Imágenes (de arriba
hacia abajo): dios Amurru de Neribtum. Presenta cuatro rostros. Instituto
Oriental de Chicago; un kudurru con la diosa de la medicina (Gula). Proviene de
Susa, Hoy en el Museo del Louvre; relieve de Lama, la divinidad protectora de
Uruk. Museo de Irak; vaso para libaciones de Gudea de Lagash. Hoy en el Museo
del Louvre; fragmento de un vaso cultual con un relieve de la diosa Nisaba.
Vorderasiatisches Museum, Berlín; tablilla con el texto que narra el mito del
Descenso a los Infiernos de Ishtar. Museo Británico; maqueta de un carro de
terracota con la representación de Nergal o Ninurta. Museo del Louvre y; placa
protectora de bronce contra el demonio Lamashtu. Museo del Louvre.
La
religión de los sumerios contenía gran número de divinidades antropomorfizadas,
próximas a las actividades cotidianas de las gentes. Sus funciones se definían
en relación a su naturaleza concreta y sus contenidos teológicos. En tal
sentido, hubo una diversidad de concepciones relativas a las teologías y las
cosmogonías, hasta el punto de que algunas tradiciones diferentes,
representadas por escuelas urbanas (Eridu, Uruk, Nippur) podían aislarse. La
vinculación entre religión y poder político fue una premisa fundamental. En la
religión acadia, que incluye la de babilonios y asirios, se otorgó
significación especial a la trascendencia de la deidad, pues su omnipotencia
todo lo abarcaba. Por supuesto, también reflejaba la estructura política
acadia, orientada hacia el nacionalismo o hacia entidades supra territoriales
de mayor envergadura. En consecuencia, se haría imprescindible la presencia de
una entidad divina que aglutinase a las demás, de modo análogo a cómo el
soberano lo hacía en la vida real en relación a otros Estados, sometidos o
tributarios, sus súbditos o a la población dependiente.
La
religión de sumerios y acadios es politeísta, con presencia de divinidades de
carácter celestial y también infernal. Tales deidades se originaron a partir de
un principio primordial y primigenio acuoso. Desde la perspectiva sumeria se
hizo nacer por medio de emanaciones, de un principio húmedo y amorfo, que alude
a Nammu, el Océano primordial, al Cielo y la Tierra (An y Ki, respectivamente),
inicialmente unidos en una montaña cósmica, pero luego separados por Enlil, la
divinidad políada de Nippur. Más tarde se hizo un reparto tripartito
(Anu-Cielo; Enlil-Tierra, a veces asociada con Ninhursag, y Enki-aguas
profundas, el dios políado de Eridu). Tales divinidades funcionaban como
verdaderas pirámides poderosas insertas en un núcleo familiar extenso. En tal
sentido, las deidades contaban con cónyuges, hijos, antepasados y un personal
dependiente, como secretarios, peluqueros, intérpretes, etc. El personal divino
se estructuraba en función de la organización monárquica y estatal de los
períodos antiguos. Luego de estos grandes dioses estaban otros particulares,
aquellos que originaron la luz y la vida, animal, vegetal y humana. Los seres
humanos provendrían de la arcilla abismal (Abzu-Apsu), por mediación de Enki,
Ninmah y Nammu.
Los
sumerios imaginaron un mundo divino ordenado y organizado según el modelo del
mundo terrestre humano. Sus deidades se concibieron antropomórficamente, pues
hacían las mismas cosas que los humanos (se alimentaban, se peleaban y tenían
sus mismas debilidades). No se enfocaron en la creación de una deidad
omnipotente, ya que las deidades se ligaron a las distintas ciudades-estado, en
una suerte de particularismo localista que quizá fuese un reflejo de una
arcaica vida nómada sumeria. En cualquier caso, hubo divinidades que
disfrutaron de preeminencia en todo el país sumerio. Así, existió una tríada
cósmica: Anu (Anum acadio, deidad celestial), Enlil, asociado al diluvio y los
vientos y Enki (Ea en acadio), deidad terrestre; además hubo una segunda
tríada, esta vez astral, formada por Zuen (Sin acadio) o Nanna, deidad lunar,
Utu (Shamash acadio), deidad solar, e Inanna (Ishtar acadia), quien personifica
las actividades cotidianas y al procreación. Más allá de estas dos tríadas hay
dioses singulares, como Nergal, la divinidad de Irkalla, el infierno al lado de
su esposa Ereshkigal, Ninurta, divinidad guerrera, Iskur, vinculado a la
tempestad, el inframundano Ningizzida, Dumuzi y Ningirsu, el dios políado de
Girsu.
Desde
la perspectiva acadia, el panteón se estructuró, de la misma manera que el
sumerio, a partir de un principio acuoso. Del mismo surgieron dos entidades
primigenias, Abzu-Apsu, símbolo masculino del Océano que rodea el mundo, y
Tiamat, personificación femenina del agua salada marina. Los dos son los responsables
de crear todos los seres. De ellos nacen las dos sierpes Lahmu y Lahamu.
