Imágenes (de arriba hacia abajo): la
etrusca quimera de Arezzo, hecha en bronce. Museo Arqueológico de Florencia;
mosaico de suelo con figuración (esfinges, grifos, leones y una nereida sobre
una criatura marina) y decoración geométrica. Casa de los Mosaicos, Eretria,
datado en el siglo IV a.e.c.
Los
híbridos, de aspecto en ocasiones monstruoso, son seres míticos, propios de los
ámbitos liminales, característicamente ambiguos. Con doble o triple naturaleza,
son la esencia de la metamorfosis, la transformación[1].
Son los pobladores, y a la par los delimitadores, de un espacio simbólico,
aquella de la eschatiá, la frontera,
de lo antisocial e inesperado, así como de las fuerzas que disgregan; por lo tanto,
de la muerte. Habitan esas regiones limítrofes en las que los humanos entran en
contacto con las deidades, siendo, en tal sentido, manifestaciones de lo divino
y metáfora del inmenso poder de las divinidades. Tales regiones limítrofes son
espacios antihumanos, configuradoras de la geografía propia de la alteridad,
que consiste en paisajes montañosos, agrestes, incivilizados, islas de los
confines mundanos, abismos del mar, reinos intermedios y un espacio radical de
la muerte, simbolizada por el intrincado laberinto. Como seres liminales
comunican esferas extremas de la experiencia, circulando de un mundo a otro en
forma de démones intermediarios. En
este orden de cosas, protegen las tumbas y facilitan el no siempre fácil ni
cómodo, tránsito hacia el más allá.
Se
puede hablar de dos tipos de hibridación. La primera es la biológica, a través
de la yuxtaposición o mezcla de elementos anatómicos de distintas especies
animales, lo cual incluye al ser humano. Puede predominar el aspecto zoomorfo
en seres constituidos por elementos humanos y animales, como las esfinges, o
también estar equilibrados los propios de animales en aquellos formados con partes propiamente animalescas,
caso de los leones alados o los famosos grifos. Los seres híbridos en los que
predomina el aspecto antropomorfo suelen representar deidades (piénsese en la
diosas aladas, sin ir más lejos, cuyo carácter psicopompo es particularmente efectivo). La segunda es la cultural,
no específica, que se obtiene de la mezcla de distintos componentes culturales,
entre los que destacan los aspectos del salvajismo y la domesticación.
El
híbrido pertenece al origen, a la metamorfosis original de la que los seres
míticos emergen. En la mitología griega, por ejemplo, los híbridos poblaban los
abismos marinos al inicio de los tiempos, previo al surgimiento de los dioses
olímpicos. Originariamente la naturaleza es fluida, de forma que los límites
entre entidades y cosas permanecen en confusión, en tanto que materia y espacio
pertenecen a un todo, resultando ser una mezcla amalgamada[2].
Muchas
son las funciones que pueden desempeñar[3].
Actúan como mensajeros, guardianes protectores, servidores y acompañantes,
ejerciendo el rol fundamental de comunicar la esfera humana y divina. Aunque
adversarios del héroe, pueden llegar a ser sus aliados, puesto que son seres
dotados de capacidades proféticas y saberes inmemoriales[4],
conocedores de invisibles caminos, además de guardianes de secretos ocultos al
ser humano. Su naturaleza pervertida y salvaje pervierte el comportamiento
humano, seduciendo con un erotismo que también es poder fecundador y
engendrador de una nueva existencia. En un especial sentido, expresan la
ruptura, fruto de la subversión, que proponen los dioses al ser humano para
propiciar su acceso al ámbito de la vida eterna.
El
héroe tiene el deber de eliminar aquello no domesticado, salvaje, lo que se
halla al margen de la polis para así, ganarse su lugar en la ciudad y
garantizar, de paso, la continuidad de la misma
Se
trata de entidades que, perteneciendo a una geografía liminal y a un tiempo
distinto, habitan la historia narrada, viviendo en los numerosos relatos de
inquietos viajeros, geógrafos, etnógrafos y logógrafos, en esa literatura de
maravillas, paradoxográfica, tan adecuada a los banquetes. Ya se ha dicho que
el ser híbrido sirve como indicador de los confines del mundo conocido y, por
ende, controlado. Anclados en la mentalidad griega, funcionaban en la
estructura constructiva de su pensamiento sobre el mundo. Dicho de otro modo:
eran imprescindibles para su composición del espacio (más amplio que el
nuestro), que incluía el allende.
Estos
seres y entidades de semántica y naturaleza proteiforme hacen las veces de
polivalentes signos que se muestran integrados, como necesarios, en el sistema
de pensamiento del arcaísmo griego. Seres ctónicos,
telúricos, ancestrales y primigenios, están vinculados a las fuerzas
fecundadoras naturales. Gracias a su presencia y acción se nos presentan dos
mundos, el primigenio y el humano, siendo el primero anterior al humano, en el
que estos seres híbridos personifican y simbolizan las fuerzas ocultas y
descontroladas de la naturaleza, propias de dicha esfera. En consecuencia, el
híbrido se integra en el discurso de valores y creencias propio de las
sociedades aristocráticas arcaicas del mundo griego antiguo[5].
