasta el mundo greco-romano, Antesteria, nº 7, pp. 77-90.

Vernus, P. & Yoyotte, J. (2005), Bestiaire des pharaons, edit. Pérrin, París.

Wilkinson, R.H. (2004), Todos los dioses del Antiguo Egipto, edit., Oberon, Madrid.

Prof. Dr. Julio López Saco

UM-AEEAO-UFM, agosto, 2024.

18 de julio de 2024

El dios egipcio Anubis: mito, rito e imagen (I)



Imágenes (de arriba hacia abajo): estatua romana en mármol del dios Anubis. De Anzio, Villa Pamphili, siglos I-II, hoy en los Museos Vaticanos; y Anubis representado en una tumba de Deir el Medina.

En el Egipto de la antigüedad muchas deidades tomaban la forma de animales de diferentes clases, tanto reptiles o felinos, como aves y peces. Desde algunas de las fuentes clásicas se veían como auténticos y repelentes monstruos, lo cual dificultaba la comprensión de la ritualidad religiosa de esa antigua cultura. Desconcertante o aberrante costumbre (especialmente desde la perspectiva romana), llamaba sobremanera la atención de las mentes de la Roma antigua. Ignoraban el significativo rol que los animales y, en consecuencia la observación de su diversificado medio natural, jugaban en el sofisticado sistema de creencias egipcio.

En la obra La Asamblea de los Dioses, Luciano de Samosata hace dialogar a Zeus y Momo sobre las divinidades animales de los egipcios. Momo se burla de ellos y Zeus admite que es una vergüenza su costumbre, aunque reconoce que los animales implican aspectos simbólicos. En el fondo, no obstante, los animales consagrados a dioses griegos (la paloma a Afrodita, el cuervo a Apolo, la lechuza a Atenea) conforman un recurso semejante, aunque no haya imágenes teriomórficas en los cultos. Asimismo, Filóstrato, en Vida de Apolonio de Tiana, también debate sobre las imágenes, contrastando las griegas, encantadoras y hermosas, con las egipcias, ridículas, innobles e irracionales por incluir en ellas animales.

En términos generales podría asumirse que los extraños comportamientos animales, poco o nada comprensibles, adquirirían una dimensión sobrenatural y, por lo tanto, se aplicarían, de una forma lógica, al mundo de lo divino.

Muchos animales, aunque no fuesen considerados sacros por ellos mismos, se asociaban a formas cultuales (Sobek, Bastet, Haroeris, Horus, Hathor, Apis), siendo muchas veces objeto de sacrificio. Así, muchos animales sacrificados y momificados pudieron ser adquiridos por devotos para presentarlos como ofrendas. Uno de los casos más renombrados es el de los ibis, babuinos o los gatos embalsamados.

Los animales adquirieron propiedades humanas desde muy antiguo, tal vez ya desde el Predinástico, un paso previo a la configuración de deidades como entidades que asociaban la inteligencia humana con las cualidades físicas de un determinado animal, desde la vaca, el buitre o el babuino, hasta el cocodrilo, el escarabajo, el halcón, el hipopótamo, el chacal o las serpientes. La divinidad se podía manifestar, en consecuencia, en varios animales diferentes en virtud de las funciones que se deseasen destacar.

Las primeras evidencias de culto a los animales datan del Badariense, una época en la que se inhumaban animales envueltos en lino en las proximidades de las primitivas tumbas humanas. Los animales funcionaban en el antiguo Egipto como ideogramas simbólicos o jeroglíficos que representaban una cualidad determinada, que podía ser aplicable a diversas deidades distintas. La imagen del animal era, así una cualidad de la divinidad, no su entera personalidad. Claramente, por consiguiente, no eran dioses divinizados. Uno de los dioses cánidos de mayor relevancia (el otro sería Upuaut), será el objeto principal de las reflexiones vertidas en los siguientes párrafos. Me refiero, naturalmente, a Anubis.

No obstante, hay que advertir que siempre resulta complejo abordar el estudio de un dios egipcio en particular (ya lo hicimos en otro artículo de esta revista, con Horus). En la mitología egipcia, las asociaciones de las deidades a los elementos que representan no suele ser muy delimitada ni tampoco constante. Por si fuera poco, las sofisticadas relaciones variaron con el paso del tiempo, dependiendo de las circunstancias político-religiosas de cada época, dando lugar, en consecuencia, a la formación de nuevas asociaciones que conformaban una deidad fundida específica. A pesar de tal inconveniente o dificultad, intentaremos reflejar convenientemente la significación, representación y funciones fundamentales de Anubis.

El chacal (tal vez el lobo), como personificación de Anubis, deidad asociada a la muerte, es uno de los animales divinos más reconocibles en Egipto, tal vez a la altura del ibis, asociado a Tot. La necrofagia típica del chacal, que lo hacía ser visto en los arcaicos cementerios, pudo interpretarse como la necesidad de un animal que acudía a tales lugares para conducir a los difuntos al Más Allá. No parece esta una razón baladí, pues algunos textos hacen derivar el nombre del dios del verbo pudrirse. En cualquier caso, tanto Set, como un primitivo dios de nombre Wepwawet, fueron en algún momento también, dioses chacal.

Anubis, protector de las tumbas y deidad de la momificación, cuyo nombre egipcio era Anpu o Inpu (cuyo significado era infante regio) y su transliteración inpw, era un híbrido zoomorfo que mezclaba ser humano con la cabeza, de color negro, de un lobo, un chacal o un perro. Nombrado como Anub en lengua copta, Ἄνουβιs en griego antiguo, su denominación podría responder a una onomatopeya que remeda el sonido del chacal aullando. Suele llevar un collar, a modo de venda de color rojo y una hoja de palma en las manos. No obstante, su forma puede variar, hasta el punto de ser representado en algunos papiros como una sierpe alada. En los Textos de los Sarcófagos, se menciona a Bastet o a la diosa Hesat, como madre del dios. No obstante, también es considerado hijo de Ra con Neftis, si bien en la tardía versión de Plutarco, del siglo II, se afirma que era hijo ilegítimo de Neftis y Osiris. Tras el terrible asesinato y la desmembración de Osiris por Set, Anubis participaría activamente, con Isis y Neftis, en la reconstrucción del fragmentado cuerpo de Osiris. Asimismo, en ciertos textos Anubis es vástago de Ihet, diosa de la mitología de los teólogos de Esna. Por su parte, en los Textos de las Pirámides se refiere la presencia de una hija, de nombre Qebehut, divinidad en forma de mujer con cabeza de serpiente que purificaba con agua al difunto.