Posteriormente fueron generados Kishar y Anshar, quienes representan la
totalidad terrenal y celestial, de los cuales emanó una tríada suprema (Anu, Ea
y Enlil), quienes, como Zeus. Posidón y Hades en la mitología griega, se
repartieron todo lo que había sido creado. También los acadios tuvieron una
segunda tríada, astral (Shamash, Sin y Ishtar). La escasa diferencia respecto a
la organización sumeria demuestra su
labor sincrética, ya que se amoldaron convenientemente llevando a cabo
un cambio de nombres.
Lo
que se produce en época acadia es una sistematización y simplificación que
propicia la unificación en ciertas deidades de aquellas esferas de soberanía de
dioses más singulares. De tal manera, se crean panteones diversos pero de
reducida escala (Eridu, Nippur, Lagash,
Uruk). Como los acadios primero, y los babilonios después, tuvieron una
tendencia hacia el nacionalismo político, es razonable que una de las deidades
fuese erigida en divinidad suprema. Ese dios supremo fue Marduk, exaltado desde
el momento de la unificación de las regiones. Su preeminencia coincide con la
presencia amorrea y con el rey babilonio Hammurabi. Este soberano creía que el
mundo divino se dividía en dos categorías, la de los Anunnaki y la de los Igigi,
deidades superiores e inferiores, respectivamente. La tríada suprema se
encontraría ubicada entre los Anunnaki,
al lado de otras deidades sumerias, mientras que en el segundo estaría Marduk.
Además, este fue el tiempo de elaboración de nuevas versiones sobre las
arcaicas leyendas sumerias, una labor que facilitaría que Marduk fuese elevado
a la cumbre del panteón de dioses. Otra serie de deidades, de carácter
secundario, personificaciones de la guerra, la naturaleza, de la actividad
intelectual, los alimentos o los ríos, se hicieron muy habituales.
Además
de deidades, había una fuerte presencia, tanto en la religión sumeria como
acadia, de demonios y espíritus; bondadosos (Lamassu, Karibu) y perjudiciales,
tanto de carácter colectivo (Sebittu, Assaku, Galla, Gedim), como singulares (Udug,
Pazuzu, Lilitu). Estas entidades fueron generadas tanto a partir del espíritu o
fantasma de los muertos, como por obra
de los propios dioses. Estos seres, denominados generalmente dingir o ilu, se consideraban impuros y causaban, especialmente,
enfermedades de todo tipo y condición. Contra todos ellos existieron diversas
técnicas defensivas y ofensivas por mediación de plantas, objetos varios,
fórmulas de encantamiento, conjuros, aceites especiales y hasta explicaciones
míticas, lo cual propiciaría la magia y sus oficiantes (ashipu).
En
mundo del más allá era el Kur o Irkalla, un lugar invisible al que se
llegaba tanto por vía terrestre como por mar. Kur refiere la cumbre del monte en donde moraban las divinidades.
Los niveles inferiores de esta montaña constituía la vivienda, que estaba
protegida con murallas que contenían siete puertas supervisadas por siete
porteros cuyo jefe se llamaba Neti. Era el sitio específico de la totalidad de
la humanidad e, incluso, de algunos dioses. Allí moraba en una existencia
eterna, pero letárgica, melancólica, triste, aburrida y taciturna, el gidim, es decir, el fantasma del
difunto.
En
relación a los panteones ya referidos, hubo un clero masculino fuertemente
jerarquizado (sangu, urigallu, pashishu,
entre otros), subordinados al en
(señor), pero también un clero femenino (kulmashitu,
shamhatu). Destacaron las hieródulas (naditu
en acadio), que vivían encerradas. En el control del clero se encontraba el nin-dingir o entu. La principal labor del clero consistía en erigir fastuosas
construcciones religiosas, en forma de torres escalonadas y templos. En
consecuencia, se podría decir que el deber religioso principal consistía en
temer a la deidad y, por ello, en la necesidad de proporcionar ofrendas y
sacrificios a las divinidades.
Los
mitos sumerios, de evidente carácter cultual, se han conservado por escrito a
partir de la labor de los dubsar o
escribas. Desde una perspectiva externa, los mitos se muestran en forma de
largos recitados, un hecho que refiere la plausible presencia del trovador
ambulante (nar), encargado de
recitarlos ante un público configurado por grupos de personas. Muchos de tales
mitos tienen un carácter local, algunos urbano (asociándose la política de la
ciudad-estado con la cosmología), y otros más universal.
En
la mitopoética sumeria hay diversas categorías desde una óptica temática.