Dicho con otras palabras, seres míticos como las Harpías, Medusa, Cerbero,
Quimera, Tifón, Equidna o los centauros y tritones, han servido para pensar y
representar el mundo y, por consiguiente, para entender su complejo
funcionamiento.
El
hibridismo zoomorfo en particular, conforma elementos que el pensamiento
necesita para poblar los múltiples territorios marginales, aquellos del ritual
y la muerte. Debe apuntarse que en el período del Paleolítico el ser humano vivía
indiferenciado de los animales y éstos se representaban como personas, con
características humanas. En tal sentido, ambas categorías, animal y humana, no
se concebían como distintas, de forma que la vida de presas y cazadores
configuraba un fluido continuo. Será en el proteico imaginario prehistórico en
el que los teriántropos arraiguen, siendo comunes las representaciones de
hombres-animales. De ahí su prolífica presencia en mitos egipcios, por ejemplo[6].
Con posterioridad, ya en el Neolítico, el ser humano entiende ya al animal como
una realidad externa y no como una parte constitutiva de él mismo. Sin embargo,
permanecerán en latencia, en estados alterados de conciencia, hombres,
concretamente chamanes, que podrán en sus astrales viajes, transformarse en
animales.
Así
pues, mediante estos míticos seres fabulosos nos ubicamos en un espacio y un
tiempo mitológico, evocando un mundo sobrenatural, un específico ordenamiento
fuera del tiempo y el espacio humanos, con el contrasta pero al que le resulta
necesario apelar para entender su posición en el mundo. Estos seres fantásticos
son los protagonistas principales de escenas simbólicas y, probablemente, los
evocadores esenciales de leyendas que refieren mitos de los orígenes. Toda la
serie de bestias híbridas se integran en
un diálogo con lo infinito, pues actúan como mediadores de humanos y
divinidades. Mortales o inmortales, en grupo o individuales, su pertenencia a
ambientes liminales provoca su asociación a ritos iniciáticos y de paso, así
como su vinculación a las historias heroicas, representando el poder y la
memoria.
En
la esencia de estas criaturas míticas encontramos esbozado lo exótico, lo
extraordinario y lo monstruoso. Lo exótico se remarca en el sentido
psicológico, indicando lo no familiar y lo lejano; lo extraordinario, contrario
a lo cotidiano, implica el carácter de excepcionalidad y, por consiguiente, el
mundo de lo sobrenatural, ya que su fantástica naturaleza es el referente del
viaje inframundano, más allá de la esfera de la realidad. Finalmente, lo
monstruoso es el símbolo de la imaginación, lo inexplicable y lo fantástico. En
tanto que criaturas mixtas, ficticias, son creaciones simbólicas en las que se
fusionan múltiples y diversas naturalezas. En sí mismas, creadas con fines
apotropaicos y mágicos, implican la suma de fascinación, miedo a lo que no se
conoce y curiosidad ante lo desconocido.
Prof. Dr. Julio López Saco
UM-AEEAO-UFM, enero, 2022.
[1] Su
doble, triple e incluso múltiple naturaleza, implica una ambigüedad peligrosa,
en tanto que nos encontramos ante dispares naturalezas que pueden bien
compenetrarse o bien diferir, lo cual puede provocar un mundo de opuestas
tensiones dinámicas, de luchas por imponer su específico criterio.
[2] Los
espacios y tiempos alejados de nuestra experiencia aparecen habitualmente
poblados de monstruos y seres híbridos.
[3] La
hibridación y, con ella, la monstruosidad, no radica únicamente en un tamaño
desproporcional o una forma especial, pues la hibridación es no solamente
física sino también funcional.
[4] La
hibridación tornada en sabiduría es una sabiduría acumulada que procede de un
doble ámbito diverso de percepción, de
experiencia, sumadas y potenciadas en un ser mixto. Tal capacidad de sabiduría,
de ostentar ancestrales secretos, es una capacidad de la que el héroe (en buena
medida su némesis) puede valerse
para, paradójicamente, eliminar a estos seres híbridos.
[5] Muchos
seres híbridos tienen como función legitimar las aristocracias, de ahí que
tales seres monstruosos, divinos, semi divinos, no se suelan encontrar
habitualmente en ambientes cotidianos o domésticos.
[6] En el antiguo Egipto una deidad podía representarse de manera antropomorfa, con cuerpo humano y cabeza de animal, o con la completa apariencia de un animal. Si por un lado, los rasgos humanos hacían accesible la divinidad, las formas animalescas probablemente servirían para transmitir un carácter insondable, misterioso; en esencia, un poder natural. Tal sincretismo se encuentra detrás de la actitud egipcia de asimilar creencias y concepciones distintas que están en contradicción.
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