Dios originario, muy probablemente, de Behedet, y deidad primordial de Bata, fue venerado en Inpu (Cinópolis), Sauty (Licópolis) e incluso Menfis, aunque su culto estuvo muy presente en santuarios de todo Egipto. Se trata, en consecuencia, de una deidad arcaica, pues ya se encuentra presente en los Textos de las Pirámides, correspondiéndole un destacado rol como entidad ultramundana, tal vez por la costumbre habitual de los chacales de merodear las necrópolis en busca de alguna carroña que llevarse a la boca.

Es útil recordar que los antiguos egipcios sentían verdadero pánico de perros y chacales hambrientos cerca de las necrópolis, pues el cuerpo humano debía preservarse para sobrevivir en el Más Allá durante toda la eternidad, de ahí la búsqueda de protección por parte de una deidad con cabeza de chacal negro. Además, desde antiguo fue difícil evitar su presencia, en tanto que ya en el Predinástico los egipcios enterraban a sus muertos en tumbas no muy profundas en el borde del desierto, en donde podían ser blancos fáciles para los carroñeros, incluyendo los caninos salvajes. Como carroñeros suelen cazar solos o en pareja al atardecer y al amanecer, momentos de especial relevancia simbólica.

Adquirió el título del arcaico dios local de Tinis, con la denominación Jentamentiu, que era una divinidad propia de los difuntos. Otras advocaciones mantienen esta funcionalidad primordial del dios, caso de El que preside la tienda del dios, una expresión asociada directamente con la zona en la que se embalsamaban los cadáveres y donde se realizaba el famoso ritual de la Apertura de la Boca y Ojos; Señor de la Tierra Sacra o los muy significativos Señor de las Necrópolis o El que se encuentra en la cámara de embalsamamiento. El epíteto El que está en su montaña sacra puede referir los acantilados que rodean una necrópolis, lugar en donde se juntarían chacales o perros salvajes para iniciar sus acometidas carroñeras. Confundido con Sepa, una forma osiriana, aparece activo en ciertas fórmulas del Libro de los Muertos (Salida del alma hacia la luz del día) siendo venerado en el Alto Egipto, concretamente en los nomos XVI y XVIII, y especialmente en la mencionada ciudad de Cinópolis.

Prof. Dr. Julio López Saco

UM-AEEAO-UFM, julio, 2024.

7 de febrero de 2024

El antiguo Egipto reflejado en la mitología griega




Imágenes, de arriba hacia abajo: Aquiles y Memnón luchando entre Tetis y Eos. Ánfora ática de figuras negras. Hacia 510 a.C. Vulci; Heracles matando a Busiris y seguidores. Hidria ática de figuras rojas, 480 a.C. Staatliche Antikensammlungen; y Jarra ática con Melampo y tres Prétides. Museo Nazionale di Archeologia, Nápoles.

Además de efímeros pasos por el país del Nilo, como ocurre con el dios Dionisos y con los hijos de Helios, tras cometer un asesinato, o como acontece con la célebre reina babilonia Semíramis, quien viajó a Egipto para consultar al oráculo de Amón, o también con la llegada desde Egipto de héroes y heroínas, como Libia (padre de Lélege, ninfa epónima del África septentrional y hermana de Asia y Europa), que habría venido de Egipto a reinar en Mégara, varios personajes, guerreros, héroes especialmente, reyes y hasta deidades, son frecuentes en la mitología griega, sobre todo en el marco de aquellos mitos referidos a los confines y a las semi desconocidas regiones africanas. Sin ir más lejos, los numerosos hijos de Egipto (Imbro, Hipótoo, Fantes, Linceo, un Euríloco, Euridamante, Lampo, Hipocoristes, y otro muchos) poblarán los mitos griegos de cierto sabor egipcio. En las siguientes párrafos trataremos aquellos episodios míticos de mayor presencia y relevancia relacionados, de modo directo o indirecto, con las tierras egipcias.

Una de las hijas de Minos, amante de deidades como Apolo y Hermes fue Acacálide. Minos, rey de Creta la desterró lejos de la isla, enviándola a Libia, lugar en donde uno de sus hijos, de nombre Garamante, originaría al pueblo nómada denominado garamantes. Embarazada de otro niño, en esta oportunidad Mileto, lo abandona al pie de un árbol, aunque se salvará gracias a unas lobas por orden directa de Apolo. Unos pastores lo encontraron y le educaron posteriormente. Acacálide también es llamada Acacale, que en griego designa el tamarisco de Egipto.

Épafo tuvo una hija, Libia (confiere la denominación de la región africana) la cual, uniéndose a Posidón, engendrará gemelos, Agenor y Belo. Agenor se estableció en Siria, reinando en las ciudades fenicias de Sidón y Tiro. Casado con Telefasa tuvo varios hijos: entre ellos una mujer llamada Europa. Belo, por su parte, asentado en Egipto en donde fue rey, se casó con Anquínoe, una hija del dios Nilo, con la cual tuvo un par de hijos, Egipto y Dánao. Resulta interesante recalcar que unos pocos héroes babilonios y asirios portaban este mismo nombre. Incluso uno aparece en la genealogía de la reina Elisa-Dido de Cartago.