Existen mitos cuyo contenido es cosmogónico; esto es, mitos sobre los orígenes
(El cosmos en tiempos míticos; Enki y
Ninhursag; Una hierogamia cósmica); mitos de organización (Enki y
el orden del mundo; El viaje de Nanna a Nippur); mitos en los que hay un
especial contacto entre humanos y dioses (El
matrimonio entre Lugalbanda y Ninsun; Enlil
y Namzitarra); leyendas de características mitopoéticas (La expulsión de los qutu, El sueño de Gudea;
La leyenda sumeria de Sargón de Akkad);
una suerte de literatura épica centrada en figuras como Lugalbanda, Enmerkar y
el célebre rey de Uruk, Gilgamesh (Gilgamesh
y Agga de Kish; La muerte de Gilgamesh; Lugalbanda y el pájaro del trueno);
narraciones mitológicas acerca del más allá (El descenso de Inanna a los infiernos); mitos de exaltación (Mito de Ninurta y las piedras o El matrimonio de Sud, en donde la deidad
de la ciudad de Eresh, de nombre Sud, se casa con Enlil); y una ingente
cantidad de relatos mitopoéticos cuyos principales protagonistas fueron Dumuzi
e Inanna y sus amoríos e infidelidades (El
mensaje de la hermana; Las sábanas de la dote, entre otros).
Los
acadios recogieron los mitos sumerios, los copiaron y sistematizaron. Además,
los llevaron hasta los confines geográficos de Mesopotamia, concretamente hasta
Anatolia, Palestina y Egipto, como fue el caso de Nergal y Ereshkigal, los Mitos
de Adapa o el Poema de Gilgamesh.
Son los responsables de que el interés por estos mitos se mantuviese vivo,
gracias a lo cual se encargaron de elaborar versiones diferentes del mismo mito
adecuadas a períodos temporales distintos. Es más, los acadios crearon nuevos
argumentos míticos, lo que incluye temas novedosos, tal el caso del de la
ascensión (un sabio mitológico o un ser humano mortal ascienden al cielo en
virtud de diferentes razones), como sería el caso del mencionado Adapa, y
también llevan a cabo una abstracción de las deidades, sobre todo en función de
su tendencia hacia el henoteísmo.
Los
acadios popularizarían nuevos contenidos míticos que tienen que ver con el
nuevo orden establecido, especialmente en lo tocante a la administración, la
justicia y la política nacionalista acadia. En general, entonces, los mitos
reflejarán un menor interés por los aspectos del cosmos o la fertilidad y se orientarán a vincularse con la
divinización personal de los soberanos, la organización en torno a una entidad
urbana y una deidad nacional suprema, como ocurrió con Babilonia y Marduk en el
Enuma Elish, o a asociarse con
los poderes del mundo regio, como es visible en el Mito de Erra. Los mitos acadios tendrán una variedad formal mayor
que los sumerios, lo cual los hace más extensos y los dota de un carácter más
prosaico, pero a la par verán disminuida su variedad conceptual, orientándose
hacia la jerarquización y la abstracción.
Como
en el mundo sumerio, la mitopoética acadia cuenta con bloques temáticos
diversos. Se pueden mencionar, primeramente, los mitos acerca de los orígenes (La Inmolación de los dioses Alla; Marduk, creador del mundo). Este sería
un tema expuesto ahora a frecuentes diatribas teológicas que darían pie a la
elaboración de teorías cosmogónicas por parte de las diferentes escuelas
teológicas; en segundo término, son destacables los mitos de combate y
victoria. En este caso concreto, en una pugna desigual el vencedor resulta ser
el que es militarmente más débil pero superior en cualidades propiamente
divinas, tal y como se puede observar en el episodio de Gilgamesh, Ishtar y el Toro celeste, así como en el Mito de Anzu. También serían relevantes
los mitos de destrucción y salvación (Poema
de Erra, Mito de Atrahasis, Diluvio Universal); aquellos de exaltación
divina y humana, galvanizados por su intención de divinizar, mitificándolos, a
determinados reyes, y de elevar a ciertos dioses (Poema de Saltu y Agushaya;
Himno a Marduk; Exaltación de Ishtar), así como los mitos acerca del inframundo (Descenso de Ishtar a los Infiernos; Nergal y Ereshkigal).
Por
otra parte, los mitos de ascensión configuran, como ya se comentó previamente,
una innovación temática acadia, visible en un par de notables narraciones
mitológicas: el Mito de Etana y el Mito de Adapa. A todos ellos se sumarían,
en definitiva, mitos con presencia de seres fantásticos (mitos de El dragón Labbu; Los siete “Utukku” malignos; Contra
los fantasmas); un texto profético e histórico, que justifica los exilios
de Marduk (La profecía de Marduk), un
Himno a Sin, el dios luna y un grupo
de seis mitos que giran alrededor de personalidades históricas; así Sargón de
Akkad (Sargón, rey de la victoria);
Naram-Sin (El asedio de Apishal por
Naram-sin), y Gilgamesh, con Plegaria
al divinizado Gilgamesh.
Prof. Dr. Julio López Saco
UM-FEIAP, abril, 2020
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