En el mito griego, Busiris es la denominación de un rey de Egipto. Era hijo de Posidón y de Lisianasa, y se dice que había sido establecido en Egipto por un rey Osiris, cuando debe partir para un viaje alrededor de la tierra. Aunque su nombre no aparece en ninguna de las dinastías de faraones, quizá sea debido a una deformación, precisamente, de Osiris. Busiris era un monarca despiadado y un tirano. Se cuenta que quiso enviar una expedición con el objetivo de raptar las Hespérides, pero Heracles encontró a estos enviados en su camino cuando iba en pos de las manzanas de oro y les mató. También acaba con el mismo Busiris. Toco comenzó debido a una serie de malas cosechas sobre Egipto. Un adivino chipriota, de nombre Frasio había aconsejado al rey que cada año sacrificase a Zeus un extranjero para que regresase la prosperidad. Así lo hizo Busiris, inmolando al propio adivino. Cuando Heracles pasó por Egipto, Busiris lo prendió y quiso ofrecerlo como una suerte de víctima propiciatoria. Pero Heracles le venció.

Los cabiros eran deidades cuyo santuario principal estaba en Samotracia si bien, a decir de Heródoto, eran adoradas en muchos lugares, incluyendo Egipto, específicamente en Menfis. Hefesto suele aparece como su padre, aunque en otras versiones se menciona al fenicio Sidik. Divinidades de los misterios, en la época romana eran considerados más habitualmente como una triada, correspondiente con Júpiter, Minerva y Mercurio.

Canopo, también mencionado Canobo, es un héroe de la localidad griega de Amiclas que dará su nombre a una ciudad egipcia, así como a un brazo de la desembocadura del Nilo, en las proximidades de Alejandría. Cochero de Menelao, fue a Egipto con Helena una vez confirmada la toma de Troya. No obstante, una tradición le hace el piloto de Osiris. Incluso en ciertas versiones, capitanearía la nave Argo, de ahí su elevación al rango de las constelaciones. Teónoe, una hija del rey egipcio Proteo se enamoró de él, aunque su amor no era correspondido. Murió mordido por una serpiente, y los mismísimos Menelao y Helena lo inhumaron, erigiéndole una tumba en la isla de Canopo.

Casiopea era la madre de Andrómeda. Lo que resulta más llamativo son sus orígenes, pues divergen las tradiciones al respecto. A menudo es vinculada a la familia del sirio Agenor; al tiempo se considera la hija de Árabo, hijo de Hermes, confiriendo su nombre a Arabia. También es considerada la esposa de Cefeo, rey de Etiopía. Sea de una manera u otra, tales genealogías relacionan su leyenda con países meridionales Arabia, Etiopía y también el sur de Egipto. Cetes, por su parte, se consideraba un mago rey de Egipto que poseía la habilidad de transformarse en cualquier tipo de seres, plantas, árboles o animales, pero también en elementos, como el fuego o el agua.

Las cincuenta hijas del rey Dánao, Danaides, acompañarían a su padre en su huida a Egipto por miedo a los cincuenta hijos de su hermano Egipto. El padre de Dánao le había asignado Libia como reino, pero advertido por un oráculo o por miedo a los cincuenta hijos de su hermano Egipto, escapó tras de haber mandado construir, por consejo de Atenea, un barco de cincuenta bancos de remeros. Con sus hijas desembarcó en Argos. Ya en Argos, sus cincuenta sobrinos le anunciaron su propósito de contraer matrimonio con sus hijas. Dánao consintió. En consecuencia, celebró un banquete, entregando una daga a cada una de sus hijas y haciéndoles prometer que matarían a sus respectivos maridos durante la noche. Todas cumplieron su promesa, excepto Hipermestra. Acabarían casándose con hombres autóctonos, con los cuales engendrarían a los dánaos, sustitutos de los pelasgos.

El hermano de Dánao, Egipto, es el héroe epónimo del país. Hijo de Belo y de Anquínoe, desciende, por parte paterna, directamente del dios Posidón, mientras que por su madre del río Nilo. Su padre, que gobernaba las regiones africanas, estableció a Dánao en Libia, otorgando Arabia a Egipto, pero este último conquistó la región de los Melámpodes, a la que concedió su nombre, Egipto.

Io anduvo errante en forma de vaca loca por toda la tierra, perseguida por la cólera de Hera. Encontró un refugio a orillas del Nilo, en donde ya con su forma humana, dio a luz a un hijo, de nombre Épafo. Hera encargó a los Curetes que lo raptasen y ocultasen. Zeus se enteró que lo criaba la esposa un rey en Siria. Lo recuperó y lo volvió a llevar a Egipto, en donde fue esmeradamente educado. Ya adulto, reinó en el país, sucediendo a su padre adoptivo, Telégono. Épafo se casó con Menfis, la hija del dios-río Nilo, y con ella tuvo a Libia, que da nombre al país vecino de Egipto.

El famoso Fénix es un ave fabulosa originaria de Etiopía, pero cuya leyenda está relacionada en Egipto con el culto al Sol. La mayoría de los autores de la antigüedad señalan que la patria del fénix era Etiopía. Vivía allí durante un muy largo período de tiempo. Su leyenda concierne, en esencia, a la muerte y el renacer del ave. Como no es igual a cualquier otro pájaro, no puede reproducirse, de forma que cuando siente aproximarse el fin de su existencia, acumula plantas aromáticas (cardamomo, incienso), y fabrica una suerte de nido. Al nacer el nuevo fénix recoge el cadáver de su padre, lo guarda en un tronco de mirra hueco, transportándolo finalmente hasta Heliópolis. Allí lo deposita en el altar del Sol, en donde los sacerdotes del dios serán responsables de incinerarlo. Tras determinadas ceremonias, el fénix joven reemprende el vuelo de nuevo hacia Etiopía.

El nombre Garmatone corresponde en la mitología griega al de la esposa del soberano de Egipto, Nilo. Es madre de un niño, conocido como Crisócoas, pero el infante fallece. Isis, en compensación por acogerla con hospitalidad en su casa, le devuelve la vida al hijo de Garmatone.

La célebre Helena de Troya estuvo en Egipto dos veces. En la primera, reside allí con París durante un tiempo, cuando se dirigían a Troya. Posteriormente, llega a Egipto debido a un naufragio cuando se dirigía a Esparta con su esposo Menelao. Pólibo es el nombre del rey de Tebas de Egipto que les acoge en esta oportunidad. El piloto del barco naufragado es el arriba mencionado Canobo (o Canopo), quien falleció a consecuencia de la mordedura de una serpiente. Helena mata al reptil y conserva su veneno. Canopo pasaría a ser el héroe epónimo de canopo, en la desembocadura del Nilo. También se decía que el rey de una vecina ciudad, de nombre Tonis, les había acogido hospitalariamente, pero es seducido por la belleza de Helena y Menelao, en consecuencia de un presunto intento de violación, le da muerte. Otra explicación de la estancia en Egipto refiere que Helena habría huido de Troya antes de la caída de la ciudad, suspirando por su esposo Menelao. En un barco cuyo capitán se llamaba Faro se dirige hacia Lacedemonia, pero una tempestad frustra el intento, arrojando a la embarcación hacia las costas de Egipto, donde una serpiente mordió a Faro. Helena lo enterró, dando nombre a la isla de Faros, sita en la desembocadura del Nilo. Ulteriormente, el propio Menelao habría encontrado a su esposa en Egipto, una vez finalizada la contienda.

Memnón, hijo de Eos (la Aurora) era hermano de Príamo, rey troyano. Tras su combate con Aquiles, en el que resulta muerto, Aurora obtiene de Zeus la promesa de inmortalidad para su hijo. Retira su cadáver y lo traslada a Etiopía. Las diversas tradiciones discrepan al respecto del lugar de origen de Memnón. Se dice que es la región de Bactriana, Susa, también Siria y, en ocasiones, el interior de Asia. Sin embargo, a veces la patria de Memnón es Egipto, específicamente Tebas. Esta identificación se encuentra detrás de la denominación Colosos de Memnón a las ciclópeas esculturas sedentes erigidas por Amenotep III. Se imaginó que en el momento en que los primeros rayos de la Aurora herían la estatua, de ella salía una música que saludaba la luz de su madre.

La amazona Mirina, conquista con su ejército del territorio de los Atlantes y lucha denodadamente contra las Gorgonas. Posteriormente, conquista la mayoría de Libia y pasa a Egipto, en la época en la que reinaba allí Horo, hijo de Isis. Con el soberano firmó un tratado de amistad, iniciando una expedición contra los árabes. Devasta Siria y los cilicios se le someten. Más tarde llega a Frigia, hasta que encuentra la muerte a manos del rey tracio Mopso. En este particular caso es probable que estemos en presencia de una construcción histórica en función de la interpretación de elementos míticos combinados de un modo coherente.

La tradición evemerista, por tanto racionalista, que siguen autores como Diodoro de Sicilia, afirma que un rey, de nombre Nileo, era un soberano que gobernaba sobre Egipto. Acabaría confiriendo su nombre al río Nilo, que previamente se denominaba Egipto. Esta trasferencia de denominaciones se debió al reconocimiento de parte de la población egipcia por haber emprendido grandes obras de riego con la finalidad de aumentar la fertilidad de las tierras de cultivo. En consonancia con lo señalado, hay que recalcar que en las tradiciones helénicas, Nilo es la deidad del río de igual nombre y que, como pasa con todas las corrientes fluviales en la mitología helénica, era un hijo de Océano. En la antigua Grecia se imaginaban a Nilo como un monarca que había fertilizado el país canalizando el río y construyendo diques de contención. No obstante, se consolidó una leyenda que tendía a relacionarle con el ciclo de lo a través de su hijo Épafo. Anteriormente se comentó que se habría casado con Menfis, hija de Nilo, y de esa unión habría nacido Libia, madre de la estirpe de Belo y Agenor.

Un fabuloso pueblo según los antiguos geógrafos eran los pigmeos, enanos que ya menciona la Iliada y que habitarían en la región meridional de Egipto o, quizá, en la región de India. Su rasgo principal es que luchaban contra las cigüeñas o las grullas. Lo cierto es que los pigmeos han inspirado el arte egiptizante, pues aparecen representados en pinturas en el medio de una fauna nilótica, luchando precisamente contra aves y otros animales, atacando incluso a los fieros cocodrilos. También se muestran realizando actividades humanas, que parodiaban por su fealdad o su torpeza. En ellas son caracterizados por mostrar unos desmesurados órganos sexuales.

Proteo, en la Odisea, una divinidad marina, se encargaba de apacentar los rebaños dé focas y demás animales marinos pertenecientes a Posidón. Se decía que moraba en la isla de Faros, cerca del delta del Nilo. Podía metamorfosearse en cualquier forma que quisiese, poseyendo dotes proféticas. Sin embargo, a partir de Heródoto, Proteo aparece ya como un rey de Egipto, contemporáneo de Menelao. Se trata del soberano que reinaba en Menfis (en la Helena de Eurípides es rey de Faros) cuando Helena y Paris fueron arrojados por una tempestad a las costa egipcias. Finalmente, una leyenda que cita el mitógrafo Conón afirma que el egipcio Proteo abandonaría Egipto a causa de la tiranía implantada por Busiris.

Rodopis era el nombre de una joven egipcia, famosa por su belleza. En una cierta ocasión, mientras se estaba bañando, un águila se llevó por los aires una de sus sandalias, dejándola caer a los pies del rey Psamético, a la sazón el soberano que reinaba por entonces en Menfis. Un maravillado Psamético ordenó buscar por todo Egipto a la mujer a quien pertenecía la sandalia. Cuando la halló, se casó con ella. Algunas tradiciones mencionan que el verdadero nombre de Rodopis era Dórique y que, por lo tanto, era una griega llegada desde Tracia hasta Egipto junto con Caraxo, hermano de la afamada poetisa Safo.

Además de un adivino originario de Argos, descendiente de Melampo, hubo otro Teoclímeno, hijo de Proteo, rey de Egipto. A la muerte de su padre, le sucede en el trono como rey del Bajo Egipto. Tiene fama de hombre cruel y de ser enemigo de los griegos, así como de sacrificar sin remordimientos a todos aquellos que caen en sus manos. Trató de seducir a Helena cuando la heroína espartana estuvo en Egipto. De hecho su propia hermana ayudará a Helena a huir de Egipto, pero con tal acción incurrirá en la ira de su hermano. Únicamente se salvará de la maldad de Teoclímeno gracias a la intervención de los Dióscuros.

Resulta particularmente interesante reseñar que los dioses griegos huyeron hasta Egipto cuando constataron que Tifón, ser monstruoso hijo de Gea y del Tártaro, atacaba el cielo. Se ocultaron en el país del Nilo, en específico en las arenas del desierto, adoptando diversas formas animales, al modo de las deidades egipcias. De este modo, Hermes se convirtió en ibis, Apolo en un milano, Hefesto en buey, Diónisos en macho cabrío y Ares, en pez. Únicamente Zeus y Atenea resistieron sus embestidas. La dura pelea se llevó a cabo en el monte Casio, en los confines de Egipto y de la Arabia Pétrea.

Bibliografía básica

AJA SÁNCHEZ, J.R. (2015). Aguas Mágicas. El Nilo en la memoria y la religiosidad del mundo antiguo, UNED-Edit. Universidad Cantabria, Santander.

BAINES, J. (1991). “Egyptian Myth and Discourse: Myth, Gods, and the Early Written and Iconographic Record”, Journal of Near Eastern Studies, nº 50, pp. 81-105.

CARPENTER, T.H. (2001). Arte y mito en la antigua Grecia, edic. Destino, Barcelona.

GRIMAL, P. (2010). Diccionaio de mitología griega y romana, edit. Paidós, Barcelona.

GONZÁLEZ GONZÁLEZ, M. & ROMERO MARISCAL, L. (Edits.) (2021). Claves para la lectura del mito griego, edit. Dykinson, Madrid.

HORNUNG, E. (1982). Der ägyptische Mythos von der Himmelskuh: eine Ätiologie des Unvollkommenen, OBO 46, Universitätsverlag, Freiburg.

LANE FOX, R. (1999). Héroes viajeros. Los griegos y sus mitos, edit. Crítica, Madrid.

LÓPEZ SACO, J. (2016). “Iconografía africana en la pintura vascular de la antigua Grecia: ¿indicios de un prejuicio étnico-cultural?”, en Revista Hélade, vol. 2, n° 1, pp. 62-70.

MARCHIORI BAKOS, M. & DE OLIVEIRA SILVA, M.A. (Edits.) (2017). Deuses, Mitos e Ritos do Egito Antigo. Novas Perspectivas, Novas Edições Acadêmicas, Saarbrücken. 

Prof. Dr. Julio López Saco

UM-AEEAO-UFM, febrero, 2024.

22 de marzo de 2023

Sobre monstruos y el caos. Un arcaico orden mítico antiguo



Imágenes (de arriba hacia abajo): deidad celeste matando al dragón Illuyanka. Detrás se halla su hijo Sarruma. Museo de las Civilizaciones Anatólicas, Ankara; parte de una escena de la cuarta hora del llamado Libro de las Puertas, en la tumba del faraón Ramsés IV. Los triángulos azules simbolizan el agua en el inframundo; par de esfinges decorando el sarcófago licio de Sidón, datado entre 430 y 420 a.e.c.

Los monstruos, seres primigenios necesarios para que existan los héroes que, haciéndolos desaparecer, cumplen una función de legitimación, son criaturas que provocan terror, bien sea por su espantoso aspecto como por sus crueles acciones. Se identifican con lo malévolo, siendo la antítesis del orden moral y de todo aquello socialmente aceptado. Se trata de entidades primitivas, arcaicas, irracionales, guidas por el instinto, no por la inteligencia1, transgresoras de los límites; en cierta medida, podrían considerarse rebeldes alzados contra el nuevo orden establecido, Habitualmente, acaban siendo derrotados, aunque no eliminados para siempre, por el héroe, arquetipo de la astucia y el orden civilizado.

Monstruo y héroe van de la mano, No existe uno sin el otro, pues configuran un inalterable binomio. Simbolizan el mal, la injusticia, la barbarie (el monstruo), así como el bien, la justicia, el orden y la civilización (el héroe). Mutan y se transforman siguiendo los cambios de las propias sociedades. El monstruo es una ficción que encarna una figura primigenia, originaria, propia de un tiempo mítico que precede la creación del mundo. En tal sentido, es una figura liminal, atemporal, sin espacio ni tiempo definidos, causante de mal, desolación y sufrimiento.

Es evidente que el monstruo representa el caos. Como el caos precede al orden se podría señalar que el monstruo precede al héroe, conformando una dualidad inherente a la dinámica mundana. En la antigüedad, el caos se consideraba un estado primigenio en el que todo estaba indiferenciado. Chaos, en griego bostezo o abertura, alude a un vacío (ocupado por el aire) que existe entre la tierra y el cielo, previo a la separación de ambos al producirse la creación. Del caos surge todo. Así pues, caos es la abertura de la que salen todas las cosas diferenciadas, con forma.

Las criaturas monstruosas, por su forma, aspecto o tamaño, son seres primigenios hijos del caos. Simbolizan una etapa prístina, previa a la creación, una etapa en la que no había ni tiempo ni devenir. Representan un determinado orden, aquel arcaico y natural, de ahí que se opongan a los cambios que trae consigo la génesis el mundo. Contrarios a esos cambios que instauran un nuevo orden, son rebeldes que luchan por una causa, eso sí, irremediablemente perdida. Los monstruos, seres telúricos, de los abismos, amenazan siempre el nuevo orden que la cultura y la civilización suponen. Acaban siendo suprimidos por un héroe, si bien la amenaza latente del monstruo y el caos permanecen. Es así como la pugna monstruo-héroe es una lucha sin fin, que implica mantener en delicado equilibrio el mundo.

Al desafiar el nuevo orden, los monstruos son castigados con la muerte o la marginación. Debe recordarse que la creación solamente puede realizarse tras la muerte del monstruo, que se opone a la instauración del nuevo ordenamiento. El monstruo del caos no quiere que nada cambie, no por inmovilismo, sino porque él mismo representa el orden previo a la creación. Es lo que se puede inferir de las acciones de monstruos de diversas mitologías, en Mesopotamia, Egipto, Grecia, Roma, entre los hititas o en India: Labbu, Tiamat, Leviatán, Apofis, Tifón, Caco, Medusa, Vrita, Illuyanka y otros muchos.

El nuevo orden, civilizado, se puede considerar artificial, frente al incivilizado, pero natural. El nuevo ordenamiento estigmatiza al antiguo, intentando borrarlo de la memoria colectiva. Y es que a los ojos de lo nuevo, lo viejo no tiene sentido y es horroroso. El monstruo no tiene más remedio, entonces, que desafiar el nuevo orden que instaura una deidad soberana, aunque acabe siempre pereciendo o siendo sometido, apartado, pues las figuras caóticas no pueden ser erradicadas por completo. Se las puede marginar, encerrar, ocultar, pero no eliminar. Esto significa que el mal siempre retorna, porque es necesario que así sea para que vuelva a ser continuamente sojuzgado. El héroe matará a la fuerza del caos a la que por destino está íntimamente vinculada, en ocasiones incluso por medio de lazos de sangre.

Las criaturas del caos sufren un proceso de bestialización debido a su naturaleza telúrica, ctónica, así como a su desmesurada fuerza o tamaño. Toman rasgos de animales cuyas características principales sean la fuerza, la agresividad o el ímpetu. En consecuencia, el monstruo se representa con rasgos de ciertos animales que sobresalen por sus instintos primarios, como puede ser la serpiente2, el cocodrilo o el león. Los rasgos de los animales pueden incluso encajar en la figura del héroe, si bien en el monstruo resultan una evidencia de sus deformidades. El héroe debe perseguir y cazar al monstruo, pues es su presa. La recompensa por su captura estriba en la posibilidad de instaurar el nuevo orden necesario tras el caos primigenio. En ese eterno proceso de combate entre el orden y el caos, el héroe, habitualmente un rey, restaura, a través de un acto valeroso por el que mata al monstruo, el equilibrio, la armonía y el orden divino. Se implica aquí que los héroes son siempre miembros de una elite aristocrática, mientras que los monstruos se asimilan a diversos grupos sociales. No obstante, no siempre la separación entre uno y otro resulta diáfana, pues hay casos de personajes míticos con aspectos negativos que son fundadores y hasta legisladores. Así, los Dinoménidas utilizaron, muy probablemente, al monstruoso Tifón como representación simbólica de su victoria sobre etruscos y cartagineses.

Los propios nombres que portan los monstruos son evocadores de su naturaleza, pues transmiten impetuosidad, bravura, salvajismo, fuerza o rapidez. La victoria de los héroes o los dioses sobre estas criaturas telúricas suele interpretarse como la instauración y supremacía de una forma política novedosa, patriarcal, frente a otra, previa, caracterizada por su arcaísmo y por su carácter matriarcal. Es lo que se observa que acontece en conflictos generalizados, como la gigantomaquia en la mitología griega.

La presencia de lo femenino en forma de criatura monstruosa aparece de forma activa en los mitos. La identificación mujer-monstruo (Lilith, Caribdis, Esfinge, y otras muchas), radica en la consideración de que ambos pueden desafiar el orden establecido, sobrepasando con claridad los límites de aquellas condiciones que el orden patriarcal y el natural imponen. Los seres monstruosos y sobrenaturales femeninos representan deseos y temores humanos. Es el caso, por ejemplo, de aquellos monstruos femeninos que devoran niños (Lamasthu o Labartu, Mormo), quienes con sus acciones, niegan de raíz el valor que la sociedad patriarcal atribuye a la mujer, la maternidad. Una mujer privada de ser madre, que devora a su descendencia y a su pareja (seduciéndola, engañándola, como Empusa o Lilith), desafía el orden establecido, convirtiéndose en una salvaje y monstruosa aberración.

Encarnaciones de la inmoderación, de la soberbia, de esa desmesura que los griegos llamaban hybris, los monstruos simbolizan, en fin, ese caos primigenio, esencial para entender la necesidad de establecer un orden, un nuevo orden que será el imperante. Y es que el cosmos crea, y necesita, a su contrario (las monstruosas fuerzas subversivas) por la necesidad de definirse a sí mismo y, en consecuencia, de justificar su activa presencia.

1 El monstruo moderno, por lo contrario, resulta un ser inteligente, hasta atractivo, de tal forma que, aunque sea rechazado, puede resultar igualmente fascinante. Es un monstruo que surge del inconsciente humano, provocándole angustia y desazón.

2 En el mundo griego, la sierpe (drakón), inspiraba un enorme pavor y un miedo casi atávico, pues se consideraba vinculada al ámbito de lo sobrenatural y de la magia. 

Prof. Dr. Julio López Saco

UM-AEEAO-UFM, marzo, 2023.

 

1 de diciembre de 2022

Las plagas en Egipto: ¿mitos de la naturaleza salvaje?


Imagen: La quinta plaga de Egipto, óleo sobre tela de J.M. William Turner, 1840. Museo de Arte de Indianápolis.

La batalla entre el faraón egipcio y la deidad hebrea durante el Éxodo vino acompañado de una profecía y maldición divina sobre Egipto. La divinidad hebrea advirtió al soberano que si no liberaba al pueblo israelí de la esclavitud, hasta diez plagas asolarían las gentes y territorios de Egipto. Esta mítica advertencia ha querido ser justificada históricamente, asociándola a eventos naturales.

Entre esa serie de verdaderos desastres naturales se mencionan súbitos cambios climáticos, epidemias o pestes diversas e, incluso terremotos y erupciones volcánicas. De hecho, desde un tiempo a esta parte ha tomado cuerpo la teoría que señala que las plagas habrían sido motivadas por la erupción volcánica de Thera (Santorini). Los maremotos y, sobre todo, las nubes de cenizas habrían llegado hasta el delta del Nilo. Tales movimientos telúricos liberarían gases cargados de hierro desde los fondos marinos, los cuales al ascender darían lugar a la conversión del hierro en óxido de hierro, que presenta un color rojizo. Desde esta perspectiva científica se “explicaría” la primera plaga, aquella que vuelve tóxica y de color rojo las aguas del Nilo.

La llamada marea roja, un fenómeno natural, que puede originarse a partir de la concentración de ciertas especies de fitoplancton o algas microscópicas, también ha sido un motivo de explicación de la primera plaga. Estas algas pueden producir toxinas paralizantes, aunque muy pocas especies afectan al ganado o al ser humano.

La ausencia de oxígeno por la abundancia de hierro habría sido la responsable, además, de la segunda plaga, aquella de las ranas que caen del cielo, puesto que ante la falta del vital gas los anuros se desplazan por todas partes desesperados. Siguiendo el encadenamiento lógico, la presencia de peces muertos y en estado de putrefacción en las aguas habrían facilitado la tercera plaga, las nubes de mosquitos, piojos y otros insectos que volverían denso e irrespirable el aire para las personas. La cuarta, aquella de las moscas, se debería a una agresividad por estas perturbaciones, transmitiendo enfermedades a los seres humanos. Ello significa que la quinta, prolongación de la cuarta, se haría evidente: la transmisión de enfermedades y pestes al ganado por los insectos, provocando desabastecimiento de carne y una hambruna feroz.

Las emanaciones de dióxido de carbono provocarían en los organismos una intoxicación que limita la presencia de sangre en la piel, dando lugar a la aparición de alergias, sarpullidos, eccemas, urticarias y erupciones de la piel varias, de modo análogo a lo que se cuenta al respecto de la sexta plaga sobre el país del Nilo. El granizo de fuego y hielo, tal como reza la séptima de las plagas, sería una consecuencia directa de la erupción volcánica, en función de que el choque de las cenizas con aire húmedo atmosférico generaría una cristalización, responsable, a su vez de la octava. Los vientos habrían llevado a Egipto las langostas, obligadas por los frentes húmedos y fríos a posarse sobre los campos y devastarlos. La oscuridad de la novena plaga encontraría su justificación en la enorme cantidad de ceniza y piedra volcánica expulsada desde el volcán a en la atmósfera, cuya negra nube cubriría la luz solar.

Incluso la última y la más selectiva plaga, que distingue entre egipcios y hebreos, habría tenido el mismo origen. La humedad nocturna del delta del Nilo daría pie a la formación de una neblina de gases tóxicos que mataría a todo aquel que estuviese en las zonas más bajas de las casas, donde, en efecto, solían dormir los más pequeños de las familias. No hay explicación asumible para explicar qué fue lo que salvó de dicha plaga a los hebreos, salvo el hecho del festejo de la Pascua y ventilasen las estancias algo, en todo caso, indemostrable.

Precisamente, el carácter selectivo, exclusivista de las famosas plagas, no encuentra explicación científica ni racional. Por otra parte, tampoco existe una relación cronológica directa entre el evento natural de Santorini y la advertencia divina. Las últimas dataciones ofrecidas sobre la erupción del volcán de la isla de Thera apuntan a 1600 a.e.c, mientras que el Éxodo judío, incierto en sí mismo como episodio de marcado carácter religioso e ideológico, suele datarse en la época de gobierno del faraón Ramsés II, hacia 1290 o 1280 a.e.c., si bien otras dataciones ubican el movimiento poblacional del Éxodo en la etapa de gobierno de Ahmosis (hacia 1540 a.e.c.), período en el que los hicsos fueron expulsados de Egipto. Si se aceptase esta última posibilidad, habría que asimilar hicso con hebreo, lo cual es muy discutible.

El papiro de Ipuur (datado en el siglo XIII a.e.c.) se señala, finalmente, como prueba testimonial en un documento histórico egipcio, en tanto que presenta textos presuntamente asociables a las famosas plagas de la Biblia. En el papiro se menciona una plaga extendida por todo el territorio así como la presencia de sangre, aunque no existe referencia a los hebreos. Además, el carácter poético-literario del documento y un contenido simbólico del mismo, parece en este caso lo más probable.

Ciertos estudiosos y expertos creen que estas plagas Vétero Testamentarias no son míticas. Aunque para ello advierten que en la creación de un mito o una leyenda pueden subyacer acontecimientos reales, una corriente de interpretación de los mitos cuyo debate no invalida en nada el carácter mítico de la narración ofrecida en el sacro libro bíblico.

Prof. Dr. Julio López Saco

UM-AEEAO-UFM, diciembre, 2022.

3 de octubre de 2022

Vídeo. Serie. ¿Y si hablamos de mitos?. Mitos egipcios: una dinámica social


Amigas, amigos, estudiantes, colegas. Me resulta grato comunicar que ya está disponible el cuarto programa de la serie ¿Y si hablamos de mitos?, en el canal Hablemos de mitos, en YouTube. En esta oportunidad el programa, titulado Mitos egipcios. Una dinámica social, explora los pormenores de la mitología egipcia, haciendo hincapié en aquellos aspectos relevantes desde una óptica social y cultural. Espero, como es menester, que pueda resultar de utilidad, de ayuda o de estímulo para toda persona interesada en los estudios sobre mitología o, al menos, contenga alguna información que pueda ser contrastada. Naturalmente, cualquier comentario, aporte, crítica, interrogante o alusión será bienvenido. De seguro enriquecerá el contenido del vídeo. Saludos cordiales. J.L.S. 

Prof. Dr. Julio López Saco
UM-AEEAO-UFM, octubre, 2022. 

5 de septiembre de 2022

Los mitos egipcios como aspectos de la dinámica de la sociedad






Imágenes: la sierpe Apofis; el terrible Ammyt; bajorrelieve de la triada egipcia Horus, Isis y Osiris; Ramessesnakht, estatua de la tríada tebana y; pinturas con temáticas míticas que decoran la tumba de Ramses VI.

Los dioses llegaron a convertirse en seres sociales Egipto por mediación del lenguaje del mito. Esos mitos hablan de interacciones divinas que se ubican en un pasado muy lejano o en el presente más actual. Las relaciones entre deidades, así como sus agrupaciones tuvieron un significado profundo, pues las acciones y los eventos en el marco del mundo divino tuvieron implicaciones en el Estado del mundo terrenal.

Los mitos explicaban, hacían comprensible y otorgaban un significado a las actuales o presentes situaciones en el medio cósmico, humano y social, en tanto que contenían medios de circunscribir la naturaleza de la deidad por mediación del conocimiento de sus hazañas y a través de sus concretos rasgos de personalidad.

De modo diferente a lo que ocurre en otras culturas de la antigüedad, los mitos egipcios muy raramente se transmitieron en un corpus coherente de textos narrativos, un hecho tan particular que ha dado lugar a una dilatada discusión acerca de la misma existencia, la naturaleza y el papel desempeñado por los mismos en el antiguo Egipto. En el siglo XIX, la crítica especializada centró su interés en el origen de los mitos y en la relación existente entre el ritual y el mito.

Las primeras reflexiones sugirieron la vinculación de la presencia de los  mitos con lo que se cuenta en los textos narrativos de carácter mitológico, enfatizándose con ello una relativamente tardía aparición de los mismos en la historia egipcia. Partiendo de estas premisas cobró fuerza y se estableció la opinión de que los mitos constituyeron una estructura cultural; es decir, un conocimiento común y culturalmente relevante al que podría referirse en distintas formas discursivas.

La iconografía, por su parte, con sus específicos soportes y  medios expresivos, expresaría rasgos míticos, en tanto que los distintos tipos de texto, himnos, historias, cuentos, rituales y ceremonias, encantamientos, podrían elaborarse a partir de mitos y transmutar sus significados. Dicho de otro modo, un mito egipcio no se asociaba a una forma fija de expresión, de forma que sus componentes individuales o mitologemas podrían ser enunciados y combinados de múltiples maneras, adquiriendo, en consecuencia, sentido en numerosos contextos.

Las diferentes deidades egipcias no estuvieron únicamente conectadas por medio de los mitos, lo cual implica acción, sino que también fueron asociados en distintos grupos que acabaron estructurando el panteón. Algunos de tales conjuntos o constelaciones divinas, alcanzaron una relevancia general para todo Egipto, mientras que otras agrupaciones tuvieron un alcance más limitado, la mayoría de las veces de carácter local. Una de las estructuras básicas fue la conformada por un grupo de tres deidades, una femenina, otra masculina y una tercera deidad infante. El tipo ideal, amén de ser tal vez la más antigua, de esas tríadas, fue la establecida con Isis, Osiris y Horus.

El dios creador Atum, acompañado de sus dos hijos, Tefnut y Shu, constituyeron una tríada específica que fue extendida, en modo de secuencia generatriz genealógica a nueve divinidades (la Ennéada). Semejante estructura de nueve deidades, con el creador Atum o con el solar Ra como su referencia jerárquica principal, se constituyeron como el emblema del mundo creado. Los ocho descendientes juntos recreaban el universo entero. Shu simbolizaba el espacio y la vida; Geb representó la tierra y Nut hizo lo propio con el cielo, mientras que Tefnut se asoció con Maat. Los otros cuatro restantes dioses se convirtieron en los representantes propios de la sociedad: Neftis, Set, Osiris e Isis. 

El número nueve expresaba pluralidad y multiplicidad. En tal sentido, la Ennéada encarnaba el mundo por completo de los dioses, es decir, el panteón divino. No obstante, las agrupaciones locales o regionales solían comprender más de nueve dioses.

La variabilidad y movilidad de los mitos egipcios permitieron el desarrollo de gran cantidad de conceptos e ideas referidas a las acciones llevadas a cabo en el mundo o esfera divina, que explicaba comprensivamente los acontecimientos y situaciones concretas principales, así como aquellos secundarios.

Las menciones menos explícitas o frecuentes de rasgos míticos todavía resisten un entendimiento completo y requieren un estudio más profundo así como nuevos descubrimientos. Se podrían señalar tres conceptos como los que se consideran mayores o principales. Se trata del complejo de mitos osirianos, los mitos referentes a la creación del universo, y el llamado complejo mítico del ojo solar, en realidad una diosa hija de la deidad solar Ra.

Un rasgo que es necesario contemplar a la hora de estudiar los mitos egipcios es la presencia en el antiguo Egipto de deidades foráneas. A lo largo de segundo milenio a.e.c., Egipto adoptó progresivamente divinidades como Astarté o Baal  de las regiones vecinas próximo orientales. Ocasionalmente, por consiguiente, se adoptaron e integraron mitos extranjeros. 

Por otra parte, la realeza estuvo cercanamente asociada al mundo divino por mediación de los mitos. La extendida idea de que el soberano gobernante fuese contemplado como un privilegiado vástago de los dioses o una especial deidad, se difundió en un amplio abanico de textos y de imágenes, muy frecuentemente representadas en los muros de los templos, especialmente del Reino Nuevo. Tal composición fue retomada en los templos grecorromanos y modificada con la intención de describir el nacimiento del niño-dios como una señal  de permanente renovación de las fuerzas divinas.

El enorme número de versiones divergentes y, en ocasiones contradictorias, de conceptos míticos ha sido considerado desde siempre como uno de los principales inconvenientes al analizar en profundidad la mitología y la religiosidad egipcias. Hasta no hace demasiadas décadas este singular aspecto fue tomado como una señal de un estado mental pre lógico o, en el mejor de los casos, como la presencia de un marco tradicional residual que hunde sus raíces en épocas prehistóricas. Una teoría lanzada en su momento por Henri Frankfort, y seguida también por Erik Hornung, acerca de la multiplicidad de aproximaciones  tuvo cierta aceptación y concedió una mayor positividad a los egipcios en este aspecto, señalando su capacidad para acercarse a las cuestiones esenciales de una manera global. Esta lógica multievaluativa se refiere a la lógica de la complementariedad.

La más actual aproximación a los mitos egipcios se centra en contemplarlos como un relevante fenómeno de dinámica cultural y como un poderoso medio de expresión de los valores culturales y de las reflexiones especulativas. Las realizaciones mitológicas individuales tomaron asiento en contextos específicos, desempeñaron funciones concretas o desarrollaron rasgos que fueron localmente prominentes. En tal sentido, las variantes divergieron esencialmente en detalles más o menos amplios, no en sus estructuras ni, por supuesto, en significación. Así, los mitos fueron, sin duda, modelos explicativo-comprensivos muy pertinentes en la sociedad, sin que eso supusiese su conversión en dogmas religiosos indiscutibles.

Prof. Dr. Julio López Saco

UM-AEEAO-UFM, septiembre, 2